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HISTORIAS DE NUESTROS SACERDOTES 9.

Los sacerdotes viven experiencias maravillosas constantemente.

Por las calles de Montevideo
Autor: Jaime Fuentes Martín. Paysandú (Uruguay) 

Atropellada por un autobús una mujer vuela por los aires y cae sobre el pavimento

Por las calles de Montevideo

Un día cualquiera de verano, hace un montón de años, a las tres y media de la tarde la señora Manuela, de 66 años, salió de su casa para ir a visitar a doña Dolores, una anciana amiga suya, ciega y paralítica. En Navidad habían hablado por teléfono y la señora Manuela le había prometido que iría a verla a la residencia.

Aquella misma tarde, poco después de las cinco, yo estaba en el cruce de Instrucciones y Camino Mendoza, en Montevideo, y debía predicar un retiro a las seis, cerca de los Portones de Carrasco: en otras palabras, tenía que cruzar la ciudad de punta a punta. Subí al auto y, fiado del instinto, empecé un recorrido que, desconociendo el entrevero de calles, calculé que me llevaría unos tres cuartos de hora.

Aunque el calor no invitaba a salir de casa, la señora Manuela se sobrepuso y fue a tomar el bus a la parada de la avenida 8 de Octubre.

Hoy en día el GPS facilita mucho llegar a un destino por el camino más corto, pero entonces no se había inventado. Fui tanteando el recorrido según me parecía. Las cosas iban bien hasta que tropecé con la avenida Belloni sometida a arreglos y con carteles varios: «calle cortada», «desvío», «calle cerrada»… Llegó un momento en que empecé a dar vueltas casi sin orientación.

La señora Manuela alegró a doña Dolores durante casi dos horas. La puso al corriente de su familia, de la hija menor con quien vivía y de sus nietos. Hablaron del tiempo, de la salud, del futuro, de lo humano y de lo divino. Se despidieron: «Hasta pronto». «Hasta pronto y ¡muchas gracias!» La señora Manuela se dirigió hacia la parada para tomar el bus de vuelta a su casa.

Finalmente, reencontré la avenida Belloni, varias cuadras más allá, a la altura de la parroquia «Santa Gema». Estaba bastante impacientado porque los desvíos me harían empezar tarde el retiro. Eran las seis y cuarto cuando llegué a la avenida 8 de Octubre. Detuve la marcha. A cualquier hora, pero más a media tarde, hay que tener cuidado: primero, mirar a la izquierda y después a la derecha. 

Entonces… ¡no, no puede ser!... Atropellada por un autobús una mujer vuela por los aires y cae sobre el pavimento. Bajé del auto y corrí hasta ella. Fui el primero en llegar. De rodillas, en la calle, le di la absolución. Ella hizo un leve movimiento que no pudieron ver los que enseguida se acercaron, horrorizados y seguros de que estaba muerta.

Llegué a mi destino con el corazón destrozado y, en lo más íntimo del alma, dándome cuenta de que aquella demora, aquel perderme por las calles desconocidas, había sido «previsto» con total exactitud: ni un minuto antes ni uno después; tenía una cita allí con la señora Manuela.

Días más tarde, cuando pude ponerme en contacto con su hija, lo confirmé. Supe entonces que Manuela le pedía muchas veces a Dios una muerte rápida, porque no quería que los suyos sufrieran por ella. Y supe también que solía ir a la gruta de Lourdes, para pedirle sencillamente a la Virgen: «Ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte». Amén.

Sentí una llamada
Autor: José Antonio González Montoto. 

Experimenté la gracia de la acogida y la escucha a la que Dios directamente me llamaba

Sentí una llamada

La tarde de un domingo estaba en el despacho parroquial, pasando una partida de bautismo al libro correspondiente. De pronto sentí como una llamada: «Vete a la iglesia, porque allí alguien te necesita». Dejé el trabajo que estaba haciendo y me dirigí al templo. Pude haber ido por el patio, que es el camino más corto. Si lo hubiese hecho no hubiera tenido el encuentro que luego aconteció. Sin embargo hice el recorrido más largo. 

Me acerqué a la sacristía y entré en la iglesia por la puerta delantera. Hice genuflexión al Santísimo Sacramento y caminé hacia la parte de atrás, donde tenía mi confesionario.

Un muchacho que acababa de entrar en el templo me vio pasar, se levantó y, acercándose a mí me dijo: «Padre, había pensado en suicidarme. Vi la iglesia abierta y entré. Vi un sacerdote joven que me podía escuchar y aquí estoy, para que me ayude». 

Se me llenaron los ojos de lágrimas ante aquel encuentro para el que el Señor me había impulsado a recorrer el camino más largo. Le dije que Dios le había traído hasta allí para recibir la fuerza de la fe. Que Dios le quería y que la vida era muy importante como para perderla en un momento de obcecación.

Salió confortado y agradecido. Yo experimenté la gracia de la acogida y la escucha a la que Dios directamente me llamaba para atender a aquel joven en un momento de crisis. Este ha sido uno de los momentos más importantes de mi vida sacerdotal, un verdadero regalo de la misericordia de Dios para con sus hijos necesitados.

(Historias extraídas del libro 100 historias en blanco y negro. Recopilación de la web Catholic.net).

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