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HISTORIAS DE NUESTROS SACERDOTES 6.

Los sacerdotes viven experiencias maravillosas constantemente

¿Por qué no se va?
Autor: Carlos Marín. Bogotá (Colombia)

Me quedo al pie de su cama, para verlo morir

Fungiendo como Capellán de la clínica Santa fe, en Bogotá, fui llamado a auxiliar a un enfermo terminal. Nadie me advirtió que este hombre no era creyente. Entré a su cuarto, lo saludé. Al verme me preguntó: «¿Usted es cura?» Le respondí: «Sí señor». «Entonces váyase porque yo no creo en curas» –me dijo.

Guardé silencio y no me moví. Permanecí de pie junto a él. Abrió los ojos y me preguntó: «¿Por qué no se va?» Mi respuesta, sin pensarla, fue esta: «Mire amigo, en mi larga vida de sacerdote he visto morir a muchos santos, pero nunca he visto morir a un ateo. Por eso me quedo al pie de su cama, para verlo morir».

El enfermo guardó silencio unos minutos, abrió los ojos, me miró y me dijo: «Siéntese, pues, y hablemos». La confesión duró dos horas. Al amanecer del día siguiente murió. En ese momento sentí muy profundamente la acción del Espíritu Santo.


¡Yo no vine en balde!
Autor: Sebastián Augusto Ovejero.

La señora me reveló que hace años que quería volver a Dios, pero que su mal carácter no la dejaba

Soy sacerdote desde hace apenas 5 años. Poco después de mi ordenación, estando yo enfermo, me tocaba el servicio sacerdotal nocturno. No tenía auto así que atendía a la gente en la parroquia.

A medianoche me llamaron diciendo que había una señora en el hospital, que había tenido un pre-infarto. Era una sobrina suya la que llamaba. Me abrigué y tomé un taxi. Cuando llegué la señora me recibió de mal modo. Decía que ella estaba muy bien y que no necesitaba nada. «Seguramente que le llamó una sobrina mía entrometida».

Le hablé de la importancia de la oración, de la confesión, de la unción, pero nada. Dura como una piedra. Entonces decidí irme, pues tenía que respetar su libertad. Tomé mi abrigo, me despedí y, cuando iba en el pasillo, pensé: «Estoy enfermo, gasté dinero en el taxi, hace frío y… ¿¡nada!?» Me di media vuelta, regresé a la habitación y le dije: «Mire señora la hora que es y cómo estoy enfermo. Para venir me gasté dinero en un taxi. Yo no me voy hasta que usted le pida perdón a Dios, se confiese y reciba la unción de los enfermos».

Entonces la señora comenzó a llorar, se tranquilizó y me reveló que hace años que quería volver a Dios, pero que su mal carácter no la dejaba. Luego se confesó, le di la unción, le impuse el escapulario y me fui contentísimo. ¡Cómo obra Dios! Hasta se valió de mi amor propio. Yo pensaba en mi salud y en el dinero que gasté, y así me hizo experimentar las maravillas de su misericordia. ¡Bendito sea Dios!

(Historias extraidas del libro 100 historias  en blanco y negro. Recopilación de la web Catholic.net)

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