Páginas

LA ESCALA ESPIRITUAL SAN CLÍMACO - PARTE 8 -




"LA ESCALERA DEL DIVINO ASCENSO"
DE SAN JUAN CLÍMACO


(Con anotaciones de Fr. Luis de Granada)



Capitulo XI:


Escalón undécimo, de la locuacidad, o demasiado hablar





Dijimos en el capitulo precedente cuan peligroso juicio es el juzgar a los prójimos, y como también alcanza parte de este vicio a los varones espirituales que juzgan á otros: aunque mas propiamente se podrá decir ser ellos juzgados y atormentados con su propia lengua. Ahora será razón declarar en pocas palabras la causa y la puerta por donde este vicio sale y entra.


Locuacidad es silla de vanagloria, por la cual ella se descubre y sale a plaza. Locuacidad es argumento cierto de poco saber, puerta de defracción, madre de las truhanerías, oficial de mentiras, perdimiento de la compunción, causadora de la pereza, precursor del sueño, destierro de la meditación, y destrucción de la guarda de sí mismo.


Mas por el contrario el silencio es madre de la oración, reparo de la distracción, examen de nuestros pensamientos, atalaya de los enemigos, incentivo de la devoción, compañero perpetuo del llanto, amigo de las lagrimas, despertador de la memoria de la muerte, pintor de los tormento eternos, inquisidor del juicio divino, causador de la sancta tristeza, enemigo de la presunción, esposo de la quietud, adversario de la ambición, acrecentamiento de la sabiduría, obrero de la meditación, aprovechamiento secreto, y secreta subida a Dios, según aquello que está escrito[96]: El varón justo asentarse ha en la soledad, y callará, porque levantará a sí sobre sí. El que conoce sus pecados enfrena su lengua; mas el que es parlero, aun no se ha conocido como se debe conocer. El estudioso amador de silencio llégase a Dios, y asiste siempre delante de él en lo secreto de su corazón; y así por él familiarmente alumbrado y enseñado.


El silencio de nuestro Salvador puso admiración y reverencia a Pilato que lo juzgaba; como dicen los Evangelistas[97]. La voz baja y callada, así como es conforme al animo humilde, así también es contraria y destruidora de la vanagloria. Una palabra dijo San Pedro [98], y lloró después de haberla dicho; porque se acordó de aquello que está escrito[99]: Yo dije: guardare mis caminos, para no pecar con mi lengua; y del otro que dijo[100]: Como el caer de lo alto, es caer de la propia lengua.


No quiero tratar mucho de esta materia, aunque las muchas astucias de este vicio me incitaban a ello. Hablando conmigo un gran varón (cuya autoridad valía mucho para conmigo) de la quietud de la vida solitaria, decía que este vicio se engendraba de una de estas cosas: conviene saber, o del mal habito o costumbre del mucho hablar (porque como la lengua sea un miembro corporal, siempre entiende en aquello en que esta habituada) o nace también de la vanagloria (que es amiga de hablar) y no menos también de la hartura del vientre; porque el mucho hablar siempre anda junto con el mucho comer.


Por donde muchos después que con trabajar refrenaron el vientre, fácilmente pudieron refrenar la lengua. El que se ocupa en la memoria de la muerte, corta las palabras demasiadas; y el que ha alcanzado la virtud del llanto, huye también del mucho hablar, como de fuego. El que ama la quietud de la soledad, cierra la boca; y el que huelga de salir en público, y tratar con los hombres, este vicio lo saca de su celda.


El que ha sentido ya el ardor de aquel altísimo y divino fuego del Espíritu Santo, así huye el trato y compañía de los hombres del siglo, como el abeja del humo. Porque así como el humo hace daño a las abejas, así la compañía de los hombres al propósito y espíritu del recogimiento. De pocos es hacer que el agua del río vaya derecha, si no tiene madre por do corra, y riberas que lo detengan; pero de muy pocos es detener la lengua y domar este monstruo tan poderoso.


[96]Tren. 3


[97]Joan. 19


[98]Matth. 26


[99]Psalm. 38


[100]Eccles. 20


No hay comentarios:

Publicar un comentario