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"A MIS SACERDOTES" De Concepción Cabrera de Armida. CAPITULO XXIII: Predicaciones.

MENSAJES DE NUESTRO SEÑOR 
JESUCRISTO PARA SUS PREDILECTOS. 

(“A mis Sacerdotes” de Concepción Cabrera de Armida) 




XXIII

PREDICACIONES 

“En la predicación también tengo mis calvarios, también ahí entra el mundo para robarme gloria. 

Muchos predicadores buscan la gloria propia y no la mía, solamente la mía; se buscan a sí mismos con sermones elevados que les den fama; con palabras y conceptos rebuscados, pavoneándose en su vasta instrucción y cualidades oratorias, en hacer lucir sus talentos (que son míos) y su erudición que los eleva por encima de sus compañeros y de los fieles. 

¡Ay! ¡Cuánta vanidad lamento en esos púlpitos que convierten en teatros, en esas conferencias que tienen más de mundanas que de Dios; más incienso propio que santa unción para mover los corazones! Y con esto ¡Cuánta gloria me quitan mis sacerdotes! Hacen que las almas vayan a buscar al predicador, y no a Mí en sus enseñanzas. ¡Cuántas veces ni se acuerdan de que existo, y sólo van a deleitar su oído con una música armoniosa, pero hueca, que pasa sin dejar la menor huella en el alma! 

¡Que vacío tan hondo deja en los espíritus un predicador mundano y vanidoso! Pero, ¡qué cuenta tiene que darme el sacerdote que así usa de los púlpitos, dejando frío en los que lo escuchan y amargura en mi Corazón! 

La misión de los sacerdotes es sembrar mi doctrina, mover a arrepentimiento, ilustrar los espíritus, convertir las almas, hacer reaccionar los corazones y no echar anzuelos para sacar alabanzas. 

Tiene el predicador que tener tino y discreción con el auditorio y plegarse a las circunstancias. Su palabra debe ser sencilla; y si es elocuente, llena de modestia y caridad con todos. 

Debe buscar no brillar, sino convertir; y sólo el que es santo santifica. Para este ministerio necesita el sacerdote ser hombre de oración, porque para dar a las almas es preciso recibir de lo alto, y no se recibe sino se ora y si no se mortifica. 

Debe también el sacerdote no abusar de lo sagrado, subiendo al púlpito sin estudios previos y sin preparación, que van a tocar las almas lo divino en sus labios, y ellos a depositar el germen de lo santo en los corazones. 

Con grande humildad deben ocupar los púlpitos los sacerdotes, porque la soberbia es el mayor estorbo para el fruto de la predicación en las almas. Un alma humilde comunica humildad, y un alma soberbia ¿qué podrá esparcir? Para tocar a las almas y hacerlas vibrar para el cielo es preciso ser humilde, para alcanzar a mover los corazones es preciso ser santo. 

Podrán los sacerdotes hacer ruido, conquistar aplausos, admirar por su saber y electrizar por su elocuencia; pero esto no es lo que me da gloria a Mí, sino a ellos; no es lo que debe buscar el verdadero sacerdote, sino mover a compunción, a contrición, a enamorar a las almas de lo divino, arrancándolas de lo terrero; recordarles sus postrimerías; alentarlas en el ejercicio de las virtudes; ponderándoles mi Pasión; enseñarles mi vida de amor y sacrificio, enamorarlas de la cruz, del dolor, de sus calvarios; enseñarles el precio de la Redención y del sacrificio; abrir a sus ojos horizontes de perfección y facilitarles el camino para el cielo. 

Que no haya sermón en el que dejen de nombrar a María; que a menudo ensalcen sus prerrogativas excelsas, enseñen sus virtudes y muevan a las almas a practicarlas. Que enseñen y ponderen y hagan amar sus martirios de soledad tan poco estimados y conocidos de las almas. 

Que enamoren los corazones del que es el Amor --¡y tan poco conocido y menos predicado!--, el Espíritu Santo; que enseñen sus Dones, sus Frutos, sus excelencias, su acción tan íntima en las almas. 

Que me prediquen a Mí, el Verbo hecho carne, crucificado; los encantos del dolor, las riquezas encerradas en el padecer, la necesidad del sufrimiento que purifica, redime y salva; el desperdicio de los padecimientos, sino se unen a los míos. 

¡Oh! Mi doctrina es vastísima, los Evangelios riquísimos e inagotables. ¿Por qué buscar temas ajenos a darme la gloria? 

Son poco explotados los púlpitos, las predicaciones en mi Iglesia, cuando éste es un recurso poderosísimo con el que los sacerdotes cuentan para la salvación y perfección de las almas. ¡Cuántos sacerdotes se hacen del rogar para predicar un sermón! La tibieza en este punto es muy grande; el celo por mi gloria muy mezquino y la preparación en muchos de mis sacerdotes, muy mediocre. 

En los Seminarios y Noviciados se debe explotar mucho este elemento tan capital para mi gloria, pero con las condiciones dichas. Quiero sacerdotes sabios, pero humildes; instruidos, pero sin vanagloria; hombres de oración y santo celo que hagan guerra a Satanás, descubriendo a las almas sus traiciones; almas interiores y virtuosas que lo que digan, lo hagan; que lo que prediquen, lo hayan practicado primero. 

Quiero sacerdotes de luz, almas puras, mortificadas, penitentes, que más que con las palabras, atraigan con el ejemplo, derramando en toda ocasión el perfume, el buen olor de Cristo crucificado. 

¡Oh! Si lo sacerdotes me amaran, se incendiarían en el cielo de mi gloria y no descansarían en procurármela de todos modos, renunciándose. 

Pidan que esa chispa celestial incendie, active y prenda el fuego santo en las almas sacerdotales. 

Pidan para que muera la inercia, el egoísmo, la apatía, la pereza y el tedio en los corazones. 

Pidan para que, sacudiendo el letargo que a muchos invade, se lancen sin más interés que el darme almas, y en ellas consuelo, a trabajar por puro amor en mi Viña, que Yo sabré en mi largueza recompensarlos”. 


Que el Espíritu Santo y la Virgen María los transforme en otros Jesús, 


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“A los Sacerdotes, hijos predilectos de la Virgen Santísima.” 

“Estáis aquí, hijos predilectos, en este monte Conmigo en oración. Es un continuado Cenáculo, como el de Jerusalén después del retorno de mi Hijo Jesús al Padre. 

Aquí también estoy Yo siempre con vosotros. Lo estoy unida en la oración para enseñaros a orar bien, para animaros a pedir sin interrupción por todos mis pobres hijos extraviados, pero no definitivamente perdidos. Los salvaré por vuestro medio; por eso necesito de vuestra oración. 

Estoy aquí para ayudaros a que os améis cada día más. Soy la Madre que enciende en vosotros el deseo de conoceros, que os impulsa a amaros, que os invita a estar unidos y que cada día va haciendo más fuerte la unión entre vosotros. 

Estoy aquí para formaros en la vida de unión Conmigo. Ya que por vuestra consagración me pertenecéis, ahora realmente puedo vivir y manifestarme en vosotros, especialmente cuando habláis como Sacerdotes a mis hijos. 

El Espíritu Santo es quien os sugiere todo; pero es la Madre la que da palabra y forma a cuánto el Espíritu Santo os mueve a decir para que llegue al Corazón y al alma de los que os escuchan, en sintonía con su capacidad de recepción y sus necesidades espirituales.

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