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LA ESCALA ESPIRITUAL SAN CLÍMACO - PARTE 27


"LA ESCALERA DEL DIVINO ASCENSO"
DE SAN JUAN CLÍMACO




"Escala al Paraíso"
(Scala Paradisi, o Escala Espiritual)
Juan Clímaco.


Basada en la edición del Obispo Alejandro (Mileant)
Corrección e introducción: Rolando Castillo

Vigésimo Noveno Escalón: de la Impasibilidad.


1. Y ahora, aunque estamos inmersos en el profundo foso de la ignorancia, en las tinieblas de las pasiones y en la sombra de la muerte, tenemos sin embargo, la audacia de comenzar a discurrir acerca de ese cielo que esa en la tierra. Así como las estrellas son la belleza del firmamento, las virtudes son el ornamento de la impasibilidad; y por impasibilidad no entiendo otra cosa que el cielo del intelecto establecido en el corazón, donde los artificios de los demonios no aparecen más que como un juego irrisorio.

2. Es verdaderamente impasible, y puede ser reconocido como tal, quien volvió incorruptible su carne, elevó su intelecto por encima de las criaturas y sometió todos sus sentidos y mantiene su alma en presencia del Señor, tendiendo incesantemente hacia Él con un impulso que supera sus propias fuerzas.

3. Algunos dicen que la impasibilidad es la resurrección del alma antes que la del cuerpo; otros, que es el conocimiento perfecto de Dios, sólo inferior al de los ángeles.

4. Así, esta perfecta perfección de los perfectos que siempre se perfecciona (así me lo dijo alguien que gustó de ella), santifica el espíritu y lo desprende de la materia, de manera que, durante la mayor parte del tiempo que tiene que vivir en la carne, quien ingresó en este puerto celeste se encuentra como extasiado en el cielo y elevado a la contemplación. Un hombre que experimentó esto dijo en alguna parte: "De Dios son los escudos de la tierra" (Sal 46:10). Así estaba el egipcio que mantenía sus manos extendidas en la oración cuando rezaba con sus hermanos.

5. Algunos son impasibles y otros poseen una impasibilidad todavía más grande. Los primeros odian el mal, pero los otros poseen un impenetrable tesoro de virtudes.

6. La castidad también es llamada impasibilidad, y con razón, pues es el preámbulo de la resurrección general y de la incorruptibilidad de lo incorruptible.

7. Quien decía: "Nosotros tenemos la mente de Cristo" (1 Cor 2:16) mostraba su impasibilidad. Y mostraba su impasibilidad ese egipcio que decía no temer más al Señor. Mostraba su impasibilidad quien rezaba para que regresaran sus pasiones. ¿Quién mejor que el sirio recibió el honor de la impasibilidad antes que la gloria futura? David, ilustre entre los profetas, decía al Señor: "Retira tu mirada para que respire" (Sal 38:14); pero este atleta de Dios escribía: "¡Deja allí las olas de tu gracia!"

8. El alma posee la impasibilidad cuando las virtudes han llegado a ser una segunda naturaleza, como lo son los placeres para aquellos que están sujetos a las pasiones.

9. Si el colmo de la gula es forzarse a comer cuando no se tiene hambre, el colmo de la templanza es dominar la naturaleza cuando se tiene hambre y ella no es culpable. Si el colmo de la impureza es apasionarse por las criaturas sin razón y sin alma, la cima de la castidad es experimentar por no importa qué persona la misma sensación que por las cosas inanimadas. Si la cima de la avaricia es no cesar jamás de acumular y permanecer insaciable, la de la pobreza es privarse incluso de su propio cuerpo.

Si el colmo de la apatía es no poder conservar la paciencia cuando se goza de una tranquilidad perfecta, la cima de la paciencia es estimar que uno posee tranquilidad en medio de las tribulaciones. Si el peor exceso de la cólera es encolerizarse cuando nadie está presente, la mayor paciencia es mantener, en presencia de aquellos que nos insultan, la misma calma que cuando están ausentes.

Si el colmo de la vanagloria es continuar representando nuestro personaje, incluso cuando nadie está allí para alabarnos, un ejemplo de la virtud que se contrapone es no dejarse seducir de ninguna manera cuando nos dirigen alabanzas.

Si una marca de orgullo, esa pérdida del alma, es sentirse superior incluso en una condición miserable, un índice de la saludable humildad es tener sentimientos humildes sobre nosotros en las más altas tareas que emprendamos y en el éxito.

Si un signo de completa esclavitud a las pasiones es ceder inmediatamente a todas las sugestiones sembradas en nosotros por los demonios, considero como señal de santa impasibilidad el poder decir: "El corazón perverso está lejos de mí, no conozco al malvado" (Sal 100:4); no sé cómo vino, ni por qué, ni cómo es que se fue, pero soy completamente insensible a todo esto, pues estoy enteramente unido a Dios y siempre lo estaré.

10. Aquel a quien se le otorgó ese estado, aunque se encuentre todavía en situación carnal, llega a ser morada de Dios y Dios gobierna todas sus palabras, sus obras y sus pensamientos. Así, iluminado interiormente, percibe la voluntad del Señor como una voz interior. Está por encima de toda enseñanza humana y dice: "¿Cuándo podré ir a ver la faz de Dios?" (Sal 41:3); "porque no puedo soportar más la violencia de mi amor; deseo ávidamente esta belleza inmortal que me habías dado, en lugar de esta arcilla."

11. Pero, ¿qué más decir? El impasible no vive, sino que es Cristo quien vive en él (cf. Ga 2:20), como dijo el que peleó en el buen combate, llegó a la meta en la carrera y conservó la fe (cf. 2 Tm 4:7).

12. La diadema de un rey no está hecha de una sola piedra preciosa; la impasibilidad no alcanza su perfección si descuidamos una sola virtud, no importa cual sea.

13. A la impasibilidad se la considera como el palacio celeste del Rey de los Cielos; las numerosas moradas (cf. Jn 14:2) son los diversos estados espirituales que se encuentran allí y el muro de esta Jerusalén celestial es la remisión de los pecados. Corramos, hermanos míos, corramos para entrar en la cámara nupcial de ese palacio. Si nos detiene una carga pesada, una predisposición contraria o la falta de tiempo, ¡qué desastre! Pero, al menos, ocupemos una de esas moradas que se encuentran alrededor de la cámara nupcial. Sin embargo, si nos sentimos demasiado débiles para esto, asegurémonos de todas maneras un lugar en el interior de los muros. Pues quien no entra o no escaló ese muro antes de su muerte, tendrá por morada el desierto de los demonios y de las pasiones. Por eso, alguien decía en su oración: "Con mi Dios escalo la muralla" (Sal 17:30). Y otro, estas palabras: "Vuestras faltas os separaron de vuestro Dios" (Is 59:2). Mis amigos, derribemos este muro de separación que nosotros mismos construimos para nuestro mal, por nuestra desobediencia; y recibamos el perdón de nuestros pecados, pues en el infierno no hay nadie que pueda rebajar nuestras deudas.

Así, mis hermanos, tomemos tiempo para consagrarnos a esta tarea. Ya no nos está permitido poner la excusa de nuestras caídas, de la falta de tiempo o del peso con el que estamos cargados. Pues a todos los que recibieron al Señor por el baño de la regeneración, Él les dio poder de hacerse hijos de Dios (cf. Jn 1:12) y les dijo: "Basta ya, sabed que yo soy Dios" (Sal 45:11) y yo soy la impasibilidad. A Él, gloria por los siglos de los siglos. Amén.


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