Páginas

LOS SUEÑOS DE SAN JUAN BOSCO (Parte 4)

SACERDOTE Y SASTRE 
SUEÑO 7.—AÑO DE 1836.



(M. B. Tomo I, págs. 381-382)

Mientras se entregaba al ejercicio de las más sólidas
virtudes y a los estudios de la filosofía, Juan sentía crecer
siempre más y más en su corazón el deseo de dedicarse a
los jóvenes que acudían a su alrededor para aprender el
Catecismo y ejercitarse en la oración; aprovechando para
ello las ocasiones en que los superiores lo enviaban a la
Catedral para intervenir en las funciones religiosas.

La divina bondad, que tenía los ojos puestos en él con
amorosos designios, comenzó a manifestarle en forma más
detallada el género de apostolado que había de ejercer en
medio de la juventud.

Así ¡o hizo saber él mismo en el Oratorio, en forma
reservada, a algunos de los suyos, entre los que se
encontraban Don Juan Turchi y Don Domingo Ruffino.

**************

—¿Quién iba a imaginar —decía— la manera cómo me vi
cuando estudiaba el primer curso de filosofía?
Y uno de los presentes le preguntó:
—¿Dónde, en sueño o en la realidad?
—Eso no hace al caso—replicó Don Bosco.

Lo cierto es que me vi ya sacerdote, con roquete y
estola y qué así revestido trabajaba en un taller de
sastrería; pero, no haciendo prendas nuevas, sino zurciendo
algunas ropas muy deterioradas y uniendo entre sí una gran
cantidad de pequeñas piezas de paño. De momento no
pude comprender el significado de todo aquello, ni dije
nada a nadie de cuanto había visto, hasta que siendo ya
sacerdote se lo conté a mi consejero Don Cafasso.


***************

Este sueño —escribe Don Lemoyne— quedó indeleble
en la mente de Don Bosco. Con él se le quiso significar que
su misión no se limitaría simplemente a seleccionar jóvenes
virtuosos ayudándoles a conservarse en la virtud, sino que
también habría de reunir a su alrededor a otros jovencitos
descarriados y amenazados por los peligros del mundo, los
cuales, merced a sus cuidados se trocarían en buenos
cristianos, cooperando ellos, después, a la reforma de la
sociedad.

EL SUEÑO A LOS VEINTIÚN AÑOS 
SUEÑO 8.—AÑO DE 1831.
(M. B. Tomo I. págs. 423-425)

Hasta llegar al sacerdocio, el clérigo Bosco solía subir
todos los días a la colina que dominaba la viña propiedad
del señor Turco, pasando muchas horas a la sombra de los
árboles que la coronaban.

En dicho lugar se dedicaba a estudiar las materias que
no había podido ver durante el año escolástico;
especialmente la Historia del Antiguo y del Nuevo
Testamento de Calmet, la Geografía de los Santos Lugares
y los rudimentos de la lengua hebrea, consiguiendo
notables conocimientos sobre cada una de estas
disciplinas.

Aún en el 1884 se recordaba de los estudios hechos
sobre dicha lengua y así lo oímos en Roma, con gran
estupor, discutir sobre esta materia con un sacerdote
profesor de hebreo y hablar sobre el valor gramatical y el
significado de ciertas frases de los Profetas, confrontando
varios textos paralelos de diversos libros de la Biblia.

Ocupábase también de la traducción del Nuevo Testamento
del griego y de preparar algunos sermones. Previendo la
necesidad que tendría en el futuro de las lenguas
modernas, se dio en este tiempo al estudio de la lengua
francesa. Después del latín y del italiano, profesó una
predilección especial a los idiomas hebreo, griego y
francés. Muchas veces le oímos decir:
—Mis estudios los hice en la viña de José Turco, en la
Renenta.
Y la finalidad que perseguía al estudiar, era hacerse
digno de su vocación, capacitándose para instruir y educar
a la juventud.

En efecto, como un día se acercase a José Turco, con el
cual le unía una estrecha amistad, mientras trabajaba en la
viña, éste comenzó a decirle:
—Ahora eres clérigo y pronto serás sacerdote. ¿Que
harás entonces?
Juan le contestó:
—No siento inclinación hacia el cargo de párroco o de
vicario-coadjutor; en cambio me gustaría congregar a mí
alrededor a muchos jovencitos abandonados para
instruirlos y educarlos cristianamente.

***********

Habiéndose encontrado otro día con el mismo, Juan le
confió que había tenido un sueño en el cual se le indicaba
que al correr de los años se establecería en cierto lugar,
donde recogería un gran número de jovencitos para
instruirlos y orientarlos por el camino de la salvación. Nada
dijo del sitio que le había sido indicado, pero parece ser
que aludiese a cuanto contó por primera vez a sus hijos del
Oratorio en el año de 1858, entre los cuales se hallaban
presentes Cagliero, Rúa, Francesia y otros. Le pareció ver el
valle que se extendía al pie de la granja de Susambrino
convertido en una gran ciudad, por cuyas calles y plazas
discurrían grupos de muchachos alborotando, jugando y
blasfemando.

Como sentía un gran horror a la blasfemia y estaba
dotado de un carácter un poco vivo e impetuoso, se acercó
a aquellos muchachos echándoles en cara su proceder y
amenazándoles con pasar a los hechos si no cesaban de
proferir blasfemias. Y como en efecto, aquellos jovenzuelos
prosiguiesen en sus insultos contra Dios y contra la
Santísima Virgen, Juan comenzó a golpearlos. Más ellos
reaccionaron y arrojándose sobre él lo abrumaron a
pescozones y puñetazos. Juan entonces se dio a la fuga;
pero al punto le salió al encuentro un Personaje, que le
intimó a que se detuviese, ordenándole que volviese entre
aquellos rapazuelos y les persuadiese de que fuesen
buenos y evitasen el mal. Hizo después referencia a los
golpes que había recibido, objetando que si volvía entre
aquellos muchachos tal vez le sucediera algo peor.
Entonces el Personaje le presentó a una nobilísima Señora,
que en aquellos momentos se acercaba hacia ellos, y le
dijo:
—Esta es mi Madre; aconséjate con Ella.
La Señora, fijando en él una mirada llena de bondad,
le habló así:
—Si quieres ganarte a esos rapazuelos, no debes
hacerles frente con los golpes, sino que los has de tratar
con dulzura y has de usar de la persuasión.
Y entonces, como en el primer sueño vio a los jóvenes
trasformados en fieras y después en ovejas y corderillos, al
frente de los cuales se, puso como pastor por encargo de
aquella Señora.


************

Este sueño tuvo lugar en las vacaciones del 1838,
cuando Juan acababa de terminar el primer curso de
Teología; contaba, pues, entonces Don Bosco, veintiún años,
por eso a este sueño se le conoce con el nombre de "El
sueño de los veintiún años", no siendo otra cosa que ¡a
confirmación del que había tenido a los nueve años.
Manifestándole así la Providencia de una manera
superabundante la finalidad y el carácter de su futura
misión.

Don Lemoyne, después de hacer el relato del sueño,
añade estas palabras: "Probablemente fue en esta ocasión
cuando Don Bosco vio el Oratorio con todas sus
dependencias, preparadas para acoger a sus muchachos.
En efecto: Don Bosio, natural de Castagnole, párroco
de Levone Canavés, compañero de Don Bosco en el
Seminario de Chieri, habiendo visitado por primera vez el
Oratorio en 1890, al llegar al patio central del Oratorio y
estando rodeado de los miembros del Capítulo Superior de
la Pía Sociedad de San Francisco de Sales, girando la vista
a su alrededor y observando el conjunto de los edificios,
exclamó:
"De todo esto que ahora estoy viendo, nada me resulta
nuevo. Don Bosco, cuando estábamos en el Seminario me lo
describió todo, como si estuviese viendo con sus propios
ojos cuanto describía y como yo lo estoy viendo ahora,
comprobando al mismo tiempo la exactitud de sus
palabras». Y al decir esto se sintió presa de una profunda
emoción al recordar al compañero y al amigo.
También el teólogo Cinzano aseguraba a Don Joaquín
Berto y a otros sacerdotes, que el joven Bosco le había
asegurado, plenamente convencido de ello, que en el
porvenir tendría a su disposición numerosos sacerdotes,
clérigos, jóvenes estudiantes y artesanos y una hermosa
banda de música.

He aquí las palabras con que cierra Don Lemoyne el
Capítulo XLVII del primer tomo de las Memorias Biográficas:
"Al llegar aquí no podemos por menos de echar una mirada
retrospectiva al progresivo y racional sucederse de los
varios y sorprendentes sueños. A los nueve años se le da a
conocer la grandiosa misión que le será confiada; a los
dieciséis se le prometen los medios materiales,
indispensables para albergar y alimentar a innumerables
jovencitos; a los diecinueve, una orden imperiosa le hace
saber que no es libre de aceptar o rechazar la misión que
se le encomienda; a los veintiuno se le manifiesta
claramente la clase de jóvenes de cuyo bien espiritual
deberá cuidarse; a ¡os veintidós se le señala una gran
ciudad, Turín, en la cual deberá iniciar sus apostólicas
tareas y sus funciones. No finalizando aquí estas
misteriosas indicaciones, sino que continuarán de una
manera intermitente hasta que la obra de Dios quede
establecida".


Video.


A los 9 años tiene Juan Bosco el primero de sus 159 sueños proféticos. Se le aparece Jesucristo junto con la Virgen María y le presentan un gran número de fieras que luego se convierten en corderos. Luego le muestra una multitud de jóvenes y le dicen: "Este será tu oficio: cambiar jóvenes tan difíciles como fieras, en buenos cristianos tan dóciles como corderos"

No hay comentarios:

Publicar un comentario