Mensajes de Nuestro Señor Jesucristo a Sus hijos predilectos.
CXVI
SACERDOTES CAIDOS.
"Es preciso amar a loa sacerdotes como los amo Yo: a los buenos y a los no buenos, con mi corazón, todo caridad y ternura, como quien dio la sangre y la vida por sus vocaciones insignes y por su santificación.
A los sacerdotes indignos los amo
más, en el sentido de que más me cuestan y de que en sus conversiones más me
glorifican.
Y aquí entra la delicadeza, la
nobleza santa de los corazones que son míos. Cierto que nivel del mundo
por los pecadores, por los enfermos, por los descarriados; cierto que soy el
Buen pastor/ pero preferirían verme herido o coronado? Doloroso o feliz,
reclinado dulcemente en el amor?
Amo a mis sacerdotes infieles,
a mis sacerdotes caídos, a mis sacerdotes prófugos, con ternura
incomparable; pero con que amor de lágrimas, con que corazón tan herido y
despedazado! con los sollozos de mi alma! con la vergüenza de que lo mío, de
que lo íntimo mío, que debiera glorificar en Mi y por Mi--porque ellos son
otros Yo--al Padre, le arroje lodo con sus pecados e ingratitudes!
Los amo con dolor salvador y me
resisten; les hago sentir mi dolor expiatorio, y lo desprecian; les toco el corazón
repetidas veces con gemidos, con suplicas, con lágrimas, y me rechazan!
Oh, y cuantas veces y de cuantos
modos! Pero no me canso; una y mil veces me sacrifico por sus almas y espero a
sus puertas hasta que, o llega para ellos una desastrosa muerte, despedazándome
el Corazón, o triunfa mi gracia, y entonces radiante de gozo presento a mi
Padre esas almas de mi alma, a mis sacerdotes amados!
Con ese amor amo a los
desgraciados, a los degradados, que se apartan de la Iglesia; pero, para
los sacerdotes fieles guardo ternuras especiales, caricias de cielo, gracias y
dones incomparables. De estas almas necesito en bien de las otras, y el
mayor servicio que mis sacerdotes pueden prestarme en darme las almas hermanas
de sacerdotes caídos.
No quieren acompañarme, no quieren
consolarme? Mi mayor consuelo es darme sacerdotes santos, transformados
en Mí, y me los darán sin duda, porque Yo lo quiero. Amen en Mi a esa parte
escogida, esa parte que ha caído para levantarla con sus inmolaciones
voluntarias, unidas a las mías, en su favor.
Hoy los invito a una tarea muy
hermosa, a obsequiar a mi Padre con sacerdotes santos regenerados.
Una madre a quien quiere con especial
amor, a un hijo bueno a otro en peligro
de perderse? Pues bien, en ese sentido amo Yo con amor amargo y doloroso
a los miembros desprendidos del tronco y en peligro de separarse de Mí
eternamente.
Hay que amar a todos los
sacerdotes y preocuparse más, de día y de noche y siempre por los desgraciados
que en vida firman su eterna condenación.
Es preciso detenerlos con mis méritos
infinitos, con mis lágrimas y las de mis sacerdotes fieles, los cuales, como
nadie, deben preocuparse por este fin. Esa es su misión. No hay que
dormirse sobre este punto capital de mi Iglesia, pues es urgente que triunfe de
Satanás.
Ese debe ser el oficio de los
Obispos, ofrecerse en Mí al Padre en favor de los sacerdotes extraviados,
degenerados.
Que todos los sacerdotes se
ofrezcan especialmente con este fin a mi Padre celestial; que si se han dado a
las almas, deben darse especialmente por sus hermanos que atraídos por el
mundo, demonio y la carne, han renegado de su vocación y han manchado con horribles
adulterios a la Esposa Inmaculada, la Iglesia.
Esto quiero de ellos; que amen a
los sacerdotes caídos, con predilecciones de santo amor, que son predilecciones
de inmolaciones y de toda clase de dolor.
Oh, si todos los Obispos hicieran
lo mismo!...
No basta que se lamente, sino que
se inmolen; quiero obras en unión mía, que salven del precipicio a tantos
corazones caídos.
Miren mi Corazón transido de
dolor que pide con urgencia divina los medios para consolarme. Hay mucho que
esta gangrenado, mucho que está enfermo, débil y expuesto, en mi porción
escogida; y Satanás gana terreno y hay que poner un dique con oraciones, con
sufrimientos, con inmolaciones que, unidas al martirio de mi Corazón, serán
propicias a mi Iglesia, glorificaran al Padre, que es su Padre, y al Espíritu
Santo, que se contrista con esas más que ingratitudes de los suyos.
Siempre mi Corazón se inclina a
la misericordia, al perdón, aunque este perdón me haya costado la Sangre y la
vida.
El amor a mis sacerdotes va más allá
de lo que puede concebir la mente humana, porque es divino. Los amo desde
la eternidad, en el seno de mi Padre, con amor entrañable, con delicadeza
inconcebible, con toda la potencia de un Dios salvador.
Son míos por doble donación de mi
Padre y del Espíritu Santo, que me ungieron con el Sacerdocio eterno, y todos
dependen de Mi y todos son uno en Mi, su Cabeza, su Corazón su Principio de acción
y de vida, y Yo debiera ser su vida misma.
Nunca acabaría de decir lo que
son los sacerdotes para Mí, mis manos, mis obreros, mi mismo Corazón y el
centro de innumerables almas.
En el sacerdote veo el reflejo de
mi Padre, una fibra santa y fecunda de ese Padre amado.
En el sacerdote me veo a Mi mismo
y al Espíritu Santo, que es mi Espíritu.
En el sacerdote contemplo todos
los misterios: el de la Unidad, por su ser intimo con la Trinidad Santísima; el
misterio de la Encarnación, que el perpetua en cada Misa; el de la Eucaristía,
que no puede producirse sin su concurso; veo todos los sacramentos, en fin.
En mis sacerdotes veo a mi
Iglesia amada y a miles de almas engendradas en la suya, para la gloria del
Padre.
En mis sacerdotes me veo a Mí, a
cada paso; pero debería verme en ellos como Yo soy, santo, y no desfigurado por
sus pecados y dentro del cieno de muchos muladares.
Entonces tengo vergüenza ante mi
Padre y esta vergüenza me ruboriza, me parte el alma con doble martirio, el
martirio de la mirada limpia y pura de mi Padre que quiere reflejarse en mi
imagen empanada por el lodo que lleva en si el mismo que me representa, y por
el martirio que me causa al ver dislocada y expuesta a perderse esa alma que
con tanto amor de predilección he cuidado.
No piensan los sacerdotes que no
son ellos solos los que van en pos de los enemigos del alma, sino que me llevan
a Mi; y claro está que si pecan ellos, no peco Yo, el purísimo e impecable;
pero, en cierto sentido, Yo en ellos ofendo a mi Padre.
Y este es un tormento para mi Corazón
filial capaz de darme la muerte, si esto fuera posible. Presencia sus crímenes más
íntimamente que en el común de los mortales. No muero, y soporto que me
abofeteen, me apuñalen y hieran con sus ingratitudes que podrían matarme.
Porque los sacerdotes no son
otros Yo solo en el momento de la consagración, sino que, por la Ordenación
sacerdotal, adquieren un sello divino, y la Trinidad reside en sus almas, y
presta su concurso para todo acto de su ministerio santo.
Por eso es tan grave un pecado en
los sacerdotes, porque me representan a Mí, Sacerdote Eterno y
Cabeza de esos miembros santos o podridos, unidos o dislocados.
Y me arrastran por el fango, y
peor que los judíos, me crucifican a sabiendas y me posponen a satanás. Y
ríen, cuando Yo agonizo; y duermen, cuando Yo lloro; y ufanos y tranquilos en
apariencia, hipócritamente me sirven y sacrílegamente me tratan. Y beben
como agua los horribles pecados que se enlazan y forman cadenas que aprisionan,
y concluyen por matar la fe; desesperados entonces, sin confianza y
sin amor, bajan al infierno.
Al infierno llevan el carácter
sacerdotal que es indeleble en el alma, para su mayor tormento; y me llevan en
mi Justicia y en el martirio de tender a su centro, Dios, y verse rechazados
por El.
Hasta el último instante lucha mi
misericordia con su impenitencia; pero concluye el amor, y queda la justicia en
Mí y el odio perdurable hacia Mí en ellos.
Es tremendo, es horrible, el
juicio y el castigo de un sacerdote renegado, de un alma sacerdotal infiel. Pero
lucho, y pongo todo mi Corazón y toda mi ternura, y olvido toda una vida de crímenes
cuando en aquellas almas veo una chispa de confianza y de amor.
Este pensamiento de que un
sacerdote no está solo, sino Yo en el, no se aprecia ni se utiliza para
evitar pecados ni para respetarse a sí mismos con esta dignidad tan única.
Muchos luchan por tener mi presencia, cuando mi presencia y todo Yo estoy en
sus almas por la fibra santa sacerdotal de mi Padre que los hizo míos, que los hicieron
otros Yo, por la que en ellos me ve a Mí, Jesús, su Hijo amadísimo.
En la ordenación se les da la fecundidad, ampliada por decirlo así, para la salvación de las almas. Esa fecundidad del Padre la llevo Yo plena y el Espíritu Santo es quien la difunde. Yo me formo en el corazón del sacerdote por el Espíritu Santo con la fecundación del Padre, y por esto vivo en ellos y ellos debieran vivir en Mi".
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