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ALGUNOS APUNTES ACERCA DE LA VOCACIÓN SACERDOTAL


1. Una clave de la fecundidad sacerdotal: aprender a descansar

2. Lo que denota la crisis de vocaciones es una crisis de fe

3. La adoración eucarística nocturna: El culto a la Eucaristía fuera de la misa



1. Una clave de la fecundidad sacerdotal: aprender a descansar

Por: Papa Francisco | Fuente: es.radiovaticana.va

Homilía del Papa Francisco en la Santa Misa del Crisma al inicio del Triduo pascual. 2 abril 2015

«Lo sostendrá mi mano y le dará fortaleza mi brazo» (Sal 88,22), así piensa el Señor cuando dice para sí: «He encontrado a David mi servidor y con mi aceite santo lo he ungido» (v. 21). Así piensa nuestro Padre cada vez que «encuentra» a un sacerdote. Y agrega más: «Contará con mi amor y mi lealtad. Él me podrá decir: Tú eres mi padre, el Dios que me protege y que me salva» (v. 25.27).

Es muy hermoso entrar, con el Salmista, en este soliloquio de nuestro Dios. Él habla de nosotros, sus sacerdotes, sus curas; pero no es realmente un soliloquio, no habla solo: es el Padre que le dice a Jesús: «Tus amigos, los que te aman, me podrán decir de una manera especial: ”Tú eres mi Padre”» (cf. Jn 14,21). Y, si el Señor piensa y se preocupa tanto en cómo podrá ayudarnos, es porque sabe que la tarea de ungir al pueblo fiel no es fácil; nos lleva al cansancio y a la fatiga. Lo experimentamos en todas sus formas: desde el cansancio habitual de la tarea apostólica cotidiana hasta el de la enfermedad y la muerte e incluso a la consumación en el martirio.

El cansancio de los sacerdotes... ¿Saben cuántas veces pienso en esto: en el cansancio de todos ustedes? Pienso mucho y ruego a menudo, especialmente cuando el cansado soy yo. Rezo por los que trabajan en medio del pueblo fiel de Dios que les fue confiado, y muchos en lugares muy abandonados y peligrosos. Y nuestro cansancio, queridos sacerdotes, es como el incienso que sube silenciosamente al cielo (cf. Sal 140,2; Ap 8,3-4). Nuestro cansancio va directo al corazón del Padre.

Estén seguros que la Virgen María se da cuenta de este cansancio y se lo hace notar enseguida al Señor. Ella, como Madre, sabe comprender cuándo sus hijos están cansados y no se fija en nada más. «Bienvenido. Descansa, hijo mío. Después hablaremos... ¿No estoy yo aquí, que soy tu Madre?», nos dirá siempre que nos acerquemos a Ella (cf. Evangelii gaudium, 28,6). Y a su Hijo le dirá, como en Caná: «No tienen vino».

Sucede también que, cuando sentimos el peso del trabajo pastoral, nos puede venir la tentación de descansar de cualquier manera, como si el descanso no fuera una cosa de Dios. No caigamos en esta tentación. Nuestra fatiga es preciosa a los ojos de Jesús, que nos acoge y nos pone de pie: «Vengan a mí cuando estén cansados y agobiados, que yo los aliviaré» (Mt 11,28). Cuando uno sabe que, muerto de cansancio, puede postrarse en adoración, decir: «Basta por hoy, Señor», y claudicar ante el Padre; uno sabe también que no se hunde sino que se renueva porque, al que ha ungido con óleo de alegría al pueblo fiel de Dios, el Señor también lo unge, «le cambia su ceniza en diadema, sus lágrimas en aceite perfumado de alegría, su abatimiento en cánticos» (Is 61,3).

Tengamos bien presente que una clave de la fecundidad sacerdotal está en el modo como descansamos y en cómo sentimos que el Señor trata nuestro cansancio. ¡Qué difícil es aprender a descansar! En esto se juega nuestra confianza y nuestro recordar que también somos ovejas y también necesitamos del pastor, que nos ayude. Pueden ayudarnos algunas preguntas a este respecto.

¿Sé descansar recibiendo el amor, la gratitud y todo el cariño que me da el pueblo fiel de Dios? O, luego del trabajo pastoral, ¿busco descansos más refinados, no los de los pobres sino los que ofrece el mundo del consumo? ¿El Espíritu Santo es verdaderamente para mí «descanso en el trabajo» o sólo aquel que me da trabajo? ¿Sé pedir ayuda a algún sacerdote sabio? ¿Sé descansar de mí mismo, de mi auto-exigencia, de mi auto-complacencia, de mi auto-referencialidad? ¿Sé conversar con Jesús, con el Padre, con la Virgen y San José, con mis santos protectores amigos para reposarme en sus exigencias – que son suaves y ligeras –, en sus complacencias – a ellos les agrada estar en mi compañía –, en sus intereses y referencias – a ellos sólo les interesa la mayor gloria de Dios –? ¿Sé descansar de mis enemigos bajo la protección del Señor? ¿Argumento y maquino yo solo, rumiando una y otra vez mi defensa, o me confío al Espíritu Santo que me enseña lo que tengo que decir en cada ocasión? ¿Me preocupo y me angustio excesivamente o, como Pablo, encuentro descanso diciendo: «Sé en Quién me he confiado»(2 Tm 1,12)?

Repasemos un momento, brevemente, las tareas de los sacerdotes que hoy nos proclama la liturgia: llevar a los pobres la Buena Nueva, anunciar la liberación a los cautivos y la curación a los ciegos, dar libertad a los oprimidos y proclamar el año de gracia del Señor. E Isaías agrega: curar a los de corazón quebrantado y consolar a los afligidos.

No son tareas fáciles, no son tareas exteriores, como por ejemplo el manejo de cosas – construir un nuevo salón parroquial, o delinear una cancha de fútbol para los jóvenes del Oratorio... –; las tareas mencionadas por Jesús implican nuestra capacidad de compasión, son tareas en las que nuestro corazón es «movido» y conmovido. Nos alegramos con los novios que se casan, reímos con el bebé que traen a bautizar; acompañamos a los jóvenes que se preparan para el matrimonio y a las familias; nos apenamos con el que recibe la unción en la cama del hospital, lloramos con los que entierran a un ser querido... Tantas emociones… Si nosotros tenemos el corazón abierto, esta emoción y tanto afecto, fatigan el corazón del Pastor. Para nosotros sacerdotes las historias de nuestra gente no son un noticiero: nosotros conocemos a nuestro pueblo, podemos adivinar lo que les está pasando en su corazón; y el nuestro, al compadecernos (al padecer con ellos), se nos va deshilachando, se nos parte en mil pedacitos, y es conmovido y hasta parece comido por la gente: «Tomen, coman». Esa es la palabra que musita constantemente el sacerdote de Jesús cuando va atendiendo a su pueblo fiel: «Tomen y coman, tomen y beban...». Y así nuestra vida sacerdotal se va entregando en el servicio, en la cercanía al pueblo fiel de Dios... que siempre, siempre cansa.

Quisiera ahora compartir con ustedes algunos cansancios en los que he meditado.

Está el que podemos llamar «el cansancio de la gente, el cansancio de las multitudes»: para el Señor, como para nosotros, era agotador – lo dice el evangelio –, pero es cansancio del bueno, cansancio lleno de frutos y de alegría. La gente que lo seguía, las familias que le traían sus niños para que los bendijera, los que habían sido curados, que venían con sus amigos, los jóvenes que se entusiasmaban con el Rabí..., no le dejaban tiempo ni para comer. Pero el Señor no se hastiaba de estar con la gente. Al contrario, parecía que se renovaba (cf. Evangelii gaudium, 11). Este cansancio en medio de nuestra actividad suele ser una gracia que está al alcance de la mano de todos nosotros, sacerdotes (cf. ibíd., 279). iQué bueno es esto: la gente ama, quiere y necesita a sus pastores! El pueblo fiel no nos deja sin tarea directa, salvo que uno se esconda en una oficina o ande por la ciudad en un auto con vidrios polarizados. Y este cansancio es bueno, es un cansancio sano. Es el cansancio del sacerdote con olor a oveja..., pero con la sonrisa de papá que contempla a sus hijos o a sus nietos pequeños. Nada que ver con esos que huelen a perfume caro y te miran de lejos y desde arriba (cf. ibíd., 97). Somos los amigos del Novio, esa es nuestra alegría. Si Jesús está pastoreando en medio de nosotros, no podemos ser pastores con cara de vinagre, quejosos ni, lo que es peor, pastores aburridos. Olor a oveja y sonrisa de padres... Sí, bien cansados, pero con la alegría de los que escuchan a su Señor decir: «Vengan a mí, benditos de mi Padre» (Mt 25,34).

También se da lo que podemos llamar «el cansancio de los enemigos». El demonio y sus secuaces no duermen y, como sus oídos no soportan la Palabra, trabajan incansablemente para acallarla o tergiversarla. Aquí el cansancio de enfrentarlos es más arduo. No sólo se trata de hacer el bien, con toda la fatiga que conlleva, sino que hay que defender al rebaño y defenderse uno mismo contra el mal (cf. Evangelii gaudium, 83). El maligno es más astuto que nosotros y es capaz de tirar abajo en un momento lo que construimos con paciencia durante largo tiempo. Aquí necesitamos pedir la gracia de aprender a neutralizar – es un hábito importante: aprender a neutralizar – : neutralizar el mal, no arrancar la cizaña, no pretender defender como superhombres lo que sólo el Señor tiene que defender. Todo esto ayuda a no bajar los brazos ante la espesura de la iniquidad, ante la burla de los malvados. La palabra del Señor para estas situaciones de cansancio es: «No teman, yo he vencido al mundo» (Jn 16,33). Y esta palabra nos dará fuerza.

Y por último – último para que esta homilía no los canse demasiado – está también «el cansancio de uno mismo» (cf. Evangelii gaudium, 277). Es quizás el más peligroso. Porque los otros dos provienen de estar expuestos, de salir de nosotros mismos a ungir y a pelear (somos los que cuidamos). En cambio, este cansancio, es más auto-referencial; es la desilusión de uno mismo pero no mirada de frente, con la serena alegría del que se descubre pecador y necesitado de perdón, de ayuda: este pide ayuda y va adelante. Se trata del cansancio que da el «querer y no querer», el haberse jugado todo y después añorar los ajos y las cebollas de Egipto, el jugar con la ilusión de ser otra cosa. A este cansancio, me gusta llamarlo «coquetear con la mundanidad espiritual». Y, cuando uno se queda solo, se da cuenta de que grandes sectores de la vida quedaron impregnados por esta mundanidad y hasta nos da la impresión de que ningún baño la puede limpiar. Aquí sí puede haber cansancio malo. La palabra del Apocalipsis nos indica la causa de este cansancio: «Has sufrido, has sido perseverante, has trabajado arduamente por amor de mi nombre y no has desmayado. Pero tengo contra ti que has dejado tu primer amor» (2,3-4). Sólo el amor descansa. Lo que no se ama cansa mal y, a la larga, cansa peor.

La imagen más honda y misteriosa de cómo trata el Señor nuestro cansancio pastoral es aquella del que «habiendo amado a los suyos, los amó hasta el extremo» (Jn 13,1): la escena del lavatorio de los pies. Me gusta contemplarla como el lavatorio del seguimiento. El Señor purifica el seguimiento mismo, él se «involucra» con nosotros (cf. Evangelii gaudium, 24), se encarga en persona de limpiar toda mancha, ese mundano smog untuoso que se nos pegó en el camino que hemos hecho en su nombre.

Sabemos que en los pies se puede ver cómo anda todo nuestro cuerpo. En el modo de seguir al Señor se expresa cómo anda nuestro corazón. Las llagas de los pies, las torceduras y el cansancio son signo de cómo lo hemos seguido, por qué caminos nos metimos buscando a sus ovejas perdidas, tratando de llevar el rebaño a las verdes praderas y a las fuentes tranquilas (cf. ibíd. 270). El Señor nos lava y purifica de todo lo que se ha acumulado en nuestros pies por seguirlo. Y Esto es sagrado. No permite que quede manchado. Así como las heridas de guerra él las besa, la suciedad del trabajo él la lava.

El seguimiento de Jesús es lavado por el mismo Señor para que nos sintamos con derecho a estar «alegres», «plenos», «sin temores ni culpas» y nos animemos así a salir e ir «hasta los confines del mundo, a todas las periferias», a llevar esta buena noticia a los más abandonados, sabiendo que él está con nosotros, todos los días, hasta el fin del mundo» (cf. Mt 28,21). Y por favor, pidamos la gracia de aprender a estar cansados, pero ¡bien cansados!

Vaticano, 2 de abril de 2015



2. Lo que denota la crisis de vocaciones es una crisis de fe

Por: Iglesia en Valladolid | Fuente: www.agenciasic.com


Iglesia en Valladolid ha entrevistado al sacerdote Aurelio García, Rector del seminario diocesano.

-¿Cuál es la situación del seminario?

Hay que tener en cuenta que se ha producido un cambio social muy importante con respecto a décadas anteriores: en Valladolid llegó a haber hasta 30 seminaristas. Ahora son 14, una cifra que se mantiene estable.

-¿Sigue la crisis de vocaciones?

Crisis ¿con respecto a qué? Hay crisis en la vida religiosa, en la vida matrimonial,… porque en el fondo lo que se está cuestionando es esta sociedad moderna. Lo que denota la crisis de vocaciones es una crisis de fe.

-El sacerdocio ¿es una salida laboral en tiempos de crisis?

Constato que ha venido gente por esta motivación, pero no resiste el más mínimo discernimiento. Para entrar en el seminario no vale sólo la buena voluntad del que viene, hace falta un encontrarte con la Iglesia. Cuando una persona busca esto para servirse a sí mismo… ¿cómo va a ser capaz de servir a los demás? Estos no duran ni un mes.

-¿Cómo son los jóvenes que se queda?

La mayoría son personas más maduras que hace años. Suelen ser universitario, cercanos a los 30. Antes se seguía el proceso académico. Terminado el Bachillerato, se entraba en el seminario como cualquier universitario. Ahora no es lo habitual.

-¿Son personas que antes han querido vivir otras experiencias?

No hay un momento preciso para una llamada del Señor. Cuando uno entra por vocación hay una cuestión interior y un convencimiento y es difícil transmitir esa experiencia. Es como el enamoramiento. El seminario es la maduración, la confrontación de si realmente ese es tu camino o ha sido una falsa ilusión. Es un proceso de estudio, discernimiento, convivencia, encuentro, oración, reflexión…

-Pero se renuncia a mucho

Cualquier vocación de entrega y servicio a los demás exige renuncia. Como el matrimonio.

-¿Hay muchos abandonos?

Cuando había más vocaciones y era un proceso continuo había más deserciones.

-¿Qué es lo que más cuesta aprender?

El servicio, porque hay que ser muy humilde para servir a los demás.

-La teoría es fácil…

Sí, la teoría no cuesta nada, pero la práctica sí. Para servir, primero tienes que ser humilde interiormente, obediente, porque el servicio no es donde yo quiera, sino donde me manden. Humildad, obediencia y sacrificio.

-… ¿y el celibato?

El celibato no es lo que más cuesta. Hay mucha gente célibe fuera. Cuando una persona está centrada e integrada, el celibato no es lo que más cuesta. Cuesta más obedecer.

-Los casos de pederastia en la Iglesia, ¿cómo se plantean en un seminario?

Planteamos el tema de la formación, afectiva, sexual e integral. La pederastia es un síntoma, cruel y detestable, de una no integración del ser humano. Es una disfunción de la persona. Manifiesta que no hay una integrada formación afectiva.

-¿Se incide más ahora en este problema?

Nos ha llevado a no ser ingenuos y creer que lo teníamos todo trabajado, a no dar por supuesto cosas. Pero el problema de la pederastia no es sólo de la Iglesia. A ver cuándo se sacan en otros contextos, que están callados.

-¿Cómo es el sacerdote perfecto?

Un sacerdote tiene que ser «un pastor bueno». Primero, una persona que se sienta llamada por Dios, no por intereses propios, y segundo, que se entregue a la gente.



3. La adoración eucarística nocturna: El culto a la Eucaristía fuera de la Misa

Por: José María Iraburu | Fuente: www.gratisdate.org


I. La adoración eucarística

Centralidad de la Eucaristía - Reserva de la Eucaristía - La adoración eucarística dentro de la Misa - Primeras manifestaciones del culto a la Eucaristía fuera de la Misa - Aversión y devoción en el siglo XIII - Santa Juliana de Mont-Cornillon y la fiesta del Corpus Christi - Celebración del Corpus y exposiciones del Santísimo - Las Cofradías eucarísticas - La piedad eucarística en el pueblo católico - Congregaciones religiosas - Congresos eucarísticos - La piedad eucarística en otras confesiones cristianas

2. Doctrina espiritual de la adoración eucarística

Maestros espirituales de la devoción a la Eucaristía - Frutos de la piedad eucarística - ¿Deficiencias en la devoción eucarística? - Hubo deficiencias - Deficiencias del lenguaje piadoso - Deficiencias históricas - Renovación actual de la piedad eucarística - Diversas modalidades de la presencia de Cristo en su Iglesia - El fundamento primero de la adoración - Sacrificio y Sacramento - Devoción eucarística y comunión - Adoración eucarística y vida espiritual - Adoración y ofrenda personal - Adoración y súplica - Adoremos a Cristo, presente en la Eucaristía - Sagrarios dignos en iglesias abiertas - Devoción eucarística y esperanza escatológica - Los sacerdotes y la adoración eucarística - La devoción eucarística después del Vaticano II - Secularización o sacralidad


II. La Adoración Nocturna

1. Hermann Cohen, fundador de la adoración eucarística nocturna

Hermann Cohen - Una conversión eucarística - Proyecto de Hermann aprobado por Mons. de la Bouillerie - Nace la Adoración Nocturna - Obra providencial para tiempos duros de la Iglesia - Primeras vigilias de la Adoración Nocturna - El padre Hermann, carmelita - El apóstol de la Eucaristía - Jesucristo es hoy la Eucaristía

2. La Adoración Nocturna

Las vigilias de la antigüedad, primer precedente de la AN - Otros precedentes - La Adoración Nocturna en España - La Adoración Nocturna en el mundo - Naturaleza de la Adoración Nocturna - Fines principales - Fines complementarios - Vigilias mensuales - Espíritu - En 1848, hace ciento cincuenta años - Dios lo quiere

3. Las vigilias mensuales de la adoración nocturna

Importancia del Manual de la Adoración Nocturna - La Liturgia de las Horas - Esquema de una vigilia - Reunión previa - Rosario y confesiones - Vísperas - Celebración de la Eucaristía - Oración de presentación de adoradores - Turnos de vela - Laudes - Bendición final


Recopilación: es.catholic.net/


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