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LA CASTIDAD DEL SACERDOTE COMO LA DE LOS ÁNGELES



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Queridos hermanos, el profesor de teología en una clase de espiritualidad comentando lo que San Ignacio de Loyola había dicho respecto a los consejos evangélicos de pobreza, castidad y obediencia, comentaba respecto a la castidad: Todo lo que dijo San Ignacio sobre la castidad era que la castidad del sacerdote debía ser como la de los ángeles, pero claro, sobre esto habría que decir mucho, apostilló el profesor jesuita.

Pues no hay que decir nada más. Se ha dicho todo de una manera perfecta y sabia. Inmejorable tratado sobre la castidad escrito por San Ignacio: como la de los ángeles. No se puede decir mejor, ni más claro, ni ser más verdad. Tratado completo y exhaustivo, verdadero compendio de moral para el sacerdote y el candidato al sacerdocio. Todo lo que se diga de más de lo ya dicho va en detrimento de la verdad, con el peligro inminente de enturbiar tal verdad, oscureciéndola y desvirtuándola. Cuando el sacerdote no se enfrenta ante esta realidad de su pureza, cuando cuestiona este hermoso tratado de moral sexual, cuando intenta buscar reparos y aclaraciones, entonces ya ha entrado la duda en él, y con la duda la debilidad, y con la debilidad la propensión a pecar; y lo más terrible, la conformidad con la vida de pecado. La aceptación sin reparos de la castidad del sacerdote como la de los ángeles es el camino seguro e infalible para que así llegue a ser, para que el sacerdote viva santamente su pureza, con firmeza, con virilidad, con alegría y verdadero gozo, libre de las angustias de las tentaciones, con la sabiduría para evitar los envites del diablo que con preferencia ataca al sacerdote por este lado de la carne.

Nada más triste, despreciable y rechazable, a la vez que peligroso para las almas, que un sacerdote concupiscente, carnal, libidinoso, lujurioso. Un sacerdote que mire como los hombres, que hable como ellos, que vista como el mundo, que se comporte como uno más; un sacerdote que no se distinga de los demás. Uno más. No. El sacerdote no es uno más, no es un hombre más, es un sacerdote, es un ministro del Señor, es un reflejo suyo en la tierra. Los fieles tienen el derecho de ver en el sacerdote a Cristo, tienen el derecho a escuchar a Cristo que les habla cuando escuchan al sacerdote, tienen el derecho a sentirse cerca del Señor que les mira con amor y respeto, y no cerca de quien haciendo la veces de Cristo, le traiciona, traicionando a los fieles que han puesto su confianza en él. No, un sacerdote no puede estar lleno de sensualidad, en su mirar, vestir, comportarse, desenvolverse, pues es un sacerdote indigno.

Todo lo que rodea al sacerdote carnal es nauseabundo. Los fieles no ven sacerdotes en ellos, ven tan solo hombres nada más. Basta verlos en la santa misa, en la consagración, se ve que no sienten al Señor, no sienten la inmensidad infinita de su santidad y pureza. Un sacerdote impuro es un éxito del demonio. Cuántos se acercan a los fieles carnalmente, con miradas que no son las del Buen Pastor, con conversaciones ordinarias y vulgares. ¿Cómo pueden reflejar a Cristo? No lo reflejan, ni lo pretenden. No piensan como sacerdotes, sino como hombres.


La castidad como la de los ángeles.

Cuando el sacerdote, y el seminarista, asumen con pleno convencimiento que su castidad ha de ser como la de los ángeles, cuando entienden que ya no se puede decir nada más porque ya está todo dicho; cuando rechazan firmemente cualquier otra explicación sobre el tema, ya sea la rechazable educación afectivo sexual del sacerdote, entonces ya han empezado a vivir la castidad como el Cielo quiere que se viva en la tierra por parte de los sacerdotes. Ya están en el camino correcto y santo que les llevará a la castidad perfecta y perpetua, con la gracia de Dios.

La primera consecuencia de este santo camino es la confesión frecuente, cada semana. El sacerdote no ha de dejar bajo ningún concepto su confesión semanal; es más si es necesario debe alterar sus planes para no privarse de la confesión, hasta donde sea posible, evidentemente. Debe pensar en ella y esperar que llegue el día de confesarse. Debe prepararse para ella y estar atento en no banalizarla, ni restarle importancia. Es muy importante la acción de gracias tras la confesión, meditar en la acción del Espíritu Santo que cada semana inunda su alma, desear ese momento firmemente. Ha de ser constante en la confesión, perseverante, no dejarla por nada, poner todos los medios para tener segura la confesión.

La confesión frecuente será para el sacerdote el medio que le de la gracia para seguir adelante contra la lucha del maligno que no dejará escapar a tan preciada presa; le ayudará a evitar las tentaciones, la curiosidad, a ser más firme en su determinaciones, le ayudará a ser más metódico en sus asuntos y vida de piedad; entenderá la importancia del orden en su vida, tanto en su apostolado como en su vida de oración. Comprenderá que no puede dejar al azar sus cosas diarias, sino que, en la medida de lo posible, las tendrá organizadas y preparadas. El orden en la vida del sacerdote es el orden que desprecia el demonio, que busca del sacerdote la improvisación, lo casual, lo inmediato; quiere al sacerdote despreocupado, ligero en sus decisiones, poco firme y determinativo, es resumidas cuentas, el sacerdote frágil y maleable. La confesión frecuente corta todas estas debilidades y deficiencias y errores en la vida del sacerdote.

Con la confesión frecuente está el santo sacrifico de la Misa. Aquí el sacerdote encuentra de forma única y privilegiada la razón de su pureza perfectísima, a la que está obligado por la excelencia de tan alto misterio. El sacerdote debe vivir con gran delicadeza, atención, devoción, cuidado, todo lo relativo a la santa misa. Ha de ser el momento del día por excelencia del sacerdote. Ha de pensar en él, con mucha antelación antes de que llegue ese momento, para ser consciente que su vida es un caminar constante hacia el Calvario. Si el sacerdote tiene presente que ha de recorrer cada día este camino, el sacerdote está siguiendo al Señor y no le faltará el ángel cirineo que le ayudará en la carga pesada de cada día. Por ser fiel al Señor, Éste le recompensará con la alegría siempre renovada del santo sacrificio. La nota característica que el sacerdote está en el buen camino de la castidad como la de los ángeles es la alegría siempre nueva de su misa. Este es un síntoma infalible. La alegría siempre nueva, siempre distinta, siempre diferente al día anterior, siempre única, es el abrazo del Cristo Sumo y Eterno sacerdote a su hijo fiel. No dejaríamos de seguir hablando de la santa misa, pero con lo dicho es suficiente pincelada para el tema que abordamos de la castidad del sacerdote.

No puede faltar en la vida del sacerdote casto, la oración mental, la oración de recogimiento, contemplativa, diaria. Sin oración mental va a ser muy difícil, prácticamente imposible que el sacerdote viva la castidad, oficie santamente el santo sacrificio y se confiese con frecuencia. La oración de recogimiento es la base donde se asienta la obra de la castidad perfecta en la vida sacerdotal. Es el cimiento imprescindible sin el cual no se puede construir una vida de santidad, de castidad y de fidelidad sacerdotal al Señor. La oración mental es el encuentro diario con Dios Padre Creador, con Dios Hijo Redentor con Dios Espíritu santo Santificador. Es el momento privilegiado en que el alma del sacerdote se recoge en su intimidad y se presenta ante Dios para que obre en él según la voluntad divina. En estos momentos diarios, el sacerdote se deja hacer por Dios Padre, por Dios Hijo y por Dios Espíritu Santo. El sacerdote en presencia de Dios se dispone a escuchar lo que cada una de las tres Divinas Persona que decirle a él. Porque cada Una mira con predilección a quien es una obra predilecta de las Tres Divinas Personas. Es nada menos que el sacerdote, el reflejo del mismo Dios.

Todo sacerdote que quiera ser fiel a su ministerio ha de vivir la vida de ascetismo, ha de incorporar en su vida el sacrificio y la penitencia. Nadie como el sacerdote de Cristo ha de valorar la simplicidad en su vida, consciente del engaño del mundo, demonio y carne. El mismo seguimiento del Señor lleva al sacerdote a valorar sobremanera las privaciones voluntarias, ayunos, sacrificios, todo aquello que le ayuda a someter los sentidos y a hacer florecer la santa humildad. Ha de valorar el sacrifico de controlar los sentidos que con tanta facilidad se dispersan; dominar la mirada, evitar la curiosidad, rechazar pensamientos que no sean santos y puros. El sacerdote ha de ejercitarse en controlar sus sentidos y tener control sobre ellos sin rendirse ante la tentación de las ocasiones.

No puede permitir dejarse dominar por intereses, comportamientos, acciones que no sean propios del sacerdote. Ha de ser consciente en todo momento de su sacerdocio, pues los fieles buscan el sacerdote y no el hombre. Buscan al hombre de Dios que les aconseje en sus necesidades y consuele en sus preocupaciones. Por esta razón, los sacrificios y penitencias son auxilio privilegiado para el sacerdote para mantener su actitud sacerdotal en todo momento. También el sacrificio corporal del uso de cilicio o de la disciplina es un aliado santo para el sacerdote para vivir con alegría la santa pureza, uniéndose al dolor redentor de nuestro Señor Jesucristo.


Sacerdotes castos como los ángeles.

He aquí los fundamentos que tiene el sacerdote que hacer suyo el programa de moral sexual de San Ignacio de Loyola. Programa que como ya hemos indicado es lo más perfecto que se ha podido escribir del tema, y lo más completo. Es imposible quitar o añadir nada. Sabiduría divina la que destila el gran santo al dejarnos tan hermoso tratado sobre la castidad: como la de los ángeles.

Sólo añadir por último, algo no menos importante para el sacerdote: la vestidura eclesial. El sacerdote ha de vestir como tal. No puede vestir como el mundo, es un grandísimo error y se expone inútilmente y absurdamente a la tentación de la carne. ¡Si los sacerdotes entendieran la belleza de la sotana! Prenda traída por los ángeles para los sacerdotes, para ayudarles en su santidad y castidad.

Cuando decididamente el sacerdote está dispuesto a ser casto como los ángeles, y con firmeza, humildad y amor se propone vivir su sacerdocio tal como lo hemos expuesto, comprueba que es perfectísimamente posible vivir la castidad perfecta y perpetua. Cuando el sacerdote ha conseguido aunar en su vida, poco a poco, pero decididamente, todo lo anterior brota en él el deseo ferviente de castidad, y el sacerdote luchará contra todos los frentes que se le presenten con la mayor firmeza, a pesar de su debilidad.

Porque el sacerdote ya no es él, sino Cristo en él.

Ave María Purísima.

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