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IDENTIDAD SACERDOTAL - EL TESTIMONIO DE BILL ATKINSON -


Un accidente cuando era seminarista le dejó tetraplégico: 9 años después consiguió ser sacerdote.


Su ordenación fue "el último de una larga serie de milagros", según la prensa de la época. Cuando el 2 de febrero de 1974 el obispo de Filadelfia, John Krol, impuso las manos a Bill Atkinson para convertirle en sacerdote, habían pasado sólo nueve años desde que un accidente dejara al joven tetrapléjico. Fue necesaria una dispensa del Papa Pablo VI para recibir el sacramento, pero su sueño se convirtió en realidad. Y además ejerció su ministerio con cualidades notables, como una profunda fe y una aceptación humilde de las continuas cruces en que se convirtió su vida poco después de cumplir los 19 años.


La tragedia

Bill era ya entonces seminarista. Rubio y de ojos azules, guapo y atlético, era una auténtica fuerza de la naturaleza, como su hermano Al, quien como jugador de fútbol profesional ganaría la Super Bowl en 1969 con los New York Jets. Ambos habían sentido a la vez el gusanillo de la vocación sacerdotal (algo que temían los entrenadores de Al), pero finalmente fue Bill quien siguió ese camino. Nacido en Filadelfia el 4 de enero de 1946 en una familia católica de siete hermanos (tres chicos y cuatro chicas), tras graduarse en 1963 en la Monsignor Bonner High School, pasó un año como postulante agustino antes de ingresar en el noviciado de la orden en Nueva York. 

El 22 de febrero de 1965, durante un rato de recreo, Atkinson se lanzó junto con otros tres seminaristas por una colina nevada para disfrutar de un descenso de casi cuatrocientos metros. Treinta segundos después la diversion se convirtió en tragedia al estrellarse contra un árbol y machacarse la columna vertebral.

Tardaron 45 minutos en llevarle al hospital, sin mucha convicción de que sobreviviera. Durante el tiempo que estuvo ingresado su vida corrió peligro más de una vez, porque de vez en cuando dejaba de respirar. Su madre, Mary, que no se separaba de su cama ni dejaba de rezar junto a su hijo, se le acercaba entonces al oido para animarle:"Respira, Bill, tienes que respirar". Pero el chico seguía inmóvil.

Un día la fiebre le subió hasta los 42°C, tanto que los médicos incluso abrieron de par en par las ventanas al gélido invierno neoyorquino para bajársela. Y entonces despertó.

Las lesiones eran al nivel de la nuca e implicaban una irreparable tetraplejía. Estuvo 14 meses en el hospital y pasó de 86 kg a poco más de 40 kg. Cuando le dieron el alta, no podía mover brazos ni piernas y debía mantener sujeta la cabeza artificialmente para que no se le cayera.


FUENTE: entreyparaseminaristas.com/


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