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"A MIS SACERDOTES" DE CONCEPCIÓN CABRERA DE ARMIDA. CAP. LXXX: El amor y el Espíritu Sánto


Mensajes de Nuestro Señor
 Jesucristo a sus hijos predilectos.







LXXX




EL AMOR Y EL ESPÍRITU SANTO 










"Yo necesité solo una cosa para establecer mi Iglesia en la tierra sobre un fundamento indestructible.  ¿Y cuál fué?  -El amor, sólo el amor; porque mi Iglesia debía fundarse  y crecer en el amor y por el amor, que es su corazón, sus arterias, su alma y su vida: el Amor, es decir, el Espíritu santo todo amor.

Por eso hice aquellas preguntas memorables que se recordarán en todo los siglos, al que iba a ser Jefe supremo de mi Iglesia amada y que repercuten aún el el corazón de todos los Papas. "¿Me amas más que éstos?" Y asegurado mi Corazón de Dios-hombre de ese amor, entregué las almas al Pastor por excelencia que me representa en la tierra; entregué, por decirlo así, al amor, mis amores, es decir, las almas.

¡Qué ternura tiene mi Corazón para con las almas todas! Pero hay que ahondar cómo esa pregunta ternísima que hice a San Pedro de si me amaba para entregarle al mundo redimido, no se dirigía tan solo al primer Pastor de las almas, sino también a todos los obispos y sacerdotes.

Con la Iglesia, Me entregué a Mí mismo, y en Mí, a todos los sacerdotes que la componen, desde el primero hasta el último.  Y el Papa extiende sus facultades, envueltas en amor paternal, a sus ovejas predilectas y amadas, a sus sacerdotes, que forman Conmigo y con él, un solo Jesús, Salvador de las almas.

Tres veces me aseguré de ese amor; porque sólo un alma-amor es digna de representarme, de llevar la fecundidad del Padre-Amor, la semejanza del Verbo-Amor, y de mi Espíritu Amor. Y todo este conjunto de amor une en la unidad de la Trinidad, infaliblemente, a la Cabeza de mi Iglesia militante, y en él a todos sus delegados. Todos ellos son Yo en distintas escalas y jerarquías. Porque mi Padre en el Papa me ve a Mí; y en la unidad de la Iglesia, ve a todos los sacerdotes en Mí: un solo Jesús, un solo Pastor, un solo Sacerdote, un único Salvador.

Es hermoso y divino este engrane y encadenamiento íntimo y único en el mundo de mi Iglesia amada. Y por lo divino de ella nada ni nadie es capaz de conmoverla ni de bambolearla,ni de desarticular su estructura, ni de romper su unidad. Es divino su origen, divina su fecundidad; y el hombre-Dios que habita en ella la defiende, la ampara, la sostiene, la glorifica.

Mientras sostenga a la Iglesia el amor en mi Cabeza y en sus miembros, mientras su Pastor sea Amor (que lo será siempre por la asistencia íntima del Espíritu Santo), pasará por todas las tempestades, perfidias, cismas y guerras del infierno; pero bogará sobre todos los mares de sectas y de falsas doctrinas sin conmoverse, sin hundirse.

Yo soy su Piloto; y por eso, pasarán los siglos, y llegará mi Iglesia tan pura, tan santa, tan Madre, tan todo amor y caridad, como salió de mis manos, hasta tocar las playas del cielo.

No importan las traiciones y persecuciones hasta de los suyos (que son las que más me duelen); ella proseguirá majestuosa su marcha entre mil tormentas, que sólo han servido, sirven y servirán para darle más brillo y glorificarla.

¿Quién contra Dios? Las generaciones pasan, las persecuciones se derrumban, los cismas caen, las luchas se desvanecen, y sólo mi Iglesia, hermosa y pura, santa e incomparable, llegará al fin, tan perfecta e inconmovible como la formé, apoyada en el amor que no se muda porque es divino, por el ser de unidad que la caracteriza, impregnada de amor y sólo esparciendo amor.

Ha llegado el tiempo de exaltar en el mundo al Espíritu Santo, alma de esa Iglesia tan amada, en donde esa Persona divina se derrama con profusión en todos sus actos. Esta última etapa del mundo quiero que se le consagre muy especialmente a este Santo Espíritu, que no obra sino  por el amor. Comenzó a regir a la Iglesia en su principio por tres actos de humilde amor en San Pedro; y quiero que en estos últimos tiempos se acentúe ese amor santo en todos los corazones, amando a la Trinidad; pero especialmente lo quiero en el corazón de mis sacerdotes. Es su turno, es su época, es el final amoroso de mi iglesia para todo el universo.

Por eso vuelvo a pedir que el mundo se consagre al Espíritu Santo muy especialmente, comenzando por todos los miembros de la Iglesia, a ese Espíritu que me anima, a esa tercera Persona de la Santísima Trinidad, que enlaza y unifica a la Trinidad misma, que consuma la vida de Dios; porque Dios es amor y el Espíritu Santo es el alma, es el gran motor divino de la Iglesia, su energía, su corazón, su latido, porque es el Amor.

Y el amor, la caridad, se ha resfriado en el mundo, y éste es el origen de todos los males que lamenta.  Ese  amor divino, único, se le inutiliza, se le neutraliza, se le falsifica, se le suplanta con falsos amores, con mundo y materia, que lo han alejado de los corazones. Y es preciso que vuelva, que triunfe, que cante la victoria de su Dueño y convierta almas y regenere corazones y generaciones.

Pero ¿cuál tiene que ser el principio sólido, verdadero y duradero de esta conmoción universal? ¿Por dónde debe comenzar? -Por mis sacerdotes en su transformación en Mí; esa transformación no es otra cosa que amor, y amor puro y aquilatado; porque es unión, porque acerca a la Trinidad y asimila a Dios.

Yo aseguro que si los sacerdotes todos a una, en la unidad de la Trinidad, emprenden este gran impulso santificador y divino, Satanás quedará derrocado, y la Iglesia purificada en sus sacerdotes; será éste un consuelo para la Santa Sede y un grande obsequio para mi Corazón.

Pero ¿quién facilitará esto? Sólo el Espíritu Santo contrarrestará lo material con lo divino, sólo la Persona del Amor comunicará amor; entonces todo se salvará.

Que mis sacerdotes todos, con la mano en el pecho, me contesten a la pregunta que le hice a San Pedro - "¿Me amas más que éstos?" - y que responda su corazón y se arrojen confiados al Espíritu Santo, que está pronto a derramarse en los corazones que más ama y en los que anhela explayar sus carismas, bendiciones y dones con profusión.

¡Cuánto le deben mis sacerdotes al Espíritu Santo! Pues que le prueben su gratitud, consagrándole diócesis, parroquias y templos; pero sobre todo, sus corazones, transformados en su consumación en Mí, y en Mí y por Mí, en el Padre.

Deben mis sacerdotes amar al Padre y al Verbo con el mismo amor con que el Padre y el Verbo se aman; con el mismo  Espíritu Santo. Deben amar a la Iglesia, a su vocación sacerdotal y a las almas también con el Espíritu Santo. El Corazón de María, nido purísimo del Espíritu Santo, los conducirá a Él, y con Él, su transformación en Mí será completa, será perfecta, y quedará complacido y satisfecho mi anhelo de consumarlos por fin en la unidad de la Trinidad".


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