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"A MIS SACERDOTES" DE CONCEPCIÓN CABRERA DE ARMÍDA. CAP. XC: FE, CONFIANZA Y GRATITUD.


Mensajes de Nuestro Señor Jesucristo
a Sus Hijos Predilectos








XC


 FE, CONFIANZA Y GRATITUD









"Antes de hacer algún bien en la tierra, siempre acostumbraba darle gracias a mi Padre de quien aquel favor y todos los beneficios vienen al mundo. Nunca excluí a mi Padre, y no digo de mi interior, -que esto para Mi hubiera sido imposible-, pero ni aun exteriormente, pues siempre refería a El toda la gloria, porque sólo Él es Bueno, Santo y Perfecto.

Y ¿qué quise con esto enseñar a mis sacerdotes que me representarían en la tierra, que estaban llamados a transformarse en Mí, a ser otros Yo en el trato con las almas, aliviando sus penas, curando sus llagas, consolándolas y levantándolas siempre?

Quise enseñarles tres virtudes capitales para poder hacer el bien y para glorificar a mi Padre: la fe, la confianza y la gratitud.  Tres elementos indispensables para atraer sobre sí mismos y sobre las almas los favores del  cielo. Así es que mis sacerdotes están obligados por su estado sacerdotal a pedir con fe viva, con esa fe que traspone las montañas, con fe sin vacilaciones, segura e impertérrita.


Están obligados a la confianza ciega y sincera en mi Divinidad. Nunca obra ordinariamente la Divinidad en un alma sin la cooperación de la fe, de la esperanza amorosa; y mientras más honda y potente es la fe, mas seguro es el éxito, más se compromete a Dios, que nada niega al que le pide con fe, al que lo llama con la confianza que da el amor.

Y la gratitud debe, en su fondo al menos y a imitación mía, adelantarse a la fe y a la confianza.

Si se fijan en mi Evangelio -en muchos pasajes, por no decir que en todos- brilla en Mí, como radiante faro que se adelanta y que domina, la gratitud hacia mi Padre.

Y ¡cómo no! se le debe tanto, ¡todo lo que es un Dios! ¿Cómo, digo, no ha de estar mi Corazón impregnado, saturado de inmensa, de imborrable y de infinita gratitud?  Le debo la vida divina, pues que me engendró eternamente, y la vida humana por el Espíritu Santo, que es su Espíritu. Por eso no lo olvidé ni un instante en la tierra; y al necesitar de la Divinidad -una misma en el Padre y en el Verbo- al llamarla en mi favor par usar de Ella, como Hijo ternísimo en cuanto hombre y reconocerlo como a Padre, le rendía adoración en el fondo de mi alma, y en mi exterior también, y me adelantaba como hombre a darle gracias, antes de recibir el beneficio, antes de emplear su omnipotencia, antes de usar de la Divinidad, y resucitando muertos, ya arrojando demonios, ya curando y obrando grandes prodigios en los cuerpos y conversiones divinas y sobrenaturales en las almas.

Sobre todo, en la Institución de la Eucaristía, en el paroxismo de mi amor, en aquella hora feliz para la humanidad en la que hice efectiva la transubstanciación y dejé mi Cuerpo en el pan y mi Sangre en el vino, quise, muy señaladamente, mirar al Padre y darle gracias anticipadas por el misterio que se iba a efectuar, de quedarme en la tierra encerrado en la Eucaristía.

Di gracias antes de consumar la unión única con el hombre, derivada de la unidad de Dios en su amor de predilección infinita y he dejado en la liturgia, como deber en el sacerdote, que antes de consagrar, al mirar al Padre, con aquella mirada pura y santa que ya he explicado, dé gracias con toda su alma, se derrita en gratitud hacia el Padre, antes de la consagración de las especies.

!Adelantar la gratitud ¡Oh, si eso hicieran las almas presa de amor hacia mi Padre, como lo estaba mi corazón!

Y todo esto no lo hice al acaso, sino con un fin de caridad, como siempre; con el santo fin de enseñar a mis sacerdotes,que serían otros Yo, la manera práctica, a la vez que divina e íntima, de complacer a mi Padre.

Deben mis sacerdotes asemejarse a mi Corazón en su manera íntima de sentir, sobre todo, respecto de mi Padre celestial, una sola cosa Conmigo y con el Espíritu Santo.  Asimilados a Mí en su fe, en su confianza y en su gratitud, con estas tres cualidades, todo lo que pidan mis sacerdotes se les concederá. Si son otros Yo, si están transformados en Mí, harán en mi nombre cosas mayores de las que Yo hice. Pero deben ser otros Yo, y adelantarse en su gratitud, siempre, siempre; que esto es adelantar la fe, sancionar la fe en una esperanza cierta, con una ilimitada confianza, que nace del amor.

Y ¿saben por qué adelantaba Yo la gratitud hacia Dios, por qué quiero que mis sacerdotes hagan suya esta hermosa práctica? -Para expiar la poca gratitud de las almas cuando reciben mis beneficios.  ¡Qué contados son los que guardan en su alma el recuerdo de mis favores!  ¡Qué difícil para tantos corazones egoístas guardar gratitud al Dios a quien todo se lo deben! 

Por eso, para expiar esa indiferencia glacial de mis beneficios, doy gracias al Padre todos los días y en todas las misas de la tierra, por conducto de mis sacerdotes; adelanto a la Majestad infinita mis acciones de gratitud, y levanto mi alma y mis ojos, en ellos, hacia el cielo, reparando las ingratitudes del mundo y -¿quién lo creyera? también ¡ay! las de los que se llaman Míos...

Porque también hay, entre mis sacerdotes, ingratos: también hay quien no tan sólo olvide, sino aun quien rechace mis favores. Y por ellos también agradecí a mi Padre por adelantado los beneficios futuros para ellos, las delicadezas sin nombre, los favores ocultos, las distinciones y predilecciones no correspondidas.



Y por eso mis actos de gratitud constantes en la Misa, en el acto más solemne de la tierra; ese acto de continua gratitud que no quise dejar de hacer por el mérito infinito que contiene, para suplir, primero, las ingratitudes de mis sacerdotes y religiosos; y después, las de todas las almas, que ni aprecian en su valor ni agradecen los beneficios de Dios.

Yo nada hice en la tierra que no tuviera extensión universal, un fin santo de caridad en bien de la humanidad entera. Soy el Redentor, soy el Reparador, soy la Víctima santa que voluntariamente se inmola, para cubrir las deficiencias y suplir las faltas de gratitud en la tierra.

Y el adelantarse a dar gracias, no es con el fin de comprometer, por decirlo así, a mi Padre, para hacer el favor; es para mostrarle el acto de fe que cree en su Poder; de esperanza o de confianza que está cierta de conseguir de la Bondad infinita lo que pide, de amor, porque la gratitud es amor, es reverencia, es adoración y encierra muchas virtudes.

Me quejo de muchos sacerdotes porque estos actos de gratitud en la Misa los hacen maquinalmente, sin penetrarse de su grandeza, de su solemnidad, y de su fin. Me quejo, porque apenas se dan cuenta, por su prisa y apresuramiento, de lo que dicen y de lo que hacen, y pierden de vista a mi Padre, y atropelladamente celebran la Misa y no piensan ni reflexionan ni agradecen lo que Yo obro por su medio en la sublimidad del sacrificio, en lo grandioso del acto salvador, glorificador y expiatorio, que hacen en mi nombre.

Por eso les llamo la atención sobre ciertos puntos esenciales y descuidados que me lastiman. Hay mucha ingratitud en el mundo; es el defecto capital de los corazones, y lo ha sido siempre. De aquellos leprosos del Evangelio sólo uno manifestó gratitud a mis beneficios. Y en mis sacerdotes, también hay ingratitud, y mucha en muchos, y hay que ponen un hasta aquí en este punto tan doloroso para mi Corazón amante.

Y no sólo quiero esta acción de gracias a mi Padre por el beneficio sin precio que va a operarse en el altar; quiero Yo, en mis sacerdotes transformados en Mí, esa acción de gracias en todos los actos principales de su vida y de su ministerio. Y a mi imitación, cuando el Espíritu Santo les inspire algún beneficio, que sobrenaturalicen sus actos y hagan que Yo en ellos, y a mi Padre en Mí, derramemos por su conducto esos favores.

Que entonces dan gracias anticipadas con fe viva, esperanza cierta, caridad ardiente, y aguarden la hora de Dios, que sin duda llegará por medio del que me representa, del sacerdote otro Yo, transformado en Mí.

Eso pido hoy, gratitud, que como digo, muy poca hay en el mundo, y es de todo punto necesaria en los míos, para que haya el equilibrio de la caridad.


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