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"A MIS SACERDOTES" DE CONCEPCIÓN CABRERA DE ARMIDA. Cap. LXXXVI: El amor al Padre y la transformación


Mensajes de Nuestro Señor Jesucristo 
a sus hijos predilectos








LXXXVI



El Amor Al Padre 
Y La Transformación









"Quiero en mis sacerdotes la perfecta transformación en Mí, para que su vida entera sea un acto de amor continuado a mi Padre celestial, porque ésa fue mi vida en la tierra, y la que ellos deben continuar. Todos sus pensamientos, sus palabras, sus obras, sus anhelos, sus ilusiones, sus trabajos exteriores, su vida interior, etc., etc., debe tener en ellos un solo fin, el de glorificar a mi Padre.

Nada deben hacer mis sacerdotes, como Yo en la tierra, sin levantar antes su alma hacia mi amado Padre ofreciéndome y ofreciéndose en cada acción, sobre todo, del sagrado ministerio.  Yo le debo la vida a mi Padre, porque me engendró en el amor, y d el amor broté en el seno fecundísimo del Padre. El amor me formó en el entendimiento del Padre, en el seno del Padre, en la inteligencia infinita del Padre, nota vibrante, acorde sonoro, que llenaría de armonía a todos los siglos, y que, repercutiendo en los abismos eternos del amor, hizo brotar del amor al Verbo, eco fidelísimo de aquel sonido divino, de aquella deliciosa armonía sin precedente.  Y así el Padre con el Verbo, su eco purísimo fidelísimo y desbordante, son una misma fecunda y eterna vibración perfectísima por su unidad de substancia, de sonido, de voluntad, de esencia: una sola Divinidad en Personas distintas.

Este fue el origen del Verbo. Y desde entonces, es decir, eternamente, el Padre y el Verbo, aunque Éste proceda del Padre por la eterna generación, forma sin embargo un solo Dios en esencia y en Divinidad, y no vibran más que con un solo sonido, con una sola nota, con una única armonía celestial, al unísono en un solo sentir, y fundidos en un solo amor, y formando una sola Divinidad.

Porque las tres Personas divinas son eternas y ninguna después que otra.  Cierto que el Padre, conociéndose, engendró al Hijo; y que de ellos, por amor, procedió el Espíritu Santo; pero como las tres Personas son eternas y ninguna después de otra, todo esto fue simultáneo.  Este sublime misterio de la Trinidad, en la que viven felices las tres divinas Personas, no tuvo principio.

El amor es eterno en le Espíritu Santo que unió al Padre y al Hijo; el amor fue mi sustancia y mi vida como lo es la del Padre.  Dios es amor en sus tres divinas Personas; pero el Espíritu Santo es -por atribución- la fuente del amor, la eterna sustancia de la caridad y el centro purísimo de la unidad, el amor que funde, el amor divino en la divina Trinidad.

Pues bien, Yo nací del amor en mi Padre, y ni un instante en la tierra dejé de amarlo como Verbo; y de servirle, amarlo, invocarlo y adorarlo como hombre.

También como hombre nací del amor, engendrado por el amor en el seno de una Virgen, y dediqué todos mis latidos, desde el primero hasta el último, y mi vida entera, a honrar, a servir y a glorifica a mi Padre, a rendirle el vasallaje debido.  Mi espíritu jamás lo perdió de vista desde que encarné hasta que morí en la cruz, y lo puse en sus manos después de haber cumplido hasta la ultima tilde su amorosa y santa voluntad.

La voluntad de mi Padre que me crucificó fue amor, el más grande amor, la prueba mayor de su amor.

El haberme dado a las almas fue sólo amor, un inmenso amor.

El haber querido formar su Iglesia y hacerme el primero y eterno Sacerdote del cual todos los demás no habían sido sino figuras, fue amor de predilección infinita, ¡un inmenso amor!

El querer que en Mí se borrara el pecado, y se perdonaran todos los crímenes del mundo, para que la expiación de un Dios fuera la única que borrara las ofensas a un Dios, fue amor, un infinito amor de elección hacia su Hijo único.

Y el de constituir a todos los sacerdotes en un solo Sacerdote, en una sola víctima, en Mí; en un solo Salvador, en Mí; fue amor, es amor y será hasta el fin de los tiempos amor, y sólo amor.

Y vendrá el día en que con todos los míos venga a juzgar al mundo, con todos los sacerdotes en Mí, por su unidad en la Trinidad. Cuando como Rey triunfador, con la insignia de la Cruz, acompañado de toda esa legión de mis sacerdotes, venga a juzgar al mundo, repito, ese querer del Padre ¿acaso no es amor de predilección infinita, no es un infinito amor?

Y así será. Pero me lacera un pensamiento al ver ese último día del juicio universal para Mí presente; me hiere más que nada el tener que rechazar a sacerdotes culpables que prefirieron la tierra al cielo, las criaturas a Mí, el pecado consentido y acariciado a las eternas caricias a mi Padre, contristando así mi Corazón divino.

No quiero eso; mi Corazón de hombre y mi Divinidad rechazan por decirlo así ese pensamiento, y redoblo mis plegarias al Padre, y multiplico mis víctimas por la Iglesia en la tierra, para detener a mis sacerdotes aun en el borde del precipicio; para salvarlos con mi Sangre que sacrílegamente han pisoteado. Todavía hasta su último aliento, en el que estoy Yo presente siempre, los rocío con mi Sangre (comprada por víctimas), los muevo con mis suspiros, los conmuevo y conmoveré hasta el fin de los siglos con mi inmenso amor.

Por tanto, un elemento indispensable para que mis sacerdotes realicen su transformación en Mí y la consumen, es que hagan habitual, del día a la noche, en toda ocasión y muy especialmente en las misas, el pensamiento de mi Padre, el honrar a mi Padre, sin importarles trabajos, penas y dolores  -que el sabrá endulzarlos con su amor-; ofreciéndome y ofreciéndose en mi unión, no como mera fórmula, no tan sólo en el sacrificio incruento; sino siempre, como Yo lo hice, en todo momento y ocasión.

Jamás hice nada en la tierra, ni obré ningún milagro, ni prodigué favores, ni alivié dolencias, sin levantar antes mis ojos y sobre todo mi Corazón hacia mi Padre, para hacerlo todo por Él, para Él y en Él.  Probarle mi amor, era por decirlo así, mi pasión dominante en la tierra.

Todo lo refería a Él y sólo me preocupa a de que las almas lo conocieran y lo glorificaran. Procuré que mi vida entera fuera un solo acto continuado de gratitud amorosa hacia mi Padre celestial.  Mi comida, mi bebida, mi vida toda, con todos sus trabajos, privaciones y dolores, era sólo glorificarlo en Mi y en las almas, era sólo hacer su voluntad y gozarme en ella, aun cuando exteriormente fuera para Mí martirizadora. Todo lo superaba en Mí la amorosa y adorable voluntad de mi Padre.

Este es mi distintivo, ésta es la marca más acentuada de mi interior y de mi exterior, sacrificar todo a ese ideal de la voluntad de mi Padre en la tierra; éste es el broche de oro con que cerraba todas mis acciones  ¡la divina voluntad!

Me complací en enseñar el Padre nuestro, en el que vertí el licor suavísimo que se desbordaba de mi alma; y los siglos repetirán ese himno sublime con el que quise honrar a mi Padre y someter todas las voluntades humanas a su voluntad.

Todo esto lo he dicho para que mis sacerdotes, si se han de transformar en Mí, si quieren ser otros Yo, comiencen con todo ardor, generosidad y perseverancia a hacer lo que yo hacía; que conviertan su vida en un acto de amor al Padre que los engendró en su seno amoroso al darles la vocación y que puso en María, para no separarlos de Mí, esa fibra santa de su vocación sacerdotal, al encarnarme en Ella, y que lo honren en todos sus actos y que lo glorifiquen con una intensa vida interior; que hagan que las almas lo adoren y hagan de esa voluntad santa su ser y su vida.

No les pesará, que hagan la prueba sin desmayar ante cualquiera dificultad y sin importarles las tentaciones satánicas que el demonio les presente; Yo aseguro que éste, muy principalmente, será un gran remedio que activará su perfecta transformación en Mí.

El Espíritu Santo, uno con el Padre y el Hijo, los ayudará complacido, porque éste es el camino seguro para alcanzar esa unificación de voluntades, en la que se gloría toda la Trinidad".



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