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MAGISTERIO DE LOS SUMOS PONTÍFICES SOBRE EL CELIBATO (PARTE 5).

6. SS. PABLO VI.
 
(Primera de varias entregas del punto 6)

Pablo VI, Papa número 262 de la Iglesia
Católica, entre 1963 y 1978

Encíclica Sacerdotalis coelibatus

La encíclica Sacerdotalis coelibatus es del 24 de junio de 1967, un año y medio después de haberse clausurado el Vaticano II. Pablo VI (cf. n.2) cumple una promesa hecha a los Padres conciliares. El objetivo del documento es salir al paso de un «estado de cosas que sacude la conciencia y provoca la perplejidad en algunos sacerdotes y jóvenes aspirantes al sacerdocio y engendra confusión en muchos fieles». El Papa había recogido el parecer y las instancias de muchos obispos. La elección sacerdotal es «elección exclusiva, perenne y total del único y sumo amor de Cristo y de la dedicación al culto de Dios y al servicio de la Iglesia, y debe cualificar su estado de vida tanto en la comunidad de los fieles como en la profana» (n.14).

Los documentos conciliares (cf. Presbyterorum ordinis n.16) habían presentado el sentido esponsal, eclesial, cristológico, escatológico de la castidad sacerdotal. La Sacerdotalis coelibatus profundiza en estas dimensiones de la castidad y en algunos aspectos que vamos a recordar.

La castidad perfecta (en cualquier persona consagrada: sacerdote, religioso, laico) no tiene sentido sino a la luz de la fe en Cristo resucitado, que transformará la creación. Un anticipo de la plenitud en Cristo es la vida de castidad; de ahí el sentido escatológico de la vida consagrada. El sacerdote ministro sirve los signos de la resurrección en Cristo (Presbyterorum ordinis n.16); de ahí la gran relación entre el carisma de la castidad y el carisma sacerdotal (Sacerdotalis coelibatus n.15). Nadie se puede arrogar el carisma sacerdotal sin ser llamado por la Iglesia. De ahí también la decisión de la Iglesia latina de no escoger para el sacerdocio sino a los que han elegido libremente y para toda la vida el carisma de la castidad (es decir, a los que han sido llamados por Dios a tal estado).

El problema de la escasez del clero hay que analizarlo a la luz de la fe y de los medios establecidos por el Señor para una evangelización verdaderamente eficaz y profunda. La Iglesia peregrina, a pesar de sus limitaciones (por ejemplo la argumentación pobre de alguna época sobre la castidad como sobre otras cuestiones...), va descubriendo cada vez más la profundidad del misterio de Cristo. Es un avance del que no vuelve atrás si es tal (n.18). El mundo de hoy necesita ver el signo claro del Buen Pastor, puesto que es un mundo que quiere ver y palpar, es un mundo de progreso y técnica; la castidad es el signo de la caridad pastoral en plenitud, elemento de una paternidad ministerial (n.24-32).

El carisma de la castidad, especialmente de la castidad sacerdotal, es carisma del que es responsable toda la Iglesia, también los laicos (n.35-45.96-97). Hermoso es el pasaje sobre la soledad en Cristo (n.58-59). Es una elección libre y definitiva (n.72), una conquista continua (n.73-82). Por esto hay que poner los medios queridos por Cristo, entre los que hay que recalcar (además de los conocidos tradicionalmente la fraternidad sacerdotal (n.79-81), el cuidado por parte del obispo (n.91-95). Pero es siempre la persona de Cristo Sacerdote, Buen Pastor, la que da sentido a la vida consagrada al servicio de los hombres como El se consagró (n.21-25.58-59).

La decisión del Vaticano II (Presbyterorum ordinis n.16) y de la encíclica de Pablo VI supone, por una parte, una manera más espontánea y normal de arreglar los casos de falta de vocación (83-90); pero, por otra parte, obliga a cuidar mucho más la formación sacerdotal en la castidad (n.60-71) y las estructuras de la vida sacerdotal (n.79-81).

El sacerdote que ha escogido libremente la castidad encuentra mejor su razón de ser y la ilusión y «gozo pascual», puesto que, de esta manera, se convierte, para el mundo de hoy, en el «máximo testimonio del amor» (Presbyterorum ordinis n.11). El amor esponsal queda sublimado por un camino de mayor servicio a la humanidad y, consiguientemente, de mayor perfeccionamiento personal.

Las orientaciones de Pablo VI sobre el celibato sacerdotal quedan ampliadas en documentos posteriores: la carta del Santo Padre al cardenal secretario de Estado Juan Villot (2 febrero 1970) y las orientaciones para la educación en el celibato sacerdotal (S. Congregación para la educación católica, 11 abril 1974). El nuevo Código (1983) convierte estas orientaciones en normas concretas (can. 277).

SUMARIO

Introducción: El celibato en la actualidad (n.1-4):

A) Objeciones actuales (n.5-11).

B) El punto de vista de la fe (n.12-16).

I. Primera parte: Aspectos doctrinales: (n.17-34):


1. El porqué del celibato sacerdotal (n.17-18).


A) Dimensión cristológica (n.19-25).

B) Dimensión eclesiológica (n.26-32).

C) Dimensión escatológica (n.33-34).

2. El celibato en la vida de la Iglesia (n.35-49).

3. Celibato y valores humanos (n.5059).

II. Segunda parte: Aspectos pastorales (n.60-97):


1. Formación sacerdotal (n.60-72).

2. Vida sacerdotal (n.73-82).

3. Las deserciones (n.8390).

4. La paternidad del obispo (n.91-95).

5. La cooperación de los fieles (n.96-97).

Conclusión: Intercesión de María y esperanza de la Iglesia (n.98-99).


PABLO PAPA VI

A LOS OBISPOS,
A LOS HERMANOS EN EL SACERDOCIO
Y A LOS FIELES DE TODO EL MUNDO CATÓLICO

Venerables hermanos y amados hijos: Salud y bendición apostólica.

EL CELIBATO SACERDOTAL HOY*

1. El celibato sacerdotal, que la Iglesia custodia desde hace siglos como perla preciosa, conserva todo su valor también en nuestro tiempo, caracterizado por una profunda transformación de mentalidades y de estructuras.

Pero en el clima de los nuevos fermentos se ha manifestado también la tendencia, más aún, la expresa voluntad de solicitar de la Iglesia que reexamine esta institución suya característica, cuya observancia, según algunos, llegaría a ser ahora problemática y casi imposible en nuestro tiempo y en nuestro mundo.

Una promesa nuestra

2. Este estado de cosas, que sacude la conciencia y provoca la perplejidad en algunos sacerdotes y jóvenes aspirantes al sacerdocio, y engendra confusión en muchos fieles, nos obliga a poner un término a la dilación para mantener la promesa que hicimos a los venerables padres del concilio, a los que declaramos nuestro propósito de dar nuevo lustre y vigor al celibato sacerdotal en las circunstancias actuales[1]. Entre tanto, larga y fervorosamente hemos invocado las necesarias luces y ayudas del Espíritu Paráclito, y hemos examinado, en la presencia de Dios, los pareceres y las instancias que nos han llegado de todas partes, ante todo de varios pastores de la Iglesia de Dios.

Amplitud y gravedad de la cuestión

3. La gran cuestión relativa al sagrado celibato del clero en la Iglesia se ha presentado durante mucho tiempo a nuestro espíritu en toda su amplitud y en toda su gravedad. ¿Debe todavía hoy subsistir la severa y sublimadora obligación para los que pretenden acercarse a las sagradas órdenes mayores? ¿Es hoy posible, es hoy conveniente la observancia de semejante obligación? ¿No será ya llegado el momento para abolir el vínculo que en la Iglesia une el sacerdocio con el celibato? ¿No podría ser facultativa esta difícil observancia? ¿No saldría favorecido el ministerio sacerdotal, facilitada la aproximación ecuménica? Y si la áurea ley del sagrado celibato debe todavía subsistir, ¿con qué razones ha de probarse hoy que es santa y conveniente? ¿Y con qué medios puede observarse y cómo convertirse de carga en ayuda para la vida sacerdotal?

La realidad y los problemas

4. Nuestra atención se ha detenido de modo particular en las objeciones que de varias formas se han formulado o se formulan contra el mantenimiento del sagrado celibato. Efectivamente, un tema tan importante y tan complejo nos obliga, en virtud de nuestro servicio apostólico, a considerar lealmente la realidad y los problemas que implica, pero iluminándolos, como es nuestro deber y nuestra misión, con la luz de la verdad, que es Cristo, con el anhelo de cumplir en todo la voluntad de aquel que nos ha llamado a este oficio, y de manifestarnos como efectivamente somos ante la Iglesia, el siervo de los siervos de Dios.

A) Objeciones contra el celibato sacerdotal

El celibato y el Nuevo Testamento

5. Se puede decir que nunca como hoy el tema del celibato eclesiástico se ha investigado con mayor intensidad y bajo todos sus aspectos, en el plano doctrinal, histórico, sociológico, psicológico y pastoral, y frecuentemente con intenciones fundamentalmente rectas, aunque a veces las palabras puedan haberlas traicionado.

Miremos honradamente las principales objeciones contra la ley del celibato eclesiástico unido al sacerdocio.

La primera parece que proviene de la fuente más autorizada: el Nuevo Testamento, en el que se conserva la doctrina de Cristo y de los apóstoles, no exige el celibato de los sagrados ministros, sino que más bien lo propone como obediencia libre a una especial vocación o a un especial carisma (cf. Mt 19,11-12). Jesús mismo no puso esta condición previa en la elección de los doce, como tampoco los apóstoles para los que ponían al frente de las primeras comunidades cristianas (cf. 1 Tim 3,2-5; Tit 1,5-6).

Los Padres de la Iglesia

6. La íntima relación que los Padres de la Iglesia y los escritores eclesiásticos establecieron a lo largo de los siglos entre la vocación al sacerdocio ministerial y la sagrada virginidad, encuentra su origen en mentalidades y situaciones históricas muy diversas de las nuestras. Muchas veces en los textos patrísticos se recomienda al clero, más que el celibato, la abstinencia en el uso del matrimonio, y las razones que se aducen en favor de la castidad perfecta de los sagrados ministros parecen a veces inspiradas en un excesivo pesimismo sobre la condición humana de la carne, o en una particular concepción de la pureza necesaria para el contacto con las cosas sagradas. Además, los argumentos ya no estarían en armonía con todos los ambientes socioculturales donde la Iglesia está llamada hoy a actuar por medio de sus sacerdotes.

Vocación y celibato

7. Una dificultad que muchos notan consiste en el hecho de que, con la disciplina vigente del celibato, se hace coincidir el carisma de la vocación sacerdotal con el carisma de la perfecta castidad como estado de vida del ministro de Dios; y por eso se preguntan si es justo alejar del sacerdocio a los que tendrían vocación ministerial sin tener la de la vida célibe.

El celibato y la escasez de clero

8. Mantener el celibato sacerdotal en la Iglesia traería además un daño gravísimo allí donde la escasez numérica del clero, dolorosamente reconocida y lamentada por el mismo concilio[2], provoca situaciones dramáticas, obstaculizando la plena realización del plan divino de la salvación y poniendo a veces en peligro la misma posibilidad del primer anuncio del Evangelio. Efectivamente, esta penuria de clero que preocupa, algunos la atribuyen al peso de la obligación del celibato.

Sombras en el celibato

9. No faltan tampoco quienes están convencidos de que un sacerdocio con el matrimonio no sólo quitaría la ocasión de infidelidades, desórdenes y dolorosas defecciones, que hieren y llenan de dolor a toda la Iglesia, sino que permitiría a los ministros de Cristo dar un testimonio más completo de la vida cristiana, incluso en el campo de la familia, del cual su estado actual los excluye.

¿Violencia a la naturaleza?

10. Hay también quien insiste en la afirmación según la cual el sacerdote, en virtud de su celibato, se encuentra en una situación física y psicológica antinatural, dañosa al equilibrio y a la maduración de su personalidad humana. Así sucede -dicen- que a menudo el sacerdote se agoste y carezca de calor humano, de una plena comunión de vida y de destino con el resto de sus hermanos, y se vea forzado a una soledad que es fuente de amargura y de desaliento. Todo esto, ¿no indica acaso una injusta violencia y un injustificable desprecio de valores humanos que se derivan de la obra divina de la creación, y que se integran en la obra de la redención, realizada por Cristo?

Formación inadecuada

11. Observando además el modo como un candidato al sacerdocio llega a la aceptación de un compromiso tan gravoso, se alega que en la práctica es el resultado de una actitud pasiva, causada muchas veces por una formación no del todo adecuada y respetuosa de la libertad humana, más bien que el resultado de una decisión auténticamente personal, ya que el grado de conocimiento y de autodecisión del joven y su madurez psico-física son bastante inferiores, y en todo caso desproporcionadas, respecto a la entidad, a las dificultades objetivas y a la duración del compromiso que toma sobre sí.

B) El verdadero punto de vista

12. No ignoramos que se pueden proponer también otras objeciones contra el sagrado celibato. Es éste un tema muy complejo que toca en lo vivo la concepción habitual de la vida y que introduce en ella la luz superior, que proviene de la divina revelación; una serie interminable de dificultades se presentará a los que no... entienden esta palabra (Mt 19,11), no conocen u olvidan el don de Dios (cf. Jn 4,10) y no saben cuál es la lógica superior de esta nueva concepción de la vida y cuál su admirable eficacia, su exuberante plenitud.

Testimonio del pasado y del presente

13. Semejante coro de objeciones parece que sofocaría la voz secular y solemne de los pastores de la Iglesia, de los maestros de espíritu, del testimonio vivido por una legión sin número de santos y de fieles ministros de Dios, que han hecho del celibato objeto interior y signo exterior de su total y gozosa donación al ministerio de Cristo. No; esta voz es también ahora fuerte y serena; no viene solamente del pasado, sino también del presente. En nuestro cuidado de observar siempre la realidad, no podemos cerrar los ojos ante esta magnífica y sorprendente realidad; hay todavía hoy en la santa Iglesia de Dios, en todas las partes del mundo, innumerables ministros sagrados -subdiáconos, diáconos, presbíteros, obispos- que viven de modo intachable el celibato voluntario y consagrado; y junto a ellos no podemos por menos de contemplar las falanges inmensas de los religiosos, de las religiosas y aun de jóvenes y de hombres seglares, fieles todos al compromiso de la perfecta castidad; castidad vivida no por desprecio del don divino de la vida, sino por amor superior a la vida nueva que brota del misterio pascual; vivida con valiente austeridad, con gozosa espiritualidad, con ejemplar integridad y también con relativa facilidad. Este grandioso fenómeno prueba una singular realidad del reino de Dios, que vive en el seno de la sociedad moderna, a la que presta humilde y benéfico servicio de luz del mundo y de sal de la tierra (cf. Mt 5,13-14). No podemos silenciar nuestra admiración; en todo ello sopla, sin duda ninguna, el espíritu de Cristo.

Confirmación de la validez del celibato

14. Pensamos, pues, que la vigente ley del sagrado celibato debe, también hoy, y firmemente, estar unida al ministerio eclesiástico; ella debe sostener al ministro en su elección exclusiva, perenne y total del único y sumo amor de Cristo y de la dedicación al culto de Dios y al servicio de la Iglesia, y debe cualificar su estado de vida tanto en la comunidad de los fieles como en la profana.

La potestad de la Iglesia

15. Ciertamente, el carisma de la vocación sacerdotal, enderezado al culto divino y al servicio religioso y pastoral del Pueblo de Dios, es distinto del carisma que induce a la elección del celibato como estado de vida consagrada (cf. n.5,7); mas la vocación sacerdotal, aunque divina en su inspiración, no viene a ser definitiva y operante sin la prueba y la aceptación de quien en la Iglesia tiene la potestad y la responsabilidad del ministerio para la comunidad eclesial; y, por consiguiente, toca a la autoridad de la Iglesia determinar, según los tiempos y los lugares, cuáles deben ser en concreto los hombres y cuáles sus requisitos para que puedan considerarse idóneos para el servicio religioso y pastoral de la Iglesia misma.

Propósito de la encíclica

16. Con espíritu de fe consideramos, por lo mismo, favorable la ocasión que nos ofrece la divina Providencia para ilustrar nuevamente, y de una manera más adaptada a los hombres de nuestro tiempo, las razones profundas del sagrado celibato, ya que, si las dificultades contra la fe «pueden estimular el espíritu a una más cuidadosa y profunda inteligencia de la misma»[3], no acontece de otro modo con la disciplina eclesiástica, que dirige la vida de los creyentes.

Nos mueve el gozo de contemplar en esta ocasión y desde este punto de vista la divina riqueza y belleza de la Iglesia de Cristo, no siempre inmediatamente descifrable a los ojos humanos, porque es obra del amor del que es cabeza divina de la Iglesia, y porque se manifiesta en aquella perfección de santidad (cf. Ef 5,25-27) que asombra al espíritu humano y encuentra insuficientes las fuerzas del ser humano para dar razón de ella.

-Continuará (primera parte) o "Aspectos doctrinales"-

Notas
* AAS 59 (1967) 657- 697. Reproducimos la traducción oficial con ligeros retoques.
[1] Carta del 10 de octubre de 1965 al Emmo. Card. E. Tisserant, leída en la 146.aCongregación general del Concilio, el 11 de octubre.
[2] Concilio Vaticano II, decr. Christus Dominus n.35; Apostolicam actuositatem n.l;Presbyterorum ordinis n.10-11; Ad gentes divinitus n.19-38.
[3] CONCILIO VATICANO II, const. Gaudium et spes n.62.

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