Mensajes de Nuestro Señor Jesucristo a sus hijos predilectos
LXXVII
UNIÓN DE JESÚS CON LOS SACERDOTES
“Al
ofrecerme Yo al Padre en la Misa al
inmolarme en el altar, al honrar con mi sacrificio a Mi amado Padre, desde que
establecí mi Iglesia en la última Cena; no me ofrecí ni me ofrezco en las Misas
solo, sino que Conmigo ofrezco a todos los sacerdotes del mundo, porque todos
están en Mí, Único Sacerdote, por razón de mi unidad.
Y más aún;
desde que encarné en María; desde que me puse a la disposición amorosa de mi
Padre, diciéndole: Aquí estoy; no me
puse a su disposición solo, sino con todos
los sacerdotes en Mí, creados por mi Padre, por obra del Espíritu Santo, en
María. Y diré más: a mi paso por la tierra, tenía presente el porvenir y
representaba ante mi Padre el presente y el futuro y viendo a todos los
sacerdotes en Mí, con ellos nací en Belén, trabajé en Nazareth, convertí en
Galilea, sufrí en Jerusalén, morí en el Calvario y resucité.
Siempre he
llevado en mi Corazón esa fibra santa y fecunda de mi Padre, mis sacerdotes.
Eternamente ya estaban Conmigo; en María, no se apartaron de Mí; y en mi vida,
y en mi muerte, y en mi resurrección, y en mi Iglesia, y en el cielo, siempre
los llevo adheridos a mi alma; son como
partes de mi ser humano divinizado y los tengo como otros Yo; como carne de mi
Carne y almas de mi alma y espíritus de mi Espíritu.
Éste es un
secreto. En Mí están los sacerdotes místicamente transformados desde que mi
Padre ideó mi Iglesia, que fue eternamente. Él posó en Mí una mirada de
infinita ternura; y en esa mirada eterna, que Yo vi y sentí, germinaron los sacerdotes en el Sacerdote eterno, y
¡ay! Desde entonces los amo en Mí mismo, como Dios; y al venir Conmigo, como he
explicado, en la Encarnación, los amé y los amo como Dios-Hombre.
No puedo
estar separado de lo que es mío; y si ellos, mis sacerdotes, no se dan cuenta
de este amor de infinita y eterna predilección, de este nacer y vivir
injertados en Mí, por el germen divino y santo de su vocación, Yo sí me doy
cuenta, y muy grande, y muy honda, de esos pedazos de mi alma, de mi Ser, de mi
misma vida. Yo sí los veo nacer en Mí, crecer en Mí, vivir en Mí, trabajar en
Mí, ser Yo mismo, por más que ellos ¡ingratos! No lo sepan, ni lo aprecien, ni
lo agradezcan.
¡Si son
otros Yo! ¡Si como a Mí mismo los ve mi Padre! ¡Si quieran o no quieran están
destinados para transformarse en Mí desde que Dios eternamente los eligió para
sacerdotes, desde el instante feliz en que puso en sus almas la vocación
sacerdotal! ¡Si son míos, si me pertenecen, si tienen Conmigo un mismo latido y
una misma Vida! ¡Si llevan en sus almas el sello imborrable de mi Iglesia por
el Espíritu Santo!
Pero debo
aclarar un punto importante: la transformación, o sea la unificación de ellos en Mí,
está hecha en cuanto a los designios de mi Padre, que los eligió eternamente
para servicio de mi Iglesia; pero esa transformación no se realiza ni se
consuma sin la voluntad, el trabajo, el sacrificio y el amor de mis sacerdotes,
que es lo que deseo. Es decir, lo que pido a mis sacerdotes es su cooperación
personal para que esa transformación se consume.
Por lo que
toca a mi Padre, al Espíritu Santo y a Mí, está hecha la transformación. Pero
necesita el sacerdote cooperar, corresponder y entregarse amorosamente a la
acción posterior de la Trinidad, al trabajo constante del Espíritu Santo,
dándose y entregándose sin volverse a tomar.
Como llevo
dicho, todos los sacerdotes nacen unificados en Mí y lo están siempre; y ésta
es la razón de mi amorosa predilección por ellos, y es también la razón ¡ay! De
lo que me duelen sus deslealtades, sus indiferencias, sus crímenes, sus
escándalos, sus adulterios con la Esposa purísima que les he dado en mi
Iglesia. Y aparte de lo que me laceran esas ingratitudes sin nombre, sufro más
que por Mí, por ellos…
Me duele que
una parte de Mí mismo, una fibra de mí Corazón, otros Yo, me ofendan, no sólo como hombre, sino como Dios.
De todos los
pecados del mundo son los que más me duelen, los de mis sacerdotes, y ya he
puesto a la vista las razones que me amparan; si mis sacerdotes las estudiaran
y se penetraran de su magnitud, no habría tantas caídas en mi Iglesia ni tantas
espinas que traspasan mi Corazón. En Mí ofenden a un Hermano, a un Padre, a un
Dios; me ofenden a Mí, sirviéndose en cierta manera de Mí mismo, por su unión
Conmigo; y así ¡con mis manos me abofetean, con mi mismo ser (comunicado por su
unión Conmigo) me ofenden, con mi boca me escupen, con mi cuerpo me lastiman,
con mi Corazón me desprecian!
Es necesario
que los sacerdotes se penetren de esa unión, íntima, profunda indisoluble por
parte de Dios, que tienen Conmigo; que entiendan y se penetren e impregnen bien
de este secreto que he llevado en mi
alma; el secreto de que no van a ser transformados en Mí, sino que en la mente
del Padre ya lo están, lo han estado siempre, porque, Él no ve muchos
sacerdotes en todas las jerarquías de la Iglesia, no ve en ella más que a Mí,
Sacerdote Único, y a todos los sacerdotes en Mí, por razón de su unidad.
¡Si la unión
ya se obró, repito, si la transformación viene de muy atrás! ¡Si ya lo están,
pero no lo comprenden, no ayudan con todas las energías de su alma a consumar
esa transformación cuyo germen bendito ya han recibido! ¿Cómo había Yo de pedirles
una cosa imposible y que no fuera para su mayor bien?
Tienen el
germen de la unidad todas las almas salidas de las manos de Dios; pero en
escala muy superior, los sacerdotes; y a todos ellos muy principalmente quiero consumarlos en la unidad. Esta es mi
plegaria al Padre desde que me hice hombre y que he continuado en el cielo.
Pero esa
consumación necesita la ayuda eficaz, generosa y constante del sacerdote, su
cooperación, repito, su voluntad, sus sacrificios, su amor, un inmenso amor que
los transforme en Mí todo amor, para
perderse Conmigo uno, en la unidad pura y divina de la Trinidad”.
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