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LA CARA OCULTA DE CONVIVIR SIN CASARSE




Por Noel Hornor



Millones de personas deciden convivir con su pareja en vez de casarse, creyendo que ello les traerá felicidad y una relación estable. Sin embargo, la realidad es muy diferente.

Antes se le llamaba “vivir en pecado”. Tanto así, que en algún momento Estados Unidos tuvo leyes que sancionaban esta práctica en todo su territorio. Algunos creen que el aumento de las enfermedades de transmisión sexual ha servido de freno a la revolución sexual, pero la cohabitación o convivencia (el vivir en pareja bajo un mismo techo sin casarse) es una tendencia que claramente va en aumento.

De acuerdo a las estadísticas del U.S. Bureau of the Census (Oficina del Censo de E.E.U.U.), la cantidad de parejas heterosexuales no casadas que conviven como familia se duplicó entre los años 2000 y 2010, aumentando de 3.8 a 7.5 millones. Esto marca un incremento de siete veces desde 1970, cuando, en pleno apogeo de la revolución sexual, esta cifra no alcanzaba a un millón.

La verdadera cifra hasta podría ser mayor, debido a que algunas parejas se consideran simplemente compañeros de cuarto, de casa o “nada más que amigos” que viven juntos.

Este número creciente ahora representa el 12 por ciento de las familias estadounidenses. En algunas ciudades grandes, un tercio o más de las parejas que viven juntas no están casadas.

Por sorprendente que parezcan estas estadísticas, no reflejan en absoluto el verdadero alcance del problema. Información proveniente del National Center for Marriage and Family Research (Centro de Investigación para la Familia y el Matrimonio de Estados Unidos) indica que casi el 60 por ciento de las mujeres entre los 19 y los 44 años de edad han vivido en algún momento de su vida con una pareja heterosexual sin estar casadas.

Aunque convivir sin casarse no acarrea prácticamente ningún estigma social, algunos no dejan de preocuparse por el tema. Judith Wallenstein, psicóloga e investigadora en temas de divorcio, dice: “¿Qué podemos hacer cuando . . . el modelo familiar más común hoy en día es el conformado por una pareja sin hijos, que no está casada? Estas cifras son muy alarmantes, pero como ocurre con todos los cambios sociales masivos, lo que está sucediendo nos afecta de maneras que aún no podemos dimensionar” (The Unexpected Legacy of Divorce [El inesperado legado del divorcio], 2000, pp. 295-296).

El convivir también está de moda en otras naciones occidentales. En Gran Bretaña, aproximadamente un 80 por ciento de las parejas viven juntas antes de casarse y le sigue Australia, con un 77 por ciento.

La razón que muchas parejas esgrimen para justificar su decisión de convivir es que tal práctica aumenta las posibilidades de éxito en la eventualidad de un casamiento. Sin embargo, las investigaciones al respecto han demostrado que esta idea es una falacia y que atenta contra la intención de Dios de que hombres y mujeres se unan sexualmente solo dentro de la relación matrimonial.


Causa de inestabilidad familiar

Esto es lo que revelan dichas investigaciones: “Aunque la mayoría de las teorías sobre opciones maritales predicen que la convivencia podría aumentar la estabilidad del eventual matrimonio de la pareja, la evidencia demuestra lo contrario: las parejas que conviven antes del matrimonio tienden a terminar sus matrimonios en un porcentaje mucho mayor que el de aquellas que nunca convivieron antes de casarse” (Demography, [Demografía], agosto 1995, p. 438, énfasis nuestro).

Algunos estudios afirman que la tasa de separación definitiva es 50 por ciento más alta entre las parejas que conviven, mientras que otros consideran que en realidad tal cifra asciende a más del 80 por ciento.

Una característica que distingue a los convivientes estadounidenses de los europeos es que entre estos últimos, una mayor cantidad finalmente se casa. En Estados Unidos, aproximadamente el 40 por ciento de las parejas que conviven se separan antes de casarse. Aparentemente, muchas se van a vivir juntas con la idea de casarse posteriormente. “Cierto estudio reveló que el 70 por ciento de las mujeres que se van a vivir con un hombre tienen en mente un posible matrimonio” (Ben Young y Dr. Samuel Adams, The 10 Commandments of Dating [Los 10 mandamientos del noviazgo], 1999, p. 110).

Sin embargo, no debe sorprendernos que el matrimonio no sea la prioridad de los hombres en este país a la hora de convivir con sus parejas. Muchos hombres simplemente escogen esta opción por la posibilidad de tener sexo fácil. En una encuesta sobre sexualidad entre parejas casadas y convivientes, “los hombres de las parejas que convivían eran los que demostraban el menor grado de compromiso” (Linda Waite and Maggie Gallagher, The Case for Marriage [El caso del matrimonio], 2000, p. 85).

Muchas personas que deciden vivir juntas antes de casarse demuestran que son reacias a comprometerse en una relación y quieren mantener sus opciones abiertas. Aparentemente, ellas valoran su autonomía e individualidad. Sin embargo, estos convenios transitorios de vida en común someten a cualquier niño dependiente de esta relación a una vida hogareña inestable. “Más del 25 por ciento de las mujeres solteras se encuentran conviviendo con alguien al momento de tener sus hijos, y muchas parejas que conviven tienen hijos de uniones anteriores” (p. 38).

Algunos creen, erróneamente, que los niños están bien siempre y cuando vivan en una casa con un hombre y una mujer, casados o no. Sin embargo, la evidencia no respalda esta creencia. “Los niños que viven con una pareja que convive, o con padrastros o madrastras, generalmente tienen más problemas que los niños que viven con sus padres biológicos” (The American Prospect [Lo que le espera a Estados Unidos], abril 8, 2002).

Algunas personas son convivientes en serie, es decir, viven sucesivamente con varias parejas. Sus hábitos magnifican el riesgo inherente al estilo de vida de la cohabitación. Los niños involucrados deben adaptarse a una seguidilla de parejas adultas escogidas por sus padres. El riesgo de diseminar enfermedades de transmisión sexual es también más alto en este grupo.


El “periodo de prueba” no es lo que parece ser

A pesar de estos perturbadores hechos y las cifras que los acompañan, muchos solteros aún parecen creer que el “periodo de prueba” prematrimonial es la mejor opción antes de comprometerse en matrimonio. Una encuesta de la cadena de televisión NBC reveló que “el 66 por ciento de los jóvenes entre 18 y 32 años creen que uno debería convivir antes de casarse” (Young y Adams, pp. 104-105).

Los jóvenes que alimentan ideas románticas respecto a la convivencia entre solteros deberían pensarlo dos veces. En comparación con las parejas casadas, los que conviven manifiestan mayores índices “de infidelidad por ambas partes, violencia intrafamiliar y depresión” (U.S. News & World Report [Noticias de Estados Unidos e Informe Mundial], mar. 13, 2000).

¿Cuán altas son las tasas de infidelidad sexual entre quienes conviven? “La Encuesta de Sexualidad Nacional (de los E.E. U.U.) reveló que los hombres que conviven tienencuatro veces más posibilidades que los casados de ser infieles. En cuanto a las mujeres, se concluyó que éstas en general son más fieles, pero que las que conviven tienen ocho veces más posibilidades de ser infieles que las casadas” (Waite y Gallagher, pp. 92-93).

Una significativa ventaja que el matrimonio tiene sobre la convivencia es su alto grado decompromiso emocional. Los medios de comunicación masivos con frecuencia representan el sexo fuera del matrimonio como más excitante y emocionante que el sexo en el matrimonio. Pero, la verdad es todo lo contrario. Los estudios revelan que debido a que las parejas casadas están más comprometidas, tienen un mayor nivel de satisfacción sexual.

“El compromiso emocional mejora la vida sexual . . . Por ejemplo, el sexo con alguien que uno ama literalmente duplica el placer sexual: se obtiene satisfacción no solo de la respuesta sexual de una de las partes, sino de ambas. El compromiso emocional por el otro hace que él o ella se sientan importantes.

“El desarrollo de una relación amorosa antes de tener sexo, usando las relaciones sexuales para expresar ese amor y esforzándose para satisfacer las necesidades del otro, aumenta la satisfacción. El amor y la preocupación por la otra persona desvían el enfoque en uno mismo en una relación sexual y lo encauzan hacia el otro. Paradójicamente, este enfoque exento de egoísmo hacia el sexo tiene muchas más probabilidades de producir satisfacción sexual tanto en hombres como en mujeres” (p. 89).


La devaluación del matrimonio

La explosiva tasa de convivencia actual se debe en parte a un fuerte prejuicio contra el matrimonio. Varias autoridades hablan del matrimonio como una institución que priva a los individuos de libertad y lo describen como un estado opresivo, especialmente para las mujeres. Cierto libro de educación superior afirma que “el matrimonio tiene un efecto adverso en la salud mental de las mujeres” (p. 1).

Como resultado, en algunos lugares el uso de la palabra matrimonio simplemente se considera pasado de moda. “Actualmente, en Occidente se está comenzando a ver un extraño rechazo y vergüenza ante el uso de la palabra matrimonio. The Marriage Guidance Council of Australia (Consejo Australiano de Guía Matrimonial) recientemente cambió su nombre a ‘Relaciones en Australia’; y el Britain’s Marriage Guidance Council(Consejo Británico de Guía Matrimonial) lo cambió por ‘Relaciones’” (p. 8).

Lo que se presenta como un derecho —la libertad de tener sexo fuera del matrimonio cada vez que queramos, con quien queramos y de la forma que se nos antoje— es una perversión del propósito de nuestro Creador para la humanidad y la vía segura a una profunda degradación moral. Lamentablemente, el concepto del sexo como algo especial que debe ser reservado para el matrimonio ha llegado a ser considerado anticuado para muchos solteros.

“En el breve espacio de una generación, y de manera descuidada, rápida y casual, el sexo pasó de ser un acto culminante de amor incondicional a una precondición, una prueba de ensayo para un compromiso emocional futuro” (Danielle Crittenden, What our Mothers Didn’t Tell Us: Why Happiness Eludes the Modern Woman [Lo que nuestras madres no nos dijeron: Por qué la felicidad rehúye a la mujer moderna], 2000, p. 30).

El sexo fuera del matrimonio es un pecado contra Dios: “. . . dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne” (Génesis 2:24). Dios dijo que el hombre se unirá a su mujer, no a otra persona o conviviente (Éxodo 20:14). Pero los seres humanos se niegan a admitir que el Creador mismo del hombre y la mujer sabe lo que es mejor para nosotros. Él creó la institución del matrimonio para desarrollar una relación social y moralmente saludable.

Convivir representa una amenaza a la estabilidad social. La historia demuestra que el matrimonio y la familia son el cimiento de las sociedades fuertes. Aquellos que ignoran la lección de la historia colocan su felicidad y el futuro de su nación en peligro.


FUENTE: espanol.ucg.org/

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