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"A MIS SACERDOTES" DE CONCEPCIÓN CABRERA DE ARMIDA. CAP. CXVIII: Sacerdotes inactivos

Mensajes de Nuestro Señor Jesucristo a Sus hijos predilectos





CXVIII


SACERDOTES INACTIVOS





Hay muchos corazones sordos que no escuchan mi voz, esa dolorida voz de un Dios que quiere salvar al mundo, pero por sus sacerdotes.

El único medio eficaz para detener al infierno desatado es el sacrificio.

Hay en mi Iglesia tesoros que no se utilizan; PERLAS QUE NO SE VALORAN, GRACIAS Y DONES DETENIDOS, A MI PESAR, POR LA FALTA DE CELO DE LOS QUE SON MÍOS. ¡Si apreciaran mis sacerdotes el valor de una sola alma y se hicieran el cargo de lo que me ha costado!

Ahora bien, tratándose de las almas hermanas de sacerdotes caídos o por caer, ¿por qué ven este punto con apatía, con egoísmos, como si vieran rodar lo que nada vale? ¿Vieran qué dolor me causa el egoísmo fraternal y aun paternal en mi Iglesia, en quienes no ven lo mío como propio, y más que propio, por ser de origen sobrenatural y divino, como son las vocaciones sacerdotales que ruedan de abismo en abismo sin encontrar un dique? ¿Cómo despertar en las almas de muchos sacerdotes el celo por mi Iglesia y por mi gloria?

¡Cuántos sacerdotes viven tranquilos en su egoísmo y comodidad, creen que cumplen su santa misión y no se ocupan más que de sí mismos!

¿Qué no ven a su rededor necesidades urgentes en mi Iglesia que pueden remediar, si no con obras, sí y mil veces sí, con inmolaciones y sacrificios?

¡Ésas que no creen mis sacerdotes que sean obligaciones, lo son y graves! ¡ Cuántas veces me contristan, me lastiman y me hieren en la delicadeza íntima de mi Corazón!

Por estos sacerdotes también hay que orar y sacrificarse; por los pasivos, por los egoístas, por los que sólo se preocupan de sí mismos en lo poco y en lo mucho, por esos sacerdotes exclusivos, que vegetan en la vida de celo y en la vida espiritual, hay que pedir mucho, porque son más de lo que se cree, y me siento herido en lo íntimo de mi alma con su apatía y mediocridad.

¿Sacerdote, y sin acción? ¿Sacerdote, y sólo para sí mismo? ¿Sacerdote, y sin sacrificarse por los demás? Esto es una aberración, y serían sólo de nombre estos parásitos, si no fuera porque el carácter sacerdotal es imborrable y las obligaciones que impone sacratísimas. ¡Cuánto purgatorio, y hasta más, acumulan estos sacerdotes tibios!

Y esta parte desoladora y triste de mi Corazón vengo a presentarles, pero no tan sólo con el fin de participarles mi amargura, sino para que oren y se inmolen en mi unión por esta causa y con el fin de transformarles en Mí.

Estas almas sacerdotales olvidan su origen y los deberes que contrajeron en su ordenación. Son de las almas y viven para si mismos, dejan rodar el abismo a su rededor corazones que debían salvar, y no lo hacen con el vano pretexto de que no les toca, que no son de su cargo. ¡Como si las almas no fueran la misma vida del sacerdote!

¡Oh, y cuánto de esto hay en mi Iglesia, a veces patente y otras velado, pero siempre real, el egoísmo de muchos corazones! ¡Duermen tranquilos cuando el mundo se hunde, cuando las almas reclaman su auxilio, sus consejos, sus sacrificios, su acción salvadora y santificadora!

¿Cómo sacudir a estas almas sacerdotales que me costaron los íntimos y acerbos dolores de mi Corazón?

¿Cómo despertarlas de ese sueño de muerte que los paraliza para el cielo?

Sufro mucho con esta parte de mi Iglesia que vegeta en la inacción, que no comprende o no quiere comprender ni su misión sublime, ni mis ejemplos heroicos, ni mi infinito amor por las almas. Todo les cansa, todo les fastidia, y sólo sus propios gustos y caprichos forman su centro, y son para ellos el soberano al que obedecen…

Muy escogidos los tiene Satanás sin que ellos lo comprendan, no hacen daño—creen ellos—y lo hacen muy grande con su pereza y nulidad. ¿En dónde está su vida de sacrificio, ellos que diariamente me sacrifican en el altar?

¿En dónde está su fe, su oración, su mortificación, su ser para darme gloria?

Déjenme mis sacerdotes fieles levantarles el velo de mis martirios a sus ojos para que mis penas sean sus penas y los martirios de mi Corazón, sus martirios. Pero también para que en mi unión pidan, expíen, oren unan sus dolores a los míos y alcancen esas gracias poderosas para derretir el hielo de esos corazones congelados para el cielo y sólo sensibles para la tierra de sí mismos.

Es más difícil lo que hoy pongo a su vista, es decir, es más difícil hacer reaccionar a los corazones egoístas y tibios, fríos y sin fe, que a los que por desgracia o debilidad caen en horribles abismos, pero que tienen almas que vibran, que despiertan, que se conmueven, que recuerdan mis beneficios y con energías divinas vuelven arrepentidos a mis brazos. A esos pródigos los recibo gozoso, y restaño su sangre, y cicatrizo sus heridas, y los utilizo para mi gloria.

Pero a esos corazones débiles y sin fe, inactivos hasta para si mismos, ésos son los que causan náuseas a mi Corazón y me repugnan.

Pero quiero salvarlos, quiero que se pidan gracias poderosas al Espíritu Santo para transformarlos y conmoverlos: ¡son míos!

¿Cómo dejarlos vegetar, agostarse en la ociosidad y perderse? ¡Cuántos me darían mucha gloria! ¡Cuántos valen y no utilizan el Don de Dios! ¡Cuántos entierran sus talentos para vivir una vida inútil, sin pensar que llegará la muerte a sepultarlos sin haber dado fruto sobre la tierra!

Habiendo tanta mies en mi Viña, no hay suficientes obreros, porque ha cundido este vaho de infierno en muchos de mis sacerdotes que los aletarga, que los hipnotiza, que los paraliza para la gloria de mi Iglesia en las almas.

Muchos reaccionarán, esperan sus almas ese riego y llenos de fervor santo me darán gloria.

Pero y lo saben, mis gracias cuestan, y las gracias para mis sacerdotes cuestan más…ya lo saben…”

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