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"A MIS SACERDOTES" DE CONCEPCIÓN CABRERA DE ARMIDA. Cap. LXXI: La transformación de los sacerdotes en Jesús es un deber.


Mensajes de Nuestro Señor Jesucristo
a sus hijos los predilectos.

("A Mis Sacerdotes" de Concepción Cabrera de Armida)


LXXI



LA TRANSFORMACIÓN DE LOS SACERDOTES EN JESÚS ES UN DEBER



Quiero espiritualizar a las almas que viven ahora materializadas. La fe se hunde, sólo reina la vida animal, y la generalidad de las almas olvidan su origen y su fin. Mas para espiritualizar al mundo, necesito almas interiores de sacerdotes, poseídas del Divino Espíritu; almas como mi Alma, cuerpos con mi Cuerpo, corazones como mi Corazón, sacerdotes como el sumo y eterno Sacerdote.

Que no se crea que es sólo una invitación la que hago a mis sacerdotes para que se transformen en Mí- esta invitación de un Dios-Hombre, es sólo una delicadeza de mi amor-; pero en el fondo, el que se transformen en Mí, Jesús, Salvador de los hombres, ha sido siempre y más en la actualidad, una sagrada obligación, un deber de conciencia que debe conmoverlos en lo muy íntimo, para corresponder con todas sus fuerzas a esa gracia inmensa.

Que piensen diariamente mis sacerdotes en que, a medida de su transformación en Mí, será el fruto que saquen del ministerio espiritual que les he confiado. Que mediten en lo hondo de su corazón, el deber que tienen de ser espirituales para espiritualizar, y santos para santificar.

No es una novedad o sólo un pasatiempo el que Yo haya señalado para estos tiempos el reinado del Espíritu Santo en el mundo. Esta voluntad de la Trinidad, -el pleno reinado del Espíritu Santo-encierra grandes planes, designios e inapreciables bienes para la Iglesia, y para las almas, y una gloria inmensa para la misma Trinidad. Dios es siempre oportuno; y con una mirada amorosa, y con infinita caridad, contempla las épocas y las necesidades de las naciones y de cada alma.

Ha llegado el tiempo de impulsar el reinado del Espíritu Santo y de poner una barrera inexpugnable a Satanás, espiritualizando las almas. Mas para esto tengo que valerme de los instrumentos que más íntimamente me pertenecen –de mis sacerdotes-, que son los indicados para salvar al mundo; pero transformados en Mí por el Espíritu Santo.

Es una necesidad apremiante en grado sumo la que tiene mi Iglesia de sacerdotes santos; y nadie es santo, si no se transforma en Mí por el Espíritu Santo y por María. No hay que buscar otros medios, no hay que subir al Padre por otra escala, si no es por esa transformación.

Mi Padre al fundar la Iglesia sólo tuvo un fin, fin de unidad porque Él, ni en Sí mismo, ni en sus concepciones eternas, ni en su fecundidad asombrosa, ni en sus deseos, ni en sus obras, puede tener pensamientos o intenciones fuera de su unidad. Pues bien, al fundar su Iglesia, su ideal fue no hacer muchos sacerdotes que se disgregaran saliéndose de su unidad, sino un solo Sacerdote en Mí, un solo santo en Mí, por el divino Espíritu. Por esto, a la hora del acto más sublime de todos los ministerios de la Iglesia –el sacrificio de la Misa-, el Sacerdote soy Yo, el sacerdote se pierde en Mí; y Yo en él soy el que honro entonces de una manera divina al Padre, en unión con el Espíritu Santo.

Yo en el sacerdote soy el que me inmolo, el que me ofrezco, el que me sacrifico en favor del mundo. Pero, como lo he dicho, no quiero que sólo en los momentos de la Misa el sacerdote sea Yo, sino siempre, siempre sea otro Jesús en donde mi Padre tenga sus complacencias, en donde las bendiciones de mi Padre tengan digna acogida, en donde el Corazón de mi Padre descanse.

¡Oh! Las prerrogativas del sacerdote que se transforma en Mí serían las mismas mías. Porque mi Padre no vería en ellos sino a ese Uno que lo cautiva, que lo embelesa, que lo atrae, donde se retrata, que realiza la misión sublime que traje a la tierra: consumarlos en la unidad.

No es una mera devoción, una mera fórmula, esto de querer la transformación de los sacerdotes en Mí; sino una cosa esencial en los sacerdotes, repito, que pocos relativamente han tomado en serio y que es necesario para la gloria de mi Iglesia amada.

Ha llegado el tiempo, como vengo diciendo, de una reacción poderosa, de fondo, desde lo profundo de los corazones sacerdotales, para satisfacer un deseo, un mandamiento, una petición amorosísima de mi Corazón: el hacerlos UNO con el UNO, el consumarlos en la unidad, por el medio único que existe y que es su transformación en Mí.

Por esta disociación, por esa disgregación de mis sacerdotes no unificados en la Trinidad, la Iglesia y las alas no han llegado al pleno desarrollo espiritual y santísimo que pretendo.

Hay mucho de natural en mis sacerdotes, hay mucho de humano, sin elevación de miras, con bajos criterios terrenos que desdora y deshonra lo que es Mío. Por eso quiero espiritualizar la vida de los sacerdotes, sobrenaturalizar su ser entero, su corazón, su alma, su vida, transformándolos en Mí, para que tengan Mi mismo Espíritu, mis entrañas mismas y latidos, mis dones y virtudes, y hasta mi Poder comunicado por la Divinidad.

Quiero hacer RICOS a mis sacerdotes, y no con las riquezas vanas y transitorias que pasan, sino CONMIGO MISMO, comunicándoles, participándoles, unificándolos con todo lo que soy y tengo mío para consumarlos desde la tierra en la unidad de la Trinidad.

¡Cómo anhelo esa transformación de los sacerdotes en Mí, que de tantos modos he pedido! Y es que mi alma no sufre verlos lejos, y menos, perdidos; y me duele muy íntimamente su indiferencia, sus pecados, sus deslealtades, su frialdad para con mi Iglesia y con relación los intereses espirituales en sí mismos y en las almas. Eso quiero quitar, y más que para mi consuelo, y contento para su bien, para su perfección, para modelarlos Conmigo y hacer sonreír a mi amado Padre.

Que se pida constantemente esta reacción espiritual en mis sacerdotes; que no puede haberla en las almas, si ellos primero no tienen Mi mismo Espíritu, si ellos antes no se transforman en Mí”.


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