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MENSAJES A MONSEÑOR OTTAVIO MICHELINI -

¿Por qué me ha escogido Dios?¿Quién soy yo? Soy menos que un granito de polvo frente al universo, soy menos que una gotita invisible frente al océano, soy menos que un repugnante gusanillo que se arrastra en el fango de la tierra.

Soy un pobre sacerdote, entre tantos, el menos culto, el menos docto, el más desprovisto, un pobre sacerdote rico sólo en innumerables miserias de toda naturaleza.

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(Continuación)


30 de Septiembre de 1975

MI PASION CONTINUA

Qué alejados de la verdad están aquellos, y no son pocos, que piensan y contemplan el Misterio de mi Encarnación, Pasión, Muerte y Resurrección corno un acontecimiento tan lejano que se pierde al fondo de los siglos.

Qué alejados están todavía de la verdad los otros que piensan en Mí, quizá sí, glorioso en el Paraíso pero olvidado o desinteresado de las cosas de los hombres y de los acontecimientos humanos. Éstas son las distorsiones de una fe tenue, enferma y contagiada por la ignorancia.

Un cristiano no puede ignorar mi presencia, además de en el Paraíso, también en la tierra. Los cristianos no pueden ignorar que estoy y estaré en la tierra hasta la consumación de los tiempos.

Ningún hecho o acontecimiento de las personas o de los pueblos, por grande o pequeño que sea, puede ser extraño a mi Corazón misericordioso.

¡No sería Dios, si esto no fuera así!

Los cristianos no deben ignorar que, si físicamente no puedo ya sufrir, en cambio moralmente estoy atrozmente apenado por la frialdad e ingratitud, por las ofensas, las traiciones y las horribles blasfemias con las que continuamente soy ultrajado.

Los Judas se han multiplicado fuera de medida. El amor no es correspondido, y a menudo recompensado con hostilidades e insultos de todo género, y sufrimiento que los hombres en la dureza de su corazón no pueden comprender.

Qué alejados están de la realidad aquellos que tienen una visión tan nebulosa del Misterio de la Salvación. Misterio en acto, es el Misterio de la Cruz, que continúo en la crudeza atroz aunque en modo incruento.

Mi Sangre es derramada en verdad continuamente por la remisión de vuestros pecados; mi Cuerpo es verdaderamente dado en alimento para nutrir vuestras almas. Soy verdaderamente la Víctima ofrecida al Padre y en Mí, Víctima divina, Humanidad y Divinidad se en­cuentran y se reconcilian en un amor infinito.


Allí está Dios omnipotente

Hijo mío, ¡si por lo menos mis sacerdotes tuvieran la firme y sólida convicción de que Yo, Hijo de Dios, verda­dero Dios y verdadero hombre, punto de encuentro de la humanidad pecadora con mi Padre celestial, estoy siem­pre con vosotros, en medio de vosotros día y noche en es­tado de víctima!

Si por lo menos estuvieran convencidos, cuando me encierran entre aquellas pequeñas cuatro paredes, que allí está Dios Omnipotente, Creador del Cielo y de la tierra, Redentor y Salvador, podrían tener por lo menos un latido de amor por Mí, pero para estas consideraciones no hay lu­gar en el ánimo.

Han abandonado mis caminos, mis senderos y no tienen tiempo de buscarme en mi humilde morada. Una fe viva, verdadera, vivida hora tras hora en una ofrenda continua, haría inflamar un incendio purificador en toda Mi Iglesia; sería capaz de aplacar la divina Justicia y detener la hemorragia de almas encaminadas a la per­dición eterna.

¡Qué tremenda responsabilidad para mis sacerdotes, que tienen posibilidad y medios eficaces para colaborar Conmigo para la salvación de las almas, pero no se sirven de ello!


Confianza en el medico

—¿Qué hacer, Señor, para que nosotros sa­cerdotes podamos entrar nuevamente en nosotros mismos? ¿Para que podamos salir de la oscuridad que nos envuelve, para des­pertarnos del letargo en el que hemos caído? ¿Para que podamos sacudirnos y salir de la crisis que nos ha afectado?

Se necesita que con gran humildad os convenzáis del mal que sufrís. Ningún enfermo, si no tiene clara conciencia de su mal, puede sentir la necesidad de cu­rarse.

Ningún enfermo si no tiene plena confianza en el médico que lo cura, se da prisa de curarse.

Nin­guno de mis muchos sacerdotes afectados por crisis de fe, si no se convence de su mal, sentirá la necesidad de cu­rarse espiritualmente.

Ninguno de mis sacerdotes afecta­dos por crisis de vida interior, si no tiene confianza en Mí, presente en mi Vicario, encontrará la fuerza para recuperarse.

Yo he hablado, por medio de Mi Vicario, abundante­mente acerca de la infección que aflige al clero de este siglo materialista.

He indicado con claridad las causas y los remedios de esta infección. Pero ¿quién ha tomado en serio mis palabras?

Aun prescindiendo de esto, que es tan importante, ¿no soy Yo el Camino, la Verdad y la Vida?

¿No he dicho claramente: "quien quiera venir en pos de Mí tome su cruz y niéguese a sí mismo?” ¿No es ésta una clarísima indicación para todos y para mis sacerdotes en particular?

Aquí, hijo mío, está la clave y la solución de todos los problemas originados por la crisis de fe. Mortificación interior y mortificación exterior.

Esto contrasta con la vida que se lleva y se quiere llevar: cine, televisión, automóvil sin a veces justificación pastoral alguna que lo excuse, dinamismo febril pero improductivo, poca disponibilidad y propensión para la oración.

De aquí el paso a la rebelión interior y exterior es breve. En­tonces, en una verdadera y propia anarquía los últimos resplando­res de fe se apagan en un tenor de vida enteramente condicionado por la civilización pagana de este si­glo.

Poned la segur a la raíz sin tergiversar, podan­do lo que debe ser podado, después en mi Corazón Misericordioso encontrareis todos los remedios para remontar el sendero arduo, sí, pero no impracticable de la virtud.

Te bendigo hijo, Ámame mucho.



30 de Septiembre de 1975

EL LLANTO NO ES SIGNO DE DEBILIDAD

Hijo mío, Yo he llorado y no una sola vez como alguno cree. He llorado contemplando desde lo alto la Ciudad, objeto de mi gran amor. Mis lágrimas eran el rebosar al exterior de un dolor que mi Corazón no podía ya contener.

He llorado pues no por debilidad, sino porque veía las lla­gas de la Ciudad predilecta, la destrucción y la suerte señalada por la Justicia divina.

Qué necios son los que piensan poder burlarse de Dios con terca obstinación, o bien otros que piensan poder continuar en sus pecados, confiando en la Miseri­cordia divina.

Olvidan como ya te he dicho, que en Dios, mise­ricordia y justicia son inseparables porque son una cosa sola.

Hijo, no sólo una vez lloré sobre la Ciudad amada y pre­dilecta, pero he llorado otras veces por la ruina de las almas, tan amadas y que por ellas no he vacilado en inmolarme como víctima de expiación y reconciliación en el Calvario y en los altares.

He llorado por Judas, como ya sabes, no tanto por la traición perpetrada a mi respecto, sino por la pérdida de su espíritu soberbio, lujurio­so e impenitente.

Judas ha resistido a mi amor y a todo im­pulso de mi gracia. Habría bastado un acto simple de arre­pentimiento y Yo, con alegría, lo habría salvado.

Esto lo deben de considerar bien los centuplicados Judas de estos tiempos, y deben considerarlo también los numerosísimos hijos míos que se obstinan en rechazarme.

No es debilidad pues, mi llanto, sino el rebosante dolor de mi Corazón herido mor­talmente por la ruina de tantas almas, no pocas de ellas consagradas a Mí.


Ha llorado también la Madre

Ha llorado también mi Madre, la mas fuerte y valerosa entre todas las madres de la humanidad. Ha derramado lágrimas amargas en tiempos lejanos y cercanos, ante la casi total insensibilidad de muchos sacerdotes y fieles.

Ella conoce bien la grave crisis que sufre mi Iglesia y el mundo entero, sordos a todo reclamo de mi Corazón misericordioso, envueltos en una pavorosa oscu­ridad que es preludio de la inminente tempestad.

No rían los hijos del pecado, no rían los hijos de las tinieblas: ¡la espada de la divina Justicia pende sobre su cabeza!

Hijo, ¿qué más podía hacer por mi querida y tiernamente amada Ciudad? Entonces dije: "¡Jerusalén, Jerusalén, tu que ma­tas a los profetas y lapidas a los que te son enviados, ¡Cuán­tas veces quise reunir a tus hijos como la gallina reúne a sus pollitos bajo sus alas y vosotros no habéis querido! Os será abandonada vuestra casa desierta y de ti no queda­rá piedra sobre piedra".


Arroja la semilla

¿Acaso hoy mi Iglesia, mis Iglesias, las ciuda­des y las naciones, son mejores que Jerusalén?

Pero ¿qué cosa podía hacer que no haya hecho para sal­varos?

Jerusalén me rechazó. Jerusalén me condenó; no faltaron los buenos que sí acogieron mis palabras, como tampoco faltan hoy.

Ciudades y pueblos sumergidos en un nauseabundo paganismo, me rechazan renovando así la inicua condena.

Hijo mío: el curso de la divina Justicia será inexorable e irresistible.

Transmite este mensaje mío a tus hermanos, sin preo­cuparte de las reacciones que de ello puedan venir.

Como buen sembrador arroja la semilla, de la cual aunque únicamente un solo granito cayera en buen terreno, no habrá sido inútil tu trabajo y tus sufrimientos.

Habrás hecho un buen servicio a tus hermanos y dado a Mí un poco de alegría entre tantas amarguras que me son dadas.

Te bendigo hijo mío, ámame mucho.



1 de octubre de 1975

ME DOY CONTINUAMENTE

— Señor, he dado en visión tu mensaje de la participación de la Santísima Virgen en el Misterio de la Cruz” a algunas personas. Han encontrado dificultad en creer en él se ha dicho con relación a la presencia de Ma­ría Santísima en el Sacrificio de la Santa Misa en el ofre­cimiento que Ella, unida a Ti, hace de Sí misma al Padre.

Esto te dice, hijo mío, que los buenos aún no han intuido nada o casi nada de la esencia del Cristianismo. Podrás también comprender qué cosa sabrán aquellos que a ti te pueden parecer menos buenos. . .

En mis precedentes mensajes se ha afirmado muchas veces que Yo soy El Amor y que en el Mandamiento del Amor está toda la ley y los profetas. Pero la naturaleza del amor comporta en su manifestación el dar y el darse.

Yo, Dios he da­do todo a vosotros y me he dado, todo Yo mismo a vosotros. Yo Dios he dado a vosotros la Vida, Yo Dios he dado a vosotros la Redención.

Yo os he dado el universo, Yo os he dado la tierra, esta maravillosa casa en que habitáis (y que estáis desfigurando) y eso que es la casa del exilio.

Aire, luz, sol, calor, frío, mares y ríos, montes y fértiles llanuras, plantas, frutas y flores, animales y peces de todo género y especie; son todos dones de mi amor.

Pero Yo no soy sólo el amor sino el Amor eterno, infinito, increado. No bastaba haberos dado todo, toda la obra de mi creación sino que he querido darme a Mí mismo: Yo, El Creador, el Señor de todos y de todo, El Dios Omnipotente, omnipresente y omnisciente.

Me doy continuamente a vosotros en el Misterio de la Cruz real­mente perpetuado, incesantemente consumado y renovado en el Misterio de la Santa Misa.


Vive de Mí

El amor por su naturaleza tiende a la unión por ley sobrenatural y natural. Yo Dios Omnipotente puedo todas las cosas, puedo saciar mi sed ardiente de amor dándome enteramente a vosotros para ser con vosotros una sola cosa como Uno soy con el Padre y el Espíritu Santo. Somos Tres en Uno exactamente por esta ley del amor.

Después de Mí, la Criatura cuyo amor es sin límite, es Mi Madre, obra maestra de la Santísima Trinidad. Ella, asociada a Mí en el Misterio de la Encarnación y en el Misterio de la Cruz no podía dejar de estar asociada a Mí en el Misterio de la Santa Misa que es el mismo Mis­terio de la Cruz aunque incruento.

Hijo, si el amor me ha llevado a unirme a vosotros en el Misterio Eucarístico, con mayor razón me lleva a unir­me a Mi Madre en una comunión perfecta, única en toda la historia de la humanidad. Confirmo que Ella vive de Mí, de mi Naturaleza divina como Yo vivo de Ella, de su naturaleza humana.

Por tanto, es lógico que donde estoy Yo Ella tam­bién esté; es más, es por necesidad de la naturaleza del amor.

Mi Madre no solamente aceptó el sacrificio de la Cruz consumado en aquel momento histórico sino que ha aceptado también el Sacrificio de la Cruz en su extensión en el tiempo.

No habría sido perfecto su amor si no hubiese sido así: por tanto es verdaderamente real su presencia en la Santa Misa como en el Calvario; es verdaderamente real el ofre­cimiento de Sí misma al Padre conjuntamente Conmigo, con mi ofrecimiento.

Es verdaderamente real su “fiat” en el Calvario como en el Altar para la remisión de vuestros pecados: si no fuera así, no sería corredentora.

Corredentora fue, es y será Conmigo en su perfecta comunión, como Yo estaré en comunión con vosotros en la eternidad: ahora unidos mediante el Misterio de la fe para quien en ello cree y de ello vive, en la eternidad en una comunión perfecta en la recíproca e intercambiable donación mía y vuestra en la gloria del Paraíso.


Tome su cruz

¿Por qué, hijo mío, muchos cristianos y también muchos sacerdotes no quieren profundizar, creer y vivir estas sublimes realidades divinas?

Están demasiado distraídos para hacerlo, están demasiado afanados en sus pequeñas y transitorias vicisitudes coti­dianas. Si se ocuparan de estas realidades, ¡qué gran­des resplandores de luz penetrarían las' tinieblas que en­vuelven almas, familias, pueblos, la misma Iglesia mía!

¡Qué lluvia de gracias haría brotar de mi Co­razón abierto! ¡Cuántas almas serían arrancadas del infierno y cuánta alegría darían a Mi Corazón Misericordioso tan atrozmente acongojado!

Si los así llamados buenos no consiguen a entender nada o casi nada del móvil de su creación y de su redención, si muchos de mis mismos sacerdotes consideran baratijas de poca cuantía los prodigios de mi amor, (bien lejos por eso de vivirlos ellos, mis ministros, los administradores de los frutos de mi redención), si las almas consagradas, religiosos y religiosas frecuentemente vi­ven una piedad superficial, formalista por la concepción materialista de la vida, con todo esto puedes entender e imaginar el estado de salud espiritual de Mi Cuerpo Mís­tico.

Yo he venido a traer el fuego a la tierra; es nece­sario que este fuego arda en las almas. Pero no hay alternativas para esto: uno es el camino para todos, en particular para las almas consagradas. Quién quie­ra venir en pos de Mí tome su Cruz y niéguese a sí mis­mo. A nadie he prometido el paraíso en la tierra.

Es ne­cesario convencerse que la vida terrena es una prueba; la prueba sólo se la puede superar viniendo en pos de Mí. Hijo, quién obstinadamente se cierra a mi Amor, se despertará al rigor de la divina Justicia.


Teresa del Niño Jesús

Hoy se celebra la fiesta de una pequeña y grande al­ma: Teresa del Niño Jesús. En esta alma se deberían ins­pirar los sacerdotes y todas las almas consagradas.

¿Cuál es el secreto de su rápido y vertiginoso ascenso hacia las altas cimas de la santidad, de la perfección?

Su humilde, simple, perseverante y sensibilísima correspondencia a ca­da impulso de mi Gracia.

En la base está la humildad:

"Te agradezco Padre porque has ocultado estas cosas a los grandes y sabios de la tierra y las has revelado a los humildes a los senci­llos . . ." "si no os hacéis iguales a los pequeños no entra­réis en el Reino de los Cielos.

Teresa por su humildad y por su generosidad, mere­ció llegar a ser la depositaria de los secretos de Mi Cora­zón Misericordioso; ella trazó un nuevo camino a todas las almas consagradas.

Transitando este sendero quemó etapas y en breve llegó a la cima de la Santa Montaña.

Yerran aquellos que la consideran como una frágil mojigata, indicada para almas débiles. Teresa fue heroicamente fuerte y generosa en su amor por Mí, hasta tanto de no conceder nada ni a sí misma ni, mucho menos, al mundo ni a Satanás.

Desgraciadamente no son muchas las almas de las que se pueda decir otro tanto. Hijo mío, te bendigo. Ámame mucho.


5 de Octubre de 1975

EL TERCER CAMINO

Hijo, ¡cuántas veces no he pedido la conversión de muchos sacerdotes míos arrastrados por una visión errada de la vida sacerdotal! Pero principio de toda conversión es la humildad.

La soberbia es un muro infranqueable que se erige entre el alma y Dios; se necesita abajarse para poder después elevarse hasta Dios.

La soberbia tiene lejos de Mí a muchos sacerdotes y cosecha entre ellos muchas víctimas para el Infierno. Aunque la opinión de bastantes no concuerde con esta mi afir­mación, la realidad irrefutable es ésta.

Se ha dicho que son dos los caminos que llevan a la salvación: la inocencia y la penitencia.

Pero Yo te digo que hay otro, un tercero más breve y no menos se­guro que los dos primeros, y es el del Amor.

El camino de la inocencia está frecuentado por la muchedumbre de angelitos humanos: son los niñitos sor­prendidos por la muerte antes de que la culpa los haya tocado.

Con ellos hay también otras almas que la humildad y correspondencia perseverante y generosa a los impulsos de mi gracia, han conservado y preservado de cualquier contagio del mal llegando, al término de su camino terreno, con todo el esplendor y el candor inmaculado de la nieve.

En el Paraíso todas estas almas forman un coro celestial que cantan hosannas a Dios tres veces Santo.

Está después el segundo camino de la penitencia, necesaria para todos aquellos que desgraciadamente, en medida di­ferente han pasado por la dura y amarga experiencia del pecado: "Si no hacéis penitencia no entraréis en el Reino de los Cielos".

Muchísimos son los pecadores, pero no todos entran al camino de la penitencia. El porqué de esto vosotros no lo sabéis y no lo entendéis porque solo Dios escruta los abis­mos insondables del corazón humano.

Ninguna criatura humana, ni aún la más extraviada es totalmente negativa, en todos los hombres en propor­ción diversa hay siempre el bien y el mal. La gracia suficiente para salvarse, Yo, Dios la doy a todos.

No todos sin embargo la saben acoger, no todos la saben apreciar como un tesoro.

Pero hay otras razones para que esto suceda así y mis sacerdotes no las pueden ignorar sin traicionar su vocación.

¿No son los sacerdotes mis corredentores? ¿Ignoran este punto funda­mental de la vida sacerdotal? ¿Han olvidado quizá mi in­finito sufrimiento por las almas? ¿No saben ya posar su mirada en Mí Crucificado? ¿No saben tal vez que si no me siguen en el camino de la Cruz, es decir de penitencia in­terior y exterior anulan su fecundidad espiritual?

¿No piensan muchos sacerdotes en el bien que ha faltado a tan­tas almas perdidas? ¿No piensan que para ellos es un deber de justicia y de caridad obrar santamente para salvar al­mas?

No tienen tiempo para arrodillarse ante Mí Crucifi­cado para hacer un serio examen de conciencia, para escu­char mi voz... si lo hicieran ¡cuánta luz en sus almas!

Recientemente te he hablado de la Comunión de los Santos, otra realidad sublime, otra fuente de gracia y de gracias para quien cree en ella y de ella vive.

Los frutos de Mi Redención pasan y deben circular en todo Mi Cuerpo Místico, es decir, la Iglesia triunfante, purgante y militante. Pero pasan en medida y proporción de la cual sabéis y os queréis valer.


El Camino del Amor

Ahora falta decirte unas palabras sobre el tercer camino, el más breve y corto para el Paraíso que ha sido escogido por tantas almas privilegiadas: es el camino del amor.

No es que haya sido abierto a las almas sólo en estos últimos tiempos. Siempre ha existido, igual que los otros dos.

María Magdalena escogió este camino y después de ella muchas otras almas. Pero en estos últimos tiempos ha sido redescubierto. Fue preferido y transitado por muchas almas y entre éstas Teresita del Niño Jesús.

Yo, hijo mío, me he inmolado a fin de que vosotros fuerais una cosa sola entre vosotros y Conmigo, como Yo lo soy con el Padre y el Espirita Santo.

El amor tiene dos dimensiones, la vertical que tiende hacia Dios y la ho­rizontal que tiende hacia el prójimo. Así es en Mí, así debe ser en vosotros.

Este amor debe estar por encima de todos los problemas de vuestra vida y si no fuera así no estaríais en el camino correcto. El amor une, el amor robustece.

Padre, Hijo y Espíritu Santo son Tres en Uno, el amor equivale por tanto a unidad, a unión.

El amor que une al alma a Dios y a los hermanos es fuego que purifica y que hace arder las escorias de la fragilidad humana. Mi espíritu es espíritu de amor que calienta, que ilumina y que vivifica: disuelve las sombras de la debilidad humana que se posan en el alma.

Pero el amor es también fuerza y po­tencia, como el hierro, fundido con el cemento; esas dos na­turalezas se funden y se transforman en un único e irrom­pible bloque contra el que en vano choca la fuerza

de quien lo quisiera despedazar.

Así, amor divino y humano fundidos juntos unen las almas a Dios y entre sí para formar un único bloque tan compacto que inútilmente chocan contra él las fuerzas del Mal.

Hijo, esfuérzate en figurarte Mí Cuerpo Místico como debería de ser: un poderoso bloque formado por todos sus miembros unidos a la Cabeza, al que ninguna fuerza terrestre o infernal pudieran causarle ni un rasguño.

La Iglesia purificada y regenerada del futuro siglo será este cuerpo granítico al que ninguno podrá romper, es más, ni hacerle ni un rasguño. Los caminos de Dios y los planes de Dios son muy di­ferentes de vuestros planes y de vuestros caminos.


Hacer callar los egoísmos

Las diferentes iglesias locales si quieren aprovechar con sabiduría los signos de los tiempos deben revisar to­do y reorganizarse en las dos dimensiones del amor.

Es tiempo de hacer callar los egoísmos, las ambiciones, y las envidias, los celos; es tiempo de salir de las nubes que os envuelven, de sacudir el polvo de las mantas.

Es tiempo de desembarazarse del pesadísimo fardo del materialismo, sea ello marxista o capitalista: tanto uno como otro son venenosos y mortíferos. Es tiempo para muchos sacerdotes míos contagiados por este veneno del materialismo, de reflexionar y convertirse si no quieren perecer.

Los caminos entonces, para llegar a Dios, para reali­zar la finalidad de la Creación y de la Redención, y para mis sacerdotes y para mis almas consagradas en general, también el fin de su Vocación, son tres; los tres son válidos y óp­timos porque en los tres está siempre presente el elemento esencial: el amor, si bien con colores y matices diferen­tes.

Hijo mío, hazlo saber a todos mis sacerdotes que no hay más tiempo que perder.

Para los buenos es un deber impuesto por la caridad rezar y ofrecer por los más tibios y por los más alejados.

Ellos se debaten entre las insidias y las seducciones de un mundo que no es mío sino de Satanás, y los remordimientos de su conciencia, la cual, aún encallecida, se rebela porque está oprimida por un peso que no quisiera llevar.

Te bendigo, ámame mucho.

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