FRASES PARA SACERDOTES

"TODO LO QUE EL SACERDOTE VISTE, TIENE UNA BATALLA ESPIRITUAL". De: Marino Restrepo.

Una misa de campaña en medio de las bombas


Al césar lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. Así como este Santo sacerdote quiero decir que primero sirvamos a Dios y después, a los hombres.

"A MIS SACERDOTES", DE CONCEPCIÓN CABRERA DE ARMIDA


Mensajes de Nuestro Señor Jesucristo a sus hijos predilectos

LXXVII

UNIÓN DE JESÚS CON LOS SACERDOTES


“Al ofrecerme Yo al Padre en la Misa  al inmolarme en el altar, al honrar con mi sacrificio a Mi amado Padre, desde que establecí mi Iglesia en la última Cena; no me ofrecí ni me ofrezco en las Misas solo, sino que Conmigo ofrezco a todos los sacerdotes del mundo, porque todos están en Mí, Único Sacerdote, por razón de mi unidad.

Y más aún; desde que encarné en María; desde que me puse a la disposición amorosa de mi Padre, diciéndole: Aquí estoy; no me puse a su disposición solo, sino con todos los sacerdotes en Mí, creados por mi Padre, por obra del Espíritu Santo, en María. Y diré más: a mi paso por la tierra, tenía presente el porvenir y representaba ante mi Padre el presente y el futuro y viendo a todos los sacerdotes en Mí, con ellos nací en Belén, trabajé en Nazareth, convertí en Galilea, sufrí en Jerusalén, morí en el Calvario y resucité.

Siempre he llevado en mi Corazón esa fibra santa y fecunda de mi Padre, mis sacerdotes. Eternamente ya estaban Conmigo; en María, no se apartaron de Mí; y en mi vida, y en mi muerte, y en mi resurrección, y en mi Iglesia, y en el cielo, siempre los llevo adheridos a mi  alma; son como partes de mi ser humano divinizado y los tengo como otros Yo; como carne de mi Carne y almas de mi alma y espíritus de mi Espíritu.

Éste es un secreto. En Mí están los sacerdotes místicamente transformados desde que mi Padre ideó mi Iglesia, que fue eternamente. Él posó en Mí una mirada de infinita ternura; y en esa mirada eterna, que Yo vi y sentí, germinaron los sacerdotes en el Sacerdote eterno, y ¡ay! Desde entonces los amo en Mí mismo, como Dios; y al venir Conmigo, como he explicado, en la Encarnación, los amé y los amo como Dios-Hombre.

No puedo estar separado de lo que es mío; y si ellos, mis sacerdotes, no se dan cuenta de este amor de infinita y eterna predilección, de este nacer y vivir injertados en Mí, por el germen divino y santo de su vocación, Yo sí me doy cuenta, y muy grande, y muy honda, de esos pedazos de mi alma, de mi Ser, de mi misma vida. Yo sí los veo nacer en Mí, crecer en Mí, vivir en Mí, trabajar en Mí, ser Yo mismo, por más que ellos ¡ingratos! No lo sepan, ni lo aprecien, ni lo agradezcan.

¡Si son otros Yo! ¡Si como a Mí mismo los ve mi Padre! ¡Si quieran o no quieran están destinados para transformarse en Mí desde que Dios eternamente los eligió para sacerdotes, desde el instante feliz en que puso en sus almas la vocación sacerdotal! ¡Si son míos, si me pertenecen, si tienen Conmigo un mismo latido y una misma Vida! ¡Si llevan en sus almas el sello imborrable de mi Iglesia por el Espíritu Santo!

Pero debo aclarar un punto importante: la transformación, o sea la unificación de ellos en , está hecha en cuanto a los designios de mi Padre, que los eligió eternamente para servicio de mi Iglesia; pero esa transformación no se realiza ni se consuma sin la voluntad, el trabajo, el sacrificio y el amor de mis sacerdotes, que es lo que deseo. Es decir, lo que pido a mis sacerdotes es su cooperación personal para que esa transformación se consume.

Por lo que toca a mi Padre, al Espíritu Santo y a Mí, está hecha la transformación. Pero necesita el sacerdote cooperar, corresponder y entregarse amorosamente a la acción posterior de la Trinidad, al trabajo constante del Espíritu Santo, dándose y entregándose sin volverse a tomar.

Como llevo dicho, todos los sacerdotes nacen unificados en Mí y lo están siempre; y ésta es la razón de mi amorosa predilección por ellos, y es también la razón ¡ay! De lo que me duelen sus deslealtades, sus indiferencias, sus crímenes, sus escándalos, sus adulterios con la Esposa purísima que les he dado en mi Iglesia. Y aparte de lo que me laceran esas ingratitudes sin nombre, sufro más que por Mí, por ellos

Me duele que una parte de Mí mismo, una fibra de mí Corazón, otros Yo, me ofendan, no sólo como hombre, sino como Dios.

De todos los pecados del mundo son los que más me duelen, los de mis sacerdotes, y ya he puesto a la vista las razones que me amparan; si mis sacerdotes las estudiaran y se penetraran de su magnitud, no habría tantas caídas en mi Iglesia ni tantas espinas que traspasan mi Corazón. En Mí ofenden a un Hermano, a un Padre, a un Dios; me ofenden a Mí, sirviéndose en cierta manera de Mí mismo, por su unión Conmigo; y así ¡con mis manos me abofetean, con mi mismo ser (comunicado por su unión Conmigo) me ofenden, con mi boca me escupen, con mi cuerpo me lastiman, con mi Corazón me desprecian!

Es necesario que los sacerdotes se penetren de esa unión, íntima, profunda indisoluble por parte de Dios, que tienen Conmigo; que entiendan y se penetren e impregnen bien de este secreto que he llevado en mi alma; el secreto de que no van a ser transformados en Mí, sino que en la mente del Padre ya lo están, lo han estado siempre, porque, Él no ve muchos sacerdotes en todas las jerarquías de la Iglesia, no ve en ella más que a Mí, Sacerdote Único, y a todos los sacerdotes en Mí, por razón de su unidad.

¡Si la unión ya se obró, repito, si la transformación viene de muy atrás! ¡Si ya lo están, pero no lo comprenden, no ayudan con todas las energías de su alma a consumar esa transformación cuyo germen bendito ya han recibido! ¿Cómo había Yo de pedirles una cosa imposible y que no fuera para su mayor bien?

Tienen el germen de la unidad todas las almas salidas de las manos de Dios; pero en escala muy superior, los sacerdotes; y a todos ellos muy principalmente quiero consumarlos en la unidad. Esta es mi plegaria al Padre desde que me hice hombre y que he continuado en el cielo.


Pero esa consumación necesita la ayuda eficaz, generosa y constante del sacerdote, su cooperación, repito, su voluntad, sus sacrificios, su amor, un inmenso amor que los transforme en todo amor, para perderse Conmigo uno, en la unidad pura y divina de la Trinidad”.                                                                                        

No hay comentarios:

Publicar un comentario

EL HOMBRE DEBERÍA TEMBLAR

EL HOMBRE DEBERÍA TEMBLAR
San Francisco de Asís