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LA ESCALA ESPIRITUAL SAN CLÍMACO - PARTE 14


"LA ESCALERA DEL DIVINO ASCENSO"
DE SAN JUAN CLÍMACO





"Escala al Paraíso"
(Scala Paradisi, o Escala Espiritual)
Juan Clímaco.


Basada en la edición del Obispo Alejandro (Mileant)
Corrección e introducción: Rolando Castillo


Decimo séptimo Escalón: de la Insensibilidad.

1. La insensibilidad, tanto si afecta al cuerpo o al espíritu, es muerte de todo sentimiento; resulta de una prolongada negligencia y lleva a la pérdida de toda sensación.

2. La insensibilidad es negligencia convertida en hábito; es negligencia calificada; porque cuando arraigó y se apoderó del alma, se convierte por costumbre en dureza y obstinación habitual, así como el agua, helada por mucho tiempo, se convierte en cristal. Es hija de la presunción, barrera del fervor, lazo de la fortaleza, atraso en la contrición, puerta de la desesperación, destierro del temor de Dios y madre del olvido, que una vez engendrado aumenta la insensibilidad, viniendo a ser, así, madre de su propia madre.

3. El insensible es un filósofo sin cordura, un predicador que se contradice, un maestro ciego que pretende enseñar a ver a los demás. Diserta sobre cómo curar las llagas mientras él mismo las irrita. Se queja de una enfermedad y no cesa de comer cosas que le perjudican. Predica contra los vicios y cae en ellos. Grita; " ¡Hago mal!" y no por eso deja de perseverar en el mal (la boca predica contra el vicio y el cuerpo lucha por alcanzarlo). Platica sobre la abstinencia y trabaja por satisfacer la gula.
Alaba la obediencia y es el primero en desobedecer; alaba las vigilias y se deja vencer por el sueño; alaba la oración y huye de ella como de un azote. Ensalza a los que no se aferran a bienes terrenos y él disputa por un trozo de paño.

Cuando se siente ahíto, se arrepiente de haber comido, y pasado un tiempo se vuelve a hartar. Dice que el silencio es bendito y habla demasiado alabándolo. Recomienda la mansedumbre y se enfada adoctrinando sobre ella. Así añade un pecado a otro pecado.

Cuando se mira a sí mismo gime, pero vuelve de inmediato a realizar las cosas que le provocaron los gemidos. Condena la risa, y sonriendo trata de la virtud del llanto; se acusa de codiciar la gloria y la busca; polemiza sobre la castidad y mira con deshonestidad. Alaba a los seguidores de la soledad, mas permanece en el siglo.

Es su propio acusador, pero no toma conciencia, no puede decir "no puedo."

4. Vi a muchos que, oyendo hablar sobre la muerte y el juicio final, lloraban; y mientras todavía derramaban lágrimas, corrían a comer. Y me maravilló ver cómo, a consecuencia de una profunda insensibilidad, esa tirana señora, la gula, puede prender al mismo llanto.

5. A pesar de mi poco saber, me parece haber descubierto las heridas que deja esta endurecida señora. Y si hay alguien que, ayudado por el Señor pueda curarlas, no dude en hacerlo. Porque yo confieso que sólo azotándola con dos látigos, uno el temor de Dios, y otro la infatigable oración, he logrado confesar mi flaqueza.

Y así esta tirana me ha dicho: "Mis aliados se ríen cuando ven los muertos, en la oración son duros como las piedras y están envueltos en tinieblas, y llegan a la sagrada mesa del altar como si fuesen a comer cualquier manjar. Cuando veo a alguien llorar, me burlo; de mi padre aprendí a matar los frutos de la generosidad. Soy madre de la risa, nodriza del sueño, amiga del hartazgo; el ser reprendida no me entristece, soy compañera inseparable de la falsa piedad."

6. Espantado y asombrado por sus palabras, le pregunté el nombre de su padre: "No tengo un solo progenitor, sino que de muchos desciendo — me dijo — . El hartazgo me fortalece, el tiempo me hace crecer, los malos hábitos me afirman. Los que conservan estas costumbres no se librarán jamás de mí."

Persevera con vigilias, medita sobre el juicio de Dios. Mira la ocasión en que nació en ti y pelea con esa madre. Entra donde están enterrados los muertos y ora, y lleva en tus ojos su imagen sin borrarla de tu memoria. Y si no dibujas con el duro pincel del ayuno, nunca vencerás.




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