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"CAMINAR CON LOS PADRES DE LA IGLESIA" - ENTREGA 3




Lecturas espirituales para el crecimiento en la fe

Con notas biográficas, comentarios de textos, índice de autores y tabla de lecturas para tiempos litúrgicos.

A los Delegados de la Palabra de Dios, catequistas, coordinadores y líderes comunitarios católicos de Nicaragua.

Equipo Teyocoyani
Acción Ecuménica para la Capacitación y Reflexión Teológica.
De la Rotonda de Metrocentro 150 mts. abajo
Teléfono 2786438 e-mail: teyocoya@tmx.com.ni

Diagramación: Elida Herrera

Ilustraciones: Hermanitas de Jesús

Con licencia eclesiástica
de Mons. David Zywiec O.F.M. Cap.


En las fuentes de la palabra de Dios


Las Sagradas Escrituras nos manifiestan los misterios de Dios
Del Tratado de San Hipólito, presbítero, Contra la herejía de Noeto.

Lectura bíblica: Jn 1, 1-18
San Hipólito (¿-235)

Desconocemos lugar y fecha de su nacimiento, aunque sabemos que fue discípulo de San Ireneo y compuso sus escritos entre los años 200 y 235 d.C. Es uno de los teólogos más antiguos de la Iglesia; fue presbítero en Roma y se opuso en asuntos doctrinales al Papa Calixto (217- 222), a quien reprochaba excesiva indulgencia con los pecadores. Una comunidad rebelde lo eligió Obispo de Roma en contra de Calixto y la división se mantuvo durante los pontificados de Urbano y Ponciano, hasta que el emperador Máximino (235-238) deportó a Hipólito junto con Ponciano a Cerdeña, “la isla de la muerte”, donde ambos, condenados a trabajos forzados, renunciaron al papado y se reconciliaron. Hoy se lesvenera juntamente como mártires.


Comentario
Este pasaje de San Hipólito nos introduce de lleno en el misterio del Dios creador, visible en la historia humana por medio de su Hijo Jesucristo y que nos recrea por el Espíritu Santo. Para conocer a Dios debemos familiarizamos con la Sagrada Escritura y por eso una de las principales
tareas de nuestra vida cristiana es profundizar en su conocimiento. “La Iglesia –nos dice el Concilio Vaticano II- ha venerado siempre las Escrituras como al cuerpo mismo de Cristo” (DV 21), porque a través de ella recibimos el sacramento de su palabra de vida.


Hay un único Dios, hermanos, que sólo puede ser conocido a través de las Escrituras santas. Por ello debemos esforzarnos por penetrar en todas las cosas que nos anuncian las divinas Escrituras y
procurar profundizar en lo que nos enseñan. Debemos conocer al Padre como él desea ser conocido, debemos glorificar al Hijo como el Padre desea que lo glorifiquemos, debemos recibir al Espíritu Santo como el Padre desea dárnoslo. En todo debemos proceder no según nuestro capricho ni según nuestros propios sentimientos ni haciendo violencia a los deseos de Dios, sino según los caminos que el mismo Señor nos ha dado a conocer en las santas Escrituras.

Cuando sólo existía Dios y nada había aún que existiera con él, el Señor quiso crear el mundo. Lo creó por su inteligencia, por su voluntad y por su palabra; y el mundo llegó a la existencia tal como él lo quiso y cuando él lo quiso. Nos basta, por tanto, saber que, al principio, nada existía junto a Dios, nada había fuera de él. Pero Dios, siendo único, era también múltiple. Porque con él estaba su sabiduría, su razón, su poder y su consejo; todo esto estaba en él, y él era todas estas cosas. Y, cuando quiso y como quiso, y en el tiempo por él mismo fijado de antemano, manifestó al mundo su Palabra, por quien fueron hechas todas las cosas.

Y como Dios contenía en sí mismo a la Palabra, aunque ella fuera invisible para el mundo creado, cuando Dios hizo oír su voz, la Palabra se hizo entonces visible; así, de la luz que es el Padre salió la luz que es el Hijo, y la imagen del Señor fue como reproducida en el ser de la criatura; de esta manera el que al principio era sólo visible para el Padre empezó a ser visible también para el mundo, para que éste, al contemplarlo, pudiera alcanzar la salvación.

El sentido de todo esto es que, al entrar en el mundo, la Palabra quiso aparecer como Hijo de Dios; pues, en efecto, todas las cosas fueron hechas por el Hijo, pero él es engendrado Únicamente por el Padre. 

Dios dio la ley y los profetas, impulsando a éstos a hablar movidos por el Espíritu Santo, para que, habiendo recibido la inspiración del poder del Padre, anunciaran su consejo y su voluntad.

La Palabra, pues, se hizo visible, como dice San Juan. Y repitió en resumen todo lo que dijeron los profetas, demostrando así que es realmente la Palabra por quien fueron hechas todas las cosas. Dice: 

Ya al comienzo de las cosas existía la Palabra, y la Palabra estaba con Dios y la Palabra era Dios; por ella empezaron a existir todas las cosas, y ninguna de las que existen empezó a ser sino por ella. Y más adelante: El mundo empezó por ella a existir; pero el mundo no la reconoció. Vino a los suyos y los suyos no la recibieron.


La palabra de Dios, fuente inagotable
de conocimiento y de vida

Del Comentario de San Efrén, diácono, sobre el Diatessaron
Lectura bíblica: Rm 11, 33-34; 1 Cor 2, 10 San Efrén (306-373)

De su inmensa obra teológica apenas nos quedan escasos fragmentos: escribió comentarios a todos los libros de la Sagrada Escritura y abundantes himnos litúrgicos. Poeta y teólogo, fue por excelencia el maestro de la Iglesia siria, de manera que se le llamó “profeta de los Sirios” y “arpa del Espíritu Santo”. Cuenta San Jerónimo que sus escritos se leían en las reuniones eucarísticas después de la Sagrada Escritura. Nació en Nísibis, al norte de Mesopotamia (hoy Irak) y se bautizó a los 18 años; pasó un tiempo dedicado a la oración entre los monjes del desierto y luego el obispo Jaime le ordenó de diácono, poniéndolo a cargo de su escuela teológica. Toda su vida se dedicó a la formación cristiana de adultos; murió en Edesa, donde fue consejero del obispo de aquella ciudad.

En 1920 el Papa Benedicto XV le declaró Doctor de la Iglesia, constituyéndolo así en maestro de la Iglesia universal.

Comentario

Hay quienes, tras leer por encima las Sagradas Escrituras o apenas conocer unos cuantos pasajes de memoria, pretenden no encontrar ya nada nuevo en ellas. San Efrén nos muestra aquí la actitud interior con que tendríamos que acercarnos a la Biblia: llenos de espíritu de humilde y perseverante búsqueda, con asombro ante sus maravillas y gratitud por sus enseñanzas e iluminaciones.


¿Quién hay capaz, Señor, de penetrar con su mente una sola de tus frases? Como el sediento que bebe de la fuente, mucho más es lo que dejamos que lo que tomamos. Porque la palabra del Señor presenta muy diversos aspectos, según la diversa capacidad de los que la estudian. El Señor pintó con multiplicidad de colores su palabra, para que todo el que la estudie pueda ver en ella lo que más le guste. Escondió en su palabra variedad de tesoros, para que cada uno de nosotros pudiera enriquecerse en cualquiera de los puntos en que concentrara su reflexión.


La palabra de Dios es el árbol de vida que te ofrece el fruto bendito desde cualquiera de sus lados, como aquella roca que se abrió en el desierto y manó de todos lados una bebida espiritual. Comieron –dice el Apóstol- el mismo manjar espiritual y bebieron la misma bebida espiritual.

Aquel, pues, que llegue a alcanzar alguna parte del tesoro de esta palabra no crea que en ella se halla solamente lo que él ha hallado, sino que ha de pensar que, de las muchas cosas que hay en ella, esto es lo único que ha podido alcanzar. Ni por el hecho de que esta sola parte ha podido llegar a ser entendida por él, tenga esta palabra por pobre y estéril y la desprecie, sino que, considerando que no puede abarcarla toda, dé gracias por la riqueza que encierra. Alégrate por lo que has alcanzado, sin entristecerte por lo que te queda por alcanzar. El sediento se alegra cuando bebe y no se entristece porque no puede agotar la fuente.

La fuente ha de vencer tu sed, pero tu sed no ha de vencer la fuente, porque, si tu sed queda saciada sin que se agote la fuente, cuando vuelvas a tener sed podrás de nuevo beber de ella; en cambio, si al saciarse tu sed se secara también la fuente, tu victoria sería en perjuicio tuyo.

Da gracias por lo que has recibido y no te entristezcas por la abundancia sobrante. Lo que has recibido y conseguido es tu parte, lo que ha quedado es tu herencia. Lo que, por tu debilidad, no puedes recibir en un determinado momento lo podrás recibir en otra ocasión, si perseveras. Ni te esfuerces avaramente por tomar de un solo sorbo lo que no puede ser sorbido de una vez, ni te desmotives por pereza de lo que puedes ir tomando poco a poco.


Jesucristo es la Palabra viva del Padre

De las Instrucciones de San Columbano, abad
Lectura bíblica: Jn 7, 37-39 San Columbano (540-615)

Nació en Irlanda hacia el año 540 y murió en Italia en el 615. Fue monje misionero enamorado de la Biblia y en su madurez fundó una serie de monasterios en Francia, que irradiaron cultura y espiritualidad. Se opuso a la corrupción de la corte y del clero de Borgoña y enfrentó la oposición de los obispos franceses, viéndose obligado a recurrir al Papa Gregorio I. El rey Teodorico II lo echó de su territorio en 610, teniendo que huir hacia Suiza, donde misionó a una tribu germánica aún pagana. Forzado nuevamente a abandonar su territorio de misión, se encaminó hacia Italia, donde entre los años 612 y 614 fundó su último monasterio en Bobbio. San Columbano fue maestro en la fe de una Europa que, tras la caída del imperio romano, había retrocedido a la barbarie.

Comentario
Esta página exhorta a un amor ferviente y apasionado por Jesucristo, fuente y pan de vida. Amor que cuanto más recibe, más anhela y desea. Amor que nunca se sacia y siempre está dispuesto a crecer. “Hemos de desear siempre, hemos de buscar y amar siempre a aquel que es la Palabra de Dios”.

Escuchen, amados hermanos, mis palabras; escúchenlas bien, como si se tratara de algo que les es muy necesario; vengan a saciar su sed con el agua de la fuente divina de la que les voy a hablar; deseen este agua y no dejen que su sed se acabe; beban y no se crean nunca saciados; nos está llamando el que es fuente viva, el que es la fuente misma de la vida nos dice: El que tenga sed que venga a mí, y que beba.

Entiendan bien de qué bebida se trata: escuchen lo que, por medio de Jeremías, les dice aquel que es la misma fuente: Me han abandonado a mí, la fuente de aguas vivas -oráculo del Señor-. El mismo Señor, nuestro Dios Jesucristo, es la fuente de la vida, por ello nos invita a sí como a una fuente para que bebamos de él. Bebe de él quien lo ama, bebe de él quien se alimenta con su palabra, quien lo ama debidamente, quien sinceramente lo desea, bebe de él quien se inflama en el amor de la sabiduría.

Consideren de dónde brota esta fuente: brota de aquel mismo lugar de donde descendió nuestro pan; porque uno mismo es nuestro pan y nuestra fuente, el Hijo único, nuestro Dios, Cristo el Señor, de quien estamos siempre hambrientos. Aunque nos alimentemos de él por el amor, aunque lo devoremos por el deseo, continuemos hambrientos deseándolo.

Bebamos de él como si se tratara de una fuente, bebámoslo con un amor que nos parezca siempre capaz de crecer, bebámoslo con toda la fuerza de nuestros deseos y deleitémonos con la suavidad de su dulzura.

Pues el Señor es suave y es dulce; aunque lo hayamos comido y lo hayamos bebido, no dejemos de estar hambrientos y sedientos de él, pues este manjar jamás es totalmente comido, ni esta bebida jamás es agotada; aunque se le coma, jamás se consume; aunque se le beba, jamás se le agota, porque nuestro manjar es eterno y nuestra fuente perenne y siempre deliciosa. Por eso dice el profeta: Los que estén sedientos, vengan a la fuente, pues esta fuente es la fuente de los sedientos, no la de los que se sienten saturados; por ello, a aquellos que tienen hambre -que son aquellos mismos a quienes en otro lugar proclaman dichosos- los llama a sí y convoca a aquellos que nunca han quedado saciados de beber, sino que cuanto más beben, más sedientos se sienten.

Por eso, hermanos, hemos de desear siempre, hemos de buscar y amar siempre a aquel que es la Palabra de Dios, fuente de sabiduría, que tiene su asiento en las alturas, en quien, como dice el Apóstol, están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia y que no cesa de llamar a los que están sedientos de esta bebida.

Si estás sediento, bebe de esta fuente de vida; si tienes hambre, come de este pan de vida. Dichosos los que tienen hambre de este pan y sed de esta fuente; estos hambrientos y sedientos, por mucho que coman y beban, siempre buscan saciar aún más plenamente su hambre y su sed.

Sin duda debe ser muy dulce aquel manjar y aquella bebida que por mucho que se coma y que se beba continúa aún deseándose y cuyo gusto no deja de excitar el hambre y la sed. Por ello dice el profeta rey: Gusten y vean qué dulce, qué bueno es el Señor.


Cómo leer y estudiar las Escrituras

De los Libros de las Sentencias de San Isidoro, obispo
Lectura bíblica: Pro 1, 20 – 2, 5 San Isidoro (560-636)

Nació en España y llegó a ser Arzobispo de Sevilla; fue una de las figuras más destacadas de su época y autor de muchísimos libros. Convocó y presidió varios concilios provinciales, de los que surgieron sabias orientaciones para la vida de la Iglesia.

Comentario
Esta densa página nos ofrece todo un sabio método de lectura bíblica: en primer lugar, aplicarnos a conocer y entender los textos sagrados; luego, meditarlos desde el corazón, buscando captar con todo nuestro ser su mensaje, y, por último, poner por obra sus enseñanzas. ¿De qué nos serviría leer y estudiar la Biblia, si no la ponemos en práctica? Tan sólo practicándola, podemos finalmente entenderla; necesitamos también “orarla”, pues sin el auxilio de Dios, su palabra permanece estéril.


La oración nos purifica, la lectura (de la Escritura) nos instruye; ambas cosas son buenas, si podemos practicarlas; si no podemos, hay que preferir la oración a la lectura.

El que quiera estar siempre unido a Dios debe orar y leer (la Escritura) con frecuencia. En efecto, cuando oramos, hablamos nosotros a Dios; cuando leemos, es Dios quien nos habla a nosotros.

De la lectura y la meditación deriva todo provecho. Con la lectura aprendemos aquello que ignoramos, con la meditación lo conservamos.

Una doble utilidad nos proporciona la lectura de la Sagrada Escritura: instruye nuestra mente y, además, nos aparta de las vanidades del mundo y nos conduce al amor de Dios.

Un doble objetivo hay que buscar en la lectura: en primer lugar, cómo hay que entender la Sagrada Escritura; en segundo lugar, cómo hay que predicarla a los demás con provecho y dignidad. Por esto, lo primero ha de ser el interés por entender lo que uno lee, para así estar en condiciones de comunicar lo que ha aprendido.

El lector prudente estará dispuesto a cumplir lo que lee, más que a saberlo, porque es menor la responsabilidad del que ignora a dónde se ha de dirigir, que la del que, sabiéndolo, no lo hace. Así como, al leer, nos esforzamos en saber, así también debemos poner por obra las cosas buenas que hemos aprendido leyendo.

Nadie puede conocer el sentido de la Sagrada Escritura si no se familiariza con ella, tal como está escrito: Conquístala, y te hará noble; abrázala, y te hará rico.

Cuanto más constante sea el trato con la palabra divina, más abundante será la comprensión de la misma; como la tierra, que, cuanto más se cultiva, tanto más fruto produce. Algunos tienen dotes naturales de inteligencia, pero descuidan la lectura sagrada; y así, por no dedicarse, se pierden todo
lo que hubieran aprendido si se hubiesen dedicado a la lectura. Otros, en cambio, tienen el deseo de saber, pero se ven obligados a luchar con sus pocas luces naturales; éstos, con todo, por su constancia en la lectura, llegan a saber lo que aquellos otros, por su flojera, no conocen.

Así como el que tiene una inteligencia retardada recibe el premio de su buena intención y de su esfuerzo, así también el que desprecia los dones de inteligencia que Dios le ha otorgado se hace reo de culpa, por no apreciar debidamente el don de Dios y haberlo dejado inactivo por flojera.

La doctrina, sin la ayuda de la gracia, aunque resuene en los oídos, nunca penetra el corazón; hace ruido por fuera, pero en nada aprovecha interiormente. En cambio, cuando la gracia de Dios toca interiormente el alma y le abre la inteligencia, entonces es cuando la palabra de Dios pasa desde los oídos a lo más íntimo del corazón.

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