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HÁBITO Y CLERMAN - DE JOSE MARIA IRABURU - Parte 1 -





Hábito y clerman 




Reproduzco aquí, con algunos complementos, cuatro artículos que sobre el hábito y el clergyman publiqué los días 6, 8, 12 y 26 de septiembre de 2008 en www.religionenlibertad.com









El hábito religioso y el traje eclesiástico, que corresponde a los sacerdotes, aunque no son temas idénticos, son semejantes, y los trataré aquí conjuntamente. 

El hábito religioso Por lo que al hábito religioso se refiere, entre otros documentos de la Autoridad apostólica, y además de la norma del Derecho Canónico (canon 669), recordaré solamente, porque su formulación me parece muy precisa, la exhortación apostólica Evangelica testificatio, de Pablo VI (1971), sobre la renovación de la vida religiosa. Al dar doctrina y normas sobre el hábito religioso, el Papa centra la cuestión no tanto en cuestiones prácticas discutibles, sino en razones profundas acerca de la significación teológica de lo especialmente sagrado: 

«Aun reconociendo que ciertas situaciones pueden justificar el quitar un tipo de hábito, no podemos silenciar la conveniencia de que el hábito de los religiosos y religiosas siga siendo, como quiere el Concilio, signo de su consagración (Perfectæ caritatis 17), y se distinga, de alguna manera, de las formas abiertamente seglares» (22). 

El traje eclesiástico En lo que se refiere al vestir de los sacerdotes, será suficiente recordar un documento-síntesis, publicado en 1994 por la Congregación del Clero, Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros. En el número 66, con el título «Obligación del traje eclesiástico », dice lo que sigue: 

«En una sociedad secularizada y tendencialmente materialista, donde tienden a desaparecer incluso los signos externos de las realidades sagradas y sobrenaturales, se siente particularmente la necesidad de que el presbítero –hombre de Dios, dispensador de Sus misterios– sea reconocible a los ojos de la comunidad, también por el vestido que lleva, como signo inequívoco de su dedicación y de la identidad del que desempeña un ministerio público (211). El presbítero debe ser reconocible sobre todo, por su comportamiento, pero también por un modo de vestir, que ponga de manifiesto de modo inmediatamente perceptible por todo fiel –más aún, por todo hombre– (212) su identidad y su pertenencia a Dios y a la Iglesia. 

«Por esta razón, el clérigo debe llevar “un traje eclesiástico decoroso, según las normas establecidas por la Conferencia Episcopal y según las legítimas costumbres locales” (213). El traje, cuando es distinto del talar [la sotana], debe ser diverso de la manera de vestir de los laicos y conforme a la dignidad y sacralidad de su ministerio. La forma y el color deben ser establecidos por la Conferencia Episcopal, siempre en armonía con las disposiciones de derecho universal. 

«Por su incoherencia con el espíritu de tal disciplina, las praxis contrarias no se pueden considerar legítimas costumbres y deben ser removidas por la autoridad competente (214). 

«Exceptuando las situaciones del todo excepcionales, el no usar el traje eclesiástico por parte del clérigo puede manifestar un escaso sentido de la propia identidad de pastor, enteramente dedicado al servicio de la Iglesia» (215). 

(210) Cfr. S. Congregación para el Clero, Carta circular Omnis Christifideles (23 enero 1973) 9. 

(211) Cfr. Juan Pablo II, Carta al Card. Vicario de Roma (8 septiembre 1982): «L’Osservatore Romano» 18-19 octubre 1982. 

(212) Cfr. Pablo VI, Alocuciones al clero (17 febrero 1972; 10 febrero 1978): AAS 61(1969) 190; 64 (1972) 223; 70 (1978) 191; Juan Pablo II, Carta a todos los sacerdotes en ocasión del Jueves Santo de 1979 Novo incipiente (7 abril 1979) 7: AAS 71, 403-405; Alocuciones al clero (9 noviembre 1978; 19 abril 1979): Insegnamenti I (1978) 116; II (1979) 929. 

(213) Codex Iuris Canonici, can. 284.| 

(214) Cfr. Pablo VI, Motu Proprio Ecclesiæ Sanctæ, I, 25 § 2d: AAS 58 (1966) 770; S. Congregación para los Obispos, Carta circular a todos los representantes pontificios Per venire incontro (27 enero 1976); S. Congregación para la Educación Católica, Carta circular The document (6 enero 1980): «L’Osservatore Romano» supl., 12 de abril de 1980. 

(215) Cfr. Pablo VI, Catequesis en la Audiencia general del 17 de septiembre de 1969; Alocución al clero (1 marzo 1973): Insegnamenti, VII (1969) 1065; XI (1973) 176. 



Al final del Directorio se lee: 

Su Santidad el papa Juan Pablo II, el 31 de enero de 1994, ha aprobado el presente Directorio y ha autorizado la publicación. 


José T. Card. Sánchez, Prefecto 

+Crescenzio Sepe, Arzob. tit. de Grado, Secretario. 



II 


Importancia del tema 


Ortega y Gasset decía que «las modas en los asuntos de menor calibre aparente –trajes, usos sociales, etc.– tiene siempre un sentido mucho más hondo y serio del que ligeramente se les atribuye, y, en consecuencia, tacharlas de superficialidad, como es sólito, equivale a confesar la propia y nada más» (Historia del amor). 

Y Miguel de Unamuno estimaba que «jamás se ha dicho un disparate mayor que aquel [...] de que el hábito no hace al monje. Sí, el hábito hace al monje» (La selección de los Fulánez). 

Hasta en los mismos enemigos de la Iglesia encontramos el reconocimiento de la importancia del hábito. Julio Garrido, en su artículo El hábito no hace al monje 

(«Roma» nº 48, mayo 1977), citaba un interesante discurso parlamentario que en la Cámara de Diputadosde Francia, según consta en su Boletín Oficial, hizo el 4 de marzo de 1904 el diputado Ferdinand Buisson, un distinguido come-curas, defendiendo su proyecto contra las Órdenes religiosas. 

«...Conozco el proverbio que dice: “el hábito no hace el monje”. Pues bien, yo sostengo que es el hábito el que hace al monje. El hábito es, en efecto, para el monje y para los demás, el signo, el símbolo perpetuo de su separación, el símbolo de que no es un hombre como todos los demás... 

«Este hábito es una fuerza... es la fuerza del dominio de un amo que no suelta nunca a su esclavo. Y nuestra finalidad es arrancarle su presa. 

«Cuando el hombre haya abandonado este uniforme de la milicia en la que está alistado, encontrará la libertad de ser su propio amo; no tendrá ya una Regla que le oprima todo el tiempo, toda su vida; no sentirá ya la presencia de un superior al que tiene que pedir órdenes... ya no será el hombre de una Congregación, se convertirá tarde o temprano en el hombre de la familia, el hombre de la ciudad, el hombre de la humanidad. 

«Será necesario que el religioso secularizado se dedique a ganar su vida como todo el mundo. No pidamos más, así será libre. 

«Quizás durante algún tiempo permanecerá fiel a sus ideas religiosas. No nos preocupemos, dejémosle laicizarse él mismo solo; la vida le ayudará». 

¿Será posible que lo que acerca del hábito saben los enemigos de la Iglesia no lo sepan, incluso lo nieguen, algunos que están dentro de la misma? No. Es un grueso error considerar el vestir de religiosos y sacerdotes como una cues-tioncilla meramente accidental: «cuestión de trapos». Más aún, creo que es un grueso error voluntario, ideológico, y de graves consecuencias. Si en el fondo viene a «dar lo mismo» vestir de un modo u otro, si tan poca importancia tiene esta cuestión, ¿por qué muchos sacerdotes y religiosos, a veces tan buenas personas, no se deciden a obedecer lo que la Iglesia ha mandado reiteradas veces en este tema? No. Ya se ve que el asunto tiene mucha importancia, tanto para la vida personal de religiosos y sacerdotes, como para su presencia y ministerio entre los hombres. 

La Iglesia, al mandar con tan determinada determinación el uso del hábito y del clerman, se fundamenta no solo en una tradición que tiene ya muchos siglos, sino en sólidas razones teológicas y prácticas. Comienzo por fijarme en las razones prácticas, considerando ahorasolo tres: la pobreza, la identificación social y el voto de los jóvenes. En un tercer artículo recordaré los motivos teológicos, sin duda los más importantes. 


Pobreza 

Cuando la Iglesia trata del vestir de sacerdotes y religiosos, suele aludir al «testimonio de pobreza» (p.ej., canon 669), y lo hace con toda razón. En comparación con el hábito o el clerman, vestir como seglar implica mucho –más gasto de dinero. Una religiosa, por ejemplo, con dos o tres hábitos, muchas veces de confección casera, tiene resuelta de una vez la cuestión de la vestimenta para, supongamos, unos diez años. Vestir de seglar, por el contrario, exige un número de prendas relativamente alto, pues no se pueden llevar siempre las mismas. Además, cada una de ellas tiene una expresividad social distinta, adecuada o no a tales o cuáles circunstancias. 

–más gasto de tiempo. Tiempo para confeccionar la prenda. O tiempo para adquirirla: es sabido cuántas horas se lleva el ir a buscar en los comercios una cierta prenda, de tal forma, color y calidad, que a veces se resiste denodadamente a ser encontrada. Habrá que buscar en tal otra tienda. «Es que ya hemos mirado en cinco». «Pues lo dejamos para otro día». 

–y más gasto de atención: «¿qué me pongo hoy?». 

Los vestidos diversos tienen inevitablemente un lenguaje no-verbal de gran elocuencia. Eligiendo éste o el otro modo de vestir para tal ocasión, no convendrá llamar la atención por algo, pero tampoco presentarse como un adefesio. Conseguir este objetivo no siempre es tan sencillo, porque los lugares, ocasiones y circunstancias cambian mucho. Y todavía cambia más la moda, cuya íntima ley es precisamente el cambio permanente. 

Pero un cierto respeto por la moda, aunque sea muy relativo, viene a ser obligado en quien vista de seglar. 

Estas no pequeñas inversiones de dinero, tiempo y atención se ven casi totalmente eliminadas cuando religiosos, religiosas y sacerdotes usamos el hábito o el clerman. 

Por otra parte, no parece realista oponerse al hábito religioso o eclesiástico alegando que resulta más caro que el vestir secular. Si, por ejemplo, a unas religiosas Misioneras de la Caridad, de la M. Teresa de Calcuta, les objetáramos que con sus hábitos desentonan de los medios tan pobres y miserables en los que habitualmente se mueven, probablemente reaccionarían sonriendo, pero se abstendrían de argumentar nada. Y es que son muy buenas. 

Los religiosos y religiosas, y de modo semejante los sacerdotes, con sus hábitos o su clerman, ofrecen una presencia visual perfectamente adaptada a un medio pobre o a uno rico. Apenas tienen que pensar cada día en qué ponerse. A lo más podrán tener «un» hábito más nuevo o un traje algo más elegante para algunos acontecimientos señalados. Y basta. 

Ciertamente, no todo «hábito» ha de ser una túnica que vaya del cuello a los talones (usque ad talos; de ahí lo de «hábito talar»). Hay hábitos, por supuesto, más cortos. Y en los hombres, religiosos o clérigos, siempre será posible el clerman. Pero pensando en el hábito más tradicional, el hábito talar, será también difícil argumentar que va contra la pobreza o que es insoportablemente incómodo, si tenemos en cuenta que lo usan normalmente, y no por mortificación, cientos y quizá miles de millones de seres humanos, sobre todo en Asia y África. Quizá una cuarta parte de la humanidad, y precisamente la parte más pobre, la más dedicada a trabajos físicos y la que habita en los países más calurosos. Tampoco hay razón para pensar que tantos millones de personas –en su mayoría, como digo, de países pobres–, vayan «sobrevestidos», como a veces se alega objetando el hábito religioso. Las prendas que vistan interiormente serán, por supuesto, muy elementales.

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