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MENSAJES A MONSEÑOR OTTAVIO MICHELINI -

 ¿Por qué me ha escogido Dios?

¿Quién soy yo? Soy menos que un granito de polvo frente al universo, soy menos que una gotita invisible frente al océano, soy menos que un repugnante gusanillo que se arrastra en el fango de la tierra.


Soy un pobre sacerdote, entre tantos, el menos culto, el menos docto, el más desprovisto, un pobre sacerdote rico sólo en innumerables miserias de toda naturaleza.

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(Continuación)



18 de Septiembre de 1975

ESTOY EN MEDIO DE VOSOTROS

Hijo, en mis precedentes coloquios no han faltado alusiones a mi presencia en medio de vosotros. Hoy pretendo reclamar aún tu atención sobre esta Realidad divina, de la que podrán sacar inestimables dones en orden a la vida sea espiritual y eterna, sea material y terrena.

Yo, Jesús, Verbo Eterno de Dios, engendrado por el Padre desde siempre, en la plenitud de los tiempos hecho Carne en el seno virginal de mi Santísima Madre y Madre misericordiosa vuestra, estoy gloriosamente presente a la derecha del Padre en la gloria del Paraíso.

Estoy realmente presente en Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad en todas las Hostias consagradas del mundo; estoy y estaré en medio de vosotros hasta la consumación de los siglos, hasta el fin de los tiempos.

¿Cómo es que por muchos nunca se busca el porqué de esta presencia mía en medio de los hombres?

¿Por qué he querido permanecer en medio de vosotros, conociendo bien desde siempre qué trato me estaría reservado por los hombres? Odios, ofensas, injurias, frialdades, aunque no faltan, y no faltarán jamás almas generosas que me recompensan del mal de los impíos.

El porqué de mi presencia en el mundo tiene una sola respuesta, hijo mío: el Amor.


Mi palabra

¿Cómo ejerzo Yo mi presencia en mi Cuerpo Místico?

Primero con el don de mi palabra.

Yo he confiado a la Iglesia el patrimonio, el depósito espiritual de mi Palabra que es palabra de vida y de verdad: he tutelado este tesoro con la asistencia del Espíritu Santo.

Yo soy la Verdad, el Camino que mi Iglesia puede indicar con seguridad a todas las almas sin sombra de equivocación.

Los atentados contra Mí, Palabra de Dios, en el curso de los siglos han sido continuos y feroces. Herejes, pseudo - maestros y mentirosos instigados sin tregua por el Maligno, han hecho de todo para borrar de la faz de la tierra a Mí, Camino, Verdad, Vida, a Mí, Palabra de Dios. Pero inútilmente.

Este siglo en fin, materialista, no desperdicia medio ninguno, ninguna tentativa para destruirme: sectas, partidos ateos, corrientes envenenadas de filosofías perversas y demoledoras de todos los más sublimes valores espirituales, valores de verdadera civilización.

Pero ¿es posible que los hombres sean tan cortos de memoria para no recordar ya la trágica historia de este siglo, que es vuestra historia?

Lo que es extremadamente penoso es el hecho de que muchos de mis sacerdotes, antes que confiarse humildemente al Magisterio infalible de Mi Iglesia, erigiéndose con presunción en maestros, se han coaligado con los enemigos de la verdad, se han vuelto responsables de la difusión de no pocas herejías con gran daño para las almas

¿Porqué tantos sacerdotes míos se hacen promotores con Satanás de tanto daño para las almas? La soberbia ciega, sí verdaderamente ciega.


Mi Vicario

Yo estoy en medio de vosotros, hijo, en la persona de mi Vicario.

A él se le ha dado toda potestad para apacentar a los corderos y a las ovejas. Quien le ama, me ama a Mí, quien no le escucha, no me escucha a Mí, quien le combate me combate a Mí, quien le desprecia me desprecia a Mí.

Él sube a su Calvario día a día, pero muchos no se dan cuenta. Derrama lágrimas por los hijos que se vuelven lobos rapaces y hacen estragos de su grey. Como a Mí, se le hace objeto de escarnio, de odio y de guerra.

Él está al timón de mi navecilla en esta triste hora en la que el mar está fuertemente agitado y el sordo hervir del oleaje es presagio de próxima y salvaje tempestad.

Hijo mío, hace falta estar cercanos a mi Vicario, al dulce Cristo en la tierra, es necesario sostenerlo con la oración y con la ofrenda de los propios sufrimientos. Es necesario amarlo y hacerlo amar.

Todo lo que en bien o en mal se le hace a él, se me hace a Mí. Es necesario defenderlo de las insinuaciones satánicas, tan frecuentes, de sus enemigos.

Yo estoy en él, estoy presente en mi Iglesia en su persona.


La Eucaristía

Hijo, estoy además presente en la Iglesia en el misterio del Amor y de la Fe, quiero decir en el Misterio de la Eucaristía.

Estoy verdaderamente presente en Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad.

Esta presencia mía, si fuera creída, sentida y vivida en toda la sublime maravillosa realidad divina, por todos mis sacerdotes, se transformaría en tal fermento de purificación y vida sobrenatural, que se podría transformar aun por sólo mis sacerdotes, el rostro de la Iglesia y arrancar de mi Corazón misericordioso gracias y hasta milagros insospechados.

pero por desgracia no son muchos los que creen firmemente.

La mayoría cree débilmente; no faltan los que en realidad no creen en mi presencia eucarística.

Con razón mi Vicario en la tierra ha hablado repetidamente de crisis de fe, causa y origen de innumerables males.


Donde hay sufrimiento

Hay una cuarta forma de presencia mía en la tierra: estoy realmente presente en mis santos.

Santos son aquellos que viven de mi Vida divina. Estoy realmente presente en mis Santos que más tenazmente persiguen las más audaces conquistas de todas las virtudes cristianas.

Estoy realmente presente en los que sufren; donde hay sufrimiento ahí estoy Yo.

En fin estoy presente en las almas víctimas, en ellas encuentro mis complacencias, mis alegrías, ellas me recompensan abundantemente por las ofensas, insultos, blasfemias y sacrilegios de los que no me aman.

Ellas forman las delicias de mi Padre; las almas víctimas son las que han mitigado, detenido la ira de mi Padre por tantas iniquidades de esta generación perversa, que en lugar de apagar su sed en la fuente del Agua viva y pura, se afana en apagarla en las pútridas y enfangadas aguas de los pantanos llenos de miasmas.

Hijo mío, ámame mucho, sólo a Mí, con tu amor, con tú fe, con tu ofrecimiento.

Te bendigo y contigo bendigo a las personas por quienes rezas diariamente.



19 de Septiembre de 1975

BASTARÍA UNA MIRADA

Hijo, ¿Para qué sirven gloria, estima, riqueza y salud, prosperidad, ingenio y cultura si luego al final se pierde el alma?

Estas palabras fueron motivo para muchas almas de buena voluntad, de una radical regeneración espiritual o conversión.

Una seria y ponderada reflexión a esta invitación mía, puede llevar a las almas a la conquista de virtudes heroicas, a lograr la perfección y santidad.

Una seria meditación sobre esta advertencia mía ha llevado y puede llevar a muchas almas a descubrir aquella perla preciosa de la que Yo hablo en la parábola, por la que bien vale la pena cortar netamente con el pecado, a través de un resuelto desapego de los falaces bienes y afectos de este mundo. Y seguirme en el camino del Calvario, a cambio de una inmarcesible corona de gloria eterna en la Casa de mi Padre...

Hijo, el alma en pecado es como la piedra que, de lo alto, en virtud de la ley natural de la gravedad, se precipita hacia el fondo, aumentando en su caída de peso y de velocidad.

El alma en pecado se precipita hacia el fondo, aumentando en su caída el peso de sus culpas, de sus pasiones. ¿Qué ley natural puede detener e invertir una piedra cayendo de lo alto hacia abajo? ¿Qué ley natural puede invertir la bajada hacia abajo en ascenso hacia lo alto?

Ninguna ley natural puede hacer este milagro. Solamente una ley de orden superior lo podría hacer.

Sólo Yo soy la ley sobrenatural, esto es la Fuerza divina que puede detener al pecador en su ruinosa bajada hacia el precipicio e invertir su rumbo de descenso en subida, hacia lo alto, hacia la Vida.

Esto es lo que más ardientemente deseo hacer con todos los pecadores, pero en particular con mis sacerdotes arrollados por el maligno, por la concupiscencia del espíritu y de los sentidos.

Bastaría una mirada suya hacia Mí crucificado, una invocación suya a mi Corazón misericordioso, y que según el ejemplo de Pedro, me dijeran: “¡Sálvame, Señor, porque me ahogo entre las olas!”

¡Oh, hijo mío, cómo sería solícito en alargarles mi mano, para traerlos a salvo!


Yo amo a las almas

¿Te das cuenta de la trágica situación de muchos sacerdotes míos que están caminando a grandes pasos hacia la condenación eterna de su alma? ¿Puede haber sobre la tierra tragedia más grande, más horrible que ésta?

¿Puede haber engaño más diabólico que el que se ha difundido en nuestros tiempos, por pseudo - maestros afirmando que el Infierno no existe y que la Misericordia divina no podría permitir jamás la condenación eterna de un alma? Estos propaladores de herejías y errores quisieran anulada la Justicia divina, mientras deberían saber que en Mí, Misericordia y Justicia son indivisibles, porque en Mí son la misma única cosa.

Hijo mío, Yo soy la luz que ha venido a este mundo. La luz resplandece en las tinieblas, pero las tinieblas no la han acogido.

Yo amo a las almas. Quiero la salvación de las almas; para esto he venido, pero tengo necesidad de vosotros, de vuestra colaboración.

Vosotros sois mis miembros, y todos los miembros tienden al mismo único fin.

Yo tengo necesidad de vosotros, para que se cumpla en su plenitud el Misterio de la salvación.

Según mi ejemplo, según el ejemplo de mi Madre Santísima, de los mártires, de los santos, debéis abrazar generosamente vuestra cruz y seguirme. Si la cruz os parece pesada, vosotros sabéis que Yo estoy en vosotros para aliviar el peso.

Hijo, te he dicho y te lo repito: éste es un deber de justicia y de caridad; nadie se puede sustraer de él, mucho menos mis ministros.

No temas, estoy Yo para conducirte. Ve hacia adelante, no retrocedas y no te preocupes. Han rechazado mi Evangelio, han distorsionado mi verdad, no han creído a las almas víctimas, a las que he hablado. En sus palabras he puesto el sello de mi gracia; han resistido a todo.

He dictado a María Valtorta, alma víctima, una obra maravillosa. Yo soy el autor de esta obra. Tú mismo te has dado cuenta de las rabiosas reacciones de Satanás.

Tú has comprobado la resistencia que muchos sacerdotes oponen a esta obra que si fuera, no digo leída, sino estudiada y meditada llevaría un bien grandísimo a muchas almas. Ella es fuente de seria y sólida cultura.

Pero frente a esta obra, a la que está reservado un gran éxito en la Iglesia renovada, se prefiere la basura de tantas revistas y de libros de presuntuosos teólogos.

Te bendigo como siempre. Ámame mucho.


22 de Septiembre de 1975

LA COMUNION DE LOS SANTOS

Hijo, te he dicho repetidamente que Yo soy el Amor; donde hay amor estoy Yo.

Yo Soy el Amor Infinito, Eterno, Increado, venido a la tierra a reconciliar y por consiguiente reunir con Dios a la humanidad arrancada del odio.

El amor por su naturaleza tiende a la unión, como el odio por su naturaleza tiende a la división.

Nosotros somos Tres, pero el Amor Infinito nos une íntimamente en Uno solo, en una sola naturaleza, esencia y voluntad.

El amor me ha llevado a Mí, Verbo eterno de Dios hecho carne, a inmolarme a fin de que se diese a todo hombre la posibilidad de unirse en Mí a Dios, y formar Conmigo una sola cosa, como Yo soy una sola cosa con mi Padre que me ha enviado.

Hijo, desde hace más de cien años el Materialismo como sombra oscura y densa, envuelve buena parte de la humanidad.

Él ha ofuscado también en mi Cuerpo Místico, esto en el alma de muchos fieles y sacerdotes, el dogma de la Comunión de los Santos que es una realidad espiritual grandiosa, viva, verdadera y operante en Cielo y tierra.

No hay términos aptos para explicar su grandeza, potencia y actuación vibrante de amor y de vida. No hay palabras en vuestro lenguaje, aptas para hacer comprender el invisible, misterioso intercambio que encuentra su centro en mi Corazón misericordioso.

Pocas son las almas que han comprendido, y pocos son también los sacerdotes que, además de creer abstractamente, viven activamente en esta Comunión con los bienaventurados comprensores del Paraíso, con las almas en espera en el Purgatorio y con los hermanos militantes en la tierra.

La muerte, contrariamente a los prejuicios con respecto a ella, no pone fin a la actividad de las almas. La muerte que, con palabra más precisa deberíais llamar "tránsito", es un pasar del tiempo a la eternidad, que no es poner fin a la actividad del alma, sea en el bien, sea en el mal.


La familia de Dios

En cualquier familia ordenada en el amor, cada miembro que la constituye, concurre al bien común en un intercambio de bienes dados y recibidos en una comunión armoniosa.

En un grado con mucho superior, así es en la gran Familia de todos los hijos de Dios: militantes en la tierra, en espera en el Purgatorio y bienaventurados en el Paraíso.

Por tanto es necesario, con el fin de volver cada vez más rica de frutos divinos la fe en esta Realidad divina y humana, brotada de mi Inmolación en la Cruz, tener sobre ella ideas precisas.

Se debe:

1) Creer firmemente en el dogma de la Comunión de los Santos.

2) Cuando se habla de la familia de los hijos de Dios, los sacerdotes deben dejar bien claro que a esta familia pertenecen los peregrinos en la tierra, las almas en espera en el Purgatorio y los justos del Paraíso, esto es los santos.

3) Los sacerdotes (muchos de los cuales ponen el acento casi exclusivamente en las cuestiones sociales en favor de los hermanos militantes, deplorando con razón las injusticias perpetradas) olvidan casi siempre las injusticias más graves hechas en perjuicio de los hermanos que están en el Purgatorio.

Para tal gravísima omisión se necesita o no creer en el Purgatorio o no creer en el tremendo sufrimiento al que las almas purgantes están sometidas.

La necesidad de ayuda de las almas en espera es bastante más grande que la de la criatura humana que más sufre en la tierra.

El deber en fin de caridad y de justicia hacia las almas en pena es mas acuciante para vosotros en cuanto que , no raras veces, hay allí almas purgantes que su­fren por culpa de vuestros malos ejemplos, porque habéis sido cómplices con ellas en el mal o en cualquier forma ocasión de pecado.

Si la fe no es operante, no es fe.


La vida continúa

Hijo mío, se necesita hacer entender con claridad que la vida continúa después de la tumba.

Todos aquellos que os han precedido en el signo de la fe, sea que estén en el Pur­gatorio o ya en el Paraíso, todavía os aman con amor mas puro, más vivo y más grande.

Están animados por un gran deseo de ayudaros a superar las duras pruebas de la vida para que alcancéis, como ellos ya han alcanzado, el gran punto de llegada, el fin de la vida misma.

Ellos conocen ya muy bien todos los peligros que acechan a vuestras almas.

Pero su ayuda con respecto a vosotros, está condicionada en buena medi­da por vuestra fe y vuestra libre voluntad para acercaros a ellos con la oración y con la confianza en su eficacísimo patrocinio ante Dios y la Virgen Santísima.

Si los sacerdotes y los fieles están animados de vivísima fe, conscientes de los inagotables recursos de gra­cias, de ayudas y de dones que pueden obtener de este Dog­ma de la Comunión de los Santos, verán centuplicado su poder sobre las fuerzas del Mal.

Yo he dotado a mi gran Familia de riqueza y po­tencia insondable y la robustezco con la fuerza invenci­ble de un Amor infinito y eterno.


Recursos inutilizados

Mis sacerdotes instruyen a los fieles con palabras sim­ples y claras, diciendo que vuestros hermanos que han cum­plido ya en la tierra el periplo de su vida tempo­ral, no están divididos de nosotros, no están lejanos de vosotros.

Decid también que no están inertes y pasivos a vuestro respecto sino que, en un nuevo estado de vida más perfecta que la vuestra, os están cercanos, os aman. Ellos toman parte, en medida de la perfección alcan­zada, en todas las vicisitudes de Mi Cuerpo Místico.

Os repito que ellos no pueden descartar vuestra libertad pero, si son solicitados por vuestra fe y por vues­tras invocaciones, os están y estarán cada vez más cercanos en la lucha contra el Maligno.

Os miran, os siguen e inter­vienen en la medida determinada por vuestra fe y por vuestra libre voluntad.

Hijo mío, ¡qué inmensos tesoros ha predispuesto mi Padre para vosotros!

¡Cuán inmensos recursos inutili­zados!

¡Cuántas posibilidades de bien dejadas caer en el va­cío!

Se afirma creer, pero no hay más que un mínimo de co­herencia con la fe en la que se dice creer.

Te bendigo. ¡Ámame!



Domingo 23 de Septiembre de 1975

REVISAR DESDE NUEVAS BASES VUESTRA VIDA

Todo comandante de estado mayor, periódicamente reúne en torno a su mesa de trabajo a sus ayudantes.

Con ellos, mira, revisa y estudia los planes elaborados pa­ra la defensa y según la necesidad, también para el ataque contra los que se consideran enemigos. Estos planes son actualizados y reelaborados continuamente según el variar de las situaciones de los pueblos.

Ahora bien, hijo, y con mayor cuidado deberían hacer otro tanto aque­llos que, en Mi Iglesia y en mis iglesias, tienen el deber preciso e irrenunciable de preparar el malparado ejército de mis soldados (todos los confirmados son mis soldados) a la defensa de los ataques de sus enemigos espirituales: el demonio, el mundo, y las pasiones. ¡Y prepararlos no sólo para la defensa sino también para el ataque!

La batalla que mis soldados deben combatir es la más importante, la más necesaria, la más urgente de todas las guerras que se combaten en el mundo. La más necesaria porque del éxito de esta batalla de­pende la vida o la muerte eterna.

La más urgente porque las fuerzas bien organizadas y bien dirigidas del Mal quie­ren el predominio sobre las fuerzas del Bien y el prevalecer de éste sería determinante para el futuro de la Iglesia y del mundo.

La más importante, si no quieren sucumbir en el tiempo y en la eternidad.

Hijo, en un precedente coloquio, te he hablado con claridad de la gigantesca lucha que desde la creación del hombre, está en acto en el mundo.

Los cristianos, influen­ciados y sugestionados, parece hayan perdido el senti­do de su existencia, abatidos por la crisis de fe, originada por la antisocial oleada materialista. Mal guiados, no bien adiestrados, son espantosamente arrastrados por las fuerzas adversas del mal.

Urge poner la seguridad a la raíz y tener el valor de mirar a la cara la realidad si no se quiere ser sumergidos.


Remedios espirituales

— Señor, a mí me parece que hay tantas iniciati­vas y actividades en acción en tu Iglesia, precisamen­te para contener el mal.

Hijo mío, no faltan actividades e iniciativas, es­tudios y encuentros; hasta demasiados hay de eso. Pero te he dicho que urge poner la segur a la raíz, lo que quiere decir tener el valor de buscar las causas verdaderas de esta derrota del mundo cristiano de hoy.

El Concilio ha indicado estas causas, pero poquísimos las han tomado en serio. La mayoría con diabólica insen­satez, han tomado el apunte para generar confusión y anarquía en Mi Cuerpo Místico, entre mis soldados, entre mis fieles.

Los remedios para eliminar las causas de tantos ma­les espirituales no pueden ser sino espirituales.

Es obvio, los remedios os los he indicado con los luminosos ejemplos de mi vida, pasión y muerte.

El primer remedio, fundamental y seguro es una auténtica conversión.

Ninguno debe maravillarse, ni los fieles ni mucho menos los sacerdotes.

Comiencen mis sacerdotes a exami­narse sobre su vida interior ¡cuánto encontrarán que deben rehacer!

Rehacerse a sí mismos para rehacer a los demás, santificarse a sí mismos para santificar a los demás; menos lecturas inútiles y nocivas, menos televisión, menos espectáculos; más meditación y oración, más devoción a mi Ma­dre y Madre vuestra también, más vida eucarística.

Hijo, por muchos de mis sacerdotes soy tratado como un objeto, ni más ni menos que un objeto cualquiera. Sin embargo Yo, Jesús Verbo Eterno de Dios, Dios como el Padre mío, estoy realmente presente en el Misterio del Amor, en el Misterio de la Fe.


Saneamiento interior

Si mis sacerdotes tiene el valor de poner la mano en el arado para dar inicio a este saneamiento interior, Yo estaré con ellos, Yo los ayudaré, los asistiré, los consolaré a fin de que no fallen en sus santos propósitos y grande será también ayuda, la asistencia de mi Madre.

Desde aquí hijo mío, — dilo a tus hermanos sacerdotes — desde aquí se necesita iniciar la gran reforma para purificar y sobrenaturalizar mi Iglesia en buena parte pagani­zada.

Para esto deberían mis sacerdotes encontrarse, pa­ra elaborar en hermandad de intentos, los planes de defensa personal y social de mi Iglesia.

No teman: Yo estaré en medio de ellos. Entonces sí que les haré conocer mis ca­minos y mis pensamientos. En estos mis caminos los guiaré.

Dilo hijo mío, sin miedo, sin temor; arroja tu pequeña semilla y reza para que no caiga en terreno árido sino en terreno fértil y fecundo.

Te bendigo. Ámame mucho.



25 de Septiembre de 1975

SOMBRAS QUE ENVUELVEN MI IGLESIA

No es nuevo el asunto del que te hablaré. Ya otras veces te he señalado las sombras que envuelven a Mi Iglesia.

Te he dicho sombras, esto quiere decir que son varias pero todas tienen una única causa: "grandes crisis de fe".

La fe no es un producto del hombre, sino es un gran don de Dios; es un fruto precioso de mi Redención que brota de mi Corazón abierto y misericordioso.

Yo soy la vida de los hombres pero la vida es luz que resplandece en las tinieblas y que las tinieblas no han acogido.

La vida, hablo de mi Vida divina, se la puede acrecentar, desarrollar; se la puede apagar o debilitar a tal punto de privarla de toda fuerza y energía.

Mi Cuerpo Místico está en crisis, está envuelto de sombras oscuras, como la tierra cuando en el cielo se desencadena el temporal. Mi Iglesia está en crisis porque sus miembro están sofocando en la mordaza del materialismo, la Vida divina, la vida interior de la fe y con la fe, la esperanza y la caridad.

Te he hablado de lámparas apagadas, de lámparas que se apagan: son las almas de muchos sacerdotes míos y de muchísimos fieles en los cuales ya no late, ya no vibra la vida divina de la Gracia.

¿Para qué sirve una luz apagada? ¿Y un cadáver? Se lo entierra para evitar que de él se desprendan miasmas peligrosos e infecciones mortales.

Cada cristiano y, con mayor razón, cada sacerdote deben ser lámparas encendidas en el mundo envuelto en las tinieblas, para irradiar luz, para dar testimonio de Mí, Verbo de Dios hecho Carne, Luz del mundo.


Coherencia y fidelidad

Para hacer esto, hace vivir la propia fe con coherencia y fidelidad.

En los últimos años muchas veces mi Vicario ha elevado con fuerza su voz iluminada. Sacerdotes y cristia­nos en gran numero no han prestado oído a sus palabras, no rara vez hechas objeto de befa e irrisión.

¿Cómo, hijo mío, no estar profundamente apenado por tanta insensata e impenitente conducta?

El materialismo, que desde hace decenios y decenios se desfoga, alimentado por Satanás, ha contaminado a la humanidad; él está apagando cada vez en más almas el don incomparable de la fe, de la esperanza, de la caridad, de la vida interior y de la Gracia divina, sin la cual ninguno puede salvarse.

Hay sí, en mi Cuerpo Místico, brotes vigoro­sos. Conocidos u ocultos a los ojos de muchos, serán los gérmenes fecundísimos de mi Iglesia renacida, regene­rada y purificada en este actual desierto, porque tal se puede delinear hoy a mi Iglesia, donde abundan matorrales, cañas, espinas y ramas secas, volviendo el camino tan difícil a los buenos.

Pero cuando el incen­dio, que ya bajo las cenizas incuba, se inflame abrasará toda cosa, los nume­rosos retoños de vida recubrirán entonces el terreno purificado de los frutos de la locura humana, del orgullo, de la impureza y de toda otra abominación.

La tierra, como jardín exuberante y fecundo, dará asilo a los hombres vueltos juiciosos y sabios, reconciliados con Dios en Mí y entre ellos, y en el Amor vivirán en paz.


El sentido de la vida

Cuánto quisiera que sacerdotes y fieles, liberados del peso que los oprime y sofoca, reconquistaran el sentido de la vida, convirtiéndose a Mí, a la luz, a la verdadera vida regresando a la casa de mi Padre que los espera y los ama, no obstante su perversión.

Para esto, hijo, te hablo para que tu lleves a mis sacerdotes a conocer las amarguras de mi Corazón misericordioso y la angustia de mi Padre que ve a sus hijos, arrancados de su amor, caminar hacia la ruina y la muerte. Pobres almas, redimidas por Mí, ebrias y cegadas van dando tum­bos en la oscuridad.

Ignoran que la vida terrena, don de Dios Creador, está en orden a la vida eterna, ignoran que ella es breve y fugaz, que dura cuanto dura la hierba y la flor del campo que la hoz siega, se agosta y se seca.

¡Pobres hijos míos! Orgullo, vanidad y presunción los han envuelto en la oscuridad tanto que ya ni siquiera se reconocen.

Nada debe descuidarse, hijo, para obtenerles a ellos la gracia de una verdadera conversión porque, una vez más te lo digo, se trata para muchos de conversión.

Se necesita rezar y suplicar oraciones: ofrecer tribulaciones y contrariedades. Los sufrimientos sembrados en la vida de todos, si son aceptados con fe y ofreci­dos con generosidad son verdaderamente fermentos de gracia y de misericordia.

Pero el tiempo a disposición no es mucho. ¡Ay de no aprovecharlo!

Te Bendigo a ti y a las personas unidas a ti en la fe y en el amor fraterno.

Ámame mucho. Tu sabes que Yo te amo.


29 de Septiembre de 1975

ESENCIAL Y URGENTE REVISIÓN

Hijo, todo comandante de estado mayor reúne periódica­mente en torno a su mesa de trabajo a sus ayudan­tes. Con ellos revisa los diferentes planes de defensa y también de ataque; se da quehacer para que sus planes estén siempre bien estudiados, preparados según el sucederse las relacione de los varios pueblos circunvecinos, para que estén listos para toda coyuntura.

Así hacen los hombres que tienen responsabilidades sociales.

También en mi Iglesia y en mis Iglesias se debería haber hecho otro tanto con el mismo diligente y solícito esmero.

En mi Iglesia hay un inmenso ejército de confirma­dos que debe ser adiestrado para la lucha contra los enemi­gos del alma: los demonios, las pasiones y el mundo.

Toca a la Jerarquía, al los varios estados mayores de las Iglesias locales, organizar y conducir esta gigantesca batalla que se combate desde la creación del hombre y continuará sin in­terrupciones hasta el fin de los tiempos.

Ya he dicho que los hombres, ya sea tomados particular o socialmente, son objeto y víctima de esta lucha contra las oscuras y tenebrosas po­tencias infernales, para las que toda insidia y seducción son buenas con tal que se pierdan las almas.

Ya no se presta fe a esto por parte de muchos. Al no creer, no se valoran las fuerzas ni las posibilidades del Enemigo por lo que resulta imposible conducir una guerra bien organizada, si de ella no están convencidos ni sobre el plano individual ni sobre el plano social.

Es laudable la diligencia con el que algunos estados mayores preparan sus planes, convencidos de estar cumpliendo un deber. Es deplorable por el contrario la inercia de parte de estados mayores de otras Iglesias locales, que no saben ni preparar ni ejecutar sus planes de defensa ni de ataque contra todas las fuerzas del Mal.


Hasta demasiadas cosas

Se hacen sí muchas cosas: a veces hasta demasiadas cosas, que sirven bien poco para el fin, que es el de desbaratar las fuerzas del Maligno.

Los enemigos de la Iglesia, del bien y de la verdad se han hecho atrevidos y prepotentes; avanzan cada vez más y se hacen cada vez más insolentes, llegando a subvertir las leyes divinas y naturales ¿Por qué, hijo mío?

Muchas responsabilidades pesan sobre mi Iglesia por los muchos males que la afligen, a la base de los cuales está la crisis de fe, la crisis de vida interior.

No raramente se ha llegado a ser cómplices de los enemigos de Dios y de la Iglesia. Debilidad, morboso amor al prestigio, falta de unidad, verdadera y propia anarquía. Ha sido des­figurada la fisonomía de los hijos de Dios y de los minis­tros de Dios.

¡Es tiempo de despertar! Es tiempo de poner la segur a la raíz. Quiero decir que es tiempo de responder a mi insistente invitación a una verdadera conversión, antes que sea demasiado tarde.

Es tiempo de que los dife­rentes estados mayores de mis Iglesias cesen de perder tiempo en cosas o iniciativas inútiles. Tienen el yerro de no ir a las raíces de los males.


Examen de conciencia

La gravedad de la situación impone un plan válido para todos, para llevarse a la práctica por todos al vértice y a la base, con obligado examen de conciencia que lleve a las siguientes conclusiones:

—¿Estamos convencidos de la necesidad de revisar seriamente la concepción sobre la que está basada nuestra vida? ¿Es vida integralmente cristiana? ¿O en parte pagana? ¿O del todo pagana?

— ¿Estamos dispuestos a elaborar un nuevo plan de vida interior? ¿Un nuevo modo de vivir nuestra fe, la espe­ranza, la caridad, la vida de gracia?

—¿Estamos dispuestos a hacer lo que hacen tantos hombres con laborioso empeño, para adiestrarnos contra las fuerzas del Mal con una verdadera cruzada de oración y de penitencia?

—¿Estamos dispuestos a hacer callar los tumultos que se levantan en torno a nosotros (y son tantos) para escuchar en el silencio y en el recogimiento las invitaciones que nos vienen de lo Alto, para ayudarnos a conjurar los peligros que nos dominan?

—¿Estamos dispuestos a retornar a una devoción viva, sincera, a la Madre de Jesús y Madre nuestra? ¿A acoger su llamada a la mortificación y a la penitencia?

—¿Estamos dispuestos a un regreso sincero y vivo a Jesús Eucaristía?

Si mis sacerdotes, tan ocupados en tantas actividades, quieren ser objetivos, deben admitir que no obstante su febril trabajo, no ofrecen ya, salvo excepciones, motivos de credibilidad.

¿Se han seca­do quizá las fuentes de la Gracia? ¡No! Mi Corazón misericordioso está siempre abierto.

En sí mismos deben volver a buscar las causas. Se necesita poner la segur a la raíz; quiero decir que urge que cambiéis la ruta primero vosotros sacerdotes, si queréis que el grueso del ejército os siga.

Para esto sí que vale la pena de encontrarse y en una leal y sincera fraternidad elaborar un nuevo plan de reforma espiritual. ¿No es esto al fin lo que os pide el Concilio?

Vida de gracia, unidad y obediencia, fin de la anar­quía, lucha contra el demonio y contra el mal sin descender a compro­misos, son los grandes temas que verdaderamen­te hay que profundizar, en el vértice y en la base.

¿Qué se espera todavía para hacerlo?

Miedo, vergüenza, respeto humano, apego a una vida cómoda... ¡Convertíos, convertíos! No os dé miedo ni os escandalice esta invitación.

Yo y Mi Madre, que tanto os amamos, estaremos a vuestro lado. Se trata de la salva­ción de vuestra alma y de aquellas que se os han confiado.

Hijo, te bendigo; ámame.

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