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LA ESCALA ESPIRITUAL SAN CLÍMACO - PARTE 6 -




"LA ESCALERA DEL DIVINO ASCENSO"
DE SAN JUAN CLÍMACO


(Con anotaciones de Fr. Luis de Granada)


Capitulo IX:
Escalón nono, de la memoria de las injurias

Con mucha razón se comparan las virtudes aquella escalera que vio Jacob [87]; y los vicios con aquella cadena que cayó de las manos de San Pedro [88]. Pues las virtudes enlazadas la una con la otra ( por razón de una casualidad y consecuencia natural que tienen entre sí) hacen una perfecta escalera que nos sube hasta el cielo; mas los vicios trabados entre sí como eslabones, por esta misma orden y consecuencia que hay en ellos, hacen una espiritual cadena que tiene los hombres presos en el pecado, y los lleva hasta el infierno. Por lo cual habiendo ya declarado como el furor tiene por hija la memoria de las injurias, es razón que tratemos ahora de ella.

Memoria de las injurias es acrecentamiento del furor, guarda de los pecados, odio de la justicia, destrucción de las virtudes, veneno del alma, gusano que siempre muerde, confusión de la oración, perdimiento de la caridad, clavo hincado en el corazón, dolor agudo, amargura voluntaria, pecado perpetuo, maldad que nunca duerme, y malicia que todas las horas se comete. Este oscuro y molestísimo vicio es de la orden de los que engendran otros vicios, y son engendrados de otros (como ya dijimos) y por eso trataremos mas brevemente de él.

El que desterró de su alma la ira, desterró también la memoria de las injurias, que procede de ella; mas si el padre estuviere vivo, nunca dejará de engendrar tales hijos. Por otra parte el que conservare la caridad desterrará la ira; mas el que quisiere sustentar enemistades, muy grandes trabajos nos obliga. La mesa y convite caritativamente ofrecido muchas veces reconcilió los desavenidos; y las dádivas y presentes ablandan el corazón. La mesa curiosamente aparejada sirve para granjear amistad; mas muchas veces por la ventana de la caridad se entró la hartura del vientre; por lo cual de tal manera hemos de procurar los bienes, que no abramos la puerta para los males.

Noté una vez que la pasión del odio fue bastante para apartar unos que estaban amancebados de muchos días; de manera que la memoria de las injurias (fuera de todo lo que se podía esperar) quebró este tan fuerte vinculo de la fornicación; y maravilléme de ver como un demonio curaba otro demonio: aunque esto mas fue por dispensación de Dios (que por todas las vías encamina nuestro bien) que por obra del demonio.

Muy lejos está la memoria de las injurias del grande, y verdadero, y natural amor; mas no lo está la fornicación; porque muchas veces este amor (aunque limpio) viene degenerar y desvarar en amor no limpio. Y por eso cuando la condición de las personas es sospechosa, siempre se sede el hombre celar aun de este amor; porque muchas veces de esta manera se caza la paloma, cuando el amor sencillo y natural viene hacerse sensual.

A quien muerde la memoria de las injurias, acuérdese de las que el demonio le ha hecho, y embravézcase contra él; y el que quiere trabar enemistades, tavelas con su cuerpo, que es un enemigo falso y engañoso, y mientras más se regala, mas nos daña. Suelen los que tienen memoria de las injurias favorecerse con la autoridad de las escrituras, torciéndolas a su sentido, y pretendiendo con ellas socolor de celo defender su mal propósito. Baste para confundir a estos la oración que el Salvador nos enseñó [89] ; la cual no podremos decir si tuviéremos memoria de las injurias.

Si después de mucho trabajo no pudieres del todo desterrar esta pasión de tu animo, a lo menos trabaja con las palabras y con el rostro por mostrar a tu enemigo que te pesa de lo hecho; para que siquiera por haber tenido esta manera de disimulación con él, ayas vergüenza de no tenerle el amor que le debes; acusándote y remordiéndote con esto la propia conciencia.

Y entonces te has de tener por libre de esa enfermedad, no cuando rogares por tu enemigo, no cuando le ofrecieres dádivas y presentes, no cuando le trajeres a comer a tu mesa; sino cuando viéndole en alguna calamidad espiritual o corporal, así te compadezcas de él, y así la sientas, como si tu mismo la padecieses.

El Monje solitario que dentro de su alma guarda la memoria de las injurias, es como un basilisco que está dentro de su cueva, el cual doquiera que va lleva consigo su ponzoña. Gran remedio es para desterrar esta memoria, la memoria de los dolores de Jesús, cuando el hombre considerando aquella tan grande clemencia y paciencia, ha vergüenza de verse tal. En el madero podrido se engendran gusanos: y muchas veces en los hombres que parecen mansos y amadores de una falsa quietud, está encerrada la ira. El que esta memoria desterró de sí, alcanzará perdón; mas el que la retiene y sustenta, indigno se hace de la divina misericordia. Muy buen medio es el trabajo y la aspereza de la vida para alcanzar perdón de los pecados; mas mucho mejor es el perdón de las injurias, porque escrito está [90]: Perdonad, y seréis perdonados.

Por donde uno de los grandes argumentos è indicios de la verdadera penitencia es el olvido de las injurias: mas el que guardando las enemistades piensa que hace penitencia, semejante es a aquel que estando durmiendo sueña que corre. Alguna vez me aconteció ver a unos que saludablemente exhortaban a otros al perdón de las injurias; y teniendo ellos también que perdonar; de tal manera se movieron y avergonzaron con sus mismas palabras, que vinieron a perdonar y a curar su propia enfermedad con el remedio de la ajena. Ninguno tenga esta ciega pasión por simple y pequeño vicio; porque muchas veces llega a alterar a los espirituales varones.



[87] Genes. 28

[88] Act. 12

[89] Matth. 6

[90] Luc. 6

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