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"A MIS SACERDOTES" DE CONCEPCIÓN CABRERA DE ARMIDA. CAP. XLV: Limpieza del alma.

"A MIS SACERDOTES" DE CONCEPCIÓN CABRERA DE ARMIDA.

Mensajes de Nuestro Señor 
Jesucristo a sus Hijos los Predilectos 

De Concepción Cabrera de Armida 


XLV 

LIMPIEZA DEL ALMA 

Para llevar a cabo mis planes de santificación personal, mis sacerdotes deben, ante todo, conservar a todo trance la pureza de sus almas, base y fundamento sobre el cual deben comenzar su transformación en Mí. 

La pureza es la que más asemeja a Jesús y la que refleja a Dios en las almas. Por tanto, y como medio principal para esta pureza, los sacerdotes no deben descuidar jamás la frecuente de sus culpas, para lavarse en el sacramento de la penitencia. Hay descuido en muchos sobre el particular y dejan pasar mucho tiempo – a veces considerable – sin recurrir a esta saludable humillación que purifica. 

Cuántas veces el respeto humano y la falta de humildad impiden este acto de suprema importancia para el sacerdote, y como Satanás se vale de estos medios para impedir la pureza en las almas de mis sacerdotes que deben estar siempre tersas y sin mácula para reflejar a Dios en ellas. Elemento principal es este, para su transformación en Mí, purísimo de cuerpo y alma, transparente y divino, que refleja a la Trinidad en la limpidez candidísima y luminosa de mi Corazón de hombre. 

¡Cuánto insisto en la pureza de mis sacerdotes! Porque la Trinidad no se refleja sino en el cristal sin mancha de una conciencia y de un alma pura. La basura lastima sus miradas, el pecado las rechaza y solo la pureza las atrae, porque Dios es pureza. 

Y si pido al común de las almas la limpieza de corazón para comunicármeles, ¡cuánto más la querré de mis sacerdotes, que no por ser sacerdotes dejan de ser tierra y de andar entre la tierra! 

Deben también mis sacerdotes, si quieren santificarse, tomar y tener un director santo. Nada más fácil en mis sacerdotes que acostumbrase a mandar, que el sentirse superiores a los fieles; y si es cierto esto, por la dignidad sacerdotal que llevan consigo, también lo es que deben depender de otro, si quieren adelantar en su santificación. ¿No envié acaso a San Pablo con Ananías para que de él recibiera instrucciones? Este es un acto de dependencia y de humildad muy útil en los míos y que Yo me complazco en bendecir. 

Y si en estas confidencias he querido tratar de la regeneración y santificación de mis sacerdotes, éste es un punto útil en gran manera (el que tenga un director) y en muchos casos indispensable, para la santificación de las almas sacerdotales. Nadie más a propósito para mandar que el que obedece, nadie mejor para dirigir a las almas que el que es dirigido. 

Todo va encaminado a realizar mi fin en ellos, a su transformación en Mí, a quitar los elementos que la impiden, y a unificarlos en la unidad de la Trinidad, para la que fueron engendrados en el seno del Padre, creados y ordenados para mi servicio con la unción y la acción divina del Espíritu Santo. 

Yo acudo siempre a tiempo y oportunamente en las épocas del mundo, a favorecer a mi Iglesia militante; y ahora, en los momentos presentes, necesitan esta reacción divina mis sacerdotes para resistir los embates del enemigo, para rechazar al mundo que se ha introducido hasta en el santuario, para prevenir futuros males, para consolar a mi Corazón y dar gloria a mi Padre, purificar y santificar más y más los elementos de mi Iglesia amada. 

Vendrán épocas peores para mi Iglesia, y ésta necesita de sacerdotes y ministros santos que la hagan triunfar de mis enemigos, no con cañones, sino con virtudes; no esgrimiendo venganzas ni rencores, sino con el Evangelio de paz, de perdón y de caridad; con mi doctrina de amor que vencerá al mundo, cumpliendo con ellos mis promesas de que las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. 

Pero necesito un ejército de santos sacerdotes transformados en Mí que respiren virtudes y que atraigan a las almas con el suave olor de Jesucristo. Necesito otros Yo en la tierra, formando un solo Yo en mi Iglesia por su unidad de miras, de intenciones y de ideales, formando un solo Cuerpo místico Conmigo, un solo querer con la voluntad de mi Padre; una sola alma con el Espíritu Santo, una unidad en la Trinidad por deber, por justicia y por amor. 

Solo esta unidad hará la fuerza, sólo esta unidad rechazará al infierno, sólo mi Iglesia única salvará a las almas, sólo en esta unidad –que tanto pido en estas confidencias – tendrá gloria la Trinidad y su triunfo la Iglesia de Dios. 

El Espíritu Santo, y María salvarán a México y al mundo entero. 

Que se activen en pedir día y noche y en sacrificarse por alcanzar esta reacción poderosa de los sacerdotes tan necesaria en estos tiempos, tan indispensable para el futuro, tan del agrado de mi Padre, y proporcionen así un gran consuelo a mi Corazón”.

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