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GRANDEZAS Y GLORIAS DE SAN JOSE


E
n una aparición a santa Margarita de Cortona (1247-1297), Nuestro Señor le recomendó: “Manifestad cada día, con un tributo de alabanza, vuestra respetuosa devoción a la bienaventurada Virgen María y a San José, mi padre nutricio”.

A san Antonio María Claret (1807-1870), gran apóstol de la devoción a la Santísima Virgen y fundador de la Congregación de los Misioneros Hijos del Inmaculado Corazón de María o Claretianos, se le atribuye esta sublime recomendación de Jesús: “Que fuese muy devoto de San José, que acudiese a él con confianza”.2

Santa Teresa de Ávila afirma en su autobiografía: “Y tomé por abogado y señor al glorioso San José y me encomendé mucho a él. Vi claro que tanto de esta necesidad como de otras mayores de perder la fama y el alma, este padre y señor mío me libró mejor de lo que yo lo sabía pedir. No me acuerdo hasta hoy de haberle suplicado nada que no me lo haya concedido”.3

Lo cual nos anima a tener una devoción muy grande y una confianza sin límites en la intercesión del Casto Esposo de María.

Este artículo no tiene otra finalidad que la de ofrecer algunos datos que nos ayuden a comprender mejor el singular papel del Patrono de la Santa Iglesia.


Desarrollo de la devoción a San José

Aunque la devoción a San José haya empezado relativamente tarde en la Iglesia, por inspiración del Divino Espíritu Santo ella encontró más adelante un desarrollo extraordinario, convirtiéndolo en uno de los santos más populares del universo católico.

Pero no siempre fue así. En los comienzos de la Iglesia, por ejemplo, a pesar del importante papel de San José en el misterio de la Encarnación y de la Salvación, así como de su intimidad con Nuestro Señor Jesucristo y María Santísima durante su vida mortal en Nazaret, no gozaba de culto alguno, pues en la Iglesia primitiva se rendía culto principalmente a los mártires.

Vinieron después las grandes herejías, que dividieron a la Esposa Mística de Cristo en los cinco primeros siglos. En medio de las disputas doctrinarias, la Iglesia se preocupó en afirmar la divinidad de Cristo Señor Nuestro y su papel en el seno de la Santísima Trinidad. Hasta los grandes privilegios de la Santísima Virgen eran poco estudiados por entonces.

Así, ¿cómo se podría interpretar, por ejemplo, el papel de San José en la Sagrada Familia, y su matrimonio con la Virgen Santa, no estando aún bien definida la concepción virginal de Jesús? Era necesario primero que quedara bien claro y fundamentado en la Iglesia la divinidad de Cristo y la virginidad de María Santísima, antes que los teólogos tuvieran condiciones de estudiar el papel del santo Patrón de los moribundos en la economía de la Redención.

Sin embargo, los Padres de la Iglesia hablaban de San José, aunque incidentalmente. Razón por la cual la teología de San José encuentra visibles y frecuentes trazos en los escritos de los Padres orientales y occidentales desde los primeros siglos del cristianismo. Sin embargo, todos ellos trataron de San José desde un punto de vista más teológico que devocional.

Expansión de la “Josefología” en la Iglesia y en el mundo

Fue recién en la Edad Media que la devoción al santo Jefe de la Sagrada Familia comenzó realmente a desarrollarse. Contribuyeron a ello los padres carmelitas venidos del Oriente, que predicaban la devoción al Padre Putativo de Jesús.

“José ejercía el oficio y tenía los cuidados del padre de familia respecto de Jesús y de María, quienes, a su vez, le estuvieron sujetos como a su legítima cabeza (Lc 2, 51)”

No obstante, la primera teología de San José que merece verdaderamente el nombre de Josefología apareció solamente con fray Isidoro de Isolano (+1522), de la Orden de los Predicadores, el cual, como señala el cardenal Alexis María Lépicier, fue el primero que expuso la doctrina de San José con orden y método escolástico.

Poco después, los grandes santos de la Contrarreforma impulsaron y propagaron esa devoción.

Ya citamos a la gran santa Teresa de Ávila, que dedicó 11 de los 18 conventos por ella fundados al Casto Esposo de María. Menos conocido es el papel de san Francisco de Sales en la propulsión de esta devoción. Quien lo hizo con vigor, dedicando al Celoso defensor de Jesucristo, por ejemplo, así como a la Santísima Virgen, su célebre libro Tratado del Amor de Dios. Así se dirige a María en la “Oración Dedicatoria” de este magistral libro: “¡Oh Madre victoriosa!, ¿quién volverá sus ojos hacia ti sin contemplar a tu diestra al que tu Hijo quiso por tu amor honrar con el título de Padre, uniéndole a ti mediante un matrimonio virginal para que fuese tu ayuda y auxiliar en la empresa de educarle y de sostener su infancia?”.4

En el siglo XVIII, san Leonardo de Porto Maurizio (+1751) y san Alfonso María de Ligorio (+1787), con muchos otros teólogos, predicadores y misioneros, también propagaron la devoción al Custodio de las vírgenes.

En los tiempos modernos, prácticamente todos los Papas, empezando por Pío IX, enaltecieron las virtudes y los privilegios del “Patrono de la Iglesia Universal”. León XIII le dedicó su encíclica Quamquam pluries, del 15 de agosto de 1889, que contiene la más profunda y densa doctrina sobre este santo, que es llamado en su letanía Terror de los demonios.

De los grandes teólogos de San José de nuestros días citamos a fray Bonifacio Llamera OP, que con su Teología de San José profundizó aún más la Josefología. Debido a la importancia de esta obra, ella es citada copiosamente en el presente artículo.

Cuatro afirmaciones que resumen la teología de San José

En su trabajo, fray Llamera muestra que los evangelistas poco se explayaron sobre San José. Y que “todos los datos que la Sagrada Escritura nos da sobre el santo Patriarca, se resumen en cuatro afirmaciones:

1) San José es el esposo de la Virgen María. María, la Madre de Jesús, estaba desposada con José el carpintero (Mt 1, 18-25; Lc 2, 5);

2) Por eso, José era considerado por las gentes como el padre de Jesús. Hijo eterno de Dios, hecho hombre en las entrañas de María, no por obra de José ni de varón alguno, sino por obra del Espíritu Santo (Lc 2, 42; 3, 23; Mt 13, 55);

3) José ejercía el oficio y tenía los cuidados del padre de familia respecto de Jesús y de María, quienes, a su vez, le estuvieron sujetos como a su legítima cabeza (Lc 2, 51);

4) Por fin, José, observa San Mateo, era un varón justo, que, en lenguaje bíblico, significa que era un varón adornado de todas las virtudes (Mt 1, 19).

“He aquí las afirmaciones escuetas de la Sagrada Escritura”, concluye él. Y se pregunta: “¿Dice poco? Digamos más bien que en pocas palabras dice mucho. ¿Acaso hemos meditado los títulos de gloria que encierran estas afirmaciones breves y sencillas?”.

Y argumenta: “Es verdad que los evangelistas mencionan poco a San José en los Evangelios. Pero ellos también poco dijeron de la Santísima Virgen. Sin embargo, al llamarla Madre de Dios —María, de quien nació Jesús— compendiaron todas sus glorias en este solo título”.

“Del mismo modo —concluye el teólogo español— resumieron toda la santidad, las virtudes y los privilegios de San José en el título de Esposo de la Virgen. En esas dos palabras, sin embargo, están contenidas alabanzas casi infinitas. Toda la teología de San José (o Josefología) tiene un fundamento primero y principal: el matrimonio que le liga con María, la Madre de Cristo”.5

Son, por lo tanto, dos los principios en que se apoya toda la teología de San José:

1) Su unión con la Virgen María por el matrimonio; y,

2) Su ministerio paternal con relación a Jesucristo.

Príncipe de la Casa Real de David

Según la lengua del país, José significa crecimiento, aumento. Por lo que san Bernardo exclama: “Conjetura también por su nombre propio (que sin duda significa aumento) qué hombre tan grande y de cuánta virtud era este José”.6

De su nacimiento tenemos apenas las palabras de San Mateo: “Y Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo” (Mt 1, 16). Jacob fue, pues, el padre del casto Esposo de María. A respecto de su madre, nada se sabe.

¿Dónde nació San José? Algunos opinan que en Belén. Otros que en Nazaret, donde desposó a María y donde se operó el inefable misterio de la Encarnación.

Por otro lado, sabemos que, de acuerdo con las profecías relativas a la persona del Mesías, Cristo Jesús nacería de la tribu de Judá y de la descendencia de David. Jesús, tanto por María, su madre, cuanto por José, su padre legal, es hijo de David. San José era príncipe de la Casa Real de David.

Así, ante la historia, San José fue el último lustre de la raza real de Judá; en él, como en María, corrió la última gota de la sangre real de David. Es por ello que Jesús, según habían anunciado los profetas, es el Hijo de David.

Como el último Patriarca, San José es el nexo más calificado entre el Antiguo y el Nuevo Testamento.

Infancia y adolescencia según los “apócrifos”

Los evangelios apócrifos —es decir, no aceptados por la Iglesia en el Canon de los Evangelios— dan a José incluso un parentesco próximo con la Virgen María. Según la venerable María de Ágreda, “José descendía de David por Salomón, y María descendía de él por Natán. Jacob, padre de San José, era hermano de santa Ana, madre de la Santísima Virgen María”.7 Pero nada hay en los Evangelios canónicos que corrobore tal afirmación.

Ya la beata Ana Catalina Emmerich lo hace el tercero entre seis hermanos. Según ella, en su infancia, José era “de natural muy distinto a sus hermanos, era muy inteligente, y aprendía todo muy fácilmente, a pesar de ser sencillo, apacible, piadoso y sin ambiciones. Sus hermanos lo hacían víctima de toda clase de travesuras y a veces lo maltrataban”. Era contemplativo y muy piadoso. Según la vidente, “los padres no le mostraban tampoco mayor cariño. Hubieran deseado que empleara su talento en conquistarse una posición en el mundo; pero José no aspiraba a nada de esto. Los padres encontraban a José demasiado simple y rutinario; les parecía mal que amara tanto la oración y el trabajo manual”.

Siempre según Ana Catalina, cuando él tenía unos veinte años de edad, para evitar la persecución y las burlas de sus hermanos, salió de casa, trabajando en diversas ciudades como aprendiz de carpintero, hasta dominar la profesión y establecerse en Nazaret.8

Lo que lleva a Charles L. Souavay a afirmar: “San José, por cierto, fue un tekton, como podemos aprender en San Mateo (13, 55) y San Marcos (6, 3). La palabra significa tanto mecánico [o trabajador manual] en general como carpintero en particular; san Justino se inclina por la última acepción, y la tradición ha aceptado esta interpretación”.9

La vara florida

Existe un evangelio apócrifo, el Protoevangelio de Santiago, que se refiere a la Santísima Virgen educada en el Templo desde los tres años de edad. Huérfana de padre y madre, al llegar a la edad núbil, el Sumo Sacerdote buscó entre los jóvenes de la estirpe de David a uno para que fuera su esposo. Convocó para esto a todos los jóvenes descendientes del Rey-Profeta y, entre ellos, a San José. Como el profeta Isaías había predicho que “brotará un renuevo del tronco de Jesé, y de su raíz florecerá un vástago” (Is 11, 1). Tal profecía motivó a que todos los pretendientes depositaran una vara en el altar de la propiciación. La que floreciera indicaría al más digno de tomar la mano de María. Cuando amaneció, la vara de San José estaba cubierta de lirios, símbolo de su pureza. Así fue él escogido. De ahí la tradición, en la piedad católica, de representar a San José con un ramo de lirios en la mano.

En las visiones de sor María de Ágreda y de Ana Catalina Emmerich también aparece esa vara florida.

El matrimonio con la Virgen

Para entender a cabalidad lo que el Evangelio nos narra a respecto del matrimonio de María y José, es necesario tener presente algunas nociones de cómo en aquella época se realizaban las bodas entre los judíos.

El matrimonio constaba de dos actos principales, que se podrían llamar de esponsales (o desposorio) y de nupcias.

“Los esponsales no eran, como entre nosotros, una promesa de futuro matrimonio [como es el noviazgo], sino un verdadero y perfecto contrato matrimonial… A este contrato matrimonial seguían —después de un intervalo aproximado de doce meses, si la esposa contraía por primera vez matrimonio, o de un mes si se trataba de una viuda— las bodas públicas y solemnes, que esencialmente consistían en conducir a la esposa entre música y algazara popular a la casa del esposo, y eran la ceremonia complementaria del contrato matrimonial”.10

Así, ya por los esponsales la mujer pasaba del poder del padre al del marido, aunque continuara viviendo en la casa paterna. Por lo tanto, si después del desposorio la mujer se casara o tuviera comercio con otro hombre, era considerada adúltera, pudiendo el marido darle el libelo de repudio, lo que haría con que pudiera ser castigada con la muerte por lapidación, pena reservada a las adúlteras.


“Según observa el Evangelio de San Mateo (1, 19), José era un varón justo, lo cual significa –en lenguaje bíblico– que era un varón adornado de todas las virtudes”


Pero, se preguntan los exegetas, ¿el matrimonio de San José con la Virgen María se realizó antes o después de la Anunciación?

Y concuerdan en que, en el momento de la Anunciación, Nuestra Señora estaba desposada con San José, no obstante no había sido llevada aún a su casa. Es decir, no se habían realizado las nupcias propiamente dichas. Ellas recién ocurrieron tres meses más tarde, cuando María Santísima regresó a Nazaret, después de la visita a santa Isabel. Es por eso que, cuando el ángel esclareció a San José sobre la maternidad divina de María, le dijo: “No temas acoger [en tu casa] a María” (Mt 1, 20).

“En este supuesto, comúnmente admitido —escribe el eminente exegeta jesuita P. José María Bover—, no hay duda de que el relato de San Mateo deja en el ánimo la impresión de que José, al conocer la maternidad de María, solo estaba desposado con ella, y que lo que le ordena el ángel es precisamente la celebración de las bodas. En efecto, comienza el relato consignando los simples desposorios: Desposada su madre María con José… Luego dice el ángel: No temas tomar contigo a María tu mujer… Lo cual cumple a la letra, cuando, despertado del sueño, tomó consigo a su mujer; que no parece ser otra cosa que la celebración de la boda, en que el esposo tomaba consigo a la esposa y la llevaba a su casa”.11

San Jerónimo expone tres razones por las cuales Dios quiso que María, Madre de Jesús, se casara:

1) Para que la genealogía de José, de quien María era pariente próxima, sirviera también para demostrar el origen real de la esposa: los descendientes de David debían casarse en el ámbito del parentesco (Núm 36, 8);

2) Para que la Virgen no fuera acusada de adulterio y condenada a ser lapidada, como ordenaba la ley de Moisés, si concibiera y no estuviera casada;

3) Y, por fin, para que tuviera la protección del esposo durante la huida a Egipto.12

Sobre el compromiso de José y María de conservar su virginidad, comenta el gran predicador francés Jacques-Benigne Bossuet, siguiendo a san Agustín: “La fidelidad de este matrimonio consiste en que ambos cuiden de la perfecta integridad que se habían prometido. Son dos virginidades que se unen para conservarse eternamente una a la otra por una casta correspondencia […]. Tal es el vínculo de este matrimonio, tanto más firme que las promesas que se dieron deben ser más inviolables por eso mismo que son más santas”,13 pues no apenas María, sino también San José, habría hecho el voto de virginidad, según afirma san Jerónimo en su controversia con Elvidio: “Tú dices que María no permaneció virgen; yo, por el contrario, vindico, además, que el mismo José fue virgen por María, para que de un desposorio virginal naciese un hijo virgen... Puesto que fue más custodio que marido de María, se concluye que permaneció virgen con María el que mereció ser llamado padre del Señor”.14

Por lo que pregunta san Pedro Damián, el gran santo del siglo XI: “¿Ignoráis que el Hijo de Dios tuvo en tal estima la pureza del cuerpo, que la castidad conyugal no fue suficiente a sus ojos, sino que Él quiso encarnarse en el seno de una virgen? Y no era aún suficiente; no solamente su madre fue virgen, más aún, tal es la fe de la Iglesia, aquel que fue visto como su padre era igualmente virgen”.15

Matrimonio perfecto, aunque sin prole

Una pregunta se levanta: ¿el matrimonio entre María y José fue un casamiento perfecto, no habiendo en él uno de sus fines específicos, que es la prole? Santo Tomás responde que es teológicamente cierto que el matrimonio entre San José y la Virgen María fue verdadero y perfecto cuanto a la esencia o primera perfección, mas no cuanto al uso del mismo, pues no cohabitaron. Y afirma: “La prole no es efecto del matrimonio solo en cuanto por él es engendrada, sino también en cuanto en él es recibida y educada y en este sentido, no en el otro, fue aquella prole (Cristo) fruto de este matrimonio... Este matrimonio fue especialmente ordenado a recibir y educar aquella prole”.16

Santo Tomás de Aquino observa aún las conveniencias de ese matrimonio: ninguna duda debía surgir, por más ligera que fuese, sobre el honor del hijo y de la madre; si alguna vez se cuestionara este honor, José, el testigo más autorizado, el menos sospechoso, estaría allí para atestiguar su integridad; en fin, Jesús y María encontraban en José la ayuda en su debilidad.17

En la Sagrada Familia, la autoridad es ejercida por quien es menos

San Alfonso escribe: “En aquella casa José manda, y el Hijo de Dios obedece. Esta sujeción de Jesucristo al paso que ostenta la humanidad de Jesús, patentiza la elevada dignidad de José. ¿Y puede darse mayor dignidad, ni más encumbrada celsitud, como la de mandar al que impera sobre todos los reyes? Llenó de pasmo al mundo Josué cuando mandó parar al Sol en mitad de su carrera, porque le cumplía cabal tiempo para exterminar a sus enemigos, y el Sol obedeció; más ¿qué género de comparación puede caber entre Josué, a quien presta obediencia el Sol, criatura inanimada, y José a quien se sujeta Jesucristo, que es el Hijo de Dios? Jesucristo, en toda la duración de la vida de José, le respetó como padre, y por treinta años, y hasta que alcanzó el punto de la muerte le obedeció como a padre. Y en efecto, en toda aquella serie de años, la ocupación continua de Jesús Salvador, fue la de obedecer a José. A José correspondió ejercer en todo aquel tiempo el oficio de gobernar, como cabeza que era de la familia; a Jesús, como súbdito, el oficio de obedecer a José”.18

Es por ello que San José amó a Jesucristo más de lo que nadie amó a un hijo o a un amigo. Él veía al Dios-Niño, lo abrazaba, lo besaba, lo tomaba en sus brazos. Eso lo llevaba a amarlo con un amor extraordinario, del que no tenemos idea.

Por lo que viene a propósito citar las palabras del Prof. Plinio Corrêa de Oliveira: “Es costumbre representar, por ejemplo, a san Antonio de Padua con un libro y al Niño Jesús sentado en el libro. Y el santo extasiado, porque el Niño Jesús estuvo en sus brazos por unos instantes. Y miramos admirados a san Antonio: ‘¡Qué feliz es por haber sido distinguido con este honor sin nombre!’ Ahora bien, ¿cuántas veces tuvo San José al Niño Jesús en sus brazos? Más aún: San José tenía los labios lo suficientemente puros y su humildad lo suficientemente grande para hacer algo formidable: ¡responder a Dios! Imaginemos la escena: el Niño Jesús esta frente a él y dice: —‘Os pido un consejo; ¿cómo debo hacer tal cosa?’ Y el Patrono de la Iglesia Universal, una mera criatura, sabiendo que Dios es el que pregunta, ¡da el consejo! Imagínese, si es posible, a un hombre que tuviera la suficiente sabiduría y pureza para gobernar a Dios y a la Virgen María. Entonces se comprenderá la sublimidad de la virtud de San José”.19

“Los esponsales no eran, como entre nosotros, una promesa de futuro matrimonio, sino un verdadero y perfecto contrato matrimonial… A este seguían, después de un intervalo aproximado de doce meses, las bodas públicas y solemnes”

Del mismo modo escribe el padre Pedro de Ribadeneira, discípulo y biógrafo de san Ignacio de Loyola: “La dignidad y excelencia de San José, que fue tan grande que sería necesario lengua de ángeles para poderla explicar; porque ¿a dónde pudo bajar más la dignidad de Dios que a sujetarse a un pobre carpintero? Y, ¿a dónde puede subir la dignidad y soberanía de un hombre más, que a mandar y ser obedecido por Dios? En esto se encierra todo lo que se puede decir de los privilegios, virtudes y excelencias de San José, que sin duda fueron tales, cuales debían de ser las de un varón santísimo, que era esposo de la Madre de Dios y padre putativo de tal Hijo”.20

San Lucas, después de narrar el episodio de la pérdida y del encuentro de Jesús en el Templo, dice que “Él bajó con ellos y fue a Nazaret y estaba sujeto a ellos” (2, 51).

San Bernardo, a respecto de este trecho, nos dejó una interpretación llena de incomparable suavidad: “Dios, a quien están sujetos los ángeles, a quien los principados y potestades obedecen, estaba obediente a María, ni solo a María, sino a José por María”.21

“¿No es el hijo del carpintero?”

“San Lucas, después de narrar el episodio de la pérdida y del encuentro de Jesús en el Templo, dice que ‘Él bajó con ellos y fue a Nazaret y estaba sujeto a ellos’ (2, 51)”

Jesús y José fueron obligados a ganarse el pan con el trabajo de cada día como carpinteros, en una pobre ciudad sin muchos recursos. Así, durante toda su vida, hicieron un trabajo humilde, de forma humilde, que no les permitía la honra derivada de un trabajo de fino cincel, ni la riqueza derivada de su esfuerzo y fatiga. Y esa pobreza y precariedad no eran ciertamente coeficientes de prestigio y honor ante sus conciudadanos.

Los Padres de la Iglesia primitiva evocan la perseverancia de San José y su esmero en el trabajo. Y el Evangelio nos da a entender que San José recurrió exclusivamente al trabajo para suplir las necesidades de la familia.


Tránsito de San José

¿Cuándo murió San José? Sobre ello nada consta en los Evangelios, ni en la Tradición, ni en el consenso de los Santos Padres.

Pero la opinión más común entre los teólogos es así expresada por el padre Albert Michel: “Porque Cristo, el Hombre-Dios, iba a llevar una vida oculta solo por un tiempo, era conveniente que José, ministro y compañero de esta vida oculta, depositario del secreto en el que estaba contenido el misterio de la Encarnación del Hijo de Dios, desapareciera de la escena de este mundo antes de que la palabra del cielo revelara al hijo de Zacarías, en el desierto, la presencia del Mesías prometido y anunciado. También, en la misma oscuridad que había rodeado su vida, José, continuando hasta el final su misión sublime, rindió sin duda su alma a Dios antes de que Jesús se manifestara a los hombres como Hombre-Dios. Así, a medida que se quitaba el velo que cubría el misterio de la Encarnación, los hombres se habituaron gradualmente a concebir a Cristo sin un padre según la carne”.22

Algunos datos evangélicos, no obstante, pueden orientarnos con relativa seguridad sobre el tiempo en que el santo patriarca dejó esta vida. Su muerte ocurrió casi con certeza antes de la Pasión de Nuestro Señor y, con toda probabilidad, antes del comienzo de su vida pública.

Sabemos que, en las bodas de Caná, no se menciona a San José. Ahora bien, si él estuviera vivo, ciertamente allí estaría con Jesús y María, y los evangelistas no lo dejarían de notar. Por lo tanto, es de suponer que haya fallecido con anterioridad.

San Lucas, también, cuando narra el episodio en que Jesús estaba predicando y alguien vino a decirle que su madre y sus “hermanos” lo buscaban, responde: “Mi madre y mis hermanos son estos: los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen”. No dijo “mis padres son”, como normalmente diría si José estuviera vivo.

Finalmente, en lo alto de la Cruz, Jesús moribundo confió su Madre a san Juan Evangelista, que a partir de entonces la acogió bajo su techo. Esto no ocurriría si San José viviera.

Por otro lado, como es de suponer que Jesús y María estuvieran vivos cuando ocurrió el tránsito de San José, ciertamente lo asistieron en el último momento. Por eso la tradición cristiana lo invoca como patrono de los moribundos y de la buena muerte.

Dice san Alfonso María de Ligorio: “Asistido por su hijo Jesús y su esposa María que estaban al lado de su pobre lecho, consolado por tan sublime compañía, conservando hasta el fin una calma celestial, salió de esta vida miserable. ¿Cómo podría ser amarga la muerte para él si moría entre los brazos de la Vida?”.23

Al morir, San José fue al Limbo de los Justos en espera del momento bendito en que Nuestro Señor, después de su Pasión y Muerte, abriría las puertas del cielo para aquellas almas santas. Se conjetura que San José haya sido entonces el legado que anunció a todos los habitantes del Limbo el misterio de la Encarnación del Hijo de Dios y de la Redención.


Conclusión: honrar a San José por sobre todos los santos

Lo primero que salta a la vista cuando se contempla a San José es su santidad, la cual es el motivo de su grandeza y lo que explica y valoriza todas las otras grandezas que se encuentran en él en abundancia.

Según los teólogos, las virtudes características de San José han sido su “amor de esposo” a la Virgen María; su “amor de padre virginal” a Cristo; su “autoridad y solicitud” como jefe de familia, y su “trabajo manual” de obrero sencillo y modesto.24

El Evangelio llama a José “hombre justo”. El evangelista se limita a lo esencial, y no gusta de superlativos. Pero en el lenguaje bíblico la palabra justo quiere decir un hombre de mucha virtud, un santo. En efecto, en el texto sagrado, las palabras justo y justicia toman un significado bastante más amplio, hasta identificarse con la perfección y la santidad.

¿En qué consiste esa justicia en San José? Dice santo Tomás de Aquino: “La justicia no es solamente esa virtud especial que atribuye a cada uno lo que le pertenece, es aún esa rectitud general del alma que consiste en la reunión de todas las virtudes”. Y San Juan Crisóstomo añade: “El nombre justo, que el Espíritu Santo da a San José, significa completo en todas las virtudes”.25 La justicia, en efecto, comprende la ausencia de todo vicio y la posesión de toda virtud.

En José la santidad se identifica, pues, con la justicia entendida en el sentido más pleno que le da siempre la Sagrada Escritura, vale decir, la fiel observancia de toda la Ley, de la manera más escrupulosa y constante, una justicia de obras llevada a cabo sin lamentaciones, sin comentarios, sin protestas, sin recriminaciones, siempre en silencio; una justicia concretizada en la fe, en la esperanza y en la caridad; fe profunda e inamovible; esperanza firme hasta la certeza; caridad inflamada, que arde y brilla sin extinguirse nunca.

Él poseía, además, en altísimo grado, los siete dones del Espíritu Santo. Así, en él resplandecían la sabiduría, el entendimiento, la ciencia, el consejo, la fortaleza, la piedad y el temor de Dios.

San Leonardo de Porto Maurizio (canonizado por Pío IX en 1866) así se expresa con relación a las grandezas de San José:

“Que los evangelistas guarden silencio sobre San José, poco importa. Que ellos se abstengan de exaltar, como podrían hacer, esas virtudes y prerrogativas excelentes que resaltan su dignidad; me basta que ellos lo representen como el esposo de María, virum Mariae de qua natus est Jesus, es decir, el que de todos los mortales que se asemeja más a la criatura más perfecta salida de las manos de Dios, pues, como dice san Bernardo, ‘José fue creado a semejanza de la Virgen su esposa’. Esposo de María, es decir, el que más se acerca a esa criatura sublime que elevada al cielo fue arrebatada hasta el seno del Padre eterno por su propio Hijo. Esposo de María, es decir, con el mismo corazón y alma que tiene el corazón y el alma del Hijo de Dios”.26

Concluimos con el erudito P. Albert Michel, al tratar de la santidad de San José “su fe profunda, su esperanza confiada, su amor siempre creciente deben ser exaltados en contacto con Aquel que, en su compañía, manifestó cada vez más a los hombres ‘la gracia y la sabiduría que había en él’. Es necesario recordar la prudencia y la fuerza del vigilante guardián que es responsable de arrancar al Niño y a su Madre de las emboscadas de sus peores enemigos. La justicia del hombre perfecto que la Escritura describe en una sola palabra: justus; la templanza de ese humilde y laborioso artesano. Así se podría revisar todas las virtudes y atribuirlas a San José en un grado supereminente: uno permanecería ciertamente dentro de los límites de la verdad”.27

Notas.-

1. Les Petits Bollandistes, Vies des Saints, Bloud et Barral, Libraires-Éditeurs, París, 1882, t. 13, p. 529.

2. Autobiografía, n. 831 in San Antonio María Claret, Escritos autobiográficos, BAC, Madrid, 1981, p. 389.

3. Santa Teresa de Jesús, Libro de la Vida, Monte Carmelo, 1998, c. 6, p. 55-56.

4. Tratado del Amor de Dios, Libro II, Origen del Amor Divino, in http://www.clerus.org/bibliaclerusonline/es/jbq.htm.

5. Bonifacio Llamera OP, Teología de San José, BAC, Madrid, 1953, p. 10-11.

6. San Bernardo de Claraval, Las Grandezas de María, c. 3.

7. Sor María de Jesús de Agreda, Vie Divine de la Très Sainte Vierge Marie, Editions Saint-Michel, Saint-Cénére (Francia), 1916, p. 83, nota.

8. Ana Catalina Emmerich, Vida de la Santísima Virgen, Espasa Calpe Argentina, Buenos Aires, 1944, p. 145 ss.

9. Charles L. Souvay, Saint Joseph, in The Catholic Encyclopedia (1910), Cd-Rom Edition Copyright 2003 by Kevin Knight.

10. S. del Páramo, Temas bíblicos, III, p. 223-224, apud Angel Luis Iglesias-J. Prado González, San José (Sagrada Escritura), in https://mercaba.org/Rialp/J/jose_san_i_sagrada_escritura.htm.

11. J. M. Bover, Vida de N. S. Jesu-Cristo, p. 120, apud Angel Luis Iglesias-J. Prado González, op. cit.

12. Comentario a Mateus, apud Paolo Calliari, San José – Patrono del Perú, Editora Latina, Lima, 1991, p. 52.

13. Segundo discurso sobre San José, apud P. Calliari, op. cit., p. 82.

14. De perp. Virg. B. M. V.:PL 23, 213, apud M. Llamera, San José, in https://mercaba.org/Rialp/J/jose_san.htm.

15. Apud Les Petits Bollandistes, op. cit., p. 506.

16. Sent. d. 30, q. 2, a. 2, ad. 4, apud M. Llamera, San José (Teología Dogmática), in https://mercaba.org/Rialp/J/jose_san.htm.

17. Cf. Albert Michel, Joseph (Saint), in Dictionnaire de Théologie Catholique, Letouzey et Ané, París, 1925, t. VIII, col. 1511.

18. Apud P. Calliari, op. cit., p. 68.

19. Plinio Corrêa de Oliveira, San José, mártir de la grandeza, in Catolicismo, n. 411, marzo de 1985.

20. Pedro de Ribadeneira SJ, Flos Sanctorum, in Eduardo María Vilarrasa, La Leyenda de Oro, L. González y Compañía – Editores, Barcelona, 1896, v. I, p. 618.

21. Apud Les Petits Bollandistes, op. cit., p. 520.

22. Albert Michel, op. cit., col. 1513.

23. Apud P. Calliari, op. cit., p. 142.

24. Apud B. Llamera, op. cit., p. 243.

25. Apud Les Petits Bollandistes, op. cit., p. 503.

26. Idem ib., p. 520.

27. Albert Michel, op. cit., col. 1519.

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