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"A MIS SACERDOTES" DE CONCEPCIÓN CABRERA DE ARMIDA. CAP.CVI : PARTICIPACIÓN EN LOS SUFRIMIENTOS DE JESÚS.

Mensajes de Nuestro Señor Jesucristo a Sus hijos predilectos.

CVI



PARTICIPACIÓN EN LOS SUFRIMIENTOS DE JESÚS



"Y si Mis sacerdotes se transforman en Mí, sentirán como Yo las ofensas que se me hacen; les dolerán hondamente como me duelen a Mí y sus actos de expiación serán en mi unión más puros, mas aceptados a mi Padre, más verdaderos, desagraviando a ese Padre amoroso con mis propios gemidos y méritos en favor de las almas.  Esos gemidos, esa impetración y aun esos méritos míos, serán suyos por participación por el hecho de su transformación en Mí.

Entonces mis sacerdotes, al conocer con luz divina toda la deformidad del pecado, lo aborrecerán; sentirán los pecados ajenos con la delicadeza con que Yo los siento y concebirán más y más horror al pecado y cesarán de ofenderme.

La delicadeza de conciencia crecerá en ellos y la limpieza de sus corazones me glorificará, con lo que mi imagen se esclarecerá en su alma.  Y es no solamente útil, sino aun necesario que mis sacerdotes sientan en Sí mismos esa amargura, la más grande para mi Corazón, la que me produce el pecado.  ¡Cuántos actos de contrición perfecta recibiré; cuántas lágrimas y propósitos de enmienda y cuántas conversiones me consolarán!

Y el sentir mis penas y las ofensas que se me hacen como propias, activará en mis sacerdotes su celo por las almas y afinará su propia delicadeza para Conmigo.  Y es natural que si son otros Yo, se sientan más que las propias, las ingratitudes que los hombres tienen Conmigo, las ingratitudes con que los pecadores y las almas tibias me hieren y espinan mi Corazón de amor.

Es una gracia muy grande para las almas la participación de mis sufrimientos, es un acto amoroso de unión muy crecida con que me digno obsequiar a muy contadas almas en la tierra; pero será esta gracia familiar y debida para los sacerdotes que se transforman en Mí; porque siendo ellos otros Yo, participarán delo mío con derecho y será más grande su premio en el cielo.

Y aparte de la gratitud de este beneficio de predilección, les será muy útil a mis sacerdotes el que sientan íntimamente las ofensas que me prodiga el mundo y aun los míos; para que crezca su amor, su celo y sus sacrificios e impetren perdones para la humanidad culpable.

Ventajas incalculables traerá a mis sacerdotes esa transformación en Mí, en particular para sus propias almas; porque ese dolor de las ofensas que recibo y que sentirán como propias, tiene una especial virtud para alcanzar las gracias del cielo.  Y  ¿saben por qué? --Por la pureza del amor que encierra; porque en él muere la criatura a sí misma y sólo quedo Yo en su corazón, por la unión transformativa que es la que produce esa insigne gracia. Concluye el buscarse a sí mismos, el propio y natural egoísmo y se funde el alma en Mí, le duele lo mío y sufre sobrenaturalmente por las ofensas que me hacen.

No le importan entonces al alma sus penas, sino las mías; y por evitarme una sola ofensa sería capaz de dar la vida y mil vidas si las tuviera.  A tal grado se afina el amor divino, el amor puro, cuando el alma se transforma en Mí, que se olvida de sí misma y no vive ya la criatura en sus gustos y tendencias naturales, sino Yo en ella, y el alma se consuma en la unidad.

Y hasta ese punto de unión transformativa quiero que lleguen mis sacerdotes, todos otros Yo, todos en Mí, que sientan lo que Yo siento, que quieran lo que Yo quiero, que amen como Yo amo, que se sacrifiquen como Yo me sacrifiqué y continúen mi pasión en la tierra, esa pasión interior, más meritoria que la de afuera.

Esta clase de expiaciones son para mi Padre las más excelentes, las que lo desarmen, las que alcanzan más gracias porque, como decía las almas disponen de mis méritos infinitos que hago suyos, para que en mi unión y con esos sufrimientos profundos producidos por el puro amor al verme ofendido, los ofrezcan Conmigo al Padre para que lo conmuevan y lo hagan derramarse en torrentes de gracias para el mundo.

Es muy fino ese tormento del alma, porque es muy puro y nacido del amor en ese dolor íntimo causado al verme ofendido por otros.  Y claro está que el alma que este tormento siente evite con mucho cuidado las ofensas propias, tan sólo lastimarme le duele y no quiere disgustarme ni de lejos. Ha crecido en ella el  amor afinado por la unión transformante, en la que el alma, atraída por la unidad, sólo vive para Dios y se pierde en la Trinidad; por eso, sufre y siente, como Yo mismo, Dios-Hombre, sufría y sentía.

Pero, el escalón para alcanzar esa gracia es la transformación en Mí.  Por eso el día que mis sacerdotes sean otros Yo, sentirán como Yo, amarán como Yo y se perderán en la unidad como me pierdo Yo, que sólo vivo de mi Padre, y en mi Padre, y en unión del Espíritu Santo.

Que las almas pidan sin cesar, que ofrezcan cuanto son, tienen y pueden, porque Yo sea glorificado en mis sacerdotes transformado en Mí.  ¿No ven, no palpan las riquezas infinitas y divinas con que se adornarían esas almas predilectas de mi Corazón?  ¿No comprenden el empuje celestial que tendría ese mundo de almas detenidas en o material por falta de obreros santos, activos, celosos de mi gloria, que vieran mis intereses como propios, que sufrieran por lo mío, como si fuera Yo mismo el que sufriera?

El velar por mi honra de esta manera íntima y sentir en sí mismos los sacerdotes los pecados del mundo, y no solo sacerdote aislado, sino todos los sacerdotes en Mí, ¿no piensan el empuje que tendría mi Iglesia en esa unión íntima de mis sacerdotes, que llevaría las almas hacia Mí para ser el único blanco de sus aspiraciones?

Tengo hambre de limpieza en los corazones, tengo ser de amor puro, de amor desinteresado, de amor santo, unitivo y transformante, y lo quiero en mis sacerdotes y de mis sacerdotes, unos Conmigo en el Padre y en el Espíritu Santo.

Además, cuando el alma llega a transformarse en Mí, es cuando perfectamente cumple con el precepto de amar a Dios sobre todas las cosas y por ende a las almas como a sí misma.

Cuando un alma sacerdotal siente intensa y vivamente las ofensas hechas a Dios y le duelen como a Mí me duelen, y sólo por ser ofensas a un Dios todo bondad que sólo merece sumisión, adoración y amor, entonces está en su papel, y su amor se aquilata y se purifica de toda la escoria human, de todo propio interés.  tiene este purísimo amor relación intima con la contrición perfecta, que tiene virtud para borrar todos os pecados, por la eficacia de la fe viva y de la caridad que todo lo purifica para el cielo.

Esta gracias de sentir las ofensas hechas contra un Dios misericordioso como propias, es casi un martirio, pero martirio de amor; es contrición que limpia y consume toda escoria del alma y llega a la unión más íntima con Dios, de amor a Amor, de caridad a Caridad.

Y claro está que el que siete el dolor de verme ofendido por otros, mucho más siente las ofensas propias, y todo entra y se pierde en el mismo fuego, y todo se consume en las mismas llamas.

El alma se limpia de las ofensas propias y alcanza con su dolor, unido a mi dolor y a mis infinitos méritos, las expiaciones y las gracias para otras almas.

Pero esta perla, esta gracia, sólo se le regala a las almas transformadas en Mí, en más o menos grados; a las que son ya no ellas sino Yo en ellas, con todos mis sentimientos y quereres, consumadas en la unidad de la trinidad, que es lo que vengo buscando en mis sacerdotes, sobre todo; esa comunicación que transforma y en donde comienza una nueva era de especiales y estupendas gracias del amor del Padre.

Pero estas gracias de amor crecidísimo, de altísimos secretos de la Trinidad, no vienen a las almas antes de esa consumación que no es fin sino principio, que es sólo dejar el aso libre, la puerta abierta para los santos y adorables derroches de amor del Padre y de comunicación fecundísima de la misma Santísima trinidad"


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