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LA ESCALA ESPIRITUAL SAN CLÍMACO - PARTE 2 -



"LA ESCALERA DEL DIVINO ASCENSO"
DE SAN JUAN CLÍMACO


(Con anotaciones de Fr. Luis de Granada)

Capitulo III:

Escalón tercero, que trata de la verdadera peregrinación.

Peregrinación es desamparar constantísimamente todas aquellas cosas que nos impiden el propósito y ejercicio de la piedad, que es honrar y buscar Dios. Peregrinación es un corazón vacío de toda vana confianza, sabiduría no conocida, prudencia secreta, huida del mundo, vida invisible, propósito secreto, amor del desprecio, apetito de angustias, deseo del divino amor, abundancia de caridad, aborrecimiento de la opinión de sabio de santo, y un profundo silencio de alma. Suele muchas veces al principio fatigar los siervos de Dios esta manera de vida tan ardua, y el fuego de este deseo, que es alejarse de la patria y de los suyos; el cual deseo nos provoca también querer por amor de Dios ser afligidos y despreciados.

Mas es de notar que cuanto esta peregrinación es mayor y mas loable, tanto con mayor atención se ha de examinar: porque no toda peregrinación, si superficialmente se hace, es digna de ser alabada. Porque si, como dice el Salvador[16], no hay Profeta que esté sin honra sino es entre los suyos y en su patria: miremos no se nos haga por ventura ocasión de vanagloria la peregrinación y huida de ella. Porque la peregrinación verdadera es un perfecto apartamiento de todas las cosas, con intención de que nuestro pensamiento nunca (en cuanto sea posible) se aparte de Dios. Peregrino es amador de perpetuo llanto, arraigado en las entrañas por la memoria de su Criador. Peregrino es el que despide y aparta siempre la memoria y afición de todos los suyos, en cuanto le es impedimento para ir Dios.

Cuando determinas de peregrinar y apartarte la soledad, no te detengas en el mundo, esperando llevar contigo las animas de los que están enlazados en él; porque no te saltee el enemigo en este tiempo, y te robe ese buen propósito. Porque muchos han ávido que pretendiendo llevar consigo algunos de estos perezosos y negligentes, con ellos juntamente perecieron, apagándoseles con la dilación la llama de este divino fuego y divina inspiración. Y por eso luego que sintieres en tí la esta llama y divina inspiración, corre apresuradamente; porque no sabes si se apagará tan presto, y quedaras oscuras.

No todos somos obligados salvar los otros: porque (como dice el Apóstol)[17] cada uno dará por sí razón Dios. Y en otro lugar: Tú (dice él)[18] que enseñas otros, cómo si enseñas a tí? Como si dijera: Las necesidades y obligaciones de los otros no las conocen todos; mas la suyas propias cada uno la conoce, y así es obligado acudir ellas.

Tú que determinas peregrinar, guárdate del demonio goloso y vagabundo; esto es, del que con titulo de peregrinación pretende cebar la curiosidad de nuestros sentidos y el apetito de la gula, que en diversos lugares halla diversos convites y hospederías; porque la peregrinación suele dar ocasión este demonio.

Gran cosa es haber mortificado la afición de todas las cosas perecederas; y la peregrinación en madre de esta virtud. Los que por amor de Dios andan peregrinando, han de dejar todos los afectos del siglo, y estar como muertos sus cosas; porque no parezcan por una parte apartados del mundo; y por otra que están enlazados con las aficiones de él. Los que se alejaron del siglo no querrían mas ya volver tener cuenta con el siglo; porque muchas veces lo vicios que de mucho tiempo están dormidos, fácilmente suelen despertar. Nuestra madre Eva contra su voluntad salió del paraíso; mas el Monje por la suya se desterró de su patria. Aquella fue echada fuera porque no volviese comer del árbol de la desobediencia; y este por no padecer peligro de sus parientes carnales huye como un grandísimo azote y peligro la vecindad de estos lugares del mundo; porque el fruto que no se ve con los ojos, no mueve tanto el corazón.

También querría que no ignorases otra manera de engaño que tienen estos ladrones: los cuales muchas veces nos aconsejan que no nos apartemos de los seculares, diciéndoos que mayor corona será, si viendo mujeres, y andando en medio de los lazos, vivimos limpiamente, y vencemos nuestras pasiones luchando con ellas: los cuales en ninguna manera debemos obedecer, antes hacer siempre lo contrario.

Después de haber peregrinado algunos años fuera de nuestra patria, y haber alcanzado algún poco de religión, de compunción, de abstinencia, luego los demonios comienzan combatirnos con algunos pensamientos de vanidad, incitándonos que volvamos nuestra Patria para edificación y ejemplo de todos aquellos que antes nos vieron vivir desordenadamente en el siglo. Y si por ventura tenemos algunas letras, alguna gracia en hablar, entonces ya nos aprietan fuertemente que volvamos al siglo ser Maestros y guarda dores de las animas de los otros; para que la hacienda que en el puerto adquirimos con trabajo, en el mar alto la perdamos. No imitemos la mujer de Lot[19], sino al mismo Lot; porque el alma que volviere al lugar de do salió, desvanecerse ha como sal, y quedarse ha hecha una estatua que no se mueve; porque los tales dificultosamente se vuelven Dios. Huye de Egipto, y de tal manera huye que nunca mas vuelvas él; porque los corazones que él volvieron, no gozaron de aquella quietísima y pacifica tierra de Jerusalén.

Mas con todo esto no es malo que los que al principio de su conversión dejaron la patria, y todas las cosas con ella, por conservarse en la infancia de su profesión, y cerrar la puerta todas las cosas que les podían dañar, que después de confirmados y adelantados de la virtud, y perfectamente purgados, vuelvan ella para hacer otros participantes de la salud que ellos alcanzaron. Porque aquel gran Moisés que vio Dios, y fue escogido para procurar la salud de su gente, muchos peligros pasó en Egipto, y muchas aflicciones y trabajos en este mundo por su causa. Mas vale entristecer nuestros padres, que nuestro Señor; porque este nos crió y redimió; mas aquellos muchas veces destruyeron los que amaron, y los entregaron los tormentos eternos..

Peregrino es aquel que como hombre de otra lengua, que mora en una nación extranjera entre gente que no conoce, vive solo en el conocimiento de sí mismo. Nadie piense que desamparamos nuestra patria y nuestros deudos porque los aborrezcamos (nunca Dios quiera que sea tal nuestra intención) sino huir el daño que por su parte nos puede venir. En lo cual tenemos, como en todas las otras cosas, nuestro Salvador por Maestro y ejemplo; el cual muchas veces se ausentó de la Virgen, y del Santo José, que era tenido por su Padre[20]; y siéndole dicho por algunos: Cata aquí tu Madre y tus hermanos; luego el Buen Maestro nos enseñó este santo odio y libertad de corazón, diciendo: MI Madre y mis hermanos son los que hacen la voluntad de mi Padre que está en los cielos.

Aquel ten por Padre que puede y quiere trabajar contigo, y puede ayudarte descargar la carga de tus pecados: tu madre sea la compunción, la cual te lave de las mancillas y suciedades del alma: tu hermano sea el que juntamente contigo trabaja y pelea en el camino del cielo: tu mujer y compañera que de tí nunca se aparte sea la memoria de la muerte; y tus hijos muy amados sean los gemidos del corazón; y tu siervo sea tu cuerpo, y tus amigos los santos Ángeles, que a la hora de la muerte te podrán ayudar, si ahora procurares hacerlos familiares y amigos tuyos. Esta es la generación espiritual de los que buscan Dios.

El amor de Dios excluye el amor desordenado de los padres; y el que cree que estos dos amores juntos se pueden compadecer, él mismo se engaña; pues lo contradice el Salvador, diciendo[21] que nadie puede servir a dos señores. Por donde dijo él mismo en otro lugar[22]: No vine poner paz en la tierra, sino cuchillo: porque vine a apartar a los amadores de Dios de los amadores del mundo; y los terrenos y materiales de los espirituales; y los envidiosos de los humildes; porque de tal porfía y apartamiento como este se alegra el Señor cuando ve que se hace por su amor.

Y mira, ruegote, con atención, no estés secretamente tomado del amor de tus parientes, y viéndolos andar naufragando en el diluvio de las miserias y trabajos de este mundo, vayas desproveídamente socorrerlos, y perezcas juntamente en ese mismo diluvio con ellos. No tengas lastima de los padres y amigos que lloran tu salida del mundo, porque no tengas para siempre que llorar. Cuando los tales te cercaren como abejas, por mejor decir como avispas, y comenzaren hacer lamentaciones sobre tí, vuelve gran prisa, y fortalece tu corazón con la consideración de la muerte y de tus pecados, para que con un dolor despidas otro dolor. Prométenos muchas veces engañosamente los nuestros, por mejor decir, no nuestros, que a todas las cosas se harán a nuestra voluntad, y que no nos impedirán nuestros buenos propósitos ; mas esto hacen con intención de atajarnos nuestro camino, y traernos su voluntad.

Cuando nos apartaremos del mundo, sea nuestro apartamiento en los lugares mas humildes y menos públicos, y mas apartados de las consolaciones del mundo. Si fueras noble, esconde cuando pudieres, y en ninguna cosa muestres claridad y nobleza de tu linaje; porque no parezcas en las palabras uno y en las obras otro, si las palabras predican humildad, y las obras vanidad. Ninguno de tal manera peregrinó como aquel grande Patriarca, quien fue dicho[23]: Sal de tu tierra y de ente tus parientes, y de la casa de tu padre; siendo por esta via llamado andar entre gante bárbara y de lengua peregrina. Y lo que esa tan admirable peregrinación procuraron imitar algunas veces, los levantó el Señor grande gloria; aunque el verdadero humilde debe huirla y defenderse de ella con el escudo de la humildad, puesto que divinamente le sea concedida.

Cuando los demonios nos alaban de esta virtud de la peregrinación, de otra insigne virtud, luego debemos recurrir con grande atención la memoria de aquel Señor que peregrinó del cielo hasta la tierra por nosotros, y hallaremos que aunque viviésemos todos los siglos, no podríamos imitar la pureza de esta peregrinación.

Cualquiera afición desordenada de parientes no parientes, que a poco nos lleva tras sí al amor de las cosas del mundo, y nos amortigua el fuego del amor de Dios, ha de ser evitada con grandísima diligencia. Porque así como es imposible mirar con un ojo al cielo y con otro la tierra; así también lo es, estando en el cuerpo y con el animo aficionados las cosas del cielo. Con gran trabajo y fatiga se alcanza la virtud y las buenas costumbres; y puede acontecer que lo que con mucho trabajo y en mucho tiempo se alcanzó, en un punto se pierda. El que después de haber renunciado al mundo quiere vivir y conversar con los hombres del mundo, morar cerca de ellos, es cierto que ha de caer en los mismos peligros de ellos, y enlazar su corazón en los pensamientos de ellos. Y si así no se enlazare, lo menos juzgando y condenando los que sí se enlazan, él también se enlazará.
Único. De los sueños en que suelen ser tentados los principiantes

No se puede negar sino que sea imperfecto nuestro conocimiento, y lleno de toda ignorancia; porque como esta escrito; el paladar juzga la calidad de los manjares, y el oído la verdad de las sentencias[24]. De donde así como el sol descubre la flaqueza de los ojos, así las palabras declaran la rudeza de los entendimientos. Mas con todo esto la caridad nos obliga tratar cosas que exceden nuestra facultad. Pienso pues ser cosa necesaria añadir este Capitulo algo de los sueños, para que no ignoremos del todo este linaje de engaño de que usan nuestros adversarios. mas primero conviene declarar qué cosa sea sueño.

Sueño es movimiento del animo en cuerpo inmóvil; porque tal suele estar el cuerpo comúnmente cuando soñamos. Fantasía es engaño de los ojos interiores en el alma adormecida: que es cuando lo que no es se representa como si fuese, por estar impedido el uso de la razón. Fantasía es alienación del alma estando el cuerpo velando, que es cuando el alma está como fuera de sí con la aprehensión vehemente en alguna cosa. Fantasía es aprehensión imaginación que pasa presto y no permanece.

La causa porque en este lugar nos pareció tratar de los sueños es manifiesta. Porque después que dejamos por amor de Dios nuestras casas y parientes, y nos alejamos de ellos, y entregamos la peregrinación, entonces comienzan los demonios perturbarnos entre sueños, representándonos nuestros padres y parientes tristes y afligidos muertos por nuestra causa, y puestos en necesidades estrecho de muerte. Pues el que tales sueños como estos da crédito, semejante es al que corre tras de su sombra por alcanzarla.

Los demonios también, tentadores de la vanagloria, veces se hacen profetas engañosos, revelándonos entre sueños algunas cosas que ellos como astutísimos pueden conjeturar; para que viendo cumplido lo que vimos en sueños, quedemos espantados, y pensemos que ya estamos muy vecinos la gracia de los Profetas, y con esto nos ensoberbezcamos. Y muchas veces acaece por secreto juicio de Dios, que el demonio salga verdadero para con

aquellos que le dan crédito; así como sale mentiroso los que no hace caso de él. Y como él sea espíritu, ve todas las cosas que se hacen dentro de este aire; y cuando adivina que alguno ha de morir, díselo por sueños alguno de estos que son mas fáciles en creer, y así los engaña. Pero ninguna cosa futura sabe de cierta ciencia, sino por conjeturas; porque aun hasta los chicetos por esta via alguna vez suelen adivinar la muerte.

Muchas veces acaece que los demonios se transfiguran en Ángel de luz, y toman figura de mártires, y así se nos presentan entre sueños; y cuando despertamos hínchennos de alegría y soberbia: y esta es una de las señales de sus engaños; porque los buenos Ángeles antes nos representan tormentos, y juicios y apartamientos; y cuando despertamos déjanos temerosos y tristes. Y los que comienzan creer al demonio en estos sueños, después vienen ser por él engañados fuera de los sueños. Y por esto de locos y malos es dar crédito tales vanidades: mas el que ningún crédito les da, este es verdadero Filosofo: aquellos debes siempre dar crédito, que te predican pena y juicio. Y si esto te mueve desesperación, también entiende que esto viene por parte del demonio.
Anotaciones sobre el capitulo precedente, del V.P. Maestro Fr. Luis de Granada

En este capitulo se trata del tercero grado de la renunciación, que es el continuo deseo de nuestra unión de nuestra alma con Dios, para lo cual se hace el hombre peregrino y extranjero todas las cosas del mundo, no solo con el cuerpo (huyendo la patria) sino también con el animo, desterrando de si el amor desordenando de todas las cosas, para que suelto el corazón de estas cadenas, pueda sin impedimento volar Dios, y unirse con él, y reposar en él, sin que nadie le quite este reposo, ni lo despierte de este sueño. Lo cual perfectamente se hace en la gloria; mas en esta vida imperfectamente. Pues de este tercero grado de peregrinación se ha tratado en este capitulo; en el cual también se tocan muchas cosas, que aunque no sean esencialmente esta peregrinación, pero unas son causa de ella, y otras efectos, y otras partes y ramos de ella, cosas que están anejas ella. Esto dijimos porque no se maraville confunda al Lector, viendo cosas tan distintas de las cuales el titulo promete, queriéndolas violentamente reducir todas solo él.

[16]Matt. 13

[17]2Cor. 5

[18]Rom. 2

[19]Genes. 19

[20]Matth. 2

[21]Matth. 6

[22]Matth. 10

[23]Genes. 12

[24]Job. 34




Capitulo IV:

Escalón cuarto, de la bienaventurada obediencia, digna de perpetua memoria

Dicho ya de la peregrinación y menosprecio del mundo, viene ahora muy propósito tratar de la obediencia, para doctrina de los nuevos caballeros y guerreros de Cristo. Porque así como antes del fruto precede la flor; así ante toda la obediencia la peregrinación, del cuerpo de la voluntad.. Porque con estas dos virtudes, como con dos alas doradas, se levanta el alma del varón santo hasta el cielo; de la cual por ventura habló el Profeta lleno del Espíritu Santo, cuando dijo[25]: Quién me dará alas como de paloma y volaré por la vida activa; y por la contemplación y humildad descansaré?

Y no pienso que será razón pasar en silencio el habito y las armas de estos fortísimos guerreros: los cuales han de tener primeramente un escudo, que es una grande y viva fe y lealtad para con Dios, y para con el Maestro que los ejercita; para que despidiendo en todo el pensamiento de infidelidad, usen luego bien de la espada del espíritu, cortando con ella todas sus propias voluntades; y así también se vistan una loriga fuerte de mansedumbre y de paciencia; con las cuales virtudes despidan de sí todo genero de injuria y desacato, y de todas las saetas de respuestas y palabras malas. Tengan también un yelmo de salud, que es la oración espiritual, que guarde la cabeza de su alma. Y demás de esto tengan los pies no juntos, sino el uno adelante, aparejado para ejecutar la obediencia; y el otro puesto en la continua oración. Este es el habito y estas las armas de los verdaderos obedientes; ahora veamos qué cosa sea obediencia.

Obediencia es perfecta negación del alma, declarada por ejercicios y obras del cuerpo. Obediencia es perfecta negación del cuerpo, declarada con fervor y voluntad del alma. Porque para la perfecta obediencia todo es necesario que concurra, así cuerpo como alma, y todo es necesario que se niegue cuando la obediencia lo demanda. Obediencia es mortificación de los miembros en alma viva. Obediencia es obra sin vejamen, muerte voluntaria, vida sin curiosidad, puerto seguro excusa delante de Dios, menosprecio del temor de la muerte, navegación sin temor, camino que durmiendo se pasa. Obediencia es sepulcro de la propia voluntad, y resurrección de la humildad. Porque el verdadero obediente en nada resiste, en nada disciernen lo que le mandan, cuando no es malamente malo, fiándose humildemente en la discreción de su Prelado. Porque el que santamente de esta manera mortificare su alma, seguramente dará razón de sí Dios. Obediencia es resignación del propio juicio y discreción.

En el principio de este santo ejercicio, cuando se han de mortificar los miembros del cuerpo, la voluntad del alma, hay trabajo: en el medio veces hay trabajo, veces hay descanso; mas en el fin hay perfecta paz, tranquilidad, y mortificación de toda desordenada perturbación y trabajo. Entonces se halla fatigado este bienaventurado, vivo y muerto, cuando ve que hizo su propia voluntad, temiendo siempre la carga de ella.

Todos los que deseáis despojaros de lo que os impide para pasar esta carrera espiritual: todos los que deseáis poner el yugo de Cristo sobre vuestro cuello, y vuestras cargas sobre el de los otros: todos los que deseáis asentaros y escribiros en el libro de los siervos, para recibir por este asentamiento carta de horros, que es perpetua libertad: todos los que deseáis pasar nadando el gran mar de este mundo en hombros ajenos; sabed que hay para esto un camino breve, aunque áspero, (especialmente los principios) que es el estado de la obediencia: en la cual hay un principalísimo peligro, que es el amor y contentamiento de si mismo, cuando alguno le parece que es suficiente para regir y gobernar sí mismo y quien de este se escapare, sepa cierto que todas las cosas espirituales y honestas primero llegará que comience caminar. Porque obediencia es no ceder el hombre ni fiarse de si mismo hasta el fin de la vida; ni aun en las cosas que parezcan buenas sin la autoridad de su pastor.

Pues cuando por el amor del Señor determinaremos inclinar nuestra cerviz la obediencia, y fiarnos de otro, con deseo de alcanzar la verdadera humildad y salud; antes de la entrada de esta milicia ( si en nosotros hay alguna centella de juicio y discreción) debemos con grandisimo cuidado examinar el pastor que tomamos; porque no nos acaezca por ventura tomar marinero por piloto, enfermo por medico, vicioso por virtuoso; y así en lugar de puerto seguro nos metamos en un golfo tempestuoso y vengamos padecer cierto naufragio.

Mas después que hubiéremos entrado en esta carrera, ya no nos es licito juzgar nuestro buen Maestro en ninguna cosa, aunque en él hallemos algunos pequeños defectos; porque al fin es hombre como nosotros; porque si de otra manera lo hiciéremos, poco nos podrá aprovechar la obediencia.

Para esto ayuda mucho que los que quieren tener esta fe y devoción inviolable con sus Maestros, noten con diligencia sus virtudes y obras loables, y las encomienden la memoria, para que cuando los demonios les quisieren hacer perder esta fe, les tapen la boca con esta memoria. Porque cuanto estuviere esta fe mas viva en nuestro animo, tanto el cuerpo estará mas pronto para los trabajos de la obediencia. Mas el que hubiere caído en infidelidad contra su padre, téngase por caído de la virtud de la obediencia: porque todo lo que carece de fundamento de fe va mal edificado. Y por esto cuando algún pensamiento te instigare que juzgues condenes tu Prelado, no menos has de huir de él, que de un pensamiento deshonesto; ni jamás te acaezca dar lugar, ni entrada, ni principio, ni descanso esta serpiente. Habla con este dragón y dile: O perversísimo engañador, no tengo yo de juzgar mi guía, sino ella mí; no soy yo su juez, sino el mío.

Las armas de los mancebos es el canto de os salmos, el morrión son las oraciones, el lavatorio las lagrimas, como los padres determinan; mas la bienaventurada obediencia dicen que es semejante la confesión del martirio; porque en esta hace el hombre sacrificio de sí mismo. Porque el que esta sujeto a obedecer al imperio del otro, él pronuncia sentencia contra sí mismo. Y el que por amor a Dios obedece perfectamente; Aunque él le parece que no obedece sí, todavía con esto se excusa del juicio divino, y lo carga sobre su Prelado. Mas si en algunas cosas quisiere cumplir su voluntad, las cuales acaece que el Prelado también le manda, no es esta pura y verdadera obediencia. Y el Prelado hace muy bien en reprender al que así obedece; y se calla, no tengo que decir en esto mas de que él toma esta carga sobre sí.

Los que con simplicidad se sujetan al Señor, caminan perfectamente; porque no curan de examinar ni deslindar curiosamente los mandamientos de los mayores: lo cual los demonios siempre nos provocan. Ante todas las cosas conviene que solo nuestro juez confesemos nuestras culpas, y estemos aparejados para confesarlas todos, si por él así nos fuere mandado; porque las llagas publicadas y sacadas luz no vendrán corromperse y afistularse, como la harían si las tuviésemos secretas.
I. De la conversación, trato, y ejercicios maravillosos de una Comunidad regular y bien concertada.

Viniendo yo una vez a un Monasterio, vi un terrible juicio de un muy buen pastor y juez que lo gobernaba. Porque estando yo allí por algún espacio de tiempo, vi un ladrón que vino tomar el habito: al cual aquel buen pastor y sapientísimo Medico mandó que le dejasen estar e toda quietud por espacio de siete días, para que en este tiempo viese el estado y orden del Monasterio, Pasado este plazo, llamóle el Pastor a solas, y preguntóle si le parecía bien morar en aquella compañía; y como él respondiese con toda sinceridad que sí, de muy buena voluntad; quiso preguntar que males había cometido en el siglo: y com él pronta y discretamente los confesase todos; por mejor probarle, díjole el Padre: Quiero que todas estas culpas confieses en presencia de todos los Religiosos. El como verdadero penitente, y como hombre que aborrecía de corazón todas sus maldades, pospuesta toda humana vergüenza y confusión, respondió que sin duda lo haría así, y que aun en medio de la plaza de Alejandría las diría voces, si él así le pareciese. Ayuntados pues todos los Religiosos en la Iglesia ( que eran por numero doscientos y treinta) en un día de Domingo; leído el Evangelio, y acabados los divinos misterios, mandó el Padre que trajesen la Iglesia aquel reo, que en nada resistía, trajéronle pues algunos religiosos, atadas las manos atrás, y vestido de un asperísimo cilicio, y cubierta la cabeza con ceniza y disciplinándole mansamente las espaldas; y con esta aspecto tan doloroso todos quedaron espantados, y prorrumpieron en grandes lágrimas y gemidos, porque ninguno de ellos entendía lo que pasaba. Pues como él llegase las puestas de la Iglesia, mandóle aquel sagrado Padre y clementísimo juez con voz terrible que estuviese quedo, porque no eres, dijo merecedor de llegar los umbrales de esa puerta. Entonces el herido con el golpe de esta voz. La cual con grandisimo consejo y sabiduría aquel verdadero Medico había dado; porque le parecía él, como después con juramento nos afirmó, que no había oído voz de hombre, sino de un terrible trueno; y así temblando y lleno de pavor cayó en tierra postrado; y estando así cubriendo la tierra de lagrimas, aquel maravilloso Medico que todo esto ordenaba para su salud, y para dar un ejemplo y forma de verdadera humildad, mandóle que dijese en público todos los pecados que había cometido. Lo cual él dijo con grande humildad, y con grande espanto de los que presentes estaban, sin dejar de decir todas las maneras de homicidios, hechicerías, y hurtos, y otras cosas que ni es licito decir ni escribir. Y después de haberse así confesado, mandóle el Padre quitar el cabello, y recibir la compañía de los Religiosos. y maravillado yo de la sabiduría de este santo Padre, preguntéle después secretamente por qué causa había hecho y una tan extraña manera de juicio como aquella. El como verdadero medico, por dos causas, dijo, hice esto: la primera, por librar aquel penitente de la eterna confusión, lo cual así fue: porque no se levantó del suelo, Padre Juan! hasta que del todo recibió perdón de todos sus pecados. Y en esto no quiero que tengas escrúpulo ni duda porque que uno de los Religiosos que presentes estaban, me afirmó después que habían visto allí un hombre de alta y terrible estatura, el cual tenia una papel escrito en la mano, y una pluma en la otra; y cuando aquel penitente postrado en tierra confesaba un pecado, este hombre lo borraba con la pluma. Y cierto con mucha razón porque escrito está[26]: Dije: Confesaré contra mí mis pecados al Señor, y tú perdonaste la maldad de mi corazón. Lo segundo hice esto porque tengo Aquí algunos Religiosos que no han enteramente confesado todos sus pecados, los cuales con este ejemplo se moverán la confesión de ellos, sin la cual nadie puede alcanzar salud.

Otras cosas muchas admirables y dignas de memoria vi en aquella santísima congregación, y en el pastor de ella, de las cuales estoy determinado contaros algunas: porque estuve allí no poco tiempo, mirando continuamente con grande atención su manera de conversación y vida, maravillándome grandemente de ver como aquellos Ángeles de la tierra imitaban los del cielo. Porque primeramente estaban entre sí unidos con un estrechísimo vinculo de caridad; y los que es mucho mas de maravillar, amándose tanto como se amaban, no había entre ellos atrevimiento no confianza demasiada, ni soltura de palabras ociosas. y con esta trabajaban con grandisimo estudio de no escandalizarse unos otros, ni darse ocasión de mal. Y si alguno entre ellos acontecía tener algún rencor contra el otro, luego el buen pastor lo desterraba ( como hombre condenado) otro Monasterio separado para semejantes delitos. Acaeció que uno de ellos maldijo otro: al cual el santo pastor mandó que echasen fuera de la compañía, diciendo que no era razón sufrir en el Monasterio demonio visibles invisibles.

Vi yo en aquellos santos cosas grandemente provechosas y dignas de grandísima admiración. Vi una compañía de muchos, que con el vinculo de la caridad eran todos una cosa de Cristo, y todos muy ejercitados en obras de vida activa y contemplativa. Porque en tanta manera se despertaban y aguijaban los unos los otros para las cosas de Dios, que casi no tenían necesidad de ser para esto amonestados por el Padre espiritual. Para lo cual tenían ellos entre sí ciertas maneras de ejercicios y amonestaciones sus propósitos. Porque si alguna vez acaecía que algunos de ellos en ausencia del Prelado hablaban alguna palabra ociosa, dañosa, de murmuración, el hermano que esto veía, le hacia secretamente cierta señal para que mirase por sí, y moderase sus palabras. Y si por ventura el amonestado no miraba tanto en ello, entonces el otro se postraba en tierra delante de él, y luego se iba. Si algunas veces de juntaban hablar, toda la platica era hablar de la memoria de la muerte y del juicio advenidero.

No quiero pasar en silencio la virtud singular del cocinero de aquel Monasterio que allí vi. Porque mirando yo como perseverando en una continua y perpetua ocupación, estaba siempre muy recogido, y que demás de esto había alcanzado gracia de lagrimas, roguele humildemente que quisiese descubrir como había merecido esta gracia. El cual importunado con mis ruegos, en pocas palabras me respondió: Nunca pensé que servia hombres, sino Dios; y siempre me tuve por indigno de quietud y reposo: y la vista de este fuego material ,e hace siempre llorar y pensar en la acerbidad del fuego eterno.

Quiero contar otra manera de virtud singular que vi en ellos. Entendí que ni aun estando asentados la mesa cesaban de los espirituales ejercicios. Y para esto tenían ciertas señales con que unos otros secretamente se exhortaban al estudio de la oración, aun en el tiempo que comían. Y no solo hacían esto cuanto estaban la mesa, sino también cuando acaso se encontraban, cuando algunas veces se ajuntaban en uno.

Y si acaecía que uno cometiese algún defecto, si viéreis los otros hermanos pedirle con toda instancia que les diese cargo de dar cuentea de aquella culpa al Padre espiritual, y recibir la penitencia de ello. Y como aquel gran varón conociese esta piadosa contención de su discípulos, usaba de mas blanda corrección, sabiendo que el culpado era inocente, y no quería averiguar ni hacer pesquisa del autor del delito. Pues cuando entre ellos tenían lugar palabras ociosas, donaires, risas?

Si alguno de ellos acontecía estar porfiando con su hermano, el que acaso por allí pasaba se tendía sus pies, y de esta manera los amansaba. Y si por ventura supiese que algunos de ellos todavía tenían memoria de la injuria, luego lo hacia saber al Padre que después del Abad tenia cargo del Monasterio; y trabajaba con todo estudio que no se pusiese el sol sobre su ira[27]. Y si ellos todavía estuviesen endurecidos y porfiados, no les daba licencia para comer hasta que uno otro se perdonasen; y cuando esto no querían, expelíanlos del Monasterio. Era esta diligencia sin duda muy loable y digna de memoria, de cual tan grande fruto se seguía y se conocía.

Había muchos entre aquellos santos varones muy señalados y admirables en la vida activa y contemplativa, y en la discreción y humildad. Viéreis allí un terrible y celestial espectáculo; que eran unos viejos reverendos, llenos de canas, y de muy venerable presencia; los cuales estaban como unos niños aparejados para obedecer, y para discurrir una parte y otra: mereciendo grande gloria con ejercicio de humildad. Vi algunos de ellos que había cincuenta años que militaban debajo de la obediencia; los cuales como yo preguntase qué consolación, qué fruto habían alcanzado de tan grande trabajo; unos me respondían que habían por este medio llegado al abismo de la humildad, con la cual estaban libres de muchos combates del enemigo; y otros que por Aquí habían llegado perder el sentimiento en las injurias y deshonras.

Vi otros de aquellos varones, dignos de eterna memoria, con rostros de Ángeles, cubiertos de canas, haber llegado una profundísima inocencia, llena de simplicidad, alcanzaba con grande fervor de espíritu y favor de Dios; no ruda ignorante (cual es la que vemos en los viejos del siglo, que solemos llamar tontos desvariados) los cuales en lo de fuera parecían y eran mansos, blandos y agradables, alegres, y que en sus palabras y costumbres ninguna cosa tenían fingida, ni desmesurada, ni falsificada (que es cosa que en pocos se halla) y en lo de dentro estaban postrados como niños ante los pies de Dios y de sus Prelados; teniendo por otra parte el rostro de sus animas muy feroz y osado contra los enemigos.

Primero se acabarán los días de mi vida que pueda yo explicar todas las virtudes que allí vi, y aquella santidad que llegaba hasta el cielo; y por esto he tenido por mejor adornar esta doctrina con los ejemplos de sus trabajos y virtudes, por incitaros la imitación de ello, que con la bajeza de mis palabras; pues es cierto que lo que es mas bajo se adorna y resplandece con los mas alto. Mas con todo esto, primeramente os ruego que no penséis que en este proceso diré cosa fingida ni cosa que no sea verdad; pues está claro que donde hay falsedad, no puede haber utilidad: y por esto tornaremos proseguir lo que aviamos comenzado.
II. Prosigue la misma materia de la obediencia, contando diversos ejemplos.

Un Religioso llamado Isidoro, que era de los principales de Alejandría, entró en este Monasterio, y renunció el mundo pocos años ha, el cual yo allí merecí ver. Recibiéndolo pues aquel maravilloso pastor, y conjeturando por el aspecto de la persona y por otras circunstancias ser hombre áspero, intratable, soberbio, y hinchado con la vanidad del siglo, determinó de vencer la astucia de los demonios por este arte. Dijo al sobredicho: Isidoro, si verdaderamente has determinado de tomar sobre tí el yugo de Cristo, quiero que ante todas las cosas te ejercites en los trabajos de la obediencia. Al cual respondió él: Así como el hierro está sujeto las manos del herrero, así yo, Padre santísimo, me sujeto a todo lo que mandares. Pues quiero (dijo él) hermano, que estés la puerta del Monasterio, y que te derribes ante los pies de todos cuantos entran y salen, y les diga: Ruega por mí Padre, que soy pecador. El obedeció esto, como un Ángel Dios. y después de haber empleado en aquella obediencia siete años, y alcanzado por este medio una profundísima humildad y compunción, quiso el Padre, después de este ejercicio de paciencia, de que tan grande ejemplo había dado, levantarlo la compañía de los Religiosos, y honrarlo con darle ordenes, como verdaderamente merecedor de ella; mas él echando al Padre muchos rogadores, y mí también entre ellos, acabó con él que le dejase en aquel mismo lugar, como lo había hecho hasta entonces, hasta que acabase su carrera; entendiendo y significando con estas palabras, que ya su fin y el día de su vocación llegaba: y así fue; porque acabados diez días, el buen Maestro le dejó permanecer en aquel mismo lugar, y por medio de aquella sujeción ignominia pasó la gloria, y siete días después de su muerte llevó consigo el Portero del Monasterio; porque el bienaventurado varón le había prometido que si después de su muerte tuviese alguna cabida con el Señor, él negociaría como fuese su compañero perpetuo: y que esto seria muy presto; y así fue. Lo cual nos fue certísimo indicio de sus merecimientos, y su perfecta obediencia, y de su sagrada y divina humildad.

Pregunté yo este grande y esclarecido varón, cuando aun vivía, qué linaje de ejercicio tenia su alma cuando moraba la puerta? No me escondió esto aquel memorable y dulcísimo Padre, deseando aprovecharme. Al principio (dijo) hacia cuenta que estaba vendido por mis pecados; por donde con suma amargura y violencia, haciéndome gran fuerza, me derribaba los pies de todos: y apenas acabado un año, cuando hacia esto ya sin violencia y sin tristeza, esperando de Dios el galardón de mi paciencia. cumplido después otro año, de todo corazón me comencé tener por indigno de la conversación del Monasterio, y de la compañía y vista de los Padres de él, y de la participación de los divinos sacramentos. Y finalmente víneme tener por indigno de levantar los ojos y mirar nadie en la cara: por lo cual enclavados los ojos en tierra, y no menos al corazón que el cuerpo, rogaba los que entraban y salían que hiciesen oración por mí.

Estando asentados una vez la mesa, aquel grande Maestro, inclinando su sagrada boca mi oreja, me dijo: Quieres que te muestre un divino seso y prudencia en una cabeza toda blanca llenas de canas? Pues como yo le pidiese esto con toda instancia, llamó de la mesa que estaba mas cercana un Padre que se llamaba Laurencio, que había vivido en aquel Monasterio casi cuarenta y ocho años, y era el segundo Presbítero del Sagrario. El cual como viniese, y se pusiese de rodillas delante del Abad, recibió de él la bendición: mas después que se levantó, no le dijo palabra alguna, sino díjole estar así en pie ante la mesa son comer: y era entonces el principio de la comida. El estuvo de esta manera en pie, sin moverse, una grande hora y mas: tanto, que yo había ya vergüenza, y no lo asaba mira la cara: porque él era todo cano, como hombre de edad de ochenta años. Y de esta manera estuvo son hablar palabrea hasta en fin de la mesa. De la cual como nos levantásemos, mandóle al santo Abad que fuese aquel sobredicho Isidoro, y le dijese l principio del Salmo 39.

Y yo, como malicioso, no dejé de tentar aquel santo viejo después, y preguntarle qué pensaba cuando estaba allí: y él me respondió que había puesto la imagen de Cristo en su pastor: y del todo no le parecía que este mandamiento había salido de él, sino de Cristo, por lo cual ( Padre Juan!) pareciéndome que estaba no delante de la mesa de los hombres, sino ante el altar de Dios, hacía oración, y no daba entrada algún linaje de pensamiento malo contra mi pastor, por la grande caridad y sincera fe que yo tengo para con él. Porque escrito está[28]: La caridad no piensa mal. También quiero que sepas esto, Padre, que después de uno del todo se ha entregado la simplicidad inocencia, no da ya tanto lugar ni tiempo al espíritu malo contra sí.

Y cual era ese bienaventurado pastor y Padre de espirituales ovejas, tal era el Procurador del Monasterio que Dios le había dado casto y moderado como cualquier otro y manso, como muy pocos. Quiso pues una vez este gran Padre tentarlo, reprehendiéndoles para utilidad de los otros, y así mandó ( sin haber causa para ello) que o echasen de la Iglesia.

Yo ( como supiese que él era inocente de aquel crimen que el Padre le ponía) secretamente le alababa y encarecía su inocencia. A lo cual me respondió sapientísimamente, diciendo: Bien sé, Padre, que , él es inocente mas así como es cosa cruel quitar el pan de la boca del niño que se muere con hambre: así es cosa perjudicial para el Prelado y para los súbditos, si el que tiene cargo sus animas, no les procura todas las horas cuantas coronas viere que pueden merecer, ejercitándolos con injurias, ignominias, objeciones y escarnios porque en tres inconvenientes cae si esto no hace. El primero ç, que priva al súbdito devoto del merito de la paciencia. El segundo, que defrauda los otros del buen ejemplo de su virtud. El tercero ( y muy principal) que muchas veces los que parecen muy perfectos y muy sufridores de trabajos, si tiempo los dejan los Prelados sin probarlos, reprehenderlos, ejercitarlos con alguna maña, con denuestos injurias, como hombres ya acabados en la virtud, vienen por tiempo perder menoscabar aquella modestia y sufrimiento que tenían porque aunque la tierra sea buena, gruesa y fructuosa, si le falta la labor y el riego del agua ( quiero decir, el ejercicio del sufrimiento de las ignominias) suele hacerse silvestre, infructuosa, y producir espinas de pensamientos deshonestos, y de dañosa seguridad. Y sabiendo esto aquel grande Apóstol, escribe Timoteo[29] que amoneste y reprehenda a sus súbditos oportuna importunadamente.

Mas como todavía yo replicase aquel santísimo pastor, alegando la flaqueza de la edad, y también como muchos aprehendidos sin causa, se salían y descarriaban de la manada, respondió esta objeción aquel armario de sabiduría , diciendo: El alma que por amor de Dios está enlazada con vinculo de fe y de amor con su pastor, sufrirá hasta derramar la sangre, y nunca desfallecerán mayormente si antes hubiere sido espiritualmente ayudada por él en la cura de sus llagas, y regalada con los beneficios y consolaciones espirituales, acordándose de aquel que dijo[30] que ni Ángeles, ni Principados, ni Virtudes, ni otra criatura alguna nos podrá apartar de la caridad de Cristo. Mas la que no estuviere así ensalzada y fundada, y ( si decir se pude) engrudada con él. maravilla será no estar de balde en el Monasterio; porque la obediencia no es verdadera, sino fatigada.

Y ciertamente aquel grande varón no fue defraudado de su esperanza; mas antes enderezó y perfeccionó, y ofreció Cristo muchas de estas ofrendas puras y limpias. Deleitable cosa es ver y oír la sabiduría de Dios encerrada en vasos de barro. Maravillábame yo estando allí, de ver la fe y paciencia insuperable en las ignominias injurias: y veces de las persecuciones de los que de nuevo venían del siglo: las cuales sufrían, no solo de la mano del Abad, sino también de otros que eran mucho menores que él.

Y por esto para edificación mía, pregunté uno de los Religiosos que había quince años que estaba en el Monasterio, que se llamaba Abaciro, el cual señaladamente via yo ser injuriado casi de todos , y veces ser echado de la mesa por los Ministros (porque era aquel Religioso algún tanto incontinente de la lengua) decíale yo pues: Qué es esto hermano Abaciro, que te veo cada día echar de la mesa, y algunas veces acostarte sin cenar? El cual esto me respondió: Créeme Padre lo que te digo, pruébanme estos padres míos para ver si quiero ser Monje, y no lo hacen porque me quieren injuriar: y sabiendo yo ser esta la intención del padre y de todos los otros, fácilmente y sin ninguna molestia lo sufro todo. Y pensando esto he sufrido quince años, y espero sufrir mas: porque cuando entré en el Monasterio, ellos me dijeron que hasta los treinta años ellos probaban los que se dejaban del mundo. Lo cual, Padre Juan ! tengo yo por muy acertado; porque el oro no se purifica sino en la fragua. Este pues noble Abaciro, el segundo año después que vine aquel Monasterio, falleció de esta presente vida: el cual estando ya para morir dijo los Padres: Gracias doy al Señor y vosotros, Padres, que para bien de mi alma continuamente me tentastes: por la cual causa hasta ahora he vivido libre de las tentaciones del enemigo. Al cual aquel santo pastor justísimamente mandó a sepultar como Confesor de Cristo en el lugar de los santos que allí estaban sepultados.

Paréceme que haré grande agravio los amadores de la virtud, si callaré la virtud y batalla de un religioso llamado Macedonio, el cual era el primero oficial del Monasterio. Una vez pues este Religioso varón dos días antes de la fiesta de la Epifanía rogó al Abad del Monasterio le diese licencia para ir Alejandría, por causa de ciertos negocios que le eran necesarios, diciendo que él volvería entender en su oficio, y aparejar lo que convenía para la fiesta. Mas el demonio, enemigo de todos los bienes, rodeó el negocio de tal manera, que él no pudo venir para el día de aquella sagrada solemnidad. Y como el volviese un día después, el Abad le privó de su oficio, y le mandó estar en el mas bajo lugar de los novicios. Aceptó este castigo el buen ministro de paciencia, y príncipe de todos los ministros en el sufrimiento: y esto tan sin tristeza y pesadumbre, como si otro fuera el penitenciado y no él: y habiendo cumplido cuarenta días en esta penitencia, mandóle el sapientísimo padre volver su primer ligar. Y pasado un día, rogóle este Religioso quisiese volverlo dejar en la humildad de aquella ignominia, diciendo que había cometido en la ciudad un grave delito que no era para decir. Mas sabiendo el santo varón que decía esto mas por humildad que con verdad, dio lugar al honesto deseo de aquel buen trabajador: si viéreis allí aquellas venerables canas estar en el lugar y orden de los novicios, pidiendo sinceramente a todos rogasen Dios por él, diciendo que había caído en fornicación y desobediencia. Y este gran varón declaró después mí, pobre indigno, por qué causa había procurado tan de gana esta manera de humildad y de penitencia, diciendo que nunca se había sentido tan descargado de todo genero de tentaciones, y tan lleno de dulzura de la divina luz como en aquellos días. De Ángeles es no caer; mas de los hombres es caer y levantarse, después cuando esto les acaeciere: mas los demonios solamente conviene nunca levantarse después de haber caído.

Un Padre que tenía cargo de la procuración del Monasterio me contó esto. Siendo yo mancebo, y teniendo cargo de unos animales, acaeció que vine desbarar en una grave culpa de mi alma. Pues como yo tenía por costumbre no tener cosa encubierta en la cueva de mi alma, tomando por la mano la cola de la serpiente, que es el fin de la obra, luego la descubrí al Medico de llagas. El cual sonriéndose con un rostro alegre, y tocándome livianamente en el rostro, dijo: Anda hijo y ejercita tu oficio como lo hacías antes sin temor alguno: y yo, esforzado con una fe firmisima, y recobrada en pocos días la salud perdida, corría por mi camino adelante lleno de alegría y temor. Lo cual he dicho, para que por Aquí se vea claro el esfuerzo que se sigue de revelar luego nuestras llagas al Padre espiritual.

Hay en todas las ordenes de criaturas, como algunos dicen, muchos grados y diferencias. Por lo cual como en aquella compañía de Religiosos hubiese diferentes grados de aprovechamientos y espíritus, si el Padre entendía haber algunos amigos de ostentación en presencia de los seculares que venían al Monasterio, curábalos de esta manera. Hablábales palabras ásperas en presencia de ellos, y mandábalos entender en los oficios mas bajos de casas: con lo cual ellos quedaron tan curados que si algunos señores venían al Monasterio, luego huían gran prisa de la presencia de ellos: y así era alegre cosa ver como la vanagloria perseguía sí misma, huyendo la presencia de los hombres, que ella antes misma procuraba.

No quiso el Señor que me partiese de aquel Monasterio sin provisión de las oraciones de un santo y admirable varón, llamado Menna, que tenía el segundo lugar después del Abad en el regimiento del Monasterio, que falleció siete días antes que yo me partiese, después de haber vivido cincuenta años en el Monasterio, y haber servido en todos los oficios de él. Celebrando pues nosotros tres días después de su fallecimiento el acostumbrado Oficio de los Difuntos por el alma de tan grande Padre, súbitamente el lugar donde estaba su santo cuerpo fue lleno de un olor de maravillosa suavidad. Permitió pues aquel grande Padre que se descubriese el lugar donde el sagrado cuerpo yacía. Y esto hecho, vimos todos que de sus preciosísimas plantas (como de dos fuentes) manaba un ungüento suavísimo. Entonces el Padre del Monasterio volviéndose todos, dijo: Veis, hermanos, como los sudores de sus cansancios y trabajos fueron recibidos de Dios como un ungüento preciosísimo!

De este beatísimo Padre Menna nos contaban los Padres de aquel lugar muchas y grandes virtudes, entre las cuales contaban estas: que queriendo el Padre del Monasterio probar su paciencia, viniendo él una vez de fuera, y postrado ante el Abad pidiéndole la bendición (según era de costumbre) él lo dejó estar así postrado en tierra desde el principio de la noche hasta la hora de los Maitines, y aquella hora acudió darle la bendición y levantarlo del suelo, reprehendiéndole como hombre impacientísimo, y que todas las cosas hacía por vanidad y ostentación. Sabía muy bien el santo Padre cuan fuertemente él había de sufrir esto. Por lo cual quiso dar este público ejemplo para edificación de todos. Y un discípulo de este santo Menna, que sabía muy por entero los secretos de su Maestro (de que algunas veces nos daba parte) preguntándole yo curiosamente, si por ventura vencido del sueño se había dormido estando así postrado: afirmónos que estando así había rezado todo el Salterio de David.

No dejaré de entretejer en la corona de nuestra obra esta presente esmeralda. Moví yo una vez ante algunos de aquellos santísimos ancianos una cuestión de la quietud de la vida solitaria: y ellos con sereno y alegre rostro, sonriéndose, me dijeron: Nosotros, Padre Juan, como hombre terrenos escogimos instituto y manera de vivir que no se levantase mucho de la tierra, entendiendo que conforme la medida de nuestra enfermedad nos convenía escoger con fe la manera de los peligros y batallas; pareciéndonos mas seguro luchar con los hombres, que tiempos se encruelecen, y tiempo se amansan, que con los demonios, los cuales siempre contra nos están encarnizados y armados.

Otro de aquellos varones dignos de eterna memoria (como me amase mucho en el Señor, y tuviese conmigo estrecha familiaridad) con dulcísimo y alegre corazón me dio en pocas palabras una suma de toda la vida religiosa, diciendo así: Si verdaderamente (pues eres tan sabio) has bien penetrado la virtud de aquellas palabras del Apóstol que dijo[31]: Todo lo puedo en aquel que me conforta: y si juntamente con esto el Espíritu Santo ha sobrevenido en tí con el rocío de la castidad y te ha hecho sombra con la virtud de la paciencia, ciñe como varón tus lomos con el lienzo de la obediencia, levantándote de la cena de la quietud, lava con espíritu de contrición los pies de tus hermanos, por mejor decir, derríbate los pies de tus hermanos con un corazón abatido y humillado: y pon la puerta de tu corazón velas y guardas muy severas.

Trabaja también que tu alma esté siempre fija inmutable en ese cuerpo tan movedizo, y que tenga una intelectual quietud entre los movimientos y discursos de esos miembros ligeros y movibles: y (lo que es sobre todos los milagros) procura en medio de los desasosiegos estar con animo quieto y reposado. Refrena la desvariada y furiosa lengua, para que no se desmande en contradecir y porfiar: y pelea contra esta rabiosa señora setenta veces al día. Enclava en la cruz de tu alma una dura yunque, la cual martillada muchas veces con injurias, escarnios, maldiciones y denuestos, persevere siempre entera, lisa, llana, y sin moverse: desnúdate de todas tus propias voluntades, como una vestidura de confusión, y así desnudo comienza correr por la carrera de la virtud.

Vístete, lo que es muy raro y dificultoso de hallar para entrar en esta batalla, una fina loriga de viva fe: la cual ningún tiro de infidelidad pueda romper ni falsear. Detén con el freno de castidad el sentido del tacto, que desvergonzadamente se suele demandar. Reprime también con la continua meditación de la muerte la curiosidad de los ojos, para que no quieran cada hora mirar vanamente la gracia la hermosura de los cuerpos. Refrena también con el perpetuo cuidado de tí mismo la curiosidad del animo, que descuidado de sí quiere siempre condenar al prójimo: antes procura siempre de mostrarle y usar con él de toda caridad y misericordia sinceramente. Porque en esto conocerán todos, amantísimo Padre, que somos discípulos de Cristo, si ayuntados en uno nos amaremos unos otros[32].

Aquí, Aquí (me decía este buen amigo) Aquí ven estar juntamente con nosotros, y bebe cada hora escarnios y vituperios así como agua viva; porque habiendo escudriñado el santo Rey David todas cuantas cosas alegres había debajo del cielo, en cabo vino decir[33]: Mirad cuan buena cosa es y cuan alegre morar los hermanos en uno. Y si aun no hemos alcanzado este tan grande bien de paciencia y obediencia no nos queda sino que conociendo nuestra flaqueza, estemos en la soledad apartados de esta batalla, y confesemos ser bienaventurados los guerreros que pelean en ella, y roguemos Dios les dé paciencia.

Confieso que fui vencido con las palabras de este buen padre y excelentísimo maestro, el cual con la autoridad del Evangelio y de los Profetas, y mucho mas con la fuerza del amor sincerísimo había contradicho mi parecer. De donde resultó que ya sin ninguna contradicción, de buena gana diese yo la ventaja y la victoria al estado de la obediencia.

Todavía me queda por contar una muy provechosa virtud de aquellos bienaventurados, y dicha esta, como quien sale del paraíso, volveré entrar en el sal de mi inútil y desgraciada doctrina. Estando nosotros un día en la oración, vio el santo Padre ciertos Religiosos que estaban entre sí hablando, los cuales mandó poner ante la puerta de la Iglesia, aunque fuesen de los Clérigos y mas ancianos, y que por espacio de siete días se postrasen en tierra todos cuantos entrasen y saliesen por ella.

Mirando yo una vez uno de los Religiosos que estaba mas atento que los otros en el cantar de los Salmos, y que especialmente al principio de los Himnos, con la figura y semblante que mudaba, parecía que hablaba con otro, roguéle me dijese qué era lo que aquello significaba; y él , deseándome aprovechar, no me lo quiso encubrir; y así me dijo: Yo, Padre Juan, al principio del oficio divino suelo recoger con gran cuidado mi corazón y mis pensamientos, y llamándolos ante mí, les digo: Venid, adoremos y postrémonos ante Cristo nuestro Dios y nuestro Rey.

Vi también allí un Religioso que tenía cargo de mandar aparejar la comida los hermanos, el cual traía colgado de la cinta un librico pequeño, en el cual escribía cada día todos sus pensamientos, y daba cuenta de ellos su pastor. Y no solo este, mas otros muchos vi allí hacer lo mismo; porque era esto, como después supe, mandamiento de aquel santo pastor.

Echó una vez el Padre fuera de la compañía de los Religiosos uno que había maltratado de palabras otro Religioso, el cual perseveró siete días la puerta del Monasterio pidiendo húmilmente el perdón y la entrada; lo cual como supiese aquel estudioso guardador de la animas, y le dijesen que todos aquellos días no le habían dado de comer, mandóle decir que si quería morar en el Monasterio había de estar en la casa de los penitentes. Y como él aceptase esta condición, mandóle el Padre llevar aquella casa donde estaban los que hacían penitencia por sus pecados; y así se hizo.

Y porque se ha ofrecido ocasión de hacer mención de este lugar, la necesidad me obliga decir algo de él. Estaba pues este lugar apartado por espacio de una milla del Monasterio principal, y llamábase Cárcel; y así estaba, como verdadera cárcel, desnudo de toda humana consolación. No se veía allí vapor de humo, no vino, no aceite, para comer, sino solamente pan y yerbas. En este lugar mandaba encerrar el Padre todos los que después de su llamamiento habían pecado gravemente: de tal manera, que no los sacaba de allí hasta que el Señor le avisase del perdón de sus yerros. Y no estaban todos juntos, sino apartados cada uno por sí, cuando mucho de dos en dos. Habíales puesto el Padre por presidente un grande señalado varón, que se llamaba Isaac, el cual obligaba todos aquellos que su cargo estaban tener casi perpetua oración. Tenían también allí mucha abundancia de hojas de palmas, para ocuparse en algo, y desterrar la pereza de aquel santo lugar. Esta es la vida, este es el estado, y este el propósito de los que de verdad buscan la cara del Dios de Jacob. Digna cosa es por cierto maravillarnos de los trabajos de los santos; mas trabajar por imitarlos e lo que nos da salud.
III. Prosigue la doctrina de la obediencia, dando diversos avisos y documentos de ella.

Cuando siendo reprehendidos de nuestros mayores nos afligimos y congojamos, traigamos la memoria nuestros pecados; porque viendo el Señor el trabajo que él quiere que padezcamos, juntamente nos descargue de los pecados y del trabajo que padecemos, y convierta nuestro dolor en alegría. Porque según la muchedumbre de los dolores de nuestro corazón, así sus consolaciones suelen alegrar nuestras animas[34]. En este tiempo no nos olvidemos de aquel que dijo al Señor[35]: Cuantas y cuan grandes tribulaciones me distes Señor sentir: y después vuelto mí me resucitasteis y sacasteis de los abismos de la tierra donde estaba caído. Bienaventurado aquel que provocado cada día con denuestos injurias, sufre con paciencia, haciendo fuerza sí mismo: porque este tal con los Mártires se alegrará, y con los Ángeles será coronado. Bienaventurado el monje que en todas las horas del día se estima por merecedor de toda objeción y confusión, Bienaventurado el que mortificó su propia voluntad hasta el fin de la vida, y entregó todo el cargo y providencia de sí su espiritual maestro; porque este tal será colocado la diestra de aquel Señor que fue obediente hasta la muerte.

El que despide de sí la reprehensión justa injusta, la vida despidió de sí: mas el que la sufre con trabajo sin trabajo, presto alcanzará perdón de sus pecados. Representa Dios en lo intimo de tu corazón la fe y cantidad sincera que tienes con tu Padre espiritual, y él secretamente le descubrirá este afecto y amor tuyo para con él; para que de ahí adelante así te ame, y trate los negocios de tu salud con mas estudio y atención.

El que siempre está aparejado para descubrir todas las serpientes de los malos pensamientos, grande muestra de fe da de sí: mas el que las encubre en lo secreto de su corazón, mal encaminado va. Si alguno quisiere examinar la caridad y amor que tiene para con sus hermanos, mire si llora en las culpas de ellos, y si se alegra en sus gracias y aprovechamiento.

El que es porfiado en llevar su parecer adelante, aunque sea verdadero, tenga por cierto que el demonio le mueve ello; y si esto hiciere tratando con sus iguales, por ventura se enmendará con la reprehensión de los mayores. Mas si esta pertinencia tuviere contra el parecer de los sabios, ya este mal no se podrá curar con sola arte humana.

El que no es humilde en las palabras, no lo será en las obras; porque el que en lo poco es infiel, también lo será en lo mucho: y este tal no hará caso de la autoridad de los mayores: y así trabajara en vano; porque no sacará fruto, sino juicio del estado de la obediencia.

Si alguno guarda su conciencia limpia, viviendo en la sujeción de la Palabra espiritual, este tal esperará sin temor la muerte, como quien espera un sueño: por mejor decir, la vida; sabiendo que hora de la muerte no tanto pedirán cuenta él, cuanto al Padre espiritual.

Si alguno sin ser forzado por obediencia recibió algún cargo administración, y en ella después, contra lo que él esperaba, se desmandó en algo, no atribuya la causa de esta culpa quien le dio las armas, sino él que las tomó. Porque habiendo recibido armas para pelear contra los enemigos, las volvió contra sí, y se atravesó el corazón con ellas. Mas si esto hizo forzado por obediencia, declarando primero su flaqueza, no se acongoje; porque si cayere no morirá.

No se como se me había olvidado, amantísimos padres, poneros delante este suavísimo pan de virtud. Vi allí algunos obedientes en el Señor, los cuales cada día les maltrataban con deshonra, injurias, ignominias, para que cuando por otra parte fuesen injuriados de veras, estuviesen ya con esta manera de esgrima y ejercicio apercibimos para recibirlas, como acostumbrados no congojarse con ellas.

El alma que siempre piensa en la confesión de sus pecados, con este freno se aparta de ellos: porque los pecados que huimos de confesar, solemos mas fácilmente cometer, como cosa que se hace oscuras y sin temor de nadie. Cuando estando nuestro Padre ausente, lo figuramos y ponemos delante de nosotros, y hacemos cuenta que está mirando nuestra manera de conversar, de hablar, de comer, y de dormir, y huimos en todas estas cosas lo que él desagradaría, entonces creamos que de verdad hemos alcanzado una libre y sincerísima obediencia. Porque los muchachos perezosos y flojos suelen holgarse de la ausencia del maestro; la cual los diligentes industriosos suelen tener por grande daño.

Pregunté uno de aquellos muy aprobados varones, cómo la virtud de la obediencia trae consigo la humildad? A lo cual me respondió: El devoto obediente, aunque tenga don de lagrimas, y aunque resucite muertos, y aunque sea vencedor en todas las batallas, todo esto piensa que alcanzó por las oraciones de su Padre espiritual; y así queda libre de la vana hinchazón de la soberbia. Porque cómo podrá gloriarse de aquellas cosas, las cuales él cree de cierto que no alcanzó por sí, sino por la ayuda de su Padre? No tiene el solitario esta manera de socorro; y por esto mas derecho tiene contra él la vanagloria, cuando le representa que por solo su trabajo alcanzó lo que tiene. Cuando el que está debajo de obediencia se escapare de los lazos (convienen saber, de la desobediencia, y soberbia) quedará perpetuo obediente y siervo de Cristo.

Trabaja el demonio contra los obedientes: unas veces por ensuciar sus cuerpos con feos humores; otras veces por hacerlos furos de corazón, mal sufridos, secos, infructuosos, amigos de comer y beber, perezosos para la oración, tentados del sueño, cerrados de entendimiento; para que viéndose así (como gente que ningún fruto saca del instituto de la obediencia) los saque de este estado, y los haga volver atrás: y no les deja mirar, que viéndose tiempos en esta sequedad y pobreza por singular disposición de Dios, se les da un gran motivo y materia de profundísima humildad.

Muchas veces fue vencido el autor de estos engaños con sufrimiento y paciencia; mas vencido este enemigo, luego detrás de él se levanta otro con otra tentación contraria esta. Porque visto he yo muchos obedientes, devotos, alegres, abstinentes, estudiosos, y fervorosos; los cuales con el favor del Padre habían alcanzado esto, y venciendo muchas batallas; los cuales acometieron los demonios, diciéndoles que ya estaban dispuestos y hábiles para ir la soledad, por lo cual podrían llegar la cumbre de la suma y suavísima quietud. Y persuadidos con este engaño, dejando el puerto seguro, se engolfaron en alta mar, y sobreviniéndoles alguna tempestad ( como les faltaba piloto que los gobernase) miserablemente fueron tragados del sucio y salobre mar. Porque necesario es que se revuelva el mar, y se turbe, y embravezca, para que así torne lanzar en la tierra toda la materia y basura que los ríos trajeron él; y así es también necesario que sea primero por muchas tempestades ejercitado y trabajado el que del mundo entra en Religión, con los ejercicios de la vida monástica y disciplina del Padre espiritual, para que de esta manera despida de sí toda la inmundicia de pasiones y propias voluntades que del mundo trajo; y de esta manera ( si diligentemente lo miramos) hallaremos que después de estas ondas y tempestades se suele seguir grande tranquilidad y bonanza. Y pasados estos ejercicios podemos ya seguramente pasar la vida solitaria.

El que en unas cosas obedece al Padre espiritual, y en otras no, parece que es semejante aquel que unas veces pone alcohol en los ojos, y otras cal. Porque ( como está escrito)[36] si uno edifica, y otro destruye, qué hace sino trabajar en vano? No quieras hijo ( que por amor de Dios obedeces) engañarte con espíritu de soberbia, revelando tus culpas al maestro debajo de otra persona; porque no puede nadie librarse de la eterna confusión sin alguna confusión, Abre, desnuda, y descubre al medico tu llaga: manifiéstala, y no te confundas. Mía es, di, esta llaga, mía es esta herida; y la causa de ella fue, no la culpa de otro, sino la mía; nadie fue autor de ella, no hombre, no espíritu, no cuerpo, ni otra cosa tal, sino mi negligencia.

Y cuando así te confesares, has de estar en la postura del cuerpo, y en la figura del rostro, y en los pensamientos, como un reo sentenciado muerte, puestos los ojos en tierra; y si fuere posible, postrado con lagrimas ante el medico y maestro, como ante los pies de Cristo. Suelen los demonios algunas veces incitarnos que no nos confesemos, lo menos que hagamos esto en nombre de otros, como acusando otros de algún pecado: los cuales en ninguna manera conviene que obedezcamos. Si, como es cierto, la costumbre puede tanto que todas las cosas penden de ella, y se van tras ellas; sin duda muy mas poderosa será en el bien que en el mal; pues tiene un tan poderoso ayudador como es Dios.

No quieras, hijo, desfallecer con el trabajo de muchos años, hasta que halles en tu alma aquella bienaventurada quietud y paz que todos caminamos. Y si al principio te ofreciste por amor de Dios de todo corazón todo genero de ignominias, no tengas por cosa indigna confesar con rostro y animo humilde todas tus culpas tu ayudador y maestro, como si las confesases Dios; porque vi muchas veces algunos reos que con miserable habito, y con la fuerza de la vehemente confesión y suplicación ablandaron la severidad del juez, y trocaron su dureza en misericordia. Por ende aquel glorioso precursor de Cristo[37], antes que bautizase los que él venían, les pedía esta humilde confesión de sus culpas, para proveer mejor en su salud.

Y no nos maravillemos si después de esta confesión somos combatidos y tentados: porque mas vale pelear con la soberbia de la carne, que con la soberbia del espíritu. No corras luego no te muevas fácilmente cuando oyes contar la vida de los padres solitarios, que llaman Anacoretas; porque tú militas en el ejército de los Mártires; y aunque te acaezca ser herido en la batalla, no luego has de salirte del ejército de los hermanos; porque entonces principalmente tenemos necesidad de medico, cuando somos heridos. Porque el que teniendo ayudador, tropezó y cayó; si este faltara, no solo cayera, mas del todo pereciera. Cuando alguna vez de esta manera caemos, luego los demonios se aprovechan de esta ocasión, instigándonos que huyamos las ocasiones, y nos vamos la soledad; para que de esta manera añada unas heridas otras.

Cuando acaeciere que nuestro medico clara y evidentemente se excusa con ignorancia insuficiencia de sus fuerzas, entonces será necesario buscar otro; porque sin ayuda del sabio medico pocos sanan. Quién podrá negar sino que el navío regido por un buen piloto, si viniese dar en una brava tormenta, del todo pereciera, si careciera de tal gobernador?

De la obediencia, como arriba dijimos, nace la humildad, y de la humildad la tranquilidad del animo. Porque el Señor, como el Profeta dice, se acordó de nosotros en nuestra humildad, y nos libró de nuestros enemigos[38].Por donde no será inconveniente decir que de la obediencia nace la tranquilidad; pues por ella alcanza la humildad, que es madre de la tranquilidad: porque la una es principio de la otra, como Moisés de la ley. Y después la hija perfecciona a la madre: esto es, la humildad a la obediencia, como María a la Sinagoga.

Merecedores son sin duda de grande pena delante de Dios los que habiendo experimentado en sus llagas la sabiduría del medico, antes de estar perfectamente curados, lo desamparan y toman otro. No quieras, hijo, huir las manos de aquel que primero te ofreció a Dios; Porque no hallarás otro en toda la vida a quien así te renuncies, como a él. No es cosa segura al soldado bisoño entrar luego en desafío: ni tampoco al Religioso novicio, que no sabe aun por experiencia la condición de las pasiones y perturbaciones de su animo, pasarse a la soledad: porque así como aquel corre peligro en el cuerpo, así ese lo padecerá en el alma. Mas vale, (dice la Escritura)[39] estar dos juntos que no uno: y así es mejor estar el hijo juntamente con el padre, para que con su ayuda y diligencia, entre viniendo la divina gracia, pueda pelear contra la fuerza de sus pasiones y mala costumbre.

Y el que priva al discípulo de esta providencia, es como el que priva al ciego de guía, y a la manada del pastor, y al niño de la providencia de su padre, y al enfermo del medico, y al navío de gobernador; lo cual no se puede hacer sin peligro de ambas las partes. Y el que sin ayuda de padre quiere pelear contra los espíritus malos, maravilla será no venir a morir a manos de ellos.

Los que al principio de la enfermedad van a curarse a casa de los Físicos, miren la calidad de los dolores que padecen; y los que van a la casa de la obediencia, miren la humildad que tienen: porque en aquellos la disminución de los dolores es señal de mejoría; y en estos el acrecentamiento de la humildad, y del menosprecio, y reprehensión de sí mismo es indicio de salud. Séate la conciencia espejo en que mires la sujeción y obediencia que tienes: porque ella te dirá verdad.

Los que viviendo en soledad están sujetos al Padre espiritual, a solo los demonios tienen por adversarios; mas los que viven en congregación, a los hombres y a los demonios. Y aquellos primeros, como tienen al maestro siempre delante, guardan con mas cuidado sus mandamientos; mas los otros, como algunas veces los pierden de vista, mas veces los traspasan; mas con todo esto si fueren diligentes y sufridores de trabajos, suplirán esta falta con el sufrimiento de las injurias, y merecerán dobladas coronas.

Con toda guarda miremos por nosotros mismos, aunque estemos en Religión; porque muchas veces acaece perderse también las naves en el puerto, especialmente aquellas que crían dentro de sí un gusano que las suele roer: que en nosotros es el vicio de la ira. Mientras estamos debajo de la mano de nuestro maestro, con sumo silencio confesemos nuestra ignorancia: y a esto nos acostumbremos: porque el varón callado es hijo de la filosofía, y comúnmente es de mucho saber. Vi una vez un Religioso súbdito arrebatar la palabra de la boca de su maestro, dando a entender que él se lo sabía todo; y desesperó de la sujeción de este, viendo que de ella sacaba mas soberbia que humildad.

Miremos con toda vigilancia, y examinemos con toda diligencia cuando y como se ha de anteponer el ministerio de los prójimos a la oración: porque no siempre se ha esto de hacer, sino cuando la obediencia o la necesidad de la caridad lo pidiere.

Mira también atentamente, cuando estás en compañía de los otros hermanos, que no quieras parecer mas santo que ellos: porque dos males haces en eso: el uno, que turbas a ellos con esta falsa y fingida apariencia; y el otro, que tú sacas de ahí soberbia y arrogancia. Procura ser en lo interior de tu animo diligente y solicito; mas no lo muestres exteriormente con el habito, o con las palabras y señales desacostumbradas. Y esto debes hacer, aunque no seas inclinado a despreciar y tener en poco los otros: mas si eres inclinado a esto, mucho mas debes trabajar por ser en todo semejante a los hermanos, y no diferenciarte vanamente de ellos. Vi una vez un mal discípulo estar delante de los hombres vanamente gloriándose de las virtudes de su maestro; y pareciéndole que ganaba honra con la hacienda ajena, sacó de ahí deshonra; porque todos se volvieron a él, y le dieron: Pues cómo tan buen árbol produjo ramo tan infructuoso?

No pensemos haber alcanzado ya la virtud de la paciencia cuando sufrimos fuertemente las reprehensiones de nuestro Padre, sino cuando constantemente sufriremos ser reprehendidos, y aun acoceados de todos los hombres: porque al Padre sufrímoslo porque lo reverenciamos, y le somos deudores de esto por el cargo que tiene de nosotros. Bebe con suma alegría las reprehensiones y escarnios que cualquier hombre te diere beber, no de otra manera que agua de vida; porque el que esto hace, te da una saludable purga con que despides de tí todo regalo y lujuria. Porque sin duda con este brebaje nacerá en tu alma una intima y profunda castidad, y la luz hermosísima de Dios esclarecerá en tu corazón.

Ninguno descuidadamente se gloríe dentro de sí mismo, cuando viere que su vida y ejemplo es notablemente provechoso la congregación de sus hermanos; porque los ladrones están mas cerca de lo que nadie piensa. Acuérdate que dijo el Señor[40]: Después que hubieres hecho todas las cosas que os mandaren, decid: Siervos somos sin provecho, lo que estábamos obligados hacer, hicimos; y cuando delicadamente examine Dios en su juicio nuestros trabajos la hora de la muerte, se verá.

El monasterio es un cielo terrenal; y por esto tales procuremos de tener los corazones, cuales los tienen los Ángeles que en el cielo sirven Dios. Algunas veces los que están en este cielo tienen los corazones como de piedra, otras como de cera; para que los unos por esta vía huyan la soberbia, y los otros se consuelen en sus trabajos. Poco fuego basta para ablandar una cera: y un poco de ignominia que se nos ofrece, llevada con paciencia, basta algunas veces para ablandar, y endulzar y quitar toda fiereza, toda la dureza, y toda la ceguedad de un corazón. Vi una vez dos que estaban secretamente escuchando, mirando los trabajos y gemidos de un Religioso que en esto se ejercitaba, pero el uno hacía esto con deseo de imitarlo; y el otro fin de que cuando se ofreciese tiempo, desdeñase de ello en público, y retrajese al siervo de Dios de su ejercicio. En lo cual verás cuan diferentes hace nuestras obras el ojo de la intención que tenemos en ellas.

No quieras ser indiscretamente callado, porque no seas desabrido los otros con la pesadumbre de tu silencio; porque (como está escrito) tiempo hay de hablar, y tiempo de callar[41]. Ni tampoco seas refalsado en tus palabras, ni querellosos criminosos cuando algo te hacen; porque esto propio de los perturbadores de la paz y la concordia. Vi algunas veces la animas parecer con una flojedad y pesadumbre de vida, y otras por una aparente gravedad: y maravilléme de ver esta variedad en los vicios; de los cuales nos son claros y manifiestos, y otros paliados con color de virtud.

El que mora en compañía de Religiosos, algunas veces no aprovecha tanto con el canto de los Salmos, cuando con la oración secreta; porque muchas veces la tensión del canto nos impide para que no alcancemos la virtud y el entendimiento de ellos. Batalla con todas sus fuerzas, y reprime sin cesar y sin cansar la imaginación inquieta y derramada, recogiéndote dentro de tí mismo en todo tiempo, y mas en el de la oración y de los oficios divinos: puesto caso que no pida Dios los que viven debajo de obediencia, oración del todo quieta, y sin ningún estruendo de pensamientos.

No te entristezcas si cuando oras el enemigo te entra sutilmente, y como ladrón secretamente te roba la atención del alma: sino esfuérzate , y confía en Dios, si haces lo que es de tu parte, que es trabajar siempre por recoger los pensamientos ligeramente corren de un cabo otro; porque los Ángeles solamente es dado estar libre de hurtos. El que secretamente está persuadido no salir de esta batalla hasta el primer punto de la vida, aunque mil muertes de cuerpo y alma le cercasen, no es tan fácilmente combatido de pensamientos y fluctuaciones; porque esas dudas interiores, y esta infidelidad y mudanza de lugares, siempre suelen parir ocasiones de peligros, y trabajos, y guerra de pensamientos.

Los que son inclinados y fáciles andar mudando lugares, viven muy errados: porque ninguna cosa suele impedir tanto el fruto de nuestro aprovechamiento, como este linaje de mudanzas, hechas con facilidad y temeridad. Si encontrares con algún medico no conocido, con alguna oficina de medicina espiritual, mira diligentemente como un caminante curioso. y examina secretamente todo lo que allí vieres: y si hallares por medio de estos oficiales y ministros algún socorro remedio para tus enfermedades, especialmente para la hinchazón de la soberbia, que tú procuras evacuar, allégate seguramente, y véndete allí por el oro de la humildad, y haz carta de venta, firmada con la mano de la obediencia, llamando por testigos los santos Ángeles, en presencia de los cuales rompe la escritura de tu propia voluntad, para que desposeído de tí; seas de aquellos que te han de curar y mejorar. Porque si dejado este lugar y sosiego por tu propia voluntad, andas de un lugar otro, ya pierdes el fruto desde contrato. Por tanto haz cuenta que el monasterio es tu monumento sepulcro; y la memoria de él te debe amonestar que ninguno sale del monumento hasta la común resurrección de todos. Y si algunos salieron, como se hizo en la resurrección de Lázaro, piensa como después murieron: y ruega tú al Señor no te acaezca tí espiritualmente lo mismo.

Cuando los flacos y perezosos sienten que les mandan cosas graves, entonces suelen alabar la virtud de la oración; mas cuando les mandan cosas fáciles, entonces huyen de ella como de fuego.

Hay algunos que estando ocupados en algún oficio ministerio por la consolación edificación del hermano, interrumpen el oficio para acudir su necesidad espiritual, y hacen bien. Mas otros hay que hacen esto por pereza, y otros también por vanagloria, diciendo que quieren darse cosas espirituales; los cuales borran el bien que hacen, con la mala intención con que lo hacen.
IV. Prosigue la misma materia de obediencia, con diversos ejemplos y documentos

Si estás en algún linaje de vida, y ves claramente que lo ojos de tu animo están del todo sin luz y sin aprovechamiento, trabaja lo mas presto que pudieres por salir de esa manera de vida, y pasar otra mas probada. Verdad es que el malo en todo lugar es malo , así como el bueno en todo lugar es bueno; puesto caso que no deje de ayudar desayudar la condición del lugar para esto.

Palabras injuriosas y afrentosas muchas veces en el mundo fueron causa de muertes y de discordias; mas en las Religiones la gula y regalo en comer y beber fue causa del prendimiento de ella. Y si tú trabajares por sojuzgar esta rabiosa señora, en todo lugar tendrás quietud y reposo; mas si ella tuviere señorío sobre tí, en todo lugar padecerás peligro.

El Señor alumbra los ojos ciegos de los obedientes para ver las virtudes de sus Maestros; y él mismo los ciega para que no vean sus defectos. Lo contrario de lo cual hace el demonio, enemigo de todo bien. Seamos, hijos, ejemplo y forma de obediencia ; el argento vivo (que llama azogue) aunque esté debajo de cualesquier otros materiales, siempre está puro y libre de cualquier mixtura sucia; así conviene que esté siempre nuestra alma, aunque se derrame y envuelva en todos los negocios de la obediencia.

Los que son cuidadosos y solícitos en la guarda de sí mismos, miren muy bien que no juzguen los descuidados y flojos, porque no sean por esto mas gravemente condenados que ellos. Porque por eso pienso que es alabado Job de justo; porque viviendo en medio de los malos, no se halla que los juzgase. Siempre hemos de trabajar por tener el animo quieto y libre de perturbaciones; pero señaladamente cuando nos ponemos cantar y orar, porque entonces principalmente trabajan los demonios para impedir nuestra ocupación por esta via.

Aquel que sin duda merece ser tenido por verdadero ministro de Dios, que teniendo el cuerpo en la tierra, y tratando con los hombres, con el amina está en el cielo por oración. Las injurias, agravios, y menosprecios en el alma del obediente son amargas como el acíbar; mas las alabanzas, y honras, y buena reputación en los que andan caza de estas cosas son dulces como la miel; pero con todo esto el acíbar purga las heces de los malos humores; mas la miel acrecienta la cólera.

Creamos seguramente los que tienen cargo de nosotros, aunque algunas veces nos manden cosas que así prima faz parezcan ser contrarias nuestro propósito y aprovechamiento; porque entonces la fe que para con ellos tenemos se examina en la fragua de la humildad; y este es el mayor argumento de la lealtad que tenemos para con ellos, si mandándonos cosas contrarias lo que esperamos, sin escrúpulo les obedecemos.

De la obediencia, como ya dijimos, nace la humildad, y de la humildad la discreción, como alta y elegantemente lo prueba el gran Casiano en el sermón que escribió de la discreción; y por la discreción se infunde en el alma una lumbre clarísima, la cual algunas veces por especial don de Dios llega conocer y prever las cosas futuras.

Quién pues no correrá con alegre animo por este camino de la obediencia, viendo que trae consigo tanta abundancia de bienes? De esta singular virtud decía aquel excelente cantor[42]: Aparejaste, Señor, por la dulzura de tu santidad, la dulzura de tu mesa y de tu presencia en el corazón del pobre; que es el verdadero obediente y humilde. Nunca jamás en toda la vida caiga de tu memoria aquel gran siervo de Dios, que en todos diez y ocho años nunca con las orejas exteriores oyó de su Maestro estas palabras: Dios te salve el cual con las interiores cada día oía del Señor; no Dios te salve que es palabra incierta, y de futuro, sino ya eres salvo.

Algunos de los desobedientes cuando ven la facilidad y blandura del Padre Espiritual, trabajan por inclinar su voluntad lo que ellos quieren. Sepan estos pues que pierden la corona de la obediencia; porque obediencia es perfecta renunciación de la propia voluntad, y de todo este artificio y fingimiento. Hay algunos que recibido el mandamiento, cuando entienden que no es conforme al gusto intención del que lo manda, no lo quieren cumplir. Y otros hay que aunque barrunten ser otra la intención, todavía obedecen simplemente las palabras. Aquí es de ver quién de estos obedeció mas perfectamente? Y parece que aquel que no miró tanto las palabras, cuanto la voluntad intención.

No es posible que el diablo sea contrario sí mismo: y esto se persuadan los que negligentemente viven en la soledad, en el Monasterio; los cuales cuando el demonio incita mudar lugares socolor de virtud, no es porque ha mudado la voluntad, sino por engañarlos mas sutilmente. Y por eso cuando somos importunamente tentados que pasemos otro lugar, tomemos esto por indicio de nuestro aprovechamiento. Porque si allí no aprovechásemos, no seriamos tan tentados del enemigo para que salgamos de allí.

No quiero ser encubridor malo, ni disimulador inhumano, callando en este lugar lo que sería maldad callar. Juan Sobbayeta, excelente varón, y de mí muy amado, me contó cosas admirables de oír, y dignísimas de contar. Y que este varón esté libre de pasiones, y lejos de toda mentira, y así en obras como en palabras limpio, yo soy de ello buen testigo, por la experiencia que de él tengo. El pues me dijo o que se sigue.

Había en mi Monasterio, que es en Asía (porque de allí había venido este santo varón) un viejo negligentísimoy muy de destemplado. Lo cual no digo yo ahora por condenarle, sino por dar testimonio de la virtud. Tenía este pues un discípulo mozo, llamado Acacio: el cual no sé en qué manera lo hubo. Era este mozo simple de animo y voluntad; pero en el seso y en la razón prudentísimo; el cual padeció tantos trabajos con este viejo, que parecerían increíbles si los quisiese contar; porque no solo lo maltrataba con injurias, deshonras, ignominias, sino con castigo de manos casi cotidiano. Mas el mozo sufría todo esto, no como inentendible, sino como quien entendía lo que esto le importaba. Pues como yo lo viese cada día en tanta miseria, y tratado como un esclavo, encontrándome con él muchas veces le decía: Qué es esto hermano Acacio, cómo te va hoy? El luego me señalaba con el dedo un ojo cárdeno hinchado; otras veces una herida en la cerviz; y otras otra en la cabeza. Y yo sabiendo que él era obrero de paciencia, decíale: Bien está, bien está; sufre varonilmente, que al cabo verás el fruto. Habiendo pues pasado nueve años debajo de la obediencia de aquel cruel y áspero viejo, falleció de esta vida, y fue sepultado en el cementerio de los Padres; pasados cinco días después de la muerte, vino este Maestro de Acacio un gran viejo que allí moraba, y díjole: Padre, Acacio es muerto. Como esto oyese el santo viejo, respondióle: Verdaderamente, Padre, no me persuadirás eso? Dijo entonces el otro: Pues ven, y verlo has. Luego se levantó el santo viejo, y fue con él al cementerio, y dio una voz, como si hablara con él cuando estaba vivo, (el cual verdaderamente vivía en el cielo) diciendo: Hermano Acacio, por ventura eres muerto? Entonces el santo obediente, que aun después de la muerte mostraba su obediencia, respondió desde el sepulcro, diciendo: Cómo puede ser, Padre, que muera hombre dado la obediencia ? Entonces aquel viejo que poco antes se llamaba su Maestro, espantado de lo que oyó, cayó en tierra lleno de lagrimas, y pidió al Abad del Monasterio le diese licencia para edificar una celda par de aquella sepultura. Y viviendo ya allí templadamente, decía siempre los padres: Homicida soy.

Otra cosa me contó este santo varón, como quien lo contaba de otro, y no era otro, sino él mismo, como después lo averigüé. Otro mancebo fue dado por discípulo en el mismo Monasterio de Asía un Monje manso y benigno. Pues como viese el discípulo que el viejo lo honraba y trataba mansamente (que es cosa peligrosa para muchos) pensando prudentemente lo que le convenía, rogó al viejo le diese licencia para irse; lo cual fácilmente alcanzó, porque el viejo tenía otro discípulo. Partióse pues de él con una carta de favor y crédito un Monasterio que estaba en la región de Ponto; y la primera noche que entró en el Monasterio, vio en visión ciertas personas que le pedían cuenta de su vida: y después de aquel terrible y temeroso examen, diéronle entender que debía cien libras de oro. Y despertando él, y entendiendo la visión, dijo: Padre Antíoco (porque así se llamaba él) grande deuda tienes acuestas, y mucho tienes que pagar. De esta manera estuve (dijo él) tres años en el Monasterio, obedeciendo todos sin diferencia, menospreciándome todos, é injuriándome como peregrino y extranjero; porque no había allí otro Monje extranjero sino yo. Pasados tres años torné otra vez ver en sueños una persona, la cual me dijo que diez libras de toda aquella suma estaban ya pagadas. En despertando, entendí, la visión y dije: No he pagado hasta ahora mas de diez libras? pues cuándo acabaré de pagar lo que queda? Entonces dije yo mí mismo: Pobre Antíoco, necesidad tienes de sufrir mas trabajos ignominias. Entonces comencé a fingirme bobo, y tonto, sin dejar por eso de cumplir alguna cosa del cargo que tenia. Y viéndome los Padres servir en tal orden, y con tal alegría, echábanme acuestas todas las mayores cargas y trabajos del Monasterio con poca piedad. Y como yo perseverase trece años en este instituto y manera de vida, vi otra vez los que antes me habían aparecido; los cuales me dijeron que toda la deuda estaba ya pagada por entero. De donde cada vez que los Padres me trataban ásperamente, luego me acordaba de esta deuda, y así lo sufría todo con paciencia. Esta historia me contó aquel Sapientísimo Juan como en persona de otro; y por eso se puso por sobrenombre Antíoco; mas verdaderamente era él mismo; el cual rompió y borró la escritura de sus deudas con el merito de la paciencia.

Ahora quiero contar cuan grande aya sido la virtud de la discreción que este santo viejo alcanzó por el merito de su obediencia. Estando él una vez asentado en el Monasterio del santo Saba, llegáronse él tres Religiosos mozos, deseando ser discípulos suyos; los cuales, el Padre recibió en su casa con muy alegre rostro, y les hizo toda la caridad y buen tratamiento que pudo, deseando recrearlos del trabajo del camino. Pasados los tres días díjoles el viejo: Perdonadme, hermanos, porque soy un mal hombre, y no puedo recibir a ninguno de vosotros. Ellos no se escandalizaron con esto; porque conocían bien la santidad y obras del viejo. Pero como después de muchos ruegos no pudiesen acabar con él que los recibiese, postrados ante sus pies le pidieron que lo menos les diese una regla de vivir, y enseñase el lugar y como hubiesen de morar. Otorgoles esto el viejo, porque sabía que pedían esto con animo humilde y aparejado para obedecer. Y así dijo al uno de ellos: Quiere el Señor, hijo, que vivas en lugar solitario, debajo de la sujeción de algún Padre espiritual. Al otro dijo: Ve y vende tus propias voluntades, y ofrécelas a Dios, y tomando tu Cruz a cuestas vive en algún Monasterio de Religiosos, y así tendrás un tesoro guardado en el cielo. Al tercero dijo: Escribe en tu corazón y abraza perpetuamente con toda eficacia aquella palabra del Salvador que dice:[43] El que perseverare hasta la fin será salvo y si te fuere posible, ve y busca una guía y Maestro de tus ejercicios, el mas áspero y mas pesado que pudieres hallar en todo linaje de los hombres, debajo del cual persevera, bebiendo siempre reprehensiones y menosprecios como leche y miel. Al cual respondió el Religioso: Padre y si este fuere negligente, qué haré? Respondió él: Aunque lo veas fornicar, no te apartes de él sin vuelve tí mismo, y dic: Amigo, qué veniste? y luego verás deshacerse con esto la hinchazón de tu soberbia, y amansarse el furor de tu ira.

Trabajemos con todas fuerzas todos los que tenemos Dios, porque no se pegue alguna malicia, astucia, aspereza, maldad en la escuela de la virtud, por las cuales cosas se impida nuestra carrera; porque suele esto muchas veces acaecer, procurándolo así nuestro adversario. Porque los enemigos del Rey no se arman contra los labradores, marineros, personas tales, sino contra aquellos que han sido armados caballeros por el Rey, y han recibido de él el escudo, y la espada, y el arco, y la vestidura militar; contra estos tales se encruelecen, y estos procuran dañar; y por esto no debe el varón Religioso descuidarse.

Vi muchas veces algunos niños de maravillosa simplicidad y hermosura ir las escuelas estudiar, y aprender sabiduría; los cuales en lugar de esto sacaron astucia y malicia, que se les pegó de la mala compañía de los otros. El que tiene juicio, lea y entienda esto. Imposible es que los aprenden una arte con todo estudio y diligencia, no aprovechen en ella cada día: mas unos hay que conocen su aprovechamiento: y otros que por dispensación de Dios no lo conocen. Muy buen cambiador mercader es aquel que cada día por la tarde cuenta sus perdidas y sus ganancias: lo cual no se puede bien saber, si cada hora no apuntare en un memorial todas sus faltas; porque cuando esto se hace todas las horas del día, fácilmente se conoce por así toda la cuenta del día.

El loco cuando es reprehendido y condenado, afluyese y congojase por poner silencio al que le reprehende: postrado sus pies pide perdón, no por humildad, sino por ahorrar trabajo. Mas tú cuando fueres reprehendido, calla y recibe ese cautiverio de tu alma: por mejor decir, esa lumbrera de castidad; y cuando el Medico acabare de quemar, entonces humildemente le ruega que te perdone: porque en medio del fervor de la reprehensión por ventura no aceptará tu penitencia.

Los que vivimos en los Monasterios, todas las horas nos conviene pelear; pero especialmente contra dos enemigos; conviene saber, ira, y gula; porque estos dos vicios tienen mas lugar en la compañía que en la soledad. Suele el demonio los que viven en la humildad de la sujeción causar un deseo grande de las virtudes que no pueden alcanzar: y por el contrario, los que viven en soledad hace desear otras virtudes ajenas y que no pertenecen su propósito.

Examina diligentemente el animo de los malos súbditos, y hallarás en ellos un pensamiento derramado y engañado, un gran deseo de soledad, y de grandes ayunos, y de continua oración, y de sumo menosprecio del mundo, y de una perpetua memoria de la muerte, y de continua compunción, y de perfecta mortificación de la ira, y del altísimo silencio, y excelentísima castidad. Las cuales cosas les hace el demonio algunas veces desear, para que so color de este bien los haga pasar la vida solitaria, no estando aun maduros y dispuestos para ella. Por lo cual el mismo demonio les hizo desear estas cosas antes de tiempo, para que no perseverasen en la compañía del Monasterio, ni alcanzasen esto cuando fuese tiempo.

Mas por el contrario, los que viven vida solitaria, pone delante la gloria de los obedientes, el cuidado de los huéspedes y peregrinos, el amor de los hermanos, la dulzura de la conversación familiar, el servicio de los enfermos, y otras cosas que no pertenecen tanto su estado, para hacer también estos instables como los otros. Pocos sin duda son los que viven como conviene en la soledad: y solos aquellos son, que notablemente son recreados con la divina consolación para el sufrimiento de los trabajos, y para victoria de las batallas.

Para acertar escoger Maestro conviene examinar la calidad de tus pasiones inclinaciones: si te sientes inclinado lujuria y deleites de cuerpo, busca un Padre que no sepa qué cosa es tener cuenta con el vientre, y no que haga milagros, ni que esté aparejado para recibir siempre huéspedes es casa; porque no se te haga esta hospedería materia y ocasión de gula. Si eres duro de cerviz y soberbio, busca Padre ferviente y duro, no manso ni blando.

No busquemos Padres que con espíritu profético alcancen las cosas advenideras: mas principalmente los escojamos humildes, y tales que sus costumbres y habitación sea conveniente para la cura de nuestras enfermedades. Trabaja por imitar aquel justo Abaciro, de quien arriba hicimos mención; porque este es muy buen medio para obedecer prontamente, si pensares dentro de tí que el Padre que el Padre te quiere probar en todas las cosas; porque nunca en esto te engañarás.

Siendo continuamente reprehendido del Padre, si mientras mas te reprehende, mas te sientes en tu alma con él, conjetura es muy grande que el Espíritu Santo mora en tí invisiblemente, y que la virtud del altísimo te hace sombra. No te gloríes ni alegres si sufres con paciencia las ignominias; sino antes llora porque hiciste cosas dignas de ignominia, y indignaste contra tí el animo del Padre.

* Una cosa te quiero decir, de que te maravilles: y mira no dudes de ella; porque tengo Moisés por defensor de esta sentencia. Aunque sea verdad que de su naturaleza sea mayor culpa pecar contra Dios, que contra el hombre; pero de alguna manera se puede decir que es mas peligroso pecar contra el Padre espiritual, que contra Dios. Porque si provocamos Dios ira, nuestro Padre le aplacará; como hizo Moisés Dios cuando el pueblo pecó contra el mismo Dios[44]: mas si ofendemos a nuestro Padre, no tenemos quien nos reconcilie con Dios; como lo hizo el mismo Moisés, cuando contra él pecaron Datán, y Abirón[45]: los cuales perecieron por falta de reconciliador.

Miremos y examinemos con mucha atención y vigilancia qué es lo que debemos hacer en cada tiempo; porque algunas veces cuando somos reprehendidos de nuestro Pastor, nos conviene calla y sufrir alegremente; y otra veces conviene dar razón de lo que hicimos. A mí paréceme que debemos siempre callar en todas las cosas que redundan en alguna ignominia nuestra; porque entonces es tiempo de ganar: mas en las cosas que redundan en injuria de otro, conviene dar razón, por la obligación que esto nos pone el vinculo de la paz y de la caridad.

Todos aquellos que se salieron de la obediencia, te podrán muy bien declara la utilidad de ella: porque entonces pudieron muy bien conocer el cielo donde estaba, cuando se vieron fuera de él. Aquel que camina Dios, y procura alcanzar la perfecta quietud del alma, tenga por gran detrimento pasársele algún día sin sufrir alguna ignominia palabra áspera. Porque así como los árboles que son muy combatidos de grandes vientos echan siempre mas hondas las raíces; así los que están debajo de obediencia tienen las raíces de la virtud mas profunda, por los combates que siempre padecen. El que morando en soledad, y no siendo hábil para ella, conoció su inhabilidad, y se entregó la obediencia; este tal, siendo ciego, abrió los ojos, y sin trabajo vio a Cristo, estad, estad, otra vez tornó decir[46]: estad hermanos, los que corréis y los que lucháis, oyendo lo que aquel sabio de vosotros dice[47]: Así como el oro, examinó el Señor los justos en la fragua: mejor decir, en los trabajos de la vida Monástica, y recibiólos en su seno así como un perfecto holocausto.
Anotaciones sobre el capitulo precedente, del V. P. M. Fr. Luis de Granada

En este capitulo habrás notado, Cristiano Lector, cuan alto sea el estado de la obediencia, cuan segur, y de cuanto merecimiento; porque entre otras excelencias que tiene, una de ella es, como dice Santo Tomás[48]: que las obras comunes de las otras virtudes morales las hace obras de Religión, que es la mas excelente de todas ellas: porque cumplir el hombre el voto y la promesa que hizo Dios, pertenece esta soberana virtud: libra también al hombre de infinitas perplejidades y congojas; porque lo menos ya está cierto que no puede errar el hombre en obedecer: pues obedecer al hombre que está en lugar de Dios, es obedecer al mismo Dios; según aquello que el mismo dice[49]: Quien vosotros hoy, mi oye: y quien vosotros desprecia, mi desprecia. y esta certidumbre no la tiene el hombre en todas las otras obras buenas que hace, por no saber de cierto, ya que la obra sea buena, si es dado él entender en ella; porque no es de todos hacer todo lo que es bueno, especialmente cuando excede nuestras fuerzas; como es la obra de enseñar. de tener cargo de otros, &c. Por donde dice un grave Doctor que mas quería él coger pajas del suelo por obediencia, que entender en otras obras grandes por su propia voluntad.

Mas con todo esto no deben tomar de Aquí ocasión las mujeres devotas que viven en el mundo, para dar la obediencia tan estrechamente sus Padres espirituales y Confesores, que no quieren dar un paso son ellos. Porque aunque esto de suyo sea bueno, (y tales podrían ser las circunstancias, así de la edad como de los otros requisitos para esto, que fuese conveniente hacerse) mas con todo esto, si algunas de ella faltasen , podía el demonio so color de virtud hacer lo que siempre hace (cuando estas amistades son muy estrechas) que es encender con un soplo los carbones[50], y dar malos y desastrosos fines lo que se comenzó con buenos principios. Por esto nadie se debe poner en este peligro (que es muy grande y muy colorado) aunque no por esto se excluye en tomar consejo en cosas graves y escrupulosas con los Padres espirituales; porque sin este pocas cosas suceden bien.

También Aquí podrás notar una provechosísima y muy loable costumbre que tenia los Padres en aquel tiempo en que tanto florecía la disciplina de la vida Monástica, que rea probar y ejercitar los que de nuevo venían la Religión, con muchas maneras de reprehensiones, castigos, vejaciones, y trabajos. Y esto hacían , no un año ni dos, sino muchos años: con las cuales cosas ejercitaban, y hacían aprovechar en la devoción, y en el fervor del espíritu, y en la virtud de la humildad, y de la obediencia, y de la mortificación de las pasiones, y abnegación de sí mismo, y señaladamente en la paciencia, que es la que mas descubre la fineza de la virtud y de la discreción. Pluguiese Dios que esto también se platicase ahora en nuestros tiempo; porque de esta manera muy mas puro y acendrado sería lo que en las Religiones. Lo cual tanto mas convenía hacerse ahora, cuanto mas dificultoso es en estos tiempos expeler de la Religión al que ya una vez recibisteis.

Y se preguntareis qué ocasión había entonces para tantas maneras de ignominias y vejaciones como Aquí se piden; pues dice Santo Doctor que tenga el religioso por grade detrimento pasarse algún día sin sufrir algo de esto; puedes responder Aquí que en aquel tiempo una de las maneras Religiosas de vivir había, según arriba se dijo, era estar dos discípulo una, debajo de la disciplina y corrección de un Padre viejo, al cual también le servían en todos los servicios de la casa, de la manera que un siervo sirve su Señor. Por donde así como el Señor cada paso tiene ocasión para reñir, y reprender, y castigar a su siervo, por no hacer las cosas tan su voluntad; así también aquellos Maestros tenían esta misma ocasión muchas veces al día. Y así unos por la aspereza de su natural condición, y otros por ejercicio de virtud, usarían de estas ocasiones para tratar ásperamente sus discípulos. Y por ser esto cosa muy ordinaria en aquel tiempo, era necesario que nuestro autor cargase tanto la mano, encareciendo y encomendando la virtud de la paciencia; así para que el discípulo no cayese con la carga y volviera atrás, como para no perder materia de tan grande aprovechamiento com esta es. Y dado caso que en nuestros tiempos no tengan los Religiosos esta ocasión de virtud tan frecuente; mas pueden la tener los Novicios con sus Maestros, y los siervos con sus Señores, y las mujeres con sus maridos, cuando son ásperos y mal acondicionados: porque el sufrimiento de estas cosas; demás de ser de grande merecimiento, es ocasión de grandisimo aprovechamiento. Y así he visto yo por experiencia algunas mujeres casadas, que por este medio subieron un muy alto grado de perfección mas de los que nadie podrá creer.

También por la doctrina de este capitulo, y aun de todo este libro, entenderás bien cuanto ,as robusta era la virtud de aquellos tiempos que la de estos; porque ahora lo que mas se platica es tener una lagrima, un poquito de gusto de Dios, y algún poco de oración, algún otro espiritual ejercicio: y esto es lo que mas se extiende la virtud de muchos. Y aunque la oración sea tan provechosas y tan loable como es; mas no ha de ser sola, sino acompañada con el ejercicio de las otras virtudes, y especialmente con la mortificación de la propia voluntad, y de las otras pasiones: para lo cual ella principalmente sirve. porque así como para labrar el hierro no basta ablandarlo con el calor de la fragua: si no acudimos con el golpe del martillo para darle la figura que queremos; así no basta ablandar nuestro corazón con el calor de devoción, sino agudizamos con el martillo de la mortificación, para labrar en nuestra alma, y quitarle los siniestros que tiene, y figurar en ella las virtudes que ha menester.

En lo cual parece que en aquellos tiempos estuvo la disciplina de la virtud com en juventud, y que ahora está en su vejez, como en mundo que se envejece; pues entonces extendía sus manos cosas fuertes; y ahora rehúsa estas, se da menos ellas: pues vemos el día de hoy tan poco de esta mortificación en los estudiosos de la virtud, andando buscando cosas que sean de menos trabajo, y de mas gusto y deleite: por donde con mucha razón exclamó Salomón en el principio de aquel su Abecedario, diciendo[51]: Mujer fuerte quién la hallará? Fuerte para vencer la naturaleza, para domar la carne, para quebrantar la propio voluntad, para crucificar las pasiones, para romper con el mundo, para reírse de sus juicios, y confiar en los peligros, para no levantarse con las cosas prosperas, ni enflaquecerse con las adversas, y para andar siempre solicito, fervoroso y diligente en todas las cosas del servicio de Dios, y bien de los prójimos, olvidando de su propio interés: esta manera de fortaleza quien hallará? esta manera de espíritu de vida adónde está? No se halla esta mercaduría tras cantón, ni en cada tiendo, sino de muy lejos es el precio de ella. Pues esta es la manera de virtud que en aquellos tiempos se usaba, y platicaba, que en los de ahora corre menos.

[25]Psalm. 54

[26]Psalm. 31

[27]Efes. 4

[28]Cor. 13

[29]2 Tim. 4

[30]Rom. 8

[31]Filip. 4

[32]Joan. 13

[33]Psalm. 132

[34]Psalm 93

[35]Psalm 70

[36]Eccl. 34

[37]Matt. 3; Marc. 1

[38]Psalm. 135

[39]Eccl. 4

[40]Luc. 17

[41]Eccl. 3

[42]Psalm. 67

[43]Matth. 10

[44]Ejod. 32

[45]Num. 16

[46]Prov. 17

[47]Sap. 3

[48]2.2. cuaest. 140. art. 3.

[49]Luc. 10

[50]Job. 41

[51]Prov. 31

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