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CELIBATO: ANTOLOGÍA DE TEXTOS (CASTIDAD) -Primera parte-

VIVIR EL CELIBATO: SÍMBOLO
DE FIDELIDAD AL EVANGELIO. 

ANTOLOGÍA DE TEXTOS: CASTIDAD

1. «Jesús se inclina a los pies de los Apóstoles, para lavarlos. En este gesto quiere expresar la necesidad de la pureza especial que debe reinar en los corazones de quienes se acercan a la Última Cena. Es la pureza que sólo Él puede traer a los corazones. Y, por esto, fueron vanas las protestas de Simón Pedro para que el Señor no le lavase los pies, vanas las palabras de sus explicaciones. El Señor, y sólo el Señor, puede realizar en ti, Pedro, esa pureza con la que debe resplandecer tu corazón en su banquete. El Señor, y sólo el Señor, puede lavar los pies y purificar las conciencias humanas, porque para esto es necesaria la fuerza de la redención, esto es, la fuerza del sacrificio que transforma al hombre desde dentro. Para esto es necesario el sello del Cordero de Dios, grabado en el corazón del hombre como un beso misterioso del amor.

»Inútilmente, pues, te opones, Pedro, y en vano presentas tus razones al Maestro. El Señor responde a tu corazón impulsivo: Lo que yo hago, tú no lo sabes ahora; lo sabrás después (Jn 13, 7). Y cuando sigues protestando, Pedro, el Señor te dice: Si no te lavare, no tendrás parte conmigo (Jn 13, 8).

»La pureza es condición para la comunión con el Señor.

»Es la condición de esta comunión y de esa humildad y disponibilidad para servir a los demás, de las que nos da ejemplo el Señor mismo, cuando se inclina a los pies de sus discípulos, para lavarlos como un siervo» (Juan Pablo II, Hom. 3-IV-1980).

La castidad es indispensable para amar a Dios —amor que se pone especialmente de manifiesto en la Sagrada Comunión— y para hacer realidad el ideal cristiano de servicio a Dios y a los demás. De esta virtud se derivan la alegría y la fortaleza para este servicio, y agranda la capacidad de amar del corazón humano.

El Espíritu Santo ejerce, además, una acción especial en el alma que vive con delicadeza esta virtud.

2. La impureza provoca insensibilidad en el corazón, aburguesamiento, egoísmo y, con frecuencia, violencia y crueldad. San Gregorio señala, entre otros efectos de la lujuria, «la ceguera de espíritu, la inconsideración, la precipitación, el egoísmo, el odio a Dios, el apegamiento a este mundo, el disgusto hacia la vida futura» (Moralia, 31, 45). La impureza incapacita para amar y crea el clima propicio para que se den en la persona todos los vicios y deslealtades. «Ciertamente, la caridad teologal se nos muestra como la virtud más alta; pero la castidad resulta el medio sine qua non, una condición imprescindible para lograr ese diálogo íntimo con Dios; y cuando no se guarda, si no se lucha, se acaba ciego; no se ve nada, porque el hombre animal no puede percibir las cosas que son del Espíritu de Dios (1 Cor 2, 14)» (J. Escrivá de Balaguer, Amigos de Dios, 175).

3. Siempre ha enseñado la Iglesia que, con la ayuda de la gracia, se puede vivir esta virtud en todos los momentos y circunstancias de la vida.

La castidad exige una conquista diaria, porque no se adquiere de una vez para siempre y puede haber épocas en que la lucha sea más intensa y haya que acudir con más frecuencia a Dios. Para conquistarla, el cristiano, además de poner los medios humanos necesarios en cada caso (quitar la ocasión, guarda de los sentidos, etc.), ha de recurrir a los medios sobrenaturales, sin los cuales no sería posible: «a la oración, a los sacramentos de la Penitencia y de la Sagrada Eucaristía, y a una devoción ardiente hacia la Santísima Madre de Dios» (Pío XII, Enc. Sacra virginitas).

Otros medios que pueden ayudar a vivir y a acrecentar esta virtud son: evitar la ociosidad, la moderación en la comida y bebida, guardar la vista, cuidar los detalles de pudor y de modestia, evitar las conversaciones sobre cosas impuras, desechar la lectura de libros, revistas o diarios inconvenientes, no acudir a espectáculos que desdicen de un cristiano, huir de las ocasiones, vivir muy bien la sinceridad en la dirección espiritual, olvidarse de sí mismo, etc.

La castidad está muy relacionada con la humildad. La lujuria es uno de los muchos frutos que produce la soberbia.

4. El Señor pide a veces la renuncia a un amor humano en el matrimonio, para tener el corazón libre de ataduras y vivir para Dios y para que el corazón no tenga más ataduras que las del amor a Dios. Todas las posibilidades de amar, que el corazón posee, se reservan para Dios, y para los demás en Dios. Es en Él donde el corazón encuentra su plenitud y su perfección, sin que exista la mediación del amor terreno.

La vocación a un celibato apostólico —por amor al reino de los cielos (cfr. Mt 19, 12)— es una gracia especialísima de Dios, «señal de un amor sin reservas, estímulo de una caridad abierta a todos. Una existencia así., es y debe ser un significativo ejemplo de vida, que tiene como motor y fuerza el amor, en el que el hombre expresa su exclusiva grandeza» (Pablo VI, Enc. Sacerdotalis coelibatus).


Citas de la Sagrada Escritura

1. Pureza de corazón

Amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas.Mt 22, 37.

Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Mt 5, 8.

Dame, hijo mío, tu corazón, y pon tus ojos en mis caminos. Prov 23, 26.

2. El celibato apostólico

En verdad os digo, ninguno hay que haya dejado casa o padre, o hermanos o esposa o hijos, por amor del Reino de Dios, que no reciba mucho más en este siglo y en el venidero la vida eterna. Lc 18, 29-30.

3. Valor de esta virtud

Pues habéis de saber que ningún fornicario, o impuro, o avaro, que es como adorador de ídolos, tendrá parte en la heredad del reino de Cristo y de Dios. Ef 5, 5.

Fuisteis comprados a gran precio. Glorificad, pues, a Dios y llevadle en vuestro cuerpo.1 Cor 6, 20.

No tiene precio la mujer casta. Eclo 26, 20.

El cuerpo no es para la fornicación, sino para el Señor. 1 Cor 6, 13.

¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo? 1 Cor 6, 15.

Huid de la fornicación. ¿Por ventura no sabéis que vuestros cuerpos son miembros del Espíritu Santo? 1 Cor 6, 18-19.

No queráis cegaros: ni los fornicarios. ni los adúlteros, ni los impúdicos. han de poseer el reino de Dios. 1 Cor 6, 9-10.

Bien manifiestas son las obras de la carne: adulterio, fornicación, deshonestidad, lujuria [.], sobre las cuales os prevengo, como ya tengo dicho, que los que tales cosas hacen no alcanzarán el reino de Dios. Gál 5, 19-21.

En orden a los cobardes [.] y deshonestos [.], su suerte será en el lago que arde con fuego y azufre. Apoc 21, 8.

4. Amar la castidad

Por lo cual, ceñíos los lomos de vuestra mente y, viviendo sobriamente, tened vuestra esperanza completamente puesta en la gracia que os ha traído la revelación de Jesucristo. 1 Pdr 1, 43.

No fornicarás [.]. No desearás la mujer de tu prójimo. Ex 20, 14-17.

La fornicación y toda especie de impureza [.] ni aun se nombre entre vosotros, como corresponde a santos. Ef 5, 3.

Esta es la voluntad de Dios, vuestra santificación: que os abstengáis de la fornicación; que sepa cada uno usar de su propio cuerpo santa y honestamente. 1 Tes 4, 3-4.

Habéis oído que se dijo a vuestros mayores: No fornicarás. Yo os digo más: cualquiera que mirare a una mujer con mal deseo hacia ella, ya pecó en su corazón. Mt 5, 27-28.

Bien manifiestas son las obras de la carne; las cuales son: adulterio, fornicación, deshonestidad, lujuria [.]. Gál 5, 19.

Haced morir en vosotros la fornicación, la impureza, la lascivia, los malos deseos [.]. Lejos de vuestra boca toda palabra torpe. Col 3, 5-8.

Quien desechare a su mujer y tomare otra, comete adulterio. Y si la mujer se aparta de su marido y toma otro es adúltera. Mc 10, 11-12; Mt 19, 9.

Selección de textos

Pureza de corazón y santidad

El fin último de nuestro camino es el reino de Dios; pero nuestro blanco, nuestro objetivo inmediato es la pureza del corazón. Sin ella es imposible alcanzar ese fin (Casiano, Colaciones, 1, 4).

Oísteis que fue dicho a los antiguos: No adulterarás. Pues yo os digo que todo aquel que pusiese los ojos en una mujer para codiciarla, ya cometió adulterio en su corazón con ella. La justicia menor prohíbe cometer adulterio mediante la unión de los cuerpos; mas la justicia más perfecta del reino de los cielos prohíbe cometerlo en el corazón. Y quien no comete adulterio en el corazón, mucho más fácilmente cuida de no cometerlo con el cuerpo (San Agustín, Sobre el Sermón de la Montaña, 1, 23).

No se alcanza de golpe la perfección por sólo desprenderse y renunciar a todas las riquezas y despreciar los honores, si no se añade esta caridad que el Apóstol describe en sus diversos aspectos. En efecto, ella consiste en la pureza de corazón. Porque el no actuar con frivolidad, ni buscar el propio interés, ni alegrarse con la injusticia, ni tener en cuenta el mal, y todo lo demás, ¿qué otra cosa es sino ofrecer continuamente a Dios un corazón perfecto y purísimo, y guardarlo intacto de toda conmoción de las pasiones? (Casiano, Première Conference, 6-7. En Sources chrétiennes, 42, Le Cerf, 1955, p. 84).

No es pequeño el corazón del hombre capaz de abarcar tantas cosas. Si no es pequeño y si puede abarcar tantas cosas, se puede preparar en él un camino al Señor y trazar una senda derecha por donde camine la Palabra, la Sabiduría de Dios. Prepara un camino al Señor por medio de una buena conciencia, allana la senda para que el Verbo de Dios marche por ti sin tropiezos y te conceda el conocimiento de sus misterios y de su venida (Orígenes, Hom. 21 sobre S. Lucas).

Sin la santa pureza no se puede contemplar a Dios

¿Quieres ver a Dios? Escúchalo: bienaventurados los de corazón limpio, porque ellos verán a Dios. En primer lugar piensa en la pureza de tu corazón; lo que veas en él que desagrada a Dios, quítalo (San Agustín, Sermón sobre la Ascensión del Señor, 2).

¿Y qué cosa más cercana al hombre que su corazón? Allá, en el interior, es donde me han descubierto todos los que me han encontrado. Porque lo exterior es lo propio de la vista. Mis obras son reales y, sin embargo, son frágiles y pasajeras; mientras que yo, su Creador, habito en lo más profundo de los corazones puros (Anónimo del siglo XIII,Meditación sobre la Pasión y Resurrección de Cristo, 38: PL 184, 766).

Ninguna virtud es tan necesaria como ésta (la castidad) para ver a Dios (San Juan Crisóstomo, Hom. sobre S. Mateo, 15).

Con toda razón se promete a los limpios de corazón la bienaventuranza de la visión divina. Nunca una vida manchada podrá contemplar el esplendor de la luz verdadera, pues aquello mismo que constituirá el gozo de las almas limpias será el castigo de las que estén manchadas (San León Magno. Sermón 95, sobre las bienaventuranzas).

Dios se deja contemplar por los que tienen el corazón purificado (San Gregorio de Nisa, Hom. 6, sobre las bienaventuranzas).

Los placeres de la carne, como crueles tiranos, después de envilecer al alma en la impureza, la inhabilitan para toda obra buena (San Ambrosio, Trat. sobre las vírgenes,I, 3).

Aunque los ciegos no vean, no por eso deja de brillar la luz del sol [.].

El hombre debe tener un alma pura como un brillante espejo. Una vez que la herrumbre empaña el espejo, el hombre no puede contemplar en él el nítido reflejo de su rostro. Del mismo modo, cuando el pecado se introduce en el hombre, imposibilita a éste para ver a Dios [.] (San Teófilo de Antioquía, Primer discurso a Autólico, 2, 7).

La pureza, íntimamente relacionada con la humildad

No es suficiente el ayuno corporal para conquistar y conservar la castidad perfecta. Contra este espíritu impuro ha de proceder la contrición del corazón, junto con la oración y la reflexión constante de las Escrituras. Hay que unir, además, el conocimiento de las cosas del espíritu y el trabajo, que tienen la propiedad de reprimir la inconstancia y veleidad del corazón. Y, sobre todo, es preciso haber echado sólidos cimientos de humildad (Casiano, Instituciones, 6, 1).

Así como es imposible obtener la pureza si no nos cimentamos antes en la humildad, del mismo modo nadie puede llegar a la fuente de la verdadera ciencia si el vicio de la impureza permanece arraigado en el fondo del alma (Casiano, Instituciones, 6, 18).

El que es casto en su cuerpo, no se gloríe de ello: sepa que de otro le viene la perseverancia en este don (San Clemente, Epíst. a los Corintios, 38, 2).

El sentimiento de altivez que podría producir en nosotros la guarda de una falsa pureza, si descuidáramos la humildad, sería peor que muchos pecados e ignominias. Y cualquiera que fuere el posible grado de perfección en este aspecto, esa soberbia sería causa de que perdiésemos todo el merecimiento de nuestra castidad (Casiano,Colaciones, 4, 16).

Necesaria para ser apóstol

La docilidad de los Magos a esta estrella nos invita a imitar su obediencia y nos impulsa, en la medida de nuestras posibilidades, a servir a esta gracia que llama a todos los hombres a Cristo. En efecto, quien lleva una vida recta e inmaculada dentro de la Iglesia, y gusta de los bienes de arriba más que de los bienes terrenos (cfr. Col 3, 2), se asemeja, de algún modo, a una luz celeste. Mientras conserva en sí mismo el resplandor de una vida santa, enseña a muchos, lo mismo que una estrella, el camino que conduce a Dios (San León Magno, Sermón 3 para la Epifanía, 1, 2, 3, 5: PL 54, 244).

[.] sin ser (la pureza) la única ni la primera (virtud), sin embargo actúa en la vida cristiana como la sal que preserva de la corrupción, y constituye la piedra de toque para el alma apostólica (J. Escrivá de Balaguer, Amigos de Dios, 175).

Comparo esta virtud a unas alas que nos permiten transmitir los mandatos, la doctrina de Dios, por todos los ambientes de la tierra, sin temor a quedar enlodados. Las alas —también las de esas aves majestuosas que se remontan donde no alcanzan las nubes— pesan, y mucho. Pero si faltasen, no habría vuelo (J. Escrivá de Balaguer, Amigos de Dios, 177).

Es consecuencia del amor

La pureza es exigencia del amor. Es la dimensión de su verdad interior en el corazón del hombre (Juan Pablo II, Aud. gen. 3-XII-1980).

Donde no hay amor de Dios, reina la concupiscencia (San Agustín, Enguiridio, 117).

(Si el pecado original rompió la armonía de nuestras facultades), la continencia nos recompone; nos vuelve a llevar a esa unidad que perdimos (San Agustín, Confesiones,10, 29).

La santa pureza no es ni la única ni la principal virtud cristiana: es, sin embargo, indispensable para perseverar en el esfuerzo diario de nuestra santificación y, si no se guarda, no cabe la dedicación al apostolado. La pureza es consecuencia del amor con el que hemos entregado al Señor el alma y el cuerpo, las potencias y los sentidos. No es negación, es afirmación gozosa (J. Escrivá de Balaguer, Es Cristo que pasa, 5).

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