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"A MIS SACERDOTES" DE CONCEPCIÓN CABRERA DE ARMIDA. CAP. LXX: De la humanidad de Jesús debemos pasar a su Divinidad


Mensajes de Nuestro Señor Jesucristo
a sus hijos los predilectos.

("A Mis Sacerdotes" de Concepción Cabrera de Armida)


LXX


DE LA HUMANIDAD DE JESÚS DEBEMOS PASAR A SU DIVINIDAD


Otro punto en el que mis sacerdotes deben hacer hincapié en sus predicaciones y trato con los fieles y que deja mucho que desear es el de hacer pasar a las almas de mi santa Humanidad a la Divinidad que hay en Mí y que forman precisamente al Dios-Hombre. Quiero hacer que esta doctrina sea familiar y comprensible, si se predica en su hermosa aunque sublime sencillez.

Multitud de almas se detienen sólo en mi Humanidad, sin pensar siquiera en la Divinidad que la acompaña y que la diviniza. Es cierto que sólo por Mí, Jesucristo, se pasa al Padre; y aún más: es indispensable pasar por mi Humanidad para llegar a Él; pero pasar, digo, no quedarse en la carne sin pasar al Espíritu Santo, no quedarse en lo humano sin pasar a lo divino. Esto quita mucha gloria a la Trinidad, y millares de almas concluyen su vida sin haberse fijado más que en el hombre, sin conocer en Mí al Dios-Hombre. Si acaso muy someramente saben que soy Dios-Hombre, pero sin adorar a la Divinidad, a Dios en Mí.

Yo vine a la tierra precisamente para atraer al hombre a lo divino, y me hice hombre para que adoraran en Mí al Dios-Hombre, no al hombre solo.

Con mi vida de Niño, tan tierna y delicada; con mi Pasión y muerte, tan dolorosa y llena de afrentas; vine a mover los corazones, a enamorarlos de Mí; pero no para que se quedaran en lo humano que hay en Mí, repito, sino para que se sirvieran de ello como medio para llegar a la Divinidad, inseparable de mi Humanidad.

Aun en mi Corazón todo amor no debe adorarse el corazón de carne, sino a la Divinidad que lo posee. Hay que completar también este matiz en el que la mayor parte de las almas no piensan y que muchas hasta desconocen. Mi Corazón de carne, con Sta. Margarita, quiso conmover lo sensible de los hombres y manifestar, con esa entraña la más noble del hombre, el amor. Pero es preciso enseñar más hondamente, más intensamente, a amar mi Corazón en todas sus propiedades; su amor humano, pero derivado del amor divino; a enseñar a las almas lo más íntimo de mi Corazón de amor, sus dolores internos, uno a uno, sus dolores divinizados y salvadores.

En mi Corazón, sólo su forma y sus latidos es lo que tiene de hombre, es lo humano, aunque divinizado; pero sus dolores redentores son divinos; sus penas internas por la ingratitud humana son divinas; su vergüenza ante el Padre celestial al querer cubrir a la humanidad culpable es divina; sus ansias, sus penas por ver ofendida y despreciada a la Trinidad son divinas; sus dolores morales, sus dolores místicos en las misas, sufriendo en lo más delicado e íntimo por los sacerdotes malos, indignos o indiferentes, son divinos.

Y precisamente mis dolores redimen y salvan, porque están unidos a la Divinidad del Dios-Hombre; sólo por eso salvé al mundo y abrí el cielo.

Ha llegado el tiempo de hacer brillar la Divinidad de mi Corazón; de hacer amar más y más al Verbo hecho carne; de elevar las almas a que se vean en Mí, en cualquier paso de mi vida, lo divino, al Verbo en sus dos naturalezas, la divina y la humana. Ha llegado el tiempo de desarrollar en toda su plenitud el conocimiento interno de mi Corazón; no solamente a enseñar al mundo las insignias con que se presentó, sino el valor de esas insignias, su fondo divino y humano, para hacer pasar a las almas de lo material a lo espiritual, de lo natural a lo sobrenatural, de lo humano a lo divino. Hay que hacer ver que el crucifijo no sólo representa a un hombre clavado en la cruz, sino que en él se debe buscar y adorar también lo divino que hay en él, a la Divinidad. Hay que manifestar a las almas, repito, el fondo interno de los dolores de mi Corazón, sus insondables abismos de amargura que llevó en su fondo desde el instante de la Encarnación y que me martirizó ocultamente toda mi vida.

Es necesario que amen las almas a Dios, pero en espíritu y en verdad, que ahonden en ese mar sin fondo del Espíritu Santo en Mí y adoren a la Divinidad.

La materia del hombre tiende a lo material, y de ahí la idolatría; por eso Yo vine a tomar carne en María, para que, atraídas las almas por lo material, pasaran a lo espiritual. No es conocido en todas sus fibras mi Corazón, en tantos siglos que han transcurrido; hay en él regiones ignoradas por los hombres, tesoros escondidos y un manantial de amor divino y humano jamás agotado. Mis sacerdotes transformados en Mí, conocerán en toda su extensión, las intimidades dolorosas y tiernas de mi Corazón divino para darlas a gustar a las almas. No fue la Cruz del Calvario la que más me martirizó, sino la cruz de mis internos dolores que deben dar a conocer mis sacerdotes. Que se me entienda, que se me estudie, que se me comprenda, que se ame en Mí más a la Divinidad que a la Humanidad, que el mundo separa y que están indisolublemente unidas. Entonces se me amará en espíritu y en verdad: a Dios, en mí, a Dios-Hombre; a Dios-Espíritu, a Dios-Verdad, a Dios-Luz, a la Divinidad en tres Personas Divinas.

Todo esto toca hacerlo a los sacerdotes; que si se transforman en Mí, los bañarán claridades divinas, conocimientos ocultos hoy a sus ojos, abismos de luz, con cuya claridad esplendente llevarán a cabo mi voluntad”.


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