Páginas

LA ALEGRÍA SACERDOTAL - SANTOS HABLAN A SACERDOTES

El Dios de la Biblia no es indiferente frente al mal. Y aunque sus caminos no sean nuestros caminos, aunque sus tiempos y proyectos sean diferentes de los nuestros (cf. Is 55, 8-9), sin embargo, se pone de parte de las víctimas y se presenta como juez severo de los violentos, de los opresores, de los vencedores que no tienen piedad.





LA ALEGRÍA SACERDOTAL

Por Cardenal Eduardo Pironio († 5.II.1998)


Alegría de la perfecta asimilación del Verbo: de realizar plenamente la imagen de Cristo en la tierra, de asimilar su alma filial, sacerdotal y de víctima. De ser plenamente Cristo a los ojos del Padre. Por consiguiente, ser su permanente y sustancial glorificación.

Alegría de ser mediador: de realizar la idea fundamental de la mediación de Cristo: hundido en la Trinidad y hundido en los hombres. De ser la síntesis de la humanidad ante el Padre. Experimentar la alegría inagotable y siempre nueva de la Liturgia: de la Misa y del Breviario.

Alegría de ser ministro y dispensador, es decir, instrumento vivo de la Trinidad. No sólo representante. El ministerio sacerdotal no es una simple legación, sino una verdadera instrumentalidad viva. En la misma línea de la instrumentalidad sacramental y de la instrumentalidad física de la Humanidad de Cristo. Aunque en un plano de causas segundas: sólo la Trinidad es causa principal de la gracia; la Humanidad de Cristo es causa instrumental primera; los sacerdotes y los sacramentos son causa instrumental segunda. «La definición del ministro es idéntica a la del instrumento».

Alegría de darse siempre: de sentir que las almas lo van devorando en la caridad y que Dios mismo lo va consumiendo en el amor. Alegría de sentir que su vida va siendo fecunda, no en la medida en que aparece y brilla, sino en la medida en que se entierra y se ofrece. Alegría de saber que somos útiles cuando el Señor nos inutiliza.

Alegría del desprendimiento, de la liberación: de no pertenecerse, sino de pertenecer a la Iglesia y a las almas. De no ser dueño de sus cosas, de su tiempo, de su salud y de su vida.
Alegría de la virginidad sacerdotal: cuando la castidad es plenitud espiritual y no ausencia o represión. Es plenitud de amor y condición de verdadera paternidad. Es participación de la virginidad fecunda y luminosa del Verbo y de María Santísima.

Alegría de saberse amado particularmente por el Padre: porque el padre no ama sino a Cristo. Y el sacerdote es plena realización de Cristo.

Alegría de la cruz: porque sabemos que entonces es infaliblemente fecundo nuestro ministerio. Y en la medida de la cruz está la medida de nuestro gozo. San Ignacio Mártir escribe a los Romanos: «Oh, hermanos míos, no queráis poner obstáculos a mi felicidad, no me quitéis esta alegría».



La oración por el pueblo santo de Dios

En el Antiguo Testamento no sólo existe el libro oficial de la oración del pueblo de Dios, es decir, el Salterio. Muchas páginas bíblicas están llenas de cánticos, himnos, salmos, súplicas, oraciones e invocaciones que se elevan al Señor como respuesta a su palabra. Así la Biblia se presenta como un diálogo entre Dios y la humanidad, un encuentro que se realiza bajo el signo de la palabra divina, de la gracia y del amor.

Es el caso de la súplica que acabamos de elevar al "Señor, Dios del universo" (v. 1). Se encuentra en el libro del Sirácida, un sabio que recogió sus reflexiones, sus consejos y sus cantos probablemente en torno al 190-180 a.C., al inicio de la epopeya de liberación que vivió Israel bajo la guía de los hermanos Macabeos. En el 138 a.C., un nieto de este sabio, como se narra en el prólogo del libro, tradujo al griego la obra de su abuelo, a fin de ofrecer estas enseñanzas a un círculo más amplio de lectores y discípulos.

La tradición cristiana llamó "Eclesiástico" al libro del Sirácida. Este libro, al no haber sido incluido en el canon hebreo, terminó por caracterizar, junto con otros, la así llamada "veritas christiana". De este modo, los valores propuestos por esta obra sapiencial entraron en la educación cristiana de la época patrística, sobre todo en el ámbito monástico, convirtiéndose en una especie de manual de conducta práctica de los discípulos de Cristo.


2. La invocación del capítulo 36 del Sirácida, que la Liturgia de las Horas utiliza como oración de Laudes en una forma simplificada, está estructurada siguiendo algunas líneas temáticas.

Ante todo, encontramos la súplica a Dios para que intervenga en favor de Israel y contra las naciones extranjeras que la oprimen. En el pasado, Dios mostró su santidad castigando las culpas de su pueblo, dejando que cayera en manos de sus enemigos. Ahora el orante pide a Dios que muestre su gloria castigando la prepotencia de los opresores e instaurando una nueva era con matices mesiánicos.

Ciertamente, la súplica refleja la tradición orante de Israel y, en realidad, está llena de reminiscencias bíblicas. En cierto sentido, puede considerarse un modelo de plegaria, adecuada para los tiempos de persecución y opresión, como aquel en el que vivía el autor, bajo el dominio, más bien duro y severo, de los soberanos extranjeros siro-helenísticos.


3. La primera parte de esta oración comienza con una súplica ardiente dirigida al Señor para que tenga piedad y mire (cf. v. 1). Pero inmediatamente la atención se desplaza hacia la acción divina, que se pondera con una serie de verbos muy sugestivos: "Ten piedad (...), mira (...), infunde tu terror (...), alza tu mano (...), muéstrate grande (...), renueva los prodigios, repite los portentos (...), exalta tu mano, robustece tu brazo (...)".

El Dios de la Biblia no es indiferente frente al mal. Y aunque sus caminos no sean nuestros caminos, aunque sus tiempos y proyectos sean diferentes de los nuestros (cf. Is 55, 8-9), sin embargo, se pone de parte de las víctimas y se presenta como juez severo de los violentos, de los opresores, de los vencedores que no tienen piedad.

Pero su intervención no está encaminada a la destrucción. Al mostrar su poder y su fidelidad en el amor, puede despertar también en la conciencia del malvado un sentimiento que lo lleve a la conversión. "Sepan, como nosotros lo sabemos, que no hay Dios fuera de ti, Señor" (v. 4).


4. La segunda parte del himno abre una perspectiva más positiva. En efecto, mientras la primera parte pide la intervención de Dios contra los enemigos, la segunda no habla ya de los enemigos, sino que invoca los favores de Dios para Israel, implora su piedad para el pueblo elegido y para la ciudad santa, Jerusalén.

El sueño de un regreso de todos los desterrados, incluidos los del reino del norte, se convierte en el objeto de la oración: "Reúne a todas las tribus de Jacob y dales su heredad como antiguamente" (v. 10). Así se solicita una especie de renacimiento de todo Israel, como en los tiempos felices de la ocupación de toda la Tierra prometida.

Para hacer más apremiante la oración, el orante insiste en la relación que une a Dios con Israel y con Jerusalén. Israel es designado como "el pueblo que lleva tu nombre", "a quien nombraste tu primogénito"; Jerusalén es "tu ciudad santa", "lugar de tureposo". Luego expresa el deseo de que la relación se vuelva aún más estrecha y, por tanto, más gloriosa: "Llena a Sión de tu majestad, y al templo, de tu gloria" (v. 13). Al llenar de su majestad el templo de Jerusalén, que atraerá hacia sí a todas las naciones (cf. Is 2, 2-4; Mi 4, 1-3), el Señor llenará a su pueblo de su gloria.


5. En la Biblia el lamento de los que sufren no desemboca nunca en la desesperación; al contrario, está siempre abierto a la esperanza. Se basa en la certeza de que el Señor no abandona a sus hijos; él no deja que caigan de sus manos los que ha modelado.

La selección que hizo la Liturgia omitió una expresión feliz en nuestra oración. En ella se pide a Dios: "Da testimonio a tus primeras criaturas" (v. 14). Desde la eternidad Dios tiene un proyecto de amor y salvación destinado a todas las criaturas, llamadas a ser su pueblo. Es un designio que san Pablo reconocerá "revelado ahora por el Espíritu a sus santos apóstoles y profetas (...), designio eterno que Dios ha realizado en Cristo, Señor nuestro" (Ef 3, 5. 11). 23.I.2002




...del Obispo de Roma... ...del presbiterio de Roma...

Es importante detenernos en el hecho de que realmente el Sucesor de Pedro, el ministerio de Pedro, garantiza la universalidad de la Iglesia, trasciende los nacionalismos y otras fronteras que existen en la humanidad de hoy, para ser realmente una Iglesia en la diversidad y en la riqueza de tantas culturas.

Vemos también cómo las demás comunidades eclesiales, las demás Iglesias advierten la necesidad de un punto unificador para no caer en el nacionalismo, en la identificación con una cultura determinada, para ser realmente abiertos, todos para todos y para verse casi obligados a abrirse siempre hacia todos los demás. Me parece que éste es el ministerio fundamental del sucesor de Pedro: garantizar esta catolicidad que implica multiplicidad, diversidad, riqueza de culturas, respeto de las diferencias y que, al mismo tiempo, excluye absolutizaciones y une a todos, les obliga a abrirse, a salir de la absolutización de lo propio para encontrarse en la unidad de la familia de Dios que el Señor ha querido y de la que es garantía el sucesor de Pedro, como unidad en la diversidad.

Naturalmente, la Iglesia del sucesor de Pedro debe llevar, con su obispo, este peso, esta alegría del don de su responsabilidad. En el Apocalipsis el obispo aparece de hecho como ángel de su Iglesia, es decir, como la incorporación de su Iglesia, a la que debe responder el ser de la misma Iglesia. Por tanto la Iglesia de Roma, junto con el sucesor de Pedro y como Iglesia particular suya, debe garantizar precisamente esta universalidad, esta apertura, esta responsabilidad para la trascendencia del amor, este presidir en el amor que excluye particularismos.Debe también garantizar la fidelidad a la Palabra del Señor, al don de la fe, que no hemos inventado nosotros sino que realmente es el don que sólo podía venir del mismo Dios. Este será siempre el deber, pero también el privilegio, de la Iglesia de Roma, contra las modas, contra los particularismos, contra la absolutización en algunos aspectos, contra herejías que son siempre absolutizaciones de un aspecto. También el deber de garantizar la universalidad y la fidelidad a la integridad, a la riqueza de su fe, de su camino en la historia que se abre siempre al futuro. Y junto con este testimonio de fe y de universalidad, naturalmente debe dar ejemplo de caridad.

Nos lo dice san Ignacio, identificando en esta palabra algo enigmática, el sacramento de la Eucaristía, la acción de amar a los demás. Y esto, volviendo al punto anterior, es muy importante: es decir, esta identificación con la Eucaristía que es ágape, es caridad, es la presencia de la caridad que se nos dio en Cristo. Debe ser siempre caridad, signo y causa de caridad en la apertura hacia los demás, en la entrega a los demás, de esta responsabilidad hacia los necesitados, hacia los pobres, hacia los olvidados. Es una gran responsabilidad.

Al hecho de presidir la Eucaristía le sigue el hecho de presidir en la caridad, que puede ser testimoniada sólo por la misma comunidad. Éste me parece que es el gran deber, la gran pregunta para la Iglesia de Roma: ser realmente ejemplo y punto de partida de la caridad. En este sentido preside en la caridad.

En el presbiterio de Roma somos de todos los continentes, de todas las razas, de todas las filosofías y de todas las culturas. Estoy contento de que precisamente el presbiterio de Roma expresa la universalidad, en la unidad de la pequeña Iglesia local la presencia de la Iglesia universal. Más difícil y exigente es ser también portadores del testimonio, de la caridad, del estar con los demás con nuestro Señor. Podemos sólo rezar al Señor para que nos ayude en cada parroquia, en cada comunidad, y que todos juntos podamos ser realmente fieles a este don, a este mandato de presidir en la caridad.

...[...]...

...transcripción del interesante diálogo que el Papa mantuvo con los párrocos de la diócesis de Roma, en el encuentro celebrado el pasado jueves 26 de febrero 2009, y que ha hecho público la Santa Sede.

© Copyright 2009 - Libreria Editrice Vaticana]


+++ 

El pastor afanoso procura sus ovejas...

Carta Abierta a los Rectores de Seminarios

Por el p. Flaviano Amatulli Valente (fundador de los Apóstoles de la Palabra)

México, D.F., a 30 de abril de 2007. 


Muy señores míos: 


Permítanme dirigirme a ustedes con todo el respeto que se merecen para compartir algunas inquietudes acerca de la formación, que actualmente se está impartiendo en los seminarios. Tratándose de un asunto de suma importancia para el bien de la Iglesia, creo que todos tenemos el derecho y el deber de dar nuestro aporte concreto con miras a mejorar las cosas. 

Dice un refrán: "Cuando el río suena, es que agua lleva". Y vaya que, por lo que se refiere al seminario, el río suena y bastante. Para cualquier asunto relacionado con el comportamiento de los presbíteros, se oye decir: "¿Es esto lo que les enseñaron en el seminario?". En realidad, en la conciencia del pueblo católico existe una profunda convicción acerca del papel trascendental, que juega el seminario en orden a la formación de sus futuros presbíteros y en general en orden a todo el quehacer eclesial. 

Estando así las cosas, si queremos poner la Iglesia al día (aggiornamento), no podemos prescindir del seminario. Al contrario, ahí está la clave de todo. Algo que el pueblo católico percibe perfectamente bien y reclama a gritos. Por lo tanto es urgente que todos colaboremos con nuestro granito de arena para que el seminario esté en grado de desempeñar realmente el papel que le corresponde en la Iglesia, formando adecuadamente a los que un día tendrán la misión de guiar al pueblo de Dios por el camino de la salvación. 

Para lograr esto, lo primero que hay que hacer, es definir la perspectiva correcta en que hay que formar al futuro presbítero. En realidad, de ahí depende todo lo demás. En concreto, ¿cuál tendría que ser el papel prioritario del presbítero en la Iglesia? ¿El de sacerdote o de pastor? De la respuesta que se dé a esta pregunta, depende todo lo demás.

Pues bien, en la práctica parece que hasta la fecha se haya privilegiado el papel de sacerdote en detrimento del papel de pastor. Fácilmente se puede notar cómo la máxima preocupación del presbítero consiste en realizar actos cultuales, como ejercicio del poder que recibió mediante la ordenación. Además, el mismo lenguaje lo delata. De hecho, se habla de vocaciones sacerdotales, formación sacerdotal, encuentros sacerdotales, etc. 

En esta perspectiva, es lógico que lo que más se les exija a los seminaristas es que por el momento se dediquen al estudio, reservando todo lo demás para después, una vez que reciban el "poder" mediante la ordenación sacerdotal. Por lo mismo, se oye decir: "Aunque mi parroquia sea bastante grande, yo la puedo atender muy bien". Atender, ¿en qué sentido? Evidentemente en el sentido cultual, asegurando a los feligreses el bautismo de sus hijos, el matrimonio, la misa de difuntos, la fiesta de quince años, la fiesta patronal y algún otro servicio según las costumbres de cada lugar. 

¿Y todo lo demás? La respuesta es muy sencilla: "De por sí, no me corresponde. Si puedo y hasta dónde puedo." De ahí el enorme abandono espiritual en que viven nuestras masas católicas. Si lo propio del sacerdote es asegurar el culto, ¿a quién o a quiénes les toca la formación y guía espiritual del pueblo católico? A la familia, los catequistas, las religiosas, los encargados de las capillas... los laicos en general. ¿Y para la formación de toda esa gente? Hagan lo que puedan. Lo importante es que no se les ocurra pedir ayuda económica a la parroquia ni para su formación ni para el desempeño de su actividad. Todas las entradas están destinadas al culto y el encargado oficial para realizarlo es el sacerdote. Un absurdo a todas luces, que al mismo tiempo representa nuestra triste realidad. 

Entonces me pregunto: "¿Tiene que ser éste el papel prioritario del presbítero en la Iglesia: proporcionar los sacramentos a los feligreses?" Evidentemente que no. Entonces, ¿cuál tendría que ser? El de pastor. Ahora bien, si eso es cierto, es necesario cambiar muchas cosas en la formación de los futuros pastores de almas. Se trata de dar una vuelta de 180 grados a todo el sistema formativo, que se está utilizando en los seminarios. Ya no tiene sentido decir: "Ahora tienes que dedicarte al estudio y una vez ordenado vendrá la pastoral". ¿Cuál pastoral, si uno no está entrenado desde un principio? 

Si queremos que el futuro pastor de almas esté realmente preparado para desempeñar adecuadamente su papel dentro de la comunidad cristiana, es necesario que, desde el inicio de su formación, empiece a dar sus primeros pasos en el difícil arte de la evangelización, aprendiendo a realizar visitas domiciliarias, preparar a los que van a recibir los sacramentos, impartir cursos de formación a los catequistas, dirigir retiros espirituales y orientar a los distintos grupos, asociaciones o movimientos, presentes en la parroquia. Y todo esto bajo la guía de un maestro del seminario, que ayude a los seminaristas a planear, ejecutar y evaluar cada actividad. En realidad, uno no puede llegar a ser maestro albañil, sin haber sido primero aprendiz al lado de un maestro experimentado.

Solamente contando con esta experiencia, un día el presbítero estará en grado de dirigir a los laicos en su actividad apostólica. Como pasa con un comandante del ejército, que para dirigir a sus soldados en la batalla, primero tiene que contar con un adecuado conocimiento y una suficiente experiencia acerca del uso de las armas y la estrategia militar. No es suficiente que ostente su rango de oficial. 

Es tiempo que la pastoral deje de ser la cenicienta en la formación, que se imparte en los seminarios. En lugar de considerar la "excelencia académica" como algo prioritario en la formación de los futuros pastores de almas, antes que nada se tiene que mirar hacia la "excelencia pastoral". Solamente así estaremos poniendo las bases para que mañana podamos contar con verdaderos pastores de almas, realmente preocupados y capacitados para guiar al pueblo de Dios, bien entrenados para dialogar y colaborar con todos, buscar colaboradores y tratarlos como se merecen. 

¿Qué es eso de que "no me doy abasto"? ¿Acaso un pastor, al contar con una cantidad demasiado grande de ovejas, abandona a las que no puede cuidar personalmente? ¿No busca ayudantes? "Es que la gente no se quiere comprometer" es el pretexto de siempre. Claro que, si se trata de comprometerse sin recibir nada a cambio, nadie le va a entrar. Ni el perro mueve la cola así nomás. Es tiempo de dejar a un lado los pretextos y enfrentar el problema con seriedad. O seguiremos perdiendo gente al por mayor, sin que nadie se sienta responsable por lo que está pasando. Es tiempo de poner el dedo en la llaga.

Para lograr esto, la formación que se imparte en los seminarios es fundamental. Desde el seminario se tiene que aprender a ver las cosas y enfrentar los problemas con plena sinceridad y honestidad intelectual. Que el estudio de la filosofía cumpla con su cometido de ayuda para descubrir la verdad en todos los aspectos y no sea utilizado como medio para tergiversar las cosas, buscar pretextos y safarse de responsabilidades bien precisas. Por ejemplo, en el caso concreto del proselitismo religioso, ¿qué está pasando? Que, en lugar de preparar a los seminaristas de manera tal que puedan ayudar al pueblo a no dejarse confundir por los grupos proselitistas, se les está enseñando a manipular las cosas, aprovechándose de la buena fe de la gente.

Lo único que en el seminario les enseñaron a repetir, cuando se presenta algún problema es: "No hay que pelear con los que tienen otras creencias". Y con eso los seminaristas se sienten abiertos y ecuménicos, cuando en realidad están dando muestra de flojera y cobardía, al abandonar a su suerte al pueblo católico. Parece que su lema sea: "Sálvese el que pueda". Por esa razón muchos, no contando con ninguna orientación precisa al respecto, sucumben ante la embestida feroz de los grupos proselitistas.

"Es que la apologética ya pasó de moda". Aquí el problema no es saber si la apologética haya pasado de moda o no. El problema es ver cómo dar seguridad al pueblo católico ante los ataques sistemáticos de los grupos proselitistas. "Mejor no hacerles caso", es su estrategia, como si los que tienen otras creencias vivieran en otros planetas. ¿No se dan cuenta de que a veces se trata de la mamá, el hermano o el hijo? ¿Cómo es posible no hacerles caso? Aquí está el sofisma, el engaño, para no hacer nada y sentirse abiertos, ecuménicos y modernos. Mientras el pueblo católico sufre. Y todo esto se les enseña en el seminario. ¡Qué bonita formación se les está dando! Desde un principio, a los futuros pastores de almas se les está enseñando a no preocuparse seriamente por el bien del pueblo católico, inventando cualquier pretexto.

De ahí la enorme inseguridad y el complejo de inferioridad, en que viven actualmente el seminarista y el presbítero, al no estar capacitados para abordar el tema del proselitismo religioso. Todo sirve para no aceptar un diálogo con cualquiera que tenga alguna duda en la fe o haya abandonado la Iglesia. Es que no saben, puesto que en el seminario no se les enseñó nada al respecto. Se les enseñó solamente acerca del ecumenismo, el diálogo interreligioso, el respeto y la tolerancia... cosas muy bonitas, que sin embargo no vienen al caso y sirven solamente para aprobar los exámenes. 

Conclusión: como están las cosas, el pueblo católico se siente abandonado por sus pastores, sin ninguna orientación ante el acoso constante de los grupos proselitistas. Es urgente, por lo tanto, cambiar de rumbo. Si no les gusta la palabra "apologética", busquen otra más moderna y atractiva, como por ejemplo, "información religiosa". Lo importante es que el católico esté enterado acerca de su identidad como miembro de la Iglesia que fundó Cristo y conozca la respuesta a las objeciones, que le vienen de los grupos proselitistas. 

Naturalmente, para lograr esto, es indispensable un buen manejo de la Palabra de Dios. Otro aspecto sobre el cual la formación del seminario deja mucho que desear, puesto que el estudio de la Biblia está reservado a los años de teología. Y mientras tanto el seminarista se alimenta de migajas, dando un mal testimonio, cuando se encuentra con gente acostumbrada a manejar la Biblia para todo. 

Que de una vez desaparezca la imagen del seminarista sin experiencia pastoral, sin conocimiento de la Biblia y sin preparación para orientar oportunamente al pueblo católico en los asuntos relacionados con el proselitismo religioso. Que desde los primeros pasos en el seminario se vaya empapando de la Palabra de Dios y vaya haciendo sus pininos en la pastoral, sin excluir el fortalecimiento de la fe ante el acoso de los grupos proselitistas. 

Actuando de esta manera, si algún día el seminarista descubre que no tiene vocación y regresa a su casa, de todos modos lo que aprendió allí le será de mucha utilidad para una vida realmente cristiana, dando testimonio de su fe y ayudando a crecer a los demás. 

Naturalmente la situación de los seminarios no es igual en todas partes. Hay lugares en que ya se está trabajando en esta línea. En este caso, ¿por qué no compartir las propias experiencias con los responsables de otros seminarios? Si hoy en día se habla tanto de diálogo, ¿por qué no dar pasos concretos en esta línea, acostumbrándonos a expresar con claridad nuestra manera de ver las cosas, aunque a veces esto pueda acarrear algún problema? Si somos miembros del mismo Cuerpo, que es la Iglesia (1Cor 12), es nuestra obligación no quedar callados, cuando vemos que andan mal ciertas cosas dentro de la Iglesia. Si nos damos cuenta de que se puede hacer algo para cambiarlas, ¿por qué quedarnos con los brazos cruzados? 

Que el amor hacia Cristo y su Iglesia nos impulse a todos a luchar juntos para que el plan de salvación no quede frustrado. Que el continente de la esperanza, por nuestra desidia, no vaya a volverse en el continente de la pesadilla. 

Con todo respeto y afecto fraternal 

Su devmo. en Cristo: 


P. Flaviano Amatulli Valente, fmap



2007-07-15 - Agradecemos vivamente a


+++


Iglesia de San Pedro - Segni- It.


“El que a vosotros escucha, a mí me escucha” (Lc 16,10).
Es cierto que no podemos escuchar las palabras de Jesús, como podemos escuchar, por ejemplo, las palabras del Papa Juan Pablo II, de feliz memoria, por medio de un video o un DVD. En este caso estaremos escuchando las palabras del difunto Papa. Jesús, en cambio, no es un difunto; él está vivo y está hablando hoy. En efecto, él aseguró a sus apóstoles que hablaría a través de ellos y en ellos: “El que a vosotros escucha, a mí me escucha” (Lc 16,10).
La voz de Cristo no cesó cuando murió el último apóstol, como enseña el Catecismo: “Por institución divina los Obispos han sucedido a los apóstoles como pastores de la Iglesia. El que los escucha a ellos, escucha a Cristo; el que, en cambio, los desprecia a ellos, desprecia a Cristo y al que lo envió” (N. 862). La recomendación de Dios no está errada –‘absit’- cuando nos manda escuchar a Jesús, porque Jesús está vivo hoy y habla a través de los legítimos pastores de la Iglesia que son sucesores de esos apóstoles. “Escuchémosles”. Dos milenios, solo la Iglesia Católica anunciando a Cristo: “El que a vosotros escucha, a mí me escucha” (Lc 16,10). “fidem custodire, concordiam servare”», custodiar la fe, conservar la concordia. Porque oímos al Señor, somos católicos fieles a la enseñanza magisterial de la Iglesia Católica.


+++

«Duc in altum» (Lc 5,4) dijo Cristo al apóstol Pedro en el Mar de Galilea. Sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Aleluya (Mt 28,20). †

- "Como hubo falsos profetas en el pueblo, también entre vosotros habrá falsos maestros que promoverán sectas perniciosas. Negarán al Señor que los rescató y atraerán sobre sí una ruina inminente. Otros muchos se sumarán a sus desvergüenzas, y por su culpa será difamado el camino de la verdad. En su codicia querrán traficar con vosotros a base de palabras engañosas. Pero hace tiempo que está decretada su condena y a punto de activarse su perdición…" 2ª carta de S. Pedro, cap. 2

- "El Espíritu dice expresamente que en los últimos tiempos algunos apostatarán de su fe y prestarán oído a espíritus seductores y doctrinas diabólicas. Esta será la obra de impostores hipócritas de conciencia insensible…" 1ª Carta de S. Pablo a Timoteo, cap. 4 [Recordemos las sectas aparecidas y sobre todo, las que siguen seduciendo].

- "Predica la Palabra, insta a tiempo y a destiempo, corrige, reprende y exhorta usando la paciencia y la doctrina. Pues llegará el tiempo en que los hombres no soportarán la sana doctrina, sino que, llevados de sus propios deseos, se rodearán de multitud de maestros que les dirán lo que quieren oír; apartarán los oídos de la verdad y se volverán a las fábulas." 2 Timoteo: 4: 2-5

- "…Porque sabemos que Dios no perdonó a los ángeles que pecaron, sino que los arrojó a las cavernas tenebrosas del abismo y allí los retiene para el juicio… No libró de la destrucción a Sodoma y Gomorra sino que las redujo a cenizas… libró en cambio al justo Lot, que abrumado por la conducta lujuriosa de aquellos disolutos, sentía torturado día tras día su buen espíritu por las perversas acciones que oía y veía. Y es que el Señor sabe librar de la prueba a los que viven religiosamente y reservar a los inicuos para castigarlos el día del juicio; sobre todo a los que corren en pos de sucios y desordenados apetitos y a los que desprecian la autoridad de Dios." 2 Pedro 2

- "Atrevidos y arrogantes, no tienen recato en denigrar a los seres gloriosos… son como animales irracionales, destinados por su naturaleza a ser cazados y degollados.Injurian lo que desconocen y como bestias perecerán." 2 Pedro 2: 7-13



+++

Carta de San Pablo a los Efesios 2,19-22. – Por lo tanto, ustedes ya no son extranjeros ni huéspedes, sino conciudadanos de los santos y miembros de la familia de Dios. Ustedes están edificados sobre los apóstoles y los profetas, que son los cimientos, mientras que la piedra angular es el mismo Jesucristo. En él, todo el edificio, bien trabado, va creciendo para constituir un templo santo en el Señor. En él, también ustedes son incorporados al edificio, para llegar a ser una morada de Dios en el Espíritu.


+++

El fundador y primer ideólogo de Al Qaida, Abdalá Azzan, muerto durante el conflicto afgano, estableció el principio de que cuando un país musulmán está ocupado, la ley islámica impone a todos los creyentes en el mundo la obligación de trabajar para liberarlo. Para el integrismo islámico, Chechenia, como Iraq, se considera territorio ocupado por los infieles y, por lo tanto, no pueden ser objeto de negociación política o pacto alguno. Donde están los mahometanos no hay espacio para los demás seres humanos; una forma patética de la más rancia xenofobia comunista-nazista. El odio, la repugnancia y la hostilidad hacia las otras creencias es en el islam, norma. 2004.


+++


“El que oye a vosotros oye a mí; el que os rechaza a ustedes, rechaza a mí; y el que me rechaza, rechaza a Aquel que me envió”. Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo según San LUCAS 10-13,16


FUENTE: conocereisdeverdad.org

No hay comentarios:

Publicar un comentario