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"A MIS SACERDOTES" De Concepción Cabrera de Armida. CAPITULO XXIX: Celos.

MENSAJES DE NUESTRO SEÑOR
JESUCRISTO PARA SUS PREDILECTOS.

(“A mis Sacerdotes” de Concepción Cabrera de Armida)

CELOS

“Un punto para reformar en varios sacerdotes es el gran cuidado que deben tener en los confesonarios de no provocar celos y envidias; es muy común esto y se convierte ese lugar sagrado en ocasión de ofensas para Mí. Iras, murmuraciones, despechos, etc., se originan por el poco contacto de algunos confesores que no tienen la prudencia necesaria de poner medio entre los extremos.

Cierto que muchas veces ellos no tienen la culpa; pero son ocasión, sin embargo, de culpas ajenas que hieren mi Corazón.

Deben los sacerdotes hacer respetar los confesonarios y exteriormente, al menos, tratar con igualdad a las almas, que en lugar de llegar al sacramento con las disposiciones debidas, la contrición no aparece; y con amargura, y con decepción, y hasta con ira se acercan por salir del paso del sacramento, que cuando menos es nulo en muchas ocasiones.

El sacerdote santo debe mover a contrición y a compunción y hacer de aquel lugar de perdón y de justicia un santuario en el que se respete a Dios en el sacerdote, en el que se vea a Dios y no al hombre en el sacerdote, en el que la confianza vaya unida al santo temor de Dios.

Abusan mucho las almas buenas en estos lugares de reconciliación; y a los sacerdotes toca educarlas. Que las atraigan sólo con sus virtudes, que nada humano permitan en este trato frecuente, pero que debe ser siempre santo y desinteresado.

Nunca un sacerdote manchado debe sentarse a confesar, y antes de ocupar el lugar que Yo ocupo en persona, debe borrar hasta sus pecados veniales, elevando su alma a Dios y pidiendo a María su presencia allí, para no contaminarse con lo que llegue a sus oídos y a su corazón.

Cuando tenga que detenerse con alguna alma necesitada, que sea de ordinario cuando no lo esperan las multitudes, y aun entonces vea muy bien, dilucide muy bien y aparte lo superfluo de lo necesario, lo natural de lo sobrenatural, con mucho tino, cautela y caridad, sin dar ocasión a juicios y murmuraciones, de los cuales el sacerdote se debe librar.

Un cristal diáfano debe ser la honra del sacerdote y su conducta, en toda ocasión, no tan solo para Dios, sino también para el mundo.

No basta que sea intachable ante Dios, sino también no debe tener mucha mancha ante la sociedad, para honrar a la Iglesia a quien pertenece.

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