Páginas

"A MIS SACERDOTES" DE CONCEPCIÓN CABRERA DE ARMIDA. CAP. CIII: ABISMOS.

Mensajes de Nuestro Señor Jesucristo a sus hijos predilectos.


CIII

ABISMOS



"Pero si mis Pastores y mis sacerdotes se transforman en Mí les será muy fácil esa vida de unión y de caridad entre sí.

Voy a dar la clave de la perfección y de la más alta perfección que  aleja de la tierra y acerca al cielo, más aún, que atrae al mismo cielo a los corazones. Y ¿cuál es este secreto? El amor a mi Padre comprendido y desarrollado en el corazón del sacerdote.

Ese amor a mi Padre tiene dos aspectos: va del alma al Padre y vuelve enriquecido con el amor mismo del Padre al alma de donde partió. Este flujo y reflujo de amor divino siempre en creciente, infunde la caridad en los corazones, porque mi Padre es caridad, Dios es amor.

Y al venir ese amor al corazón del sacerdote, atraído por el pobre amor del sacerdote, de la criatura a Él, viene con todas sus propiedades de caridad, compasión, paciencia, etc., a enriquecer con esos tesoros el corazón del sacerdote.

Pero hay un secreto, y es que el Padre derrocha sin término los tesoros de su amor- si no sensiblemente, siempre sí realmente- con todos los grados, visos y matices de ese amor sin término.

Y aún más; el Padre mismo, no tan sólo derrama esos tesoros en el corazón del sacerdote que le consagra, que le dedica todo su amor, sino que los derrama en él complacido.  Pero, ¿saben por qué? -Porque Me ve en el sacerdote a Mí, contempla en el sacerdote a su Hijo Divino. Mas para que esto sea así, el sacerdote debe estar transformado en Mí, para que en verdad mi Padre vea en él otro Yo, a todos en Mí formando nada menos que lo que Él más ama, la unidad en la Trinidad. Porque siendo mis sacerdotes otros Yo, tienen que participar en Mí de la unidad esencial de las tres Personas divinas.

Y si mi Padre me ama a Mí infinitamente, y si Yo amo a mi Padre infinitamente, es por aquel Imán divino, que es el Espíritu Santo, que unifica a las divinas Personas con un gozo inefable y eterno, que nos funde en el amor, esencia del mismo Dios, trino y uno.

Esa unidad, ese lazo infinito de unidad eterna e incomprensible para el hombre, que Me une a mi Padre y que une a mi Padre con su Verbo, es el Espíritu Santo. Este es el secreto de la unión, de la eterna felicidad de un Dios, uno en las tres Personas distintas.

Pues bien; esa fibra santa y unitiva, ese Imán poderoso y santo, ese lazo fecundo y divino del amor en el Amor mismo, es el que quiero compartir con mis sacerdotes, para hacerlos otro Yo mismo por la caridad y hasta por la justicia. 

Porque si los elegí para que me representaran en la tierra; si quise y les di el poder de ser otros Yo mismo en las Misas; si quiero extender a todos los actos de su vida, no sólo el reflejo de Mí en ellos, 
sino una real presencia y transformación de ellos en Mí, es precisamente para que, por justicia, mi Padre les participe a ellos, por ser otros Yo, las riquezas infinitas y variadas que encierra su amor.

La palabra amor se dice pronto; pero en el amor se encierran inmensidades: el cielo y la tierra y cuanto existe; lo encierra todo, todo: creaciones y almas, porque el amor es Dios.

Pues bien, primero he querido recordar a los sacerdotes que deben representarme en la tierra dignamente, después, su transformación consumada en Mí; pero ¿no ven el inmenso fondo que esto tiene y que, si bien es consumación en cierto sentido, es además principio tan sólo de los torrentes de gracias encerradas en el amor de mi Padre que les esperan?

Ya ven que la transformación parece el fin; pues ahora les afirmo que es sólo principio; que significa sólo el abrir una puerta franca para que Dios entre, posea, inunde y comience, comience, -¿lo entienden?-, una serie de gracias, dones, carismas, luces, riquezas y tesoros en los que se derrama y que no puede tener mejor recipientes que los corazones purificados y santos de los sacerdotes transformados en Mí.

Es decir, para mi Padre es como si le abriera un canal más en donde derramarse en su Hijo divino, en su único Sacerdote, en donde Él ve a todos los sacerdotes en Mí, el Sumo Sacerdote, que asumo ante mi Padre toda la responsabilidad de la Iglesia que Él me dio, con todos los que la forman.

Y como Dios siempre está dando y produciendo, y es en Sí mismo fecundísimo, no le cabe por decirlo así esa sobreabundancia infinita y eterna de tesoros, gracias y riquezas que en Sí mismo posee, y busca ansioso donde derramarlas. Pero como Dios no puede salir de Dios, sino que, aunque se difunda en la inmensidad, siempre encuentra a Dios; para desahogar ese caudal, siempre antiguo y siempre nuevo, se encuentra Conmigo, y sonríe y se vacía y se goza en comunicármelo con infinita fruición de Dios en Dios mismo, fundiéndose en Mí que soy Él, en la unidad de una misma divinidad.

Pero desde que fundó la Iglesia, en Mi busca además a los sacerdotes, pero los busca transformados en Mí, me ve a Mí en ellos, y a ellos en Mí. Y éste es el acto mas grande de su amor y caridad para el mundo, después de darme en la Eucaristía, darme también a las almas en cada Pontífice y sacerdote, que deben ser otros Yo por su transformación en Mí.

Pero, para encenderse en el amor a mi Padre, deben hacer mis sacerdotes lo que Yo hacía. Viví siempre en la tierra contemplando a mi Padre, enajenado en mi Padre, abismado en las perfecciones y amor infinito de la Divinidad de mi Padre. Y así deben vivir mis sacerdotes en su interior y en su exterior, glorificando siempre a mi Padre, refiriéndolo todo a mi Padre y divinizados en la Trinidad. Entonces mis sacerdotes serán todos caridad, todos amor y muchas pasiones terrestres no les tocarán, por su transformación en Mi. ¡Con qué facilidad rechazarían las tentaciones, debilitadas y aun alejadas por su transformación en Mí, porque no puede Satanás acercarse, como antes, a lo que ya no le pertenece!

Ventajas son éstas que cada día apreciarán más y más mis sacerdotes transformados en Mí, así como la afluencia de gracias y dones con que el Espíritu Santo los envolverá, los penetrará, para que su amor al Padre sea en cierto modo el mismo Espíritu divino, para que lo amen con el mismo amor con que se ama Él, con el Espíritu Santo.

¿Ya han visto cuánto amo a mis sacerdotes? Pues apenas han vislumbrado ese amor infinito de predilección con que eternamente los eligió la Trinidad.

Y como lo que Dios hace no lo deshace, Él quiere llegar al fin sin fin de la unión íntima con la misma Trinidad en los sacerdotes, operada por el amor que todo lo limpia, lo pule, lo consuma, lo penetra, lo sublima, lo diviniza!

¡Miren hasta dónde puede llegar un sacerdote transformado en Mí!,  ¡hasta qué alturas, hasta qué sublimidades, hasta el amor, las caricias y las complacencias de mi Padre que en él me ve a Mi. que ve a Él mismo en cada sacerdote otro Yo, y repite conmovido: Éste es mi Hijo muy amado en quien tengo mis complacencias!


Hasta allá, hasta esa altura inconcebible llega el amor infinito de un Dios a los sacerdotes transformados en Mí.  ¿Quién, pues, no querrá esa transformación, cueste lo que cueste?


Y esto es solamente lo que se ve, lo que se vislumbra, lo que se alcanza; pero esta transformación que tanto pido es el principio, como decía, de incomprensibles gracias; es una afinidad íntima y real con las Divinas Personas; es un lazo celestial profundo, santísimo y divino por el que la criatura entra en el santuario mismo de la unidad, en el fondo mismo del mismo Dios, que no tiene ni fondo, ni principio, ni fin, en las manifestaciones múltiples de su eterno amor".




No hay comentarios:

Publicar un comentario