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REFLEXION DE MONS. FULTON J. SHEEN: LAS CRUCES DEL AMOR Y DEL ODIO




Grandes escritos de Mons. Fulton J.Sheen (En “el eterno Galileo”)

Mi gran fortuna consiste en pertenecer a una Iglesia que es odiada. Ciertamente que es amada por quienes conocen su carácter Divino; pero también es odiada por miles que la miran como anticuada, como inadaptada al tiempo, como supersticiosa, y aun como diabólica. Aquellos que reciben sus beneficios espirituales, hablan de ella como una Madre, pero igualmente es tan despreciada por otros, que ha sido desterrada de algunos países, es tolerada en otros, y a pesar de las muchas diferencias que hay entre otras sectas, éstas la consideran su único enemigo común.

Un paralelo de la actitud del mundo hacia la Iglesia Católica, puede encontrarse en la actitud del mundo hacia Cristo. El también fue amado; pero también fue odiado. No encontramos un amor en tal forma hacia cualquier otra persona como lo encontramos dirigido a El; pero tampoco encontramos un odio tan pertinaz. Existe por lo tanto un paralelo entre las dos preguntas: ¿Por qué el Budismo no es odiado, y por que el Catolicismo es odiado? Y las otras dos preguntas: ¿Por qué Buda no es odiado, y por qué Cristo es odiado?

Primero que todo, una palabra acerca del amor y el odio hacia la persona de Cristo, y luego acerca de Su Iglesia. Hay dos grandes pasiones que se entretejen mutuamente alrededor de la vida de Nuestro Señor, como no lo hacen en torno a ninguna otra persona que alguna vez haya vivido: la pasión del amor y la pasión del odio. El dijo que El sería amado; El dijo que El sería odiado. El dijo que El sería adorado; El dijo que El sería escarnecido; El dijo que sería amado hasta la locura; El dijo que El sería odiado hasta la cólera y que el duelo continuaría hasta el fin de los tiempos. El odio lo izaría a El en una cruz, pero una vez en ella, El elevaría a todos los amantes hasta su Corazón que es amor. “Y cuando yo seré levantado en alto en la tierra, todo lo atraeré a mí”.

El dijo que sería amado más que los padres y las madres aman a sus hijos y más que los hijos aman a los padres y las madres. Esto no quiere decir que no se ame a los padres o que no se ame a los hijos. Esto significa solamente que se amen en EL El no dijo que nosotros nos amemos unos a los otros menos, sino que debemos amarlo a El más. ¿Y no es esto razonable? ¿No debe el todo ser más amado que la parte? ¿No debe ser preferido el fuego a la chispa? ¿No debe la circunferencia ser más estimada que el arco? ¿El Templo más que el pilar? ¿No debe el Creador ser amado más que Sus criaturas? ¿Dios ser más amado que los hombres, y el Amor más amado que lo amable?

Abrid las páginas de la historia y nombrad un solo hombre que haya sido amado después de su muerte hasta el punto del sacrificio y la oración. Su cruz ha sido inundada con lágrimas de amor en cada época y en cada siglo. A ella todas las generaciones, en arranques de amor, han llegado gritando en el lenguaje de San Pablo: “¿Quién pues podrá separarme del amor de Cristo?”… estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni Angeles, ni Principados, ni virtudes, ni lo presente ni lo venidero, ni la fuerza o violencia, ni todo lo que hay de más alto, ni de más profundo, ni otra ninguna criatura podrá jamás separarnos del amor de Dios, que se funda en Jesucristo Nuestro Señor”.


Napoleón vio esto y lo vieron todos los grandes hombres antes que él. En su soledad en la isla de Sta. Helena reflexionó sobre la vanidad de su propia vida y de la vida de Luis XIV, de quien dijo: “Este gran rey ha tiempo que está muerto, y ahora mismo se halla solo en su cuarto de Versalies, abandonado por sus cortesanos y tal vez siendo objeto de su desprecio. Ahora ya no es el amo de ellos, es un cadáver, un sepulcro, y un horror. No pasará mucho tiempo y esta misma suerte me tocará a mí. Esto es lo que me sucederá a mí. ¡Qué abismo entre mi profunda miseria y el reino de Jesucristo, alabado, amado, adorado, y viviendo en todo el universo!”

Si continuáis más adelante, id y poned vuestra mano sobre ciertos corazones que le reciben a El diariamente en la comunión, y sentiréis la llama que su amor ha encendido. Id y tocad en el portón de los carmelitas, los pobres claretianos, y los cientos de otros retiros de santidad, y haced la pregunta que tontamente siempre hace el mundo a tales santos: “¿Entrasteis a este lugar de oración porque teníais un desengaño de amor?” Y la respuesta que os devolverán rápidamente será:“No, yo no estoy aquí por desilusión de amor. Yo nunca he estado desilusionado del amor. Mi primer amor es mi único amor: el amor eterno de mi Señor y mi Dios”.

No hay necesidad de multiplicar testimonios. Aún vuestra sed de un amor perfecto, es sed de El por quien fuisteis hechos, y sin el cual no podéis ser felices. El buscó el amor en los corazones pobres, débiles, frágiles como el nuestro, y a diferencia de cualquier otro corazón que haya latido, su Sagrado Corazón ha sido amado por encima de todas las cosas, aun la vida. Hay sólo una conclusión que nosotros podemos sacar, en la lengua de Pascal: “Jesucristo deseaba ser amado. El es amado, por consiguiente El es Dios”.

Ahora, volvamos a otro hecho acerca de la vida de Nuestro Señor, que prueba que El es divino; y éste es el odio. El dijo que sería odiado —por el mundo hasta el fin de los tiempos— pero no por el universo material, no por el pueblo del mundo en general, sino odiado por lo que sus propios apóstoles habían llamado el espíritu del mundo.

Recordad algunos de los incidentes de su vida y veréis cómo el mundo lo odió a El desde el mismo comienzo. Cuando sólo tenía ocho días edad, el venerable Simeón dijo a su madre que El era un signo que iría a ser contradicho, lo que era exactamente una paráfrasis de la trágica anotación de Juan, de que El vino al mundo y el mundo no lo recibió. Cuando sólo contaba dos años de edad, los soldados de Herodes desenvainaron sus espadas para asesinar a los inocentes en un vano intento de matar la Inocencia. Luego, más tarde, en la plenitud de su vida, se nos muestra este humilde artesano con sus Apóstoles en la misma noche anterior a su muerte, mirando hacia todos los corredores del tiempo y diciendo a todas las generaciones futuras que El sería odiado por el mundo. Ese odio sería tan personal, continuó diciendo, que cualquiera que le amara a El sería a su vez odiado por el mundo. “Si el mundo os aborrece, sabed que primero que a vosotros me aborreció a mí. Si fuerais del mundo, el mundo os amaría como cosa suya: pero como no sois del mundo, sino que os entresaqué yo del mundo, por eso el mundo os aborrece”. Acordaos de aquella sentencia mía, que ya os dije: no es el siervo mayor que su amo…

Pero todo esto lo ejecutarán con vosotros por causa y odio de mi nombre: porque no conocen al que me ha enviado”.

¡El será odiado! ¡Qué profecía tan extraña! ¿qué hizo El para ser odiado? Era humilde y dócil de corazón. Ofreció su vida por la redención de muchos. Su Evangelio fue el Evangelio de amor, aun para sus enemigos. Su último acto fue el perdón y olvido para aquéllos que lo llevaron a la muerte. Todo esto era un odio“sin causa” como El dijo. Había una terrible perversidad en torno a todo esto. El sanó sus heridas, y ellos lo hirieron a El. Trajo nuevamente sus muertos a la vida, y ellos arrebataron su vida. El llamó a los hombres del mal para que se hicieran buenos, y sin embargo los malos lo clavaron en una cruz. El trajo la vida divina para hacer amigos a todos los hombres, los enemigos le dieron muerte ignominiosa.

Tampoco hubo ninguna razón para odiar a los que le amaron. Estos iban a ser pobres como El fue pobre; luchaban por ser perfectos como su padre celestial era perfecto, y humildes como El, que lavó sus pies. Aún en el tiempo en que se vieron perseguidos, ellos se regocijaron; cuando maldecidos, bendijeron, como si los insultos de esos hombres perversos fueran la consagración de su propia bondad, y el lodo arrojado a ellos por los impuros, la prenda de su propia pureza.

No hay nada para odiar en una vida así, ni en una doctrina como esa. Debemos mirar afuera de El y de su Evangelio si queremos encontrar alguna razón para la inmoralidad de ese odio. ¿Puede ser que El fuera un impostor como la Rusia comunista cree, y que su religión sea una impostura? Pero si El es un impostor como creen los soviets, entonces nuestro amor por El es falso, y el odio de ellos hacia El es verdadero. Pero si su odio es verdadero, entonces debería renovar su sociedad y transformar los corazones de los hombres. Si nuestro amor por El ha hecho tanto por rehacer al hombre, y nuestro amor es un sueño vano, entonces qué grandes cosas deberían hacer ellos para derribar este ídolo. Pero nombra una sola cosa que haya hecho su odio hacia Nuestro Señor. ¿Cuáles son las buenas obras de su odio? ¿Qué pueblos han apartado del vicio y la corrupción? ¿Qué almas han consolado? ¿Qué corazones han dulcificado? ¿Dónde están sus hermanas de la caridad? ¿Dónde están las hermanas de los pobres? ¿Dónde están sus mártires? ¿Sus vírgenes de blanco, sus matrimonios felices? Hay hombres muriendo de dolor; hay almas clamando por el pan de vida eterna, y hay corazones pecadores suplicando perdón. ¿Dónde —oh odio de Cristo— están vuestra consolación, vuestra misericordia y la paz vuestra para esas almas?

No, el odio por Cristo no ha de buscarse en el hecho de que El fuera un impostor, pues el odio es una negación, y la negación es una afirmación de su existencia. Hay muchas mentalidades en todos los tiempos que han estudiado y doblaron su rodilla, para admitir que El sea un impostor. ¿Dónde pues encontrar una razón para el odio?

Debe haber alguna razón peculiar para El y para El sólo, que explique esto. En ningún otro de toda la historia en¬contráis un odio pertinaz excepto contra Nuestro Señor. Ningún otro fundador de una religión dijo alguna vez que El sería odiado, y ningún otro fue odiado. Buda no es odiado Mahoma no es odiado, Soroastro no es odiado. Algunos hombres fueron odiados mientras vivieron. Nerón fue odiado mientras vivió, aún por sus propios conciudadanos. Gengis Khan fue odiado por una gran masa de la humanidad. Bismarck fue odiado por muchos de sus propios compatriotas. ¿Pero quién odia a alguno de éstos hoy? No hay puños levantados en execración contra Nerón. No hay blasfemias contra el Khan. No hay himnos de odio cantados sobre la tumba de Bismarck. El odio murió con ellos. Ni siquiera el Kaiser, que fue odiado por una parte del mundo y por algunos de su propio pueblo después de la Primera Guerra, es odiado hoy.

Ahora, ¿por qué ha muerto el odio contra todos los demás, y aún perdura contra Nuestro Bendito Señor? Aquí llegamos a la razón verdadera. ¿Qué es lo que causa el odio? El odio es causado por lo que obstruye o crea un obstáculo a algo que nosotros deseamos. ¿Por qué Nerón fue odiado cuando vivía? Porque sus vicios eran un obstáculo a la justicia social por la cual luchaba el pueblo romano. Pero ahora que los vicios de Nerón se han podrido con su carne, nadie lo odia. Nadie odia hoy a Tiberio, a Domiciano, Iván el Terrible o Nestorio. Aun la palabra desprecio es mucho para ellos. Ellos han dejado de ser objetos de odio, porque han dejado de ser obstáculos. Pero con Nuestro Señor es diferente. El odio contra Cristo nunca se ha debilitado aún después de veinte siglos, como lo testimonian Rusia y México y España; y la razón para que aún perdure es que Cristo todavía es un obstáculo: un obstáculo al pecado, al egoísmo, al paganismo, y al espíritu del mundo. El espíritu de Cristo vive todavía en aquéllos que aman. Aún es un estorbo para las naciones que quisieran olvidar a Dios; un tropiezo aún para los que cesan de orar; un reproche todavía para aquéllos que pecan y no hacen reparación; es aún una divinidad que se rehusa a bajar de la Cruz para ganar el aplauso de la hora; es aún una voz apartando a los corazones intranquilos del espíritu del mundo hacia la gloriosa libertad de los hijos de Dios. El odio aún perdura, porque El vive aún.

Pero si El vive aún, entonces es Divino. Si El es divino, entonces hasta que muera el espíritu del mundo, habrá dificultades para sus seguidores. Pero cuando esto muera, habrá la victoria. “En el mundo tendréis aflicción, pero sed confiados, Yo he venido al mundo”.

He aquí la clave para el odio de la Iglesia: Nuestro Señor fue intensamente amado e intensamente odiado porque El era divino. Sólo la perversión del soberano amor a Dios podría explicar tal odio. Solamente lo que continúa esa vida divina podría ser objeto de tal odio.

Hay ahora en el mundo una forma de cristianismo (dice Newman) que es acusada de grosera superstición, de tomar prestados de los paganos los ritos y costumbres, y de adscribir a las formas y ceremonias una virtud oculta; una religión que es considerada como que agobia y esclaviza la mente con sus requisitos, que se dirige a los ignorantes y de mente débil, que está sostenida por la sofística y la impostura, y que contradice la razón y asalta la mera fe irracional; una religión que imprime sobre las mentalidades sinceras puntos de vista muy perturbadores sobre la culpa y las consecuencias del pecado, que grava sobre los actos mínimos de cada día, uno por uno, sus valores determinados de alabanza o reprobación, y así arroja una pesada sombra sobre el futuro; una religión que señala a la admiración la renuncia a la riqueza, y así inhabilita a personas sinceras para que disfruten de ésta si quisieran; una religión, cuyas doctrinas, sean buenas o malas, son desconocidas para la generalidad de los hombres; una religión que se considera que lleva en su misma superficie signos de locura y falsedad tan patentes que basta una mirada para juzgarlos, haciendo innecesario un examen cuidadoso; una religión tal que los hombres miran a quien se convierte a ella con curiosidad, recelo, temor, disgustos, y según el caso, como si algo extraño le hubiese acontecido, como si hubiera tenido iniciación en misterios, hubiera entrado en comunión con temibles influencias, y como si fuese ahora un miembro de una confederación que lo reclama a él, lo absorbiera, despojara de su personalidad, lo redujera a un mero órgano o instrumento de un todo; una religión que los hombres odian como prose-litista, antisocial, revolucionaria, que divide las familias, separa a los mejores amigos, corrompe las máximas de gobierno mofándose de la ley, disolviendo los imperios, que es enemiga de la naturaleza humana y conspiradora contra sus derechos y privilegios; una religión que ellos consideran el campeón de instrumento de las tinieblas, y una infección que llama la cólera del cielo para que caiga sobre la tierra; una religión que ellos asocian con la intriga y la conspiración, de la cual hablan cuchicheando, que señalan por anticipado cuando algo va mal, y a la cual imputan donde quiera que hay responsabilidades; una religión cuyo solo nombre ellos arrojan fuera de sí como algo malo, y lo usan solamente como calificativo insultante, y la cual, por impulso de conservación, ellos quisieran perseguir si pudieran; si tal religión existe en el mundo no es nada distinta del Cristianismo tal como el mismo mundo la vio, cuando salió por primera vez de su divino autor.

Si quieres hallar hoy a Cristo en el mundo, entonces busca la Iglesia que no marcha con el mundo. Busca la Iglesia que es odiada del mundo, como Cristo fue odiado por el mundo. Busca la Iglesia que es acusada de marchar atrás de los tiempos, como Nuestro Señor fue acusado de ser ignorante y no haberse cultivado jamás. Busca la Iglesia que los hombres escarnecen como socialmente inferior, como ellos denigraron de Nuestro Señor porque El vino de Nazaret. Busca la Iglesia que es acusada de tener un demonio, como Nuestro Señor fue acusado de estar poseído de Belzebú, el Príncipe de los Demonios. Busca la Iglesia que, en tiempos de fanatismo, los hombres dicen que debe ser destruida en nombre de Dios, como los hombres crucificaron a Cristo y pensaron que habían prestado un servicio a Dios. Busca la Iglesia que el mundo rechaza porque sostiene que es infalible, como Pilato rechazó a Cristo porque El se llamó a sí mismo la verdad. Busca la Iglesia que es rechazada por el mundo como Nuestro Señor fue rechazado de los hombres. Busca la Iglesia que en medio de la confusión de opiniones encontradas, sus miembros aman como Cristo amó, y respeta su voz como la voz misma de su fundador; y nacerá la sospecha de que si la Iglesia es impopular para el espíritu del mundo, es señal de que no es de este mundo, y si no es de este mundo, entonces es de otro. Siempre que ella no es de este mundo es amada infinitamente e infinitamente odiada como lo fue el mismo Cristo. Pero sólo lo que es divino puede ser odiado infinitamente e infinitamente amado. Por lo tanto, la Iglesia es divina. Por tanto es ella la vida de Cristo entre los hombres. Por lo tanto nosotros la amamos. Por lo tanto nosotros esperamos morir en su bendito abrazo.



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