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LA ESCALA ESPIRITUAL SAN CLÍMACO - PARTE 24


"LA ESCALERA DEL DIVINO ASCENSO"
DE SAN JUAN CLÍMACO



"Escala al Paraíso"
(Scala Paradisi, o Escala Espiritual)
Juan Clímaco.


Basada en la edición del Obispo Alejandro (Mileant)
Corrección e introducción: Rolando Castillo




Vigésimo Sexto Escalón: del Discernimiento.


1. En los principiantes, el discernimiento es un conocimiento verdadero de sí mismos; en los que progresan es un sentido espiritual que distingue sin error el bien verdadero del bien solamente natural (o de su opuesto); en los perfectos, es una ciencia que proviene de una iluminación divina y que puede aclarar con su luz lo que está oscuro para los otros.
O de una manera general, quizás el discernimiento es y se define como la percepción cierta de la voluntad de Dios en toda ocasión, en todo lugar y en toda circunstancia; se encuentra solamente en los que son puros de corazón, de cuerpo y de boca.
El discernimiento es una conciencia sin mancha y una sensibilidad purificada.

2. Quien destruyó piadosamente en sí mismo las tres pasiones, destruyó también las cinco; pues el que es negligente en lo que concierne a la primera no vencerá ninguna.

3. Que nadie caiga en la incredulidad por ignorancia, al escuchar o ver cosas que sobrepasan la naturaleza de la vida monástica; pues allí donde habita Dios, que está por encima de la naturaleza, ocurren muchas cosas que sobrepasan la naturaleza.

4. Hay tres causas generales en todos los combates que libran con nosotros los demonios: la negligencia, el orgullo y la envidia de los demonios. La primera es deplorable; la segunda, muy miserable; pero la tercera es una bendición.

5. Que, después de Dios, nuestra conciencia sea nuestra dirección y nuestra regla en todo para que, sabiendo de dónde sopla el viento, podamos tender nuestras velas, en consecuencia.

6. En todo lo que hacemos según Dios, los demonios cavan para nosotros tres precipicios: al principio se esfuerzan para impedir que obremos el bien; en segundo lugar, después de su primera derrota, intentan hacer lo que río es según Dios; y cuando fracasaron también en esto, estos ladrones se presentan dulcemente en nuestra alma y nos felicitan por vivir en todo según Dios. Es necesario combatir el primero con el celo y el temor de la muerte; el segundo, con la sumisión y las humillaciones y el tercero, condenándose a sí mismo sin descanso. Debemos hacer frente a este trabajo hasta que el fuego divino penetre en nuestro santuario; entonces ya no estaremos determinados por malas predisposiciones. "Pues nuestro Dios es fuego devorador" (Hb 12:29), que consume toda fiebre de lujuria, todo movimiento de pasión, toda mala predisposición, todo envejecimiento y toda oscuridad interior y exterior, visible e invisible.

7. Los demonios generalmente producen lo contrario de lo que acaba de decirse. Cuando toman posesión del alma y apagan la luz del espíritu, no existe
más en nosotros, pobres miserables, ni sobriedad, ni discernimiento, ni conocimiento propio, ni vergüenza; sino endurecimiento, insensibilidad, falta de discernimiento y ceguera.

8. Lo que acabamos de decir es claramente conocido por los que dominaron la lujuria, reprimieron su libertad de conducta y de lenguaje y pasaron del impudor a la modestia. Saben cuánta vergüenza propia sienten interiormente cuando su espíritu deja de estar embriagado y se cura de su endurecimiento, o mejor aún de su ceguera, y cuánta vergüenza por lo que dijeron e hicieron cuando vivían enceguecidos.

9. Si la claridad de nuestra alma no comienza por el ensombrecimiento y las tinieblas, los ladrones no vendrán a robarla, matarla y arruinarla. El robo es la pérdida de su riqueza; el robo es hacer lo que no está bien como si estuviera bien; el robo es el alma que está cautiva sin saberlo. El asesinato del alma es la muerte del espíritu razonable que cae en acciones infames. La ruina es la desesperación después de la trasgresión.

10. Que nadie dé como pretexto su impotencia para observar los preceptos del Evangelio, porque hay almas que cumplieron más que los preceptos. Se convencerán con el ejemplo de quien amó a su prójimo más que a sí mismo y que dio su vida por él, aunque hayan recibido el mandato del Señor.

11. Que tengan ánimo los que soportaron la humillación de estar sometidos a las pasiones. Incluso si caen en todos los precipicios, si se dejan capturar en todas las trampas o si son alcanzados por todas las enfermedades, cuando recobran la salud, llegan a ser médicos, faros, lámparas y pilotos para todos, enseñando los síntomas de cada enfermedad; su propia experiencia los vuelve capaces de impedir a los otros que caigan.

12. Si algunos todavía están tiranizados por sus antiguas predisposiciones malas y pueden, sin embargo, enseñar a los demás por medio de la palabra, simplemente que enseñen, pero que no les den órdenes. Pues podrá ocurrir que, confundidos por sus propias palabras, se pongan a practicar lo que enseñan y les ocurrirá lo que vi que se producía con los que se habían hundido en un pantano. Zambullidos en el fango como estaban, enseñaban a los que pasaban cómo se habían atascado, explicándoselo para su salvación, para que no cayeran ellos también de la misma manera. Y a causa de procurar la salvación de los otros, Dios todopoderoso los liberará también a ellos del barro. Pero los que están dominados por sus pasiones y se arrojan voluntariamente a los placeres, que enseñen solamente con su silencio, pues está escrito que "Jesús hizo y enseñó desde un principio" (Hch 1:1).

13. Peligroso, verdaderamente peligroso, es este mar que atravesamos nosotros, humildes monjes. Es un mar pleno de tempestades, de escollos, de torbellinos, de piratas, de tomados, de bajíos, de monstruos y de olas. El escollo para el alma es la cólera violenta y repentina. El torbellino es la angustia que se apodera del espíritu y se esfuerza en arrastrarlo al abismo de la desesperación. El bajío es la ignorancia que toma el mal por el bien. El monstruo es ese cuerpo pesado y salvaje. Los piratas son los más peligrosos proveedores de vanagloria que roban nuestro cargamento de virtudes laboriosamente adquiridas. La ola es un vientre hinchado y cargado que nos deja librados a los animales agresivos y salvajes. El tornado es el orgullo que, después de habernos elevado al cielo, nos hace descender al fondo del abismo.

14. Todos los que enseñan las letras saben qué estudios convienen a los principiantes, a los que progresan y a los maestros. Prestemos atención, no ocurra que después de haber estudiado por mucho tiempo, estemos todavía sólo en las lecciones de los principiantes. Pues es una gran vergüenza ver a un viejo ir a la escuela con niños.

Un excelente alfabeto que conviene a todos es éste: obediencia, humildad, cilicio, cenizas, lágrimas, confesión, silencio, humildad, vigilias, coraje, frío, fatiga, pena, humillación, contrición, olvido de las ofensas, amor fraternal, dulzura, fe simple y sin afectación, despreocupación por las cosas del mundo, ausencia de odio hacia los parientes, desprendimiento, simplicidad inocente, abyección voluntaria.
Un buen programa y una materia de examen para los que están avanzados: la fuga de la vanagloria, la ausencia de cólera, la firme esperanza, la hesiquia, el discernimiento, el constante recuerdo del juicio, la compasión, la hospitalidad, la moderación en los reproches, la oración en la impasibilidad, el desprendimiento del dinero.

Y un modelo, una regla y una ley para los que están en la carne, pero tienden piadosamente a la perfección del espíritu y del cuerpo: un corazón liberado de todo cautiverio, la perfecta caridad, la fuente de la humildad, la elevación del espíritu, la presencia interior de Cristo, la luz asegurada en la oración, abundancia de iluminación divina, el deseo de la muerte, el odio por la vida, la huida del cuerpo, la intercesión por el mundo, la violencia hecha a Dios, la concelebración con los ángeles, el abismo de la ciencia, la residencia en los misterios, el cuidado de los secretos inefables, el salvador de los hombres, el Dios de los demonios, el señor de las pasiones, el señor del cuerpo, el superior de la naturaleza, la huida del pecado, la morada de la impasibilidad, el imitador del Señor, con la ayuda del Maestro.

15. Debemos dar prueba de una gran sobriedad espiritual cuando el cuerpo está enfermo. Nos vemos extendidos en la tierra y somos incapaces temporariamente de sostener la lucha contra los demonios a causa de nuestra debilidad, y ellos, entonces, se esfuerzan en atacarnos con violencia. En torno de los que viven en el mundo, cuando están enfermos, rueda el demonio de la cólera y a veces el de la blasfemia; en cuanto a los que viven fuera del mundo, si tienen abundancia de lo que necesitan, el demonio de la gula y el demonio de la lujuria los atacan; pero los que viven en lugares ascéticos y privados de consuelo, tienen la compañía del demonio tiránico de la amargura y de la tristeza.

16. Yo remarqué que el demonio de la lujuria agregaba enfermedades a los dolores y en los dolores del alma ocasionaba movimientos de la carne y de profanación, y era sorprendente ver cómo se rebelaba y ardía en medio de violentos sufrimientos. También observé que algunos, extendidos en su cama, estaban reconfortados por el poder de Dios o por un sentimiento de compunción; gracias a este consuelo, dejaban a un lado el dolor y llegaban a una disposición del espíritu tal que no deseaban ser liberados de su enfermedad. Y observando esto atentamente, vi a otros que sufrían cruelmente y que, a través de esta enfermedad, eran liberados de las pasiones del alma como a través del cumplimiento de una penitencia, y glorifiqué al que purificaba la arcilla con la arcilla.

17. Un intelecto espiritual siempre está revestido de una sensibilidad espiritual. Como está en nosotros y, al mismo tiempo no está, jamás debemos cesar de buscarla. Y cuando aparece, los sentidos exteriores cesan por sí mismos su actividad. Sabía esto el sabio que dijo: "Entonces descubrirás un sentido divino."

18. La vida monástica debe ser vivida con un profundo sentimiento del corazón, que anime las acciones, las palabras, los pensamientos y los movimientos. Caso contrario, no será una vida monástica y todavía menos una vida angélica.

19. Una cosa es la providencia de Dios; otra, su ayuda; otra, su protección; otra, su misericordia; y otra, su consuelo. La providencia de Dios aparece en toda la creación; su ayuda, en aquellos que tienen una fe activa; su misericordia, en sus servidores; y su consuelo, en los que lo aman.

20. A veces, lo que para uno es remedio, para otros es veneno y, a veces, lo que se le administra a una misma persona si es el momento oportuno, le sirve de remedio, pero dado en mal momento se convierte en veneno.

21. Vi a un médico torpe que, al humillar a un enfermo que ya estaba profundamente abatido, sólo logró arrojarlo a la desesperación. Y vi a un médico hábil operar un corazón orgulloso con el cuchillo de la humillación y vaciarlo así de toda su infección.

22. Vi al mismo enfermo beber el remedio de la obediencia, tomar el del ejercicio, caminar, privarse del sueño para purificarse de sus manchas y, cuando el ojo de su alma estaba enfermo, permanecer en silencio y en tranquilidad. Quien tenga oídos que escuche.

23. Algunos, no sé por qué — pues no aprendí a entrometerme presuntuosamente en los dones de Dios — de alguna manera, son llevados naturalmente a la temperancia, a la pureza, a la hesiquia, a la reserva, a la dulzura o a la compunción. Pero otros, a pesar de la resistencia que les opone su naturaleza con respecto a todo esto, se violentan con todas sus fuerzas; aunque estos últimos cometen, a veces, una falta, los prefiero a los primeros porque se violentan contra su naturaleza.

24. No te glorifiques, hombre, de una riqueza que obtuviste sin trabajo. Pues el Dador, previendo tu gran angustia, tu debilidad y tu ruina, quiso salvarte, al menos en cierta medida, a través de ventajas que, por sí mismas, no merecen recompensa. De la misma manera, la instrucción recibida en la infancia, la educación, los estudios, contribuyen, cuando tenemos más edad, a llevarnos a la virtud y a la vida monástica, o, por lo contrario, a extraviarnos.

25. Los ángeles son una luz para los monjes y la vida monástica una luz para todos los hombres. Que los monjes se esfuercen en llegar a ser buenos modelos en todas las cosas, no dando a nadie ocasión de escándalo en sus obras o en sus palabras. Pues si la luz llega a ser tiniebla, cuánto más oscuras llegarán a ser las mismas tinieblas, quiero decir, los que viven en el mundo (cf. Mt 6:23).

26. Todos los que andáis en la lucha espiritual escuchadme: no es bueno para nosotros dispersarnos y dividir el esfuerzo de nuestra miserable alma para combatir los miles de miles y las miríadas de miríadas de enemigos; pues nuestras fuerzas no bastan para conocer o descubrirlos a todos.

27. Con la ayuda de la Santísima Trinidad, combatamos tres contra tres; si no, nos ocasionaremos penas nosotros mismos.

28. Por cierto, si quien "convirtió el mar en tierra firme" (Sal 65:6) está verdaderamente en nosotros, también nuestro Israel, (quiero decir nuestro espíritu que contempla a Dios), atravesará seguramente este mar al abrigo de las olas y veremos a los egipcios zozobrar en el mar de las lágrimas. Pero si no ha hecho todavía su morada en nosotros, ¿quién podrá "acallar el estruendo de los mares" (Sal 64:8), es decir, de nuestra carne?

29. Si Dios se presenta en nosotros a través de nuestras acciones, sus enemigos serán dispersados y si nos acercamos a Él por medio de la contemplación, los que lo odian huirán ante su faz y la nuestra (cf. Sal 67:2).

30. Esforcémonos por aprender las cosas divinas más por nuestros trabajos y nuestros sudores que por simples palabras; en efecto, en el momento de nuestra muerte, hará falta presentar nuestros actos y no nuestras palabras.

31. Los que escucharon decir que, en alguna parte, hay un tesoro oculto, lo buscan y como pasaron muchos males para encontrarlo no evitan penas para cuidarlo; pero aquellos que se enriquecieron sin trabajo despilfarran fácilmente lo que poseen.

32. Es difícil superar las malas predisposiciones; y los que no cesan de agregar otras nuevas caen en la desesperación o no sacan ningún provecho de la obediencia. Pero yo sé que a Dios todo le es posible y nada le es imposible (cf. Lc 1:37).

33. Un día, se me planteó un problema difícil de resolver y que superaba la capacidad de un hombre como yo; no encontré respuesta en ninguno de los libros que tuve entre las manos. Se me decía: "¿Cuáles son los retoños particulares de los ocho malos pensamientos? O mejor, ¿cuál, entre los tres principales, es la madre de los otros cinco?"

Pero pretextando mi ignorancia, digna de alabanza, respecto a esta dificultad, obtuve la siguiente respuesta de tres santos hombres: "La madre de la lujuria es la gula y la de la apatía es la vanagloria; la tristeza y la cólera también son retoños de las otras tres y la madre del orgullo es la vanagloria."

Como contestación a las palabras de estos hombres dignos de memoria, les supliqué inmediatamente que me dijeran cuáles eran los retoños de estos ocho vicios y de quién nace cada uno. Y estos hombres liberados de las pasiones me instruyeron amablemente: "No hay — me dijeron — ni orden ni razón en estas pasiones irracionales, sino al contrario un desorden y una confusión extrema." Y estos bienaventurados apoyaron sus palabras en ejemplos convincentes y ofrecieron numerosas pruebas; citaremos algunas en este capítulo con el fin de aclarar esto y así poder juzgar el resto.

Así, por ejemplo: el reírse sin ningún motivo a veces es motivado por la lujuria y, a veces, por la vanagloria cuando, sin motivo, uno se glorifica a sí mismo; y a veces también por comer demasiado.
El exceso de sueño proviene ya del exceso de comida, ya del ayuno, cuando los que a ayunan se envanecen de ello, ya de la apatía o incluso de la naturaleza.

La vanagloria y la gula dan origen a la charlatanería. El buen comer y la falta del temor de Dios nos traen apatía.

La blasfemia es hija del orgullo; pero a menudo proviene de los juicios que hacemos del prójimo o de la importuna envidia de los demonios.

El endurecimiento del corazón suele provenir del exceso de comida, de la insensibilidad o de un apego. Y éste, a su vez, es originado por la lujuria, la avaricia, la gula, la vanagloria, o por muchas otras causas.

La malicia proviene del orgullo y de la cólera.

La hipocresía, nace de la propia complacencia y de la libre disposición de sí mismo.

Las virtudes opuestas engendran virtudes opuestas a estos vicios. Pero, sin extenderme sobre el tema — pues me faltaría tiempo si quisiera examinarlas una por una — diré simplemente que el remedio contra todas las pasiones de las que acabamos de hablar es la humildad. Los que alcanzaron esta virtud, vencieron todas las otras.

La voluptuosidad y la malicia engendran todos los vicios. Quien las posee, no verá al Señor; y abstenerse de la primera no aportará ningún beneficio si no se hace lo propio con la segunda.

34. Que el temor que se siente en presencia de los príncipes y de las bestias feroces, sea para nosotros un ejemplo del temor que debemos sentir por el Señor; y que el amor carnal nos sirva de modelo para nuestro deseo de Dios.

Nada impide tomar, como ejemplo para las virtudes, aquello que es contrario a ellas.

35. La actual generación está gravemente corrupta, llena de orgullo y de hipocresía. En las tareas corporales, quizás alcanza el nivel de los antiguos padres, pero no es gratificada por sus dones espirituales; y, sin embargo, creo que la naturaleza no tuvo nunca tanta necesidad de dones espirituales como ahora. Pero tenemos lo que merecemos. Pues para manifestarse, Dios no toma en cuenta los trabajos, sino la simplicidad y la humildad. Y si el poder del Señor se muestra en la debilidad (cf. 2 Co 12:9), Él no rechazará, ciertamente, a un trabajador humilde.

36. Cuando vemos a uno de los atletas de Cristo, sumergido en el sufrimiento físico, no nos esforcemos maliciosamente en descubrir la razón de su enfermedad; sino, más bien, con caridad pura y sin malicia, aliviémoslo, considerándolo como un miembro de nuestro propio cuerpo y como un compañero de armas herido en el combate.

37. A veces, la enfermedad tiene por objetivo purificarnos de los pecados y, a veces, humillar nuestro espíritu.

38. A menudo, cuando nuestro Maestro y Señor, bueno y excelente, ve hermanos muy perezosos para la ascesis, humilla su carne con enfermedades, como por una ascesis que no exige demasiado esfuerzo; ésta, a veces, purifica también el alma de los malos pensamientos y de las pasiones.

39. Todo lo visible e invisible que nos ocurre puede ser tomado por nosotros con buena, mala o mediana predisposición. Vi a tres hermanos soportar un disgusto: el primero se enojó, el segundo contuvo su enfado y el tercero recibió una gran alegría.

40. Vi a agricultores sembrar las mismas semillas, pero cada uno con un objetivo particular. Uno pensaba pagar sus deudas, otro deseaba enriquecerse; otro quería honrar al Señor con sus ofrendas; otro deseaba ser alabado por los que pasaban por el camino de la vida; otro quería afligir a su enemigo, que lo envidiaba; otro no quería que los hombres lo acusaran de pereza.

Éstos son los nombres de los granos sembrados por ellos: ayuno, vigilia, limosna, servicio y otras cosas semejantes. Que los hermanos examinen sus objetivos con cuidado.

41. Cuando sacamos agua de la fuente, a veces traemos sin darnos cuenta una rana; de la misma manera, cuando trabajamos para practicar virtudes, buscamos satisfacer vicios que están imperceptiblemente entrelazados con ellas. Por ejemplo, la gula se mezcla con la hospitalidad; la lujuria con el amor; la duplicidad, la lentitud, la pereza, la contradicción, la propia voluntad y la desobediencia, con la dulzura; el desprecio de la enseñanza, con el silencio; el orgullo, con la alegría; la indolencia, con la esperanza; el juicio temerario, con la caridad; la apatía y la tristeza, con la hesiquia; la amargura, con la castidad; la libertad de la conducta, con la humildad; y a cada una de las virtudes que encontremos las recubre, como un emplasto, o mejor aún, como un veneno, la vanagloria.

42. No nos aflijamos si debemos preguntar algo al Señor durante mucho tiempo sin ser escuchados. En efecto, al Señor le agradaría que todos los hombres llegaran en un instante a ser impasibles, pero, en su presciencia, ve que no sería útil.

43. A los que piden y no obtienen de Dios el cumplimiento de su pedido, esto les ocurre siempre por una de las siguientes razones: porque su demanda es prematura; o porque está justificada o inspirada por la vanagloria; o porque se enorgullecerían de ser escuchados; o, finalmente, porque se volverían negligentes después de haber obtenido lo que piden.

44. Los demonios y las pasiones se retiran del alma por un tiempo o para siempre: pienso que nadie pone esto en duda, aunque muy pocos saben por qué razón nos dejan.

45. Ocurre que todas las pasiones se retiran de ciertos fieles e, incluso, de ciertos infieles, excepto una sola; y ésta se les deja como el más grande de todos los males que, por sí solo, ocupa el lugar de los otros; es tan pernicioso que incluso puede hacer perder el cielo.

46. La materia de las pasiones se destruye con el fuego divino. Y cuando esta materia ha sido radicalmente destruida y nuestra alma se ha purificado, las pasiones se retiran, a menos que las atraigamos nuevamente con una vida sensual y de relajamiento.

47. Los demonios nos dejan voluntariamente para incitarnos a la despreocupación y enseguida arrebatar repentinamente nuestra alma miserable.

48. Conozco otro caso en que estas bestias feroces se retiran: mientras, las pasiones llegan a ser en el alma una costumbre inveterada y casi una segunda naturaleza; esta alma se tiende trampas a sí misma y se hace la guerra. Los niños pequeños nos dan un ejemplo de lo que acabo de decir: en virtud de una costumbre prolongada y privados del seno materno, chupan sus dedos.

49. Incluso vi una quinta manera en la que la impasibilidad se establece en el alma: procediendo de una gran simplicidad y de una inocencia loable. Es justo que Dios venga en ayuda de estas almas, Él, que salva a los que tienen corazón recto (cf. Sal 7:12) y los libera de sus vicios sin que se den cuenta, como niños pequeños a los que se desviste sin que tomen conciencia de ello.

50. No existe ni vicio ni pasión en la naturaleza. Dios no es creador de pasiones. Pero existen en nosotros muchas virtudes naturales que provienen de él, entre ellas la misericordia, pues incluso los paganos son compasivos; la caridad, porque hasta animales sin razón lloran la pérdida de los suyos; la fe, pues la engendramos en nosotros mismos; la esperanza, pues incluso nosotros, los bautizados, prestamos, vendemos y sembramos esperando el más grande beneficio. Sí, como hemos mostrado, el amor es una virtud natural en nosotros y si la caridad es la ley en su plenitud (Rm 13:10), entonces las virtudes no están alejadas de la naturaleza. Que se ruboricen los que pretextan su impotencia para practicarlas.

51. Por encima de la naturaleza están la castidad, la ausencia de cólera, la humildad, la oración, las vigilias, el ayuno y la compunción continua. Algunas de esas virtudes nos las enseñan los hombres; otras, los ángeles; otras, el Maestro y el Dador que es el Verbo de Dios.

52. En presencia de dos males, debemos elegir el menor. Por ejemplo, a menudo ocurre que mientras estamos en oración, vienen hermanos a buscarnos; estamos entonces en esta alternativa: interrumpir nuestra oración o entristecer a nuestro hermano, despidiéndolo sin responderle. Pero la caridad es más grande que la oración; la oración es una virtud particular, en tanto que el amor contiene todas las virtudes.

53. Un día, hace tiempo, cuando todavía era joven, llegué a un pueblo y, al sentarme a la mesa, fui asaltado al mismo tiempo por la tentación de la gula y de la vanagloria. Rechacé la gula y preferí ceder a la vanagloria. Y esto no es sorprendente. Para la gente del mundo, la raíz de todos los vicios es el amor por el dinero; pero, entre los monjes, es la gula.

54. Por una disposición providencial, Dios deja a menudo entre los espirituales ciertas pasiones de poca consecuencia para que, al reprobarse a sí mismos sin miramientos por esas imperfecciones que no implican pecado, puedan obtener el tesoro inviolable de la humildad.

55. Para los que no vivieron desde el principio en la obediencia, es imposible obtener humildad. Cualquiera puede aprender un arte si no deja que su fantasía se ilusione.

56. Los padres hacen que la vida activa consista en dos virtudes muy generales. Y con razón. Pues la primera destruye la sensualidad y la segunda asegura esta destrucción a través de la humanidad. Y, por eso, la aflicción también tiene un doble efecto: destruye el pecado y engendra la humildad.

57. Los hombres piadosos otorgan a todos lo que les piden; los que son muy piadosos dan incluso a los que no piden; pero lo propio de los que alcanzaron la impasibilidad es no reclamar algo a quien lo ha tomado.

58. No cesemos jamás de examinarnos acerca de todas nuestras pasiones y nuestras virtudes. ¿Dónde nos encontramos? ¿En el comienzo, en la mitad o al final?

59. Todos los combates que libramos con los demonios provienen de estas tres causas: amor al placer, orgullo o envidia de los demonios. Estos últimos son combates bienaventurados; los segundos son miserables y los primeros no otorgan jamás ningún beneficio.
 
60. Existe cierto sentimiento o, mejor aún, cierta predisposición interior que se llama fuerza del alma; quien está animado por ella no temerá jamás la pena, ni la extraviará. Debido a esta gloriosa inclinación, las almas de los mártires despreciaron fácilmente sus torturas.

61. Una cosa es la vigilancia de los pensamientos; otra el cuidado del espíritu. El Oriente está tan alejado del Occidente como la segunda está elevada por encima de la primera y es más difícil de alcanzar.

62. Una cosa es rezar para ser liberado de los pensamientos; otra, contradecirlos y otra, despreciarlos y pasarlos por encima. De la primera actitud, tenemos el siguiente testimonio: "Oh Yahvé, corre en mi ayuda" (Sal 69: 2) y otras cosas semejantes; de la segunda, éstos otros: "Daré respuesta al que me insulta, porque confío en tu palabra" (Sal 118:42) para rechazarlos; y "Habladuría nos haces de nuestros convecinos" (Sal 79:7). También de la tercera da razón el salmista: "Me callo ya, no abro la boca, pues eres Tú el que actúas" (Sal 38:10), "Pondré un freno en mi boca mientras esté ante mí el impío" (Sal 38:2), y: "Los soberbios me insultan hasta el colmo, yo no me aparto de tu ley" (Sal 118:51). El que se mantiene en el segundo grado también deberá usar a menudo la primera forma de lucha, cuando sea tomado de improviso. Quien se encuentra en el primer grado no puede rechazar a sus enemigos por la segunda. Pero quien alcanza el tercer grado desprecia completamente a los demonios.

63. Naturalmente es imposible que lo que es incorpóreo sea contenido en los límites de lo que es corporal; pero todo es posible para quien posee a Dios.

64. Así como los que tienen buen sentido del olfato pueden descubrir a los que tienen perfumes ocultos, el alma pura discierne en los otros tanto el buen aroma que ella misma obtuvo de Dios como la hediondez de la que fue liberada, aunque esto no pueda ser percibido por los otros.

65. No es posible que todos lleguemos a ser impasibles; pero no es imposible que todos seamos salvados y que nos reconciliemos con Dios.

66. No te dejes dominar por esos extraños pensamientos: quieren penetrar indiscretamente en las disposiciones inefables y providenciales de Dios y saber por qué algunos tienen visiones, sugiriéndote en secreto que Dios hace excepciones. Son hijos del orgullo y se los reconoce como tales.

67. Hay un demonio de la avaricia que a veces simula humildad; y hay un demonio de la vanagloria que incita a la misericordia y un demonio de la sensualidad que hace lo mismo. Si estamos purificados, sin embargo, de uno y de otro, no dejemos de ejercer misericordia en toda circunstancia.

68. Hay quienes consideran que unos demonios se oponen a otros. Pero yo sé que todos buscan nuestra perdición.

69. Nuestra propia resolución y nuestro deseo santo, con la ayuda de Dios preceden siempre en nosotros cada acto espiritual, visible o interior; pues si los primeros no se ponen como fundamento, el segundo no tendrá lugar.

70. Si, como dice el Eclesiastés (3:1), "todo tiene su momento, y cada cosa, su tiempo bajo el cielo" — y por "cada cosa" debemos entender todo lo que concierne a nuestro santo género de vida —, prestemos atención, se los ruego, y busquemos en cada momento lo que concierne a este tiempo. Es cierto que para los que combaten, existe un tiempo de impasibilidad y un tiempo para el dominio de las pasiones; digo esto para los combatientes que hacen su aprendizaje; hay un tiempo para las lágrimas y un tiempo para la dureza de corazón; un tiempo para obedecer y un tiempo para dar órdenes; un tiempo para hacer ayuno y un tiempo para tomar parte de las comidas; un tiempo para combatir al cuerpo, nuestro enemigo, y un tiempo en el que el fuego está muerto; un tiempo de tempestad para el alma y un tiempo de calma del espíritu; un tiempo de tristeza del corazón y un tiempo de alegría espiritual; un tiempo para enseñar y un tiempo para escuchar; un tiempo para las faltas, quizás a causa de nuestro orgullo, y un tiempo de purificación por la humildad; un tiempo para el combate y un tiempo de tregua, lejos del peligro; un tiempo para la hesiquia y un tiempo para dedicarse sin distracciones a la actividad; un tiempo para la oración continua y un tiempo para el servicio sincero.

No nos dejemos engañar por un celo orgulloso que nos empuja a buscar anticipadamente lo que ha de venir al llegar su hora.

Es decir, no busquemos en invierno lo que vendrá en verano, o en la época de la siembra lo que debe venir en la de la cosecha; pues hay un tiempo para sembrar los trabajos y un tiempo para recoger los inefables dones de la gracia. De otra forma, incluso cuando llega el momento, no recibiremos lo que es propio de este tiempo.

71. Por una inefable economía, algunos recibieron santas recompensas por sus labores antes de haber trabajado; otros durante sus trabajos; otros, después; otros, a la hora de su muerte. Busca cuál de entre ellos llegó a ser más humilde.

72. Existe una desesperación que resulta de una multitud de pecados, de una conciencia cargada y de un enojo insoportable, cuando el alma está cubierta por múltiples heridas y, bajo este peso, se hunde en el abismo de la desesperación. Hay otra forma de desesperación que proviene del orgullo y de la autoestima, cuando pensamos que no merecíamos caer como lo hicimos. Un observador atento destacará los rasgos particulares de cada uno: el primero nos lleva a abandonarnos, de ahí en adelante, a la indiferencia; la segunda nos mantiene en la ascesis, en el seno de la desesperación, aunque parezca que esto no sirve para nada. El primero podrá curarse por la abstinencia y por una esperanza fiel, y el segundo, por la humildad y no juzgando a nadie.

73. No nos sorprendamos si vemos a algunas personas hacer cosas malas y decir cosas buenas, porque incluso en el paraíso, el orgullo empujó a la serpiente a ensalzarse y causó así su perdición.

74. En todas tus empresas y en toda tu conducta, si vives en la obediencia o si no dependes de nadie, en tus obras exteriores y en tu vida espiritual, ten por principio y por regla preguntarte si lo que haces es según Dios. Por ejemplo, cuando somos principiantes y emprendemos cualquier tarea, si esta acción no aumenta la humildad en nuestra alma, entonces sea grande o no, me parece que no la cumplimos según Dios. Pues mientras somos todavía niños en la vida espiritual, es el crecimiento en la humildad lo que nos da la certeza de que cumplimos la voluntad del Señor; para los que están más avanzados, es más bien la finalización de los combates; y para los perfectos, es el aumento y la profusión de la luz divina.

75. Incluso las pequeñas cosas pueden no ser pequeñas para los grandes; pero para los pequeños, incluso las grandes cosas no son absolutamente perfectas.

76. Cuando el cielo está libre de nubes, el sol brilla; de la misma manera, un alma liberada de sus malas predisposiciones y que obtuvo el perdón, ve perfectamente la luz divina.

77. El pecado es una cosa; la pereza, otra; la negligencia, otra; la pasión, otra; la caída, otra. Quien pueda profundizar esto en el Señor, busque su esclarecimiento.

78. Algunos consideran que el don de hacer milagros, y que se vean, está por encima de todos los dones espirituales, pero ignoran que hay muchos otros más elevados que están ocultos y que, por eso, no exponen a caer.

79. Quien está totalmente purificado ve el alma de su prójimo, no en sí misma, sino en cuanto a las disposiciones que encuentra. El que está adelantado juzgado el estado del alma a partir del cuerpo.

80. Un pequeño fuego incendia a menudo todo un bosque; de la misma manera, una pequeña falla puede corromper todo nuestro trabajo.

81. Existe un consuelo otorgado a nuestro enemigo que despierta la energía del espíritu, sin excitar el fuego de las pasiones; es una maceración del cuerpo que incluso provoca movimientos de la carne. Es para que no depositemos la confianza en nosotros, sino en Dios, quien sin que lo sepamos, mortifica la concupiscencia que vive en nosotros.

82. Cuando veamos que algunos nos aman en el Señor, cuidémonos de darles demasiada libertad, pues nada destruye tanto el amor ni engendra tanto el odio como la excesiva libertad.

83. El ojo del alma es espiritual y extremadamente bello; sobrepasa todo, excepto las naturalezas angélicas. Por eso, incluso aquellos que están dominados por las pasiones, pueden conocer a menudo los pensamientos en las almas de los otros, a causa del gran amor que les tienen, sobre todo si están inmersos en las manchas de barro.

84. Que el que lea comprenda que nada se opone tanto a la naturaleza inmaterial como la naturaleza material.

85. Para la gente del mundo, las investigaciones curiosas se oponen a la providencia de Dios; entre los monjes, a la ciencia espiritual.

86. Que aquellos cuya alma enfermiza reconozcan la visita de Dios en las afecciones del cuerpo, los peligros y las tentaciones exteriores; los perfectos la reconocen en la presencia del Espíritu Santo en ellos y en el acrecentamiento de los dones espirituales.

87. Existe un demonio que se aproxima a nosotros y nos arroja pensamientos malos e impuros cuando nos acostamos en nuestro lecho; su objetivo es obtener que, si omitimos por indolencia levantarnos para rezar y si no tomamos las armas contra él, nos adormezcamos con estos pensamientos impuros y tengamos sueños igualmente impuros.

88. Existe un espíritu malvado, que se llama precursor, que nos asalta apenas nos despertamos para mancillar nuestro primer pensamiento. Entrega al Señor las primicias de tu día, pues éste pertenecerá a aquel que primero toma posesión de ellas. Un trabajador excelente me dijo estas palabras memorables: "Desde el comienzo de mi jornada, sé cuál será todo su desarrollo."

89. Muchos caminos conducen a la piedad y muchos también conducen a la perdición. A menudo un camino que no conviene a uno se adapta perfectamente a otro y la intención de los dos es agradable al Señor.

90. En todas las tentaciones que se nos presentan, los demonios se esfuerzan para hacernos decir o hacer lo que no conviene. Y si no logran su objetivo, permanecen sin hacer ruido, cerca de nosotros y nos sugieren que ofrezcamos al Señor una orgullosa acción de gracias.

91. Después de su partida, aquellos cuyo espíritu se dirige a las cosas de lo alto, van hacia las alturas; pero, aquellos cuyo espíritu se inclina hacia lo bajo, también descienden a lo bajo. Para los difuntos no hay lugar intermedio.

92. Hay una criatura que recibió su ser no en sí misma, sino en otra; y lo sorprendente es que puede subsistir fuera de aquella de la que recibió el ser.

93. Las hijas piadosas nacen de madres piadosas y las madres son engendradas por el Señor. Y no sería malo aplicar esta regla en sentido contrario.

94. Moisés, o mejor aún, Dios mismo, prohíbe al cobarde ir al combate, para que no caiga en un extravío espiritual peor que su primera caída corporal (cf. Dt 20:8). Y es justicia. Del discernimiento juicioso

95. Así como el ciervo abrasado por la sed languidece cerca de las aguas vivas (cf. Sal 41:2), de igual manera los monjes desean conocer la santa voluntad de Dios; y no únicamente ésta, sino lo que sólo es parcialmente conforme a ella y lo que le es contrario. He aquí un tema del que no tenemos mucho para decir y que es difícil de explicar.

Por ejemplo, hay cosas que debemos hacer y que deben ser llevadas a cabo inmediatamente, sin demora y lo antes posible, según está escrito: "No te tardes en volver al Señor, no lo difieras de un día para otro, pues de pronto salta la ira del Señor" (Co 5:7); y a la inversa, las hay que exigen más moderación y circunspección, como invita aquel que dice: "Con sabios consejos harás la guerra" (Pr 24:6), e incluso: "Hágase todo con decoro y orden" (1 Co 14:40). En efecto, no todo el mundo puede dar un diagnóstico rápido y preciso sobre los aspectos de un discernimiento tan difícil. El mismo David, lleno de Dios y por quien hablaba el Espíritu Santo, a menudo imploraba ese don y decía: "Enséñame a cumplir tu voluntad, porque Tú eres mi Dios" (Sal 142:10), o: "Hazme saber el camino a seguir porque hacia Ti levanto mi alma" (Sal 142:8).

96. Los que desean aprender la voluntad del Señor deben primero mortificar la suya. Luego, y después de haber rezado a Dios con fe y simplicidad, sin malicia, que interroguen a los padres e incluso a los hermanos con humildad de corazón, sin ninguna duda, y que reciban entonces sus consejos como de labios del Señor, incluso si estas opiniones se oponen a sus propias aspiraciones e incluso si aquellos a los que consultaron no son muy espirituales. Pues Dios no es injusto; no inducirá al error a las almas que se someten humildemente, con fe y simplicidad al juicio y al consejo de su prójimo.

Aun cuando los consultados sean bestias sin razón, quien habla es el Inmaterial y el Invisible.
Están llenos de gran humildad los que consienten en ser guiados por esta regla sin admitir la menor duda. Pues si alguien resolvía sus dificultades con la cítara (cf. Sal 48:5), ¿no creen que un espíritu razonable y un alma espiritual podrían aportarnos una respuesta mejor que un objeto inanimado?

97. Muchos, que no recibieron este bien en su perfección y de manera cómoda a causa de su complacencia, pero que se esforzaron en descubrir en sí mismos y por sí mismos lo que complace al Señor, nos dejaron numerosas y variadas distinciones sobre este tema.

98. Algunos de los que buscaban la voluntad de Dios alejaron de su pensamiento todo apego a dos opciones que se presentaban en su alma: emprender tal acción u obrar en sentido opuesto. Durante cierta cantidad de días, en ferviente oración, presentaron al Señor su espíritu despojado de toda voluntad ya sea porque un espíritu habló espiritualmente a su alma o porque uno de los dos pensamientos desapareció completamente de la misma.

99. Otros comprendieron que su empresa era conforme a Dios por las tribulaciones y obstáculos que la acompañaron; pues está escrito: "Quisimos ir a vosotros — yo mismo, Pablo, lo intenté una y otra vez —, pero Satanás nos los impidió" (1 Ts 2:18).

100. Otros, por el contrario, reconocieron que su designio complacía a Dios en el curso inesperado que se presentó en su tarea y dijeron: "En todas las cosas interviene Dios para bien de los que lo aman" (Rm 8:28).

101. Quien logró que Dios resida en él por iluminación divina, recibe la certeza de su voluntad y sabe si la acción debe ser llevada a cabo urgentemente o si puede esperar.

102. Dudar en los juicios y permanecer por mucho tiempo en la duda sin ninguna certeza es signo de que el alma no está iluminada y ama la gloria.

103. Dios no es injusto y no cierra su puerta a los que la golpean con humildad.

104. En todas nuestras empresas, tanto las urgentes como las que es mejor diferir, que nuestra intención se remita al Señor. Pues las acciones libres de toda atadura y de toda impureza se cuentan como buenas si fueron cumplidas únicamente por el Señor, excluyendo cualquier otro fin, incluso si estas acciones no fueron completamente buenas. Pero si intentamos hacer lo que supera nuestras fuerzas, el resultado será peligroso.

105. Los juicios del Señor sobre nosotros son impenetrables. A veces, por una disposición providencial deja que ignoremos su voluntad, sabiendo que si la conocemos, la desobedecemos y deberemos luego recibir un gran castigo.

106. Un corazón recto permanece libre de preocupaciones entre la multiplicidad de asuntos y navega seguro en el barco de la inocencia.

107. Existen almas valientes que, por amor a Dios y con humildad de corazón, emprenden tareas que las superan y existen corazones orgullosos que hacen lo mismo. Pues nuestros enemigos a menudo nos sugieren cosas que superan nuestras fuerzas para que caigamos en la apatía, abandonemos incluso lo que está a nuestro alcance y lleguemos así a ser motivo de risa para nuestros enemigos.

108. Vi a algunas personas, que tenían el alma enferma y el cuerpo a punto de enfermar, que emprendían, a causa de la multitud de sus pecados, combates superiores a sus fuerzas, que no podían sostener. A ellos les digo que Dios juzga nuestro arrepentimiento a partir de nuestra humildad y no a partir de nuestros trabajos.

109. A veces la educación es la causa de graves desarreglos y otras, las malas compañías; pero lo más frecuente es que un alma pervertida sea ella misma el origen de su propia ruina. Quien está exento de los dos primeros males puede estarlo también del tercero; pero quien se encuentra en el último caso, está descalificado en cualquier lugar en que se encuentre. No hay sitio más seguro que el cielo.

110. Cuando los que pelean con nosotros tienen mala voluntad, sean incrédulos o heréticos, cesemos la discusión, luego de una primera y de una segunda advertencia (cf. Tt 3:10). Pero con los que desean conocer la verdad, "no nos cansemos de obrar el bien" (Ga 6:9). En uno y otro caso aprovechemos la ocasión para fortalecer nuestro propio corazón (cf. Hb 13:9).

111. Es irracional que pierda la esperanza quien escucha hablar de virtudes por encima de la naturaleza entre los santos. Todo lo contrario, éstas enseñan excelentemente una de estas dos cosas: despiertan en ti la emulación por su gran coraje o bien te conducen por medio de la humildad tres veces santa a un profundo desprecio de ti mismo y a la conciencia de tu debilidad congénita.

112. Entre los demonios impuros y malos, algunos son peores que otros, ya que nos sugieren no pecar solos, sino tener cómplices en el mal, para que nuestro castigo sea más severo. Conocí a uno que adoptó un mal hábito de un discípulo y, aunque recobró sus mejores sentimientos y comenzó a arrepentirse, renunciando a hacer el mal, su arrepentimiento fue ineficaz, a causa de la influencia del discípulo.

113. Grande, verdaderamente grande e incomprensible, es la maldad de los espíritus malignos; pocos la perciben, y pienso que éstos sólo ven una parte de ella. Así, ¿cómo puede ser que hartándonos de comida, podamos mantenernos en vigilia, dueños de nosotros mismos, en tanto que mientras hacemos ayuno y nos apenamos, nos sentimos miserablemente abatidos por el sueño? O ¿por qué nuestro corazón llega a endurecerse después de practicar la hesiquia mientras que viviendo con otros nos gana la compunción? ¿Por qué nos tienta el sueño cuando tenemos hambre mientras que, satisfechos, no experimentamos esas tentaciones? En las privaciones, nos invaden las tinieblas y nos falta compunción, pero si bebemos vino, nos sentimos plenos de animación y fácilmente tocados de compunción. Que quien recibió capacidad del Señor aporte luz en esta materia a los que están privados de ella; pues nosotros no fuimos instruidos en este tema. Podemos decir solamente que tales vicisitudes no siempre provienen de los demonios. Y esto me ocurre también, a veces, por el temperamento que recibí y la sórdida y glotona masa de carne que me envuelve.

114. Acerca de estas variaciones de las que acabamos de hablar y cuyo discernimiento es tan difícil, recemos humilde y sinceramente al Señor. Y si después de haberle suplicado durante un cierto tiempo, constatamos que lo mismo continúa produciéndose en nosotros, sepamos con certeza que no proviene del demonio, sino de la naturaleza. A menudo, por una disposición providencial, Dios quiere otorgarnos sus beneficios por medio de lo que nos es contrario, disminuyendo así nuestro orgullo con todos los recursos.

115. Es peligroso sondear con curiosidad en el abismo de los juicios divinos, pues los curiosos navegan en el barco del orgullo. Sin embargo, es necesario decir algo, a causa de la debilidad de muchos.

116. Alguien preguntaba a uno de los que son capaces de ver claro en esto: "¿Por qué Dios favorece a algunos, prevé sus caídas y les otorga dones espirituales y poder para realizar milagros?" Le respondió: "Para volver más circunspectos a los otros espirituales, mostrar la libertad de la voluntad humana y quitar a aquellos que caen, toda excusa a la hora del juicio."

117. La ley es imperfecta: "Ten cuidado y guárdate bien" (Dt 4:9). Pero el Señor, que está por encima de toda perfección, nos impuso la corrección fraterna, diciendo: "Si tu hermano llega a pecar..." (Mt 18:15) y lo que sigue. Si tu reprensión, o mejor aún, tu advertencia, es pura y humilde, no debes dejar de cumplir el mandamiento del Señor. Pero si todavía no te encuentras allí, respeta al menos el precepto impuesto por la ley.

118. No te sorprendas si ves que los que amas te toman odio a causa de tus reprimendas. Los espíritus ligeros son instrumentos de los demonios, que se sirven especialmente de ellos contra sus enemigos.

119. Algo me sorprende profundamente en esto que nos concierne: ¿por qué nos inclinamos tan fácil y prontamente a las pasiones si para practicar la virtud cooperan con nosotros Dios Todopoderoso, los ángeles y los santos, y para el vicio, solamente el malvado demonio? No quiero profundizar más, porque no me siento capaz de hacerlo.

120. Si las cosas creadas subsisten en un estado conforme a su naturaleza; ¿por qué, como dice el gran Gregorio, estoy mezclado con el barro, yo, la imagen de Dios? Si alguna criatura se encuentra en un estado diferente de su naturaleza original, seguramente tendrá un deseo insaciable por Aquel a quien se asemeja. El hombre deberá valerse de todos los medios para elevarse del barro, por así decir, hasta el trono de Dios y sentarse en él. Y que nadie busque pretextos para no emprender este ascenso, pues el camino y la puerta están abiertos.

121. Los tratados de virtud de los padres espirituales revelan el celo del espíritu y del alma; escuchar sus palabras instructivas incita a sus fervientes admiradores a imitarlas.

122. El discernimiento es una lámpara en las tinieblas, un camino de regreso para los que se extraviaron, una luz para los que tienen débil la vista. Quien lo posee, recobra la santidad y destruye la enfermedad.

123. Los que se sorprenden por las pequeñas cosas lo hacen por dos motivos: por una profunda ignorancia o por humildad, alabando y realzando las acciones del prójimo.

124. Esforcémonos no sólo para luchar contra los demonios, sino también para declararles la guerra. En el primer caso, por momentos los vencemos y por momentos nos vencen ellos, pero en el segundo, se persigue al enemigo sin descanso.

125. Quien vence las pasiones, hiere a los demonios; fingiendo estar sujeto todavía a las pasiones, engaña a sus enemigos y no es más combatido por ellos. Un día, un hermano fue tratado ignominiosamente y rezó en su interior; luego comenzó a quejarse de esas injurias ocultando su impasibilidad con una pasión ficticia. Otro hermano, que no deseaba de ninguna manera el primer lugar, aparentaba trabajar para obtenerlo. ¿Cómo describir la castidad de aquel hombre que, entregándose aparentemente al pecado, se encontraba en un lugar infame, pero que dejaba a un lado el pecado por una vida de ascesis? Un día le trajeron un racimo de uvas a otro hesicasta; después que se fue el que se lo había traído, se apresuró a comerlas, pero sin tener deseos de hacerlo, para parecer goloso a los ojos de los demonios. Otro, que había perdido una hojas de palmera, fingió todo el día estar afligido por ello. Pero es necesario, poseer gran sobriedad espiritual para mantener una conducta semejante, pues de otra manera podría ocurrir que por querer jugar con los demonios, se termine jugando consigo mismo. De ellos, sin ninguna duda, dijo el Apóstol: "Tenidos por impostores, siendo veraces" (2 Cor 6:8).

126. Quien desea ofrecer a Cristo un cuerpo casto y presentarle un corazón puro, debe conservar cuidadosamente la ausencia de cólera y la abstinencia, pues sin estas dos virtudes toda nuestra labor es inútil.

127. Las luces que hieren los ojos de los hombres son diversas: así, el sol espiritual cubre el alma con su sombra de numerosas y variadas maneras. Una proviene de las lágrimas del cuerpo; otra, de las lágrimas del alma; una proviene de los ojos del cuerpo y otra, de los ojos del intelecto. Una es la exultación que proviene de oír palabras y otra se forma en el alma; una nace de la calma y otra, de la obediencia. Y además de todas éstas, existe otra que, de una forma que le es propia, pone al intelecto en presencia de Cristo, de manera inefable e inexpresable, con una luz inteligible.

128. Existen virtudes y existen madres de virtudes. El sabio se esfuerza por adquirir preferentemente estas últimas. Dios mismo es quien enseña estas madres de virtudes con su propio accionar; por el contrario, muchos son los que enseñan las virtudes hijas.

129. Tengamos cuidado de no compensar la abstinencia de comida con demasiado sueño; una conducta semejante es propia de los insensatos, igual que la inversa, por otra parte.

130. Vi trabajadores espirituales que, en una circunstancia particular, otorgaban un ligero consuelo a su estómago; pero inmediatamente después, estos valientes ascetas atormentaron al miserable haciendo vigilia toda la noche y de esa forma le enseñaron a separarse de la saciedad de ahí en adelante con alegría.

131. El demonio del amor al dinero combate violentamente a los que no poseen nada; si no puede vencerlos, les propone persuadir a los hombres no materialistas de que vuelvan a ser materialistas.

132. Cuando estemos desanimados, no dejemos jamás de recordar el mandamiento del Señor que ordenaba a Pedro perdonar setenta y siete veces al pecador (cf. Mt 18:22). Pues quien dio a otro este precepto, lo hará él mismo mucho más. Pero cuando nuestro corazón se eleve, recordemos estas palabras: "Quien cumple enteramente la ley espiritual, pero comete falta con respecto a una única pasión, es reo de todas" (St 2:10).

133. Algunos de los espíritus malvados y envidiosos abandonaron voluntariamente a los santos; como temen ser vencidos, no quieren procurarles laureles de triunfo a los que atormentan.

134. "Bienaventurados los que trabajan por la paz" (Mt 5:9). Nadie contradice esto. Pero también vi bienaventurados sembradores de discordia. Dos hermanos se habían unido por un afecto impuro. Pero un padre iluminado por Dios, un hombre de una gran experiencia, fue el instrumento por el cual llegaron a odiarse: le contó a uno que el otro hablaba mal de él, después hizo lo mismo con el otro. Y este hombre muy sabio logró descubrir la malicia de los demonios, por medio de una artimaña humana, e hizo nacer un rencor que destruyó esa unión impura.

135. Algunos dejan de lado un mandamiento a causa de otro mandamiento. He visto a jóvenes que experimentaban un sentimiento recíproco según Dios, y sin embargo, para no agraviar la conciencia del otro, se persuadieron mutuamente de separarse por un .tiempo.

136. Un matrimonio difiere de un entierro tanto como se contradicen el orgullo y la desesperación. Y sin embargo, los demonios causan un desorden tal que uno puede encontrar a los dos juntos.

137. Algunos demonios impuros interpretan por nosotros las Sagradas Escrituras, cuando comenzamos la vida monástica. Actúan de esa manera en el corazón de aquellos que son vanidosos y que ejercitan la sabiduría profana, para conducirlos a la herejía y a la blasfemia, engañándolos poco a poco. La confusión y la alegría sin moderación que se difunden en el alma durante estas explicaciones nos permiten reconocer esta teología diabólica, o más bien esta logomaquia.

138. Todas las criaturas recibieron del Creador, su orden y su comienzo y algunos también su fin. Pero la virtud no tiene término. Pues dijo el salmista: "De todo lo perfecto he visto el límite: ¡Qué inmenso es tu mandamiento!" (Sal 118:96). Si algunos buenos trabajadores espirituales ascienden de la virtud de la acción a la virtud de la contemplación (cf. Sal 83:8); si, por otra parte, la caridad no termina jamás (cf. 1 Co 13:8), y si el Señor cuida tu entrada, que es el temor, y tu salida que es la caridad (cf. Sal 120:8), se puede llegar a la conclusión de que ésta no termina. No cesaremos jamás de progresar en ella, en este siglo presente o en el futuro, agregando sin cesar luz sobre luz. Y aunque a muchos les parezca extraño lo que acabo de decir, sin embargo, lo sostengo. Del razonamiento precedente, bienaventurado Padre, saco como conclusión que incluso las substancias espirituales — es decir, los ángeles — no dejan de progresar; al contrario, agregan sin cesar gloria sobre gloria y conocimiento sobre conocimiento.

139. No te sorprendas si los demonios nos sugieren, a veces, buenos pensamientos y luego los combaten en nuestro espíritu. El objetivo de nuestros enemigos es persuadirnos así de que penetran los pensamientos de nuestro corazón.

140. No juzgues severamente a los que enseñan grandes cosas con palabras, si los ves menos apurados para ponerlas en práctica; a menudo la utilidad de las palabras compensa la penuria de las obras. No poseemos todos los bienes de igual manera: para algunos la palabra supera las obras; para otros, sucede lo contrario.

141. Dios no es ni el autor ni el creador del mal; se engañan los que pretenden que ciertas pasiones son naturales en el alma, ignorando que convertimos en pasiones las cualidades constitutivas de nuestra naturaleza. Por ejemplo: la naturaleza nos da el esperma para la procreación; pero nosotros lo pervertimos empleándolo para la lujuria. La naturaleza puso en nosotros el enojo contra la serpiente, pero nos servimos de él contra nuestro prójimo. La naturaleza nos provee de celo para emular la virtud, pero lo usamos para el mal. En el alma, por naturaleza, existe el deseo de la gloria, pero la de lo alto. Lo natural en nosotros es ser arrogantes, pero contra los demonios. También la alegría es natural en nosotros, pero a causa del Señor y del bien que le ocurre a nuestro prójimo. La naturaleza también nos dio el resentimiento, pero contra los enemigos del alma. Recibimos el deseo de una buena alimentación, pero no del exceso en la mesa.

142. Un alma generosa excita a los demonios contra ella. Pero cuando aumentan los combates, los triunfos se multiplican. Quien jamás fue golpeado por el enemigo, jamás será coronado. Al contrario, quien no se deja abatir a pesar de las caídas, será glorificado por los ángeles como buen combatiente.

143. Quien pasa tres noches en la tierra, vuelve para siempre a la vida; y quien fue victorioso en tres momentos diferentes no morirá jamás.

144. Por una disposición providencial destinada a nuestra educación, ocurre que el sol, luego de salir en nosotros, se oculta por primera vez; al esconderse, se extienden las tinieblas (cf. Sal 17:12) y llega la noche; durante ésta, los jóvenes leones, que nos habían dejado antes, vuelven a nosotros, con todas las bestias del espinoso bosque de las pasiones; rugen para arrancarnos la esperanza y piden a Dios su alimento de pasiones, en pensamientos o en acciones. Entonces, la oscuridad de la humildad hará que el sol salga de nuevo en nosotros y las bestias salvajes se reunirán y se acostarán en sus guaridas Sal 103:20-23), es decir, en los corazones sensuales, pero no en nosotros. Los demonios se dicen entre sí: "El Señor ha hecho mucho por ellos, al darles nuevamente su misericordia"; y nosotros respondemos: "Grandes cosas hizo por nosotros Yahvé, el gozo nos colmaba" (Sal 125:3) pero ustedes fueron rechazados. El Señor está sobre una nube ligera — sin duda, el alma que se elevó por encima de todos los deseos terrenales — y va a Egipto — el corazón, antes en tinieblas — , y pulverizará a los ídolos hechos por la mano del hombre (Is 19:1), es decir, los malos pensamientos del intelecto.

145. Si Cristo Todopoderoso huyó corporalmente ante Herodes, aprendan los temerarios a no arrojarse en las tentaciones. Pues está dicho: "¡No deje Él tibubear tu pie!, ¡no duerme tu guardián!" (Sal 120:3).

146. El orgullo siempre se enlaza en torno al coraje, como una enredadera en torno al árbol. Trabajemos incansablemente para no admitir siquiera el simple pensamiento de que hemos adquirido alguna virtud. Busquemos en nosotros y veremos que estamos completamente desprovistos de ellas.

147. Busca también, sin cesar, síntomas de pasiones y descubrirás una gran cantidad en ti; como estamos enfermos, no podemos diagnosticarlas a causa de nuestra debilidad o porque están profundamente arraigadas.

148. Dios juzga nuestras intenciones; pero en su gran amor por los hombres, nos pide que mostremos nuestros actos, en la medida en que somos capaces de hacerlo. Grande es aquel que no omite nada de lo que puede hacer; pero más grande quien emprende humildemente una tarea que lo sobrepasa.

149. A menudo, los demonios nos impiden cumplir con lo que es fácil y de mayor provecho para nosotros y nos incitan a emprender cosas más difíciles.

150. Encuentro en las Escrituras que José es alabado porque huyó del pecado y no por haberse mostrado impasible. Debemos preguntarnos de qué pecados debemos huir y cuántos son, para ser alabados. Pues una cosa es huir de la sombra, y otra, correr hacia el sol de justicia.

151. Tener los ojos en tinieblas nos hace tropezar; tropezar provoca la caída y la caída entraña la muerte. Quienes tienen su vista en tinieblas a causa del vino necesitan lavarse con mucha agua; quienes se encuentran en tinieblas por las pasiones deben lavarse con lágrimas.

152. Una cosa es la deshonra; otra, la disipación; otra, la ceguera. La primera es sanada por la abstinencia; la segunda, por la calma y la tercera, por la obediencia y por Dios que, para nuestra salvación, hace que lo obedezcamos.

153. Existen dos lugares donde se limpian las cosas de aquí abajo; tomémoslos como ejemplo para comprender que también existen dos géneros de purificación para los que fijan su pensamiento en las cosas de lo alto (cf. Col 3:2). En efecto, podemos decir que una comunidad cenobítica conforme a la voluntad de Dios se parece al taller de un obrero en el que se cuelan toda la suciedad, la grasa y las deformaciones. Y la tintorería es la vida solitaria, destinada a los que dejaron ya a un lado la lujuria, el recuerdo de las injurias y la cólera y que desde entonces puedan pasar del monasterio a la hesiquia.

154. Algunos dicen que recaemos en los mismos pecados porque no cumplimos una penitencia proporcional y que no nos hemos corregido de manera que compense las faltas cometidas. Pero se puede preguntar si todos los que no recayeron en los mismos pecados hicieron penitencia como debían.

155. Algunos recaen en los mismos pecados porque olvidaron profundamente sus primeros pecados, pues su amor al placer los hizo presumir de la misericordia de Dios o perdieron la esperanza de su salvación. Si no temiera que se me reprochara, diría que de ahí en adelante son incapaces de encadenar al enemigo que pelea contra ellos, debido a la tiranía de la costumbre.

156. Deberíamos buscar por qué el alma, aunque es inmaterial, no reconoce la naturaleza de los espíritus que son consustánciales con ella y que vienen a visitarla. Puede ser la consecuencia de su unión con la carne, unión que sólo es conocida por el que las puso juntas.

157. Un día, un hombre dotado de conocimiento me preguntó: "Dime, pues deseo saber, cuáles son los espíritus que corrientemente abaten el intelecto cuando pecamos y cuáles son los que lo elevan." Por mi dificultad en esta cuestión, le juré que no sabía nada. Entonces, quien quería aprender me enseñó, pues él mismo me dijo: "Voy a darte en pocas palabras un germen de discernimiento y te dejaré para que encuentres luego el resto por medio de tu propio esfuerzo. El demonio de la lujuria, el de la cólera, el de la gula, el de la apatía y el del sueño no tienden a abatir el intelecto. Pero los de la avaricia, la ambición, la habladuría y muchos otros añaden esta malicia a su propia malicia; por eso, quien es incitado a juzgar está también muy próximo a estos últimos."

158. Cuando un monje visita a seglares o los recibe como huéspedes, si siente disgusto cuando se separa de ellos al término de una hora o de un día, en lugar de alegrarse como si se hubiera librado de una traba o de una trampa, eso indica que llegó a ser un juguete de la vanagloria o de la lujuria.

159. Ante todo deberíamos observar de dónde sopla el viento y entonces no tenderemos nuestras alas en sentido contrario.

160. Reconforten con caridad y otorguen algún descanso a los ancianos que llevaron una vida activa y extenuaron su cuerpo en la ascesis. Pero obliguen a hacer abstinencias a los jóvenes que extenuaron sus almas por el pecado, recordándoles el castigo.

161. Es completamente imposible, como dijimos en otra parte, liberarse de un solo golpe, desde el comienzo de la vida monástica, de la gula y de la vanagloria. Pero cuidémonos de combatir la vanagloria con la buena comida, pues, entre los principiantes, ceder a la gula engendra vanagloria. Dominémosla por medio de la abstinencia. Llegará la hora, y ya ha llegado para quienes lo desean, en que el Señor la colocará también bajo nuestros pies.

162. Los jóvenes y los ancianos que ingresan en la vida monástica no son combatidos por las mismas pasiones. A menudo, son afectados por enfermedades absolutamente opuestas. Por eso es bendita, verdaderamente bendita, la humildad que asegura a jóvenes y ancianos una penitencia eficaz.

163. No se preocupen por lo que voy a decirles. De hecho, existen aunque son poco frecuentes, almas rectas y extrañas a toda malicia, vicio, hipocresía o estafa que no convienen al comerció de los hombres; ellas pueden, ayudadas por su guía, subir hasta el cielo desde la hesiquia, sin haber deseado ni experimentado los problemas y los escándalos de la vida en comunidad.

164. Los hombres pueden sanar a los voluptuosos, los ángeles a los malvados; pero a los soberbios, sólo Dios.

165. Un aspecto de la caridad es dejar que venga a nosotros el prójimo, actuando como lo desee en todo y ponerle buena cara en toda circunstancia.

166. Uno puede preguntarse de qué manera, en qué medida y en qué circunstancias, si es posible, se destruye el bien cuando uno se lamenta de haberlo hecho, como si estuviera mal.

167. Necesitamos mucho discernimiento para saber cuánto debemos resistir, en qué casos y en qué medida debemos luchar contra lo que alimenta las pasiones y cuándo conviene retirarnos de la lucha. Pues, dada nuestra debilidad, a veces es necesario reconocer que vale más huir que perecer.

168. Debemos considerar y observar con cuidado cuándo y cómo podemos evacuar bilis, dada su amargura; cuáles son los demonios que nos exaltan y cuáles los que nos deprimen; cuáles nos endurecen y cuáles nos aportan consuelo; cuáles nos envuelven en tinieblas y cuáles fingen iluminarnos; cuáles nos vuelven indolentes y cuáles, estafadores; cuáles nos ponen tristes y cuáles, alegres.

169. No nos sorprendamos de vernos más sujetos a las pasiones en los comienzos de nuestra vida monástica que cuando vivíamos en el mundo. Pues es preciso que las causas de la enfermedad manifiesten su acción, para que vuelva la santidad. Las bestias feroces ya estaban allí, ocultas, pero no se mostraban.

170. Cuando los que se acercan a la perfección son vencidos accidentalmente por los demonios, deben emplear todos los medios inmediatamente para arrancar esta falta y repararla cien veces.

171. Cuando el tiempo está en calma, los vientos sólo agitan la superficie del mar; pero, a veces, lo sacuden hasta las profundidades; así, me parece, actúan los vientos tenebrosos del mar. Sacuden a quien está sujeto a las pasiones hasta el punto más sensible del corazón. Pero sólo actúan superficialmente en el espíritu de aquellos que están cerca de la perfección. Por eso, estos últimos sienten rápidamente que retorna a ellos la calma acostumbrada, pues su corazón no ha sido alcanzado por las faltas.

172. Corresponde a los perfectos discernir en su alma, sin error, qué pensamiento proviene de su propia conciencia, cuál de Dios y cuál, de los demonios; los demonios sólo sugieren, desde el comienzo, cosas malas. Por eso existe allí un oscuro problema, difícil de resolver.

173. Gracias a la sensibilidad de los dos ojos, el cuerpo se encuentra en la luz y gracias al discernimiento de lo que es visible y espiritual, los ojos del corazón se encuentran iluminados.

Breve Recapitulación de Todo lo que Precede.

1. Una fe firme es madre del renunciamiento; lo opuesto es evidente.
2. Una esperanza inquebrantable es la puerta del desprendimiento; lo opuesto es evidente.
3. La caridad hacia Dios es el fundamento del exilio voluntario; lo opuesto es evidente.
4. La obediencia se origina en la condena de sí mismo y el deseo de santidad.
5. La madre de la abstinencia es el pensamiento de la muerte y el recuerdo constante de la hiél y del vinagre de nuestro Señor.
6. La auxiliar de la castidad es la hesiquia. La extinción del fuego de la carne es el ayuno. El adversario de los malos pensamientos es la contrición del corazón.
7. La fe y el exilio voluntario son la muerte del amor por el dinero. Pero la compasión y la caridad hacen que el cuerpo se sacrifique.
8. La oración continua es la ruina de la apatía, el recuerdo del juicio devuelve celo.
9. El amor a la abyección es el remedio de la cólera.
10. La salmodia, la compasión y la pobreza sofocan la tristeza.
11. El desprendimiento de las cosas sensibles produce la contemplación de las cosas espirituales.
12. El silencio y la hesiquia son los enemigos de la vanagloria. Y si vives en comunidad, busca la humillación.
13. El orgullo visible se sana por medio de una situación oscura; pero el orgullo invisible sólo Aquel que es eternamente invisible puede sanarlo.
14. El ciervo es el destructor de todas las serpientes visibles; pero la humildad destruye las serpientes espirituales.
15. Por medio de las cosas naturales podemos recibir enseñanzas muy claras sobre todas las cosas espirituales.
16. Así como la serpiente no puede despojarse de su vieja piel, a menos que pase por un orificio muy estrecho, así nosotros no podremos despojarnos de nuestras viejas predisposiciones, de nuestra vieja alma y de las túnicas del antiguo hombre a menos que emprendamos el camino estrecho y pleno de ayuno y de humillaciones.
17. Un pájaro gordo no puede volar hacia el cielo; esto le ocurre a aquel que se alimenta y adula su carne.
18. Un pantano seco no tiene atractivo para los puercos, y en una carne extenuada, los demonios no encuentran dónde descansar.
19. Al igual que una gran cantidad de leña ahoga y extingue el fuego, produciendo demasiado humo, así un pesar que sobrepasa la medida vuelve el alma oscura y la llena de humo y seca la fuente de las lágrimas.
20. Un ciego no está capacitado para ser arquero, y un discípulo que contradice está perdido.
21. Así como el hierro templado puede afilar al que no lo está, así, a los perezosos, salva un hermano ferviente.
22. Los huevos de pájaro recalentados en la basura rompen el cascarón; así rompen el cascarón y producen sus obras los malos pensamientos que no se manifestaron.
23. Los caballos al galope se excitan mutuamente en la carrera; de la misma manera una comunidad ferviente se estimula a sí misma.
24. Así como las nubes ocultan el sol, así oscurecen y arruinan el espíritu los malos pensamientos.
25. Quien ha sido condenado y camina al suplicio no habla de espectáculos; tampoco adulará su vientre el que se aflige sinceramente de sí mismo.
26. Así como los pobres toman más conciencia de su pobreza cuando contemplan el tesoro real, así el alma que lee las narraciones de las grandes virtudes de los padres, concibe muchos más sentimientos humildes.
27. El hierro es atraído hacia el imán, aun contra su voluntad, por una fuerza secreta de la naturaleza; igualmente las malas predisposiciones se convierten en costumbres que tiranizan.
28. Así como el aceite calma el mar, aunque éste haga resistencia, así el ayuno extingue los ardores involuntarios del cuerpo.
29. El agua con presión se precipita hacia lo alto, y el alma presionada por el peligro se eleva a menudo hacia Dios por la penitencia y encuentra su salvación.
30. El que lleva consigo perfumes es descubierto por el aroma, a pesar de sí mismo; de modo semejante, quien posee al Espíritu del Señor es reconocido por sus palabras y su humildad.
31. Así como el sol vuelve visible el oro, haciéndolo centellear, así la virtud señala a quien la posee.
32. La cólera perturba la inteligencia más que cualquier otra pasión, tal como los vientos agitan las profundidades del mar.
33. Así como cuando se escucha hablar simplemente de algo, no se lo desea con ansia por no haberlo visto, similarmente los que son puros de cuerpo encuentran en esto un gran consuelo.
34. Los ladrones no atacan una plaza donde ven depositadas las armas reales; tampoco quien ha ligado la oración a su corazón será despojado fácilmente por los ladrones espirituales.
35. El fuego no engendra nieve, ni los que buscan la gloria aquí abajo gozarán de ella en lo alto.
36. Así como una sola chispa prende fuego, a menudo, a una gran cantidad de leña, así una buena acción puede borrar una multitud de grandes pecados.
37. Es imposible destruir sin armas a una bestia feroz; también lo es, sin humildad, liberarse de la cólera.
38. Naturalmente no es posible conservar la vida del cuerpo sin comer, por eso quien quiere ser salvado no puede dejarse llevar por la negligencia ni siquiera un segundo.
39. Un rayo de sol que penetra a través de una hendija ilumina todo el interior de una casa, de manera que se ve volar incluso el polvo más fino; también el temor de Dios, cuando entró en el corazón de un hombre, le revela todos sus pecados.
40. Los cangrejos son fáciles de atrapar porque caminan tanto para adelante como para atrás; igualmente el alma, que tanto ríe como se aflige, no hará ningún progreso.
41. Es fácil robar a los que duermen, y eso les ocurre a los que buscan la virtud cerca del mundo.
42. Quien pelea con un león está perdido si le quita los ojos de encima un instante; lo mismo le ocurre al hombre que combate su carne, si le da algún respiro.
43. Quien sube por una escala podrida corre el riesgo de caer; así todo lo que es honor, gloria y poder se opone a la humildad y hace caer a quien lo posee.
44. Es imposible que un hombre hambriento no piense en el pan; y también lo es que quien desea su salvación no piense en la muerte y el juicio.
45. El agua borra lo que está escrito; las lágrimas tienen el poder de borrar los pecados.
46. Algunos, a falta de agua, borran lo que está escrito por otros medios; ciertas almas que no tienen lágrimas hacen desaparecer sus pecados con su pesar, sus gemidos y una profunda tristeza.
47. La abundancia de basura produce abundancia de gusanos; así la abundancia de alimento engendra abundancia de caídas, de malos pensamientos y de sueños impuros.
48. Un ciego no ve para caminar, el perezoso no puede ver el bien ni hacerlo.
49. Quien tiene los pies encadenados no puede caminar; aquellos que acumulan bienes, no pueden ascender al cielo.
50. Una herida reciente se cura fácilmente; a la inversa, las heridas inveteradas del alma difícilmente sanan, si es que sanan.
51. Un muerto no puede caminar; tampoco es posible que se salve quien perdió la esperanza.
52. Quien posee una fe verdadera, pero continúa pecando, parece un rostro que no tiene ojos.
53. Quien no tiene fe, pero realiza el bien, parece un hombre que saca agua y la vierte en un tonel agujereado.
54. El barco con un buen piloto llega al puerto, sin peligro, con la ayuda de Dios; así, el alma que tiene un buen pastor sube al cielo fácilmente, incluso si cometió innumerables faltas.
55. Quien no tiene guía se sale fácilmente del camino, aunque sea prudente; así, quien recorre la vida monástica guiándose a sí mismo se pierde fácilmente aunque posea a toda la sabiduría del mundo.
56. Si alguien débil de cuerpo cometió grandes faltas, debe retomar la senda de la humildad y de las cualidades que la caracterizan: no encontrará otra salvación.
57. El que sufrió una enfermedad prolongada no podrá recuperar la salud en un instante; de la misma manera, es imposible dominar, de un solo golpe, las pasiones, o incluso una sola pasión.
58. Considera cada pasión y cada virtud en toda su extensión, y conocerás tus progresos.
59. Los que cambian oro por arcilla son perdedores; así ocurre con los que discuten con ostentación de las cosas espirituales por una ventaja material.
60. Muchos obtuvieron rápidamente el perdón, pero nadie obtuvo del mismo modo la impasibilidad; se necesita mucho tiempo, ganas y la ayuda de Dios.
61. Busquemos qué animales y qué pájaros nos perjudican más en el tiempo de la siembra, en el tiempo en que el trigo está creciendo y en el tiempo de la cosecha, para poner las trampas que convengan.
62. El hecho de tener fiebre no es una razón para suicidarse; así, hasta nuestro último suspiro, no debemos perder la esperanza.
63. No es conveniente que un hombre que acaba de enterrar a su padre se case al salir del funeral; así, los que se afligen por sus pecados no deben buscar entre los hombres, en esta vida, el honor, el reposo y la gloria.
64. Los alojamientos de los ciudadanos libres y los de los condenados son diferentes; así el género de vida de los que se afligen por sus pecados debe ser enteramente diferente del de los inocentes.
65. Un rey no ordena que den de baja a un soldado que recibió en su presencia numerosas heridas, más bien lo hace ascender de grado; así, el rey del cielo corona al monje que afrontó numerosos peligros de parte de los demonios.
66. La sensibilidad del alma es una cualidad que le es propia. Pero el pecado le da una bofetada a ese sentido espiritual. Cuando este sentido se despierta, cesa o disminuye el mal. Es un fruto de la conciencia. Y la conciencia es la palabra y el reproche del ángel guardián que nos fue otorgado desde el momento de nuestro bautismo. Por eso constatamos que los que no están bautizados no sienten tan intensamente, en su alma, el aguijón del remordimiento por sus malas acciones.
67. La disminución del mal produce la abstención del mal, y esta abstención es el comienzo de la conversión; el comienzo de la conversión es el inicio de la salvación y este inicio es una buena resolución, y una buena resolución es la madre de los trabajos. El comienzo de los trabajos son las virtudes, las virtudes tienen su flor y en esta flor está el principio de la vida activa. El retoño de la virtud es la perseverancia, y el fruto de una práctica perseverante es la costumbre, que genera una manera de ser constante. La orientación hacia el bien que llegó a ser constante es madre del temor; el temor da origen al respeto por los mandamientos celestiales y terrenales; y este respeto es signo de caridad; el comienzo de la caridad es la abundancia de humildad; y esta abundancia es hija de la impasibilidad; la adquisición de esta última es la plenitud de la caridad, es decir, la perfecta presencia de Dios en los que, practicándola, llegaron a ser puros de corazón. Pues verán a Dios (cf. Mt 5:8). A 

El gloria por los siglos de los siglos. Amén.


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