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LOS SUEÑOS DE SAN JUAN BOSCO (Parte 10)

SUEÑO 19.—AÑO DE 1854.
Las 22 lunas




(M. B. Tomo V, págs. 377-378)

En marzo de 1854, día de fiesta, San Juan Bosco, después de la función de Vísperas, reunió a todos los alumnos internos en un local situado detrás de la sacristía y les anunció que les quería narrar un sueño. Estaban presentes, entre otros, el joven Cagliero, Turchi, Anfossi y los clérigos Reviglio y Buzzetti, de cuyos labios oímos la narración que seguidamente vamos a transcribir. Todos estaban persuadidos de que bajo el nombre de sueño, San Juan Bosco solía ocultar las manifestaciones y enseñanzas que recibía del cielo.

He aquí el texto del sueño:

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Me encontraba en medio de vosotros en el patio y me alegraba en mi corazón a los veros tan vivarachos, alegres y contentos. Quiénes saltaban, quiénes gritaban, otros corrían. De pronto veo que uno de vosotros salió por una puerta de la casa y comenzó a pasear entre los compañeros con una especie de chistera o turbante en la cabeza. Era el tal turbante transparente, estando iluminado por dentro, ostentando en el centro una hermosa luna en la que aparecía grabada la cifra 22. Yo, admirado, procuré inmediatamente acercarme al joven en cuestión para decirle que dejase aquel disfraz carnavalesco; pero he aquí que entre tanto el ambiente comenzó a oscurecerse y como a toque de campana el patio quedó desierto, yendo todos los jóvenes a reunirse en fila debajo de los pórticos. Todos reflejaban en sus rostros un gran temor y diez o doce tenían la cara cubierta de mortal palidez. Yo pasé por delante de todos para examinarlos y entre los tales descubrí al que llevaba la luna sobre la cabeza, el cual estaba más pálido que los demás; de sus hombros pendía un manto fúnebre.

Me dirijo a él para preguntarle el significado de todo aquello, cuando una mano me detiene y veo a un desconocido de aspecto grave y noble continente, que me dice:
—Antes de acercarte a él, escúchame; todavía tiene 22 lunas de tiempo; antes de que hayan pasado, este joven morirá. No le pierdas de vista y prepáralo.

Yo quise pedir a aquel personaje alguna otra explicación sobre lo que me acababa de decir y sobre su repentina aparición, pero no logré verle más.

El joven en cuestión, mis queridos hijos, me es conocido y está en medio de vosotros.

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Un vivo terror se apoderó de los oyentes, tanto más siendo la primera vez que San Juan Bosco anunciaba en público y con cierta solemnidad la muerte de uno de los de casa. El buen padre no pudo por menos de notarlo y prosiguió:
—Yo conozco al de las lunas, está en medio de vosotros. Pero no quiero que os asustéis. Como os he dicho, se trata de un sueño y sabéis que no siempre se debe prestar fe a los sueños. De todas maneras, sea como fuere, la cierto es que debemos estar siempre preparados como nos lo recomienda el Divino Salvador en el Evangelio y no cometer pecados; entonces la muerte no nos causará espanto. Sed todos buenos, no ofendan al Señor y yo entretanto estaré alerta y no perderé de vista al del número 22, el de las 22 lunas o 22 meses, que eso quiere decir, y espero que tendrá una buena muerte.

Esta noticia, si bien asustó mucho al principio a los jóvenes, hizo inmediatamente un grandísimo bien entre ellos, pues todos procuraban mantenerse en gracia de Dios, con el pensamiento de la muerte, mientras contaban las lunas que se iban sucediendo. San Juan Bosco, de vez en cuando, les preguntaba: — ¿Cuántas lunas faltan aún?

Y los jóvenes respondían:
—Veinte, dieciocho, quince, etc.
A veces, algunos que no perdían una sola de sus palabras, se le acercaban para decirle el número de lunas que habían pasado e intentaban hacer pronósticos, adivinar... pero Don Bosco guardaba silencio.

El joven Piano, que había entrado en el Oratorio en el mes de noviembre, oyó hablar de la luna novena y por los superiores y compañeros vino a saber la predicción de San Juan Bosco. Y también como los demás comenzó a prestar atención a ¡os acontecimientos.

Finalizó el año de 1854; pasaron algunos meses del 1855 y llegó el mes de octubre, esto es, el correspondiente a la luna vigésima. Cagliero, ya clérigo, había sido encargado de vigilar tres habitaciones situadas cerca de la Casa Pinardi, que servían de dormitorio a algunos jóvenes. Entre ellos había un tal Segundo Gurgo que contaba unos diecisiete años, bien desarrollado y robusto, prototipo del joven saludable, que ofrecía garantía por su aspecto de vivir larga vida hasta alcanzar una extrema vejez.

Su padre lo había recomendado a San Juan Bosco para que lo aceptase como pensionista. Pianista excelente y buen organista, estudiaba música desde la mañana hasta la noche y ganaba un buen dinero dando clases en Turín.

San Juan Bosco, a lo largo del año, había pedido de vez en cuando al clérigo Cagliero informes sobre la conducta de sus asistidos con particular interés. En el mes de octubre ¡o llamó y le dijo:
— ¿Dónde duermes?
—En la última habitación y desde ella asisto a las otras dos —replicó Cagliero—. — ¿Y no sería mejor que trasladaras tu cama a la habitación del centro?
—Como usted quiera; pero le hago saber que las otras dos habitaciones no tienen humedad, mientras que una de las paredes de la segunda corresponde al muro del campanario de la iglesia recientemente construido. Por tanto, hay en ella un poco de humedad: se acerca el invierno y podría acarrearme alguna enfermedad. Por otra parte, desde donde estoy instalado ahora, puedo asistir muy bien a todos ¡os jóvenes de mi dormitorio.
—En cuanto a asistirlos, sé que lo puedes hacer Bien; pero es mejor —replicó San Juan Bosco— que te traslades a la habitación del centro. Cagliero obedeció, pero después de algún tiempo pidió permiso a San Juan Bosco para llevar su cama nuevamente a la primera habitación.

Don Bosco no se ¡o consintió.
—Continúa —le dijo— donde estás y está tranquilo porque tu salud no se resentirá lo más mínimo. Cagliero se tranquilizó y algunos días después fue llamado nuevamente por Don Bosco.
— ¿Cuántos son en tu nueva habitación?
—Tres —replicó—; yo, el joven Segundo Gurgo y
Garovaglia, y el piano que hace el número cuatro.
—Bien —dijo Don Bosco— muy bien. Son tres pianistas y Gurgo les podrá dar lecciones de música. Tú procura no perderlo de vista.
Y no añadió nada más. El clérigo, acuciado por la curiosidad y sospechando algo, comenzó a hacerle algunas preguntas, pero San Juan Bosco le interrumpió diciéndole:
—El por qué de todo esto lo sabrás a su tiempo.

El secreto no era otro sino que en aquella habitación estaba el joven de las 22 ¡unas. A principios de diciembre no había ningún enfermo en el Oratorio y San Juan Bosco, subiendo a su tribuna después de las oraciones de la noche, anunció que uno de los jóvenes presentes moriría antes de la fiesta de Navidad.

Ante esta nueva predicción y el próximo cumplimiento de las 22 lunas en la casa reinaba una gran preocupación; los jóvenes recordaban frecuentemente las palabras de San Juan Bosco y temían el cumplimiento de lo anunciado.

San Juan Bosco en aquellos días llamó nuevamente a Cagliero preguntándole si Gurgo se portaba bien y si después de dar las clases de música en ¡a ciudad, regresaba a casa temprano. Cagliero le respondió que todo procedía normalmente, no habiendo novedad alguna entre sus compañeros.
—Muy bien —añadió el Santo—, estoy contento; procura que todos observen buena conducta y avísame si sucediese cualquier inconveniente.
Y dicho esto no añadió más.

Mas he aquí que hacia la mitad de diciembre Gurgo se siente asaltado por un cólico violento y tan pernicioso que, habiendo sido llamado el médico con toda urgencia, por consejo de este, se le administraron al paciente los últimos Sacramentos. Ocho días duró la penosa enfermedad y Gurgo fue mejorando gracias a los cuidados del doctor Debernardi, de forma que pronto pudo levantarse del lecho convaleciente. El mal había sido conjurado y el médico aseguraba que el joven se había librado de buena. Entre tanto se había avisado al padre del muchacho, pues no habiendo muerto hasta entonces nadie en el Oratorio, San Juan Bosco quería librar a sus jóvenes de tan desagradable espectáculo.

La novena de Navidad había comenzado y Segundo Gurgo pensaba ir su pueblo natal para pasar las Pascuas con sus parientes', puesto que se encontraba casi restablecido de su dolencia. A pesar de ello, cuando se le daban buenas noticias a San Juan Bosco sobre este joven, parecía que el buen padre se resistía a creerlas.

Una vez se hubo personado en el Oratorio el señor Gurgo, al encontrar a su hijo en tan buen estado de salud, obtenido el permiso correspondiente, fue a reservar dos asientos en la diligencia para marchar con él al día siguiente a Novara y de aquí a Pettinengo, donde se repondría del todo, disfrutando de los aires nativos.

Era el domingo 23 de diciembre; Gurgo manifestó aquella tarde deseos de comer un poco de carne, alimento que le había sido prohibido por el médico. El padre por complacerlo fue a buscarla y le hizo cocer en una maquinilla de café. El joven se bebió el caldo y comió ¡a carne, que ciertamente debía estar medio cruda, en cantidad un poco excesiva. El padre se marchó y en la habitación quedaron Cagliero y el enfermo. Más he aquí que, a cierta hora de la noche el paciente comienza a quejarse de fuertes dolores de vientre. El cólico se le había repetido de un modo más alarmante. Gurgo llamó por su nombre al asistente:
—¡Caghero, Cagliero!. ¡Ya terminé de darte las clases de piano!
—Ten paciencia, ¡ánimo!, —respondió Cagliero—.
—Ya no iré más a casa. Ruega por mí; no sabes lo mal que me siento. Pide por mí a la Santísima Virgen.
—Sí, lo haré; tú invócala también.

Seguidamente Cagliero comenzó a rezar por el enfermo, pero vencido por el sueño se quedó dormido. Más he aquí que de pronto el enfermero lo zamarrea e indicando a Gurgo corre a llamar inmediatamente a Don Alasonatti, que dormía en la habitación contigua.

La desolación en la casa fue general. Cagliero se encontró a la mañana siguiente a San Juan Bosco que bajaba las escaleras para ir a celebrar; el buen padre estaba hondamente apenado porque ya le habían comunicado la dolorosa noticia.

En el Oratorio se comentó mucho esta muerte. Era la luna vigésima segunda aún no cumplida; y Gurgo, al morir el día 24 de diciembre antes de la aurora, había hecho que se cumpliese la segunda predicción de San Juan Bosco, a saber, que no habría asistido a la fiesta de Navidad.

Después de la comida, jóvenes y clérigos rodearon silenciosos al Santo.
De pronto el clérigo Turchi le preguntó si Gurgo era el de las lunas.
—Sí —replicó San Juan Bosco— él era; e¡ mismo que vi en el sueño.

Seguidamente añadió:
—Os daríais cuenta de que yo, hace tiempo, lo puse a dormir en una habitación especial, recomendando a uno de los mejores asistentes que llevase su cama a la misma habitación para que lo tuviese bajo su vigilancia, El asistente fue el clérigo Juan Cagliero.
Y volviéndose al aludido, le dijo:
—Otra vez no hagas tantas observaciones a lo que te diga Bosco. ¿Comprendes ahora por qué yo no quería que abandonases la habitación en que estaba aquel pobrecito?

Tú me lo pediste insistentemente, pero yo no te atendía porque quería que Gurgo tuviese junto a sí a alguien que velase por él. --- Si él viviese aún, podría dar testimonio de las muchas veces que le hablé, como quien no quiere la cosa, de la muerte y de los cuidados que le prodigué para prepararlo a un feliz tránsito.
«Entonces —escribe Don Cagliero— comprendí el motivo de las especiales recomendaciones que me hizo [San] Juan Don Bosco y aprendí a conocer y apreciar mejor la importancia de sus palabras y de sus paternales avisos».
«La noche anterior a la fiesta de Navidad —narra Pedro Enría— aún me recuerdo que [San] Juan Don Bosco subió a la tribuna mirando a su alrededor como si buscase a alguien. Y dijo:
—Es el primer joven que muere en el Oratorio. Ha hecho las cosas bien y esperamos que esté ya en el Paraíso.

Os recomiendo a todos que estéis siempre preparados... Y no pudo proseguir porque su corazón estaba muy dolido. La muerte le había arrebatado un hijo».

Habiendo sido Gurgo el primer alumno que moría en la casa desde la fundación del Oratorio, San Juan Bosco quiso hacerle un funeral solemne, aun sin llegar al máximo esplendor. En esta ocasión el siervo de Dios trató con el párroco de Borgo Dora sobre los derechos parroquiales, por si otros jóvenes eran llamados a la eternidad. El preveía con certeza que acaecerían otras defunciones, a las cuales aludía el sueño, aunque no consta que las anunciase a los alumnos.
El párroco fue muy deferente con el Oratorio al establecer las condiciones para la conducción de nuestros difuntos, señalando el coste de las diferentes clases de funerales y concediendo grandes ventajas en los pagos, que eran sufragados, no por los padres de los fallecidos, sino por San Juan Bosco.

Entretanto, durante las fiestas navideñas, San Juan Bosco recomendaba insistentemente a los jóvenes internos y externos, que aplicasen por el alma del pobre Gurgo todas las comuniones que hiciesen.


LA RUEDA DE LA FORTUNA
SUEÑO 20. —AÑO DE 1856.
(M. B. Tomo V, págs. 456-457)

«Don Bosco—escribe [Beato] Miguel Rúa— estuvo dotado en alto grado del don de profecía. Las predicciones hechas por él sobre cosas futuras libres y contingentes que llegaron a realizarse, son tan variadas y numerosas que hacen suponer que el don profético fue en él una cosa habitual. Frecuentemente nos hablaba de sueños relacionados con su Oratorio y con su Sociedad.
Entre otros, recuerdo el siguiente:

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Era por el año 1856. Soñando —nos dijo— me pareció encontrarme en una plaza donde vi una gran rueda parecida a la llamada "rueda de la fortuna". Inmediatamente comprendí que aquel artefacto representaba el Oratorio, El manubrio de dicha rueda lo manejaba un personaje que invitándome a que me acercase me dijo:
— ¡Presta atención!

Y así diciendo hizo dar una vuelta a la rueda. Yo sentí un pequeño ruido que ciertamente no se dejó escuchar más allá del límite del lugar en que me encontraba de pié. El personaje me dijo:
— ¿Has visto? ¿Has oído? /
—Sí, repliqué; he visto girar la rueda y he oído un pequeño ruido.
— ¿Sabes qué significa una vuelta de la rueda?
—No.
—Significa diez años de existencia de tu Oratorio.

Y así repitió cuatro veces el movimiento del manubrio y la misma pregunta.
Pero a cada vuelta, el ruido aumentaba, de forma que al producirse por segunda vez creí que se habría oído en Turín y en todo el Piamonte:

A la tercera, en Italia; a la cuarta, en Europa, llegando a percibirse en todo el mundo a la quinta vuelta.

Seguidamente el personaje añadió: —Esta será la suerte del Oratorio.
Considerando los diferentes estados de la Obra de San Juan Bosco —continúa [Beato] Miguel Rúa— la vio en el primer decenio limitada únicamente a la ciudad de Turín; en el segundo, extendida a las diversas provincias del Piamonte; en el tercero, se dilata su fama e influencia a las distintas regiones de Italia; en el cuarto, se extiende por diversas naciones de Europa y, finalmente, en el quinto, es conocida y requerida su implantación en todas las partes del mundo».

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