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"A MIS SACERDOTES" DE CONCEPCIÓN CABRERA DE ARMIDA. CAP. LXIX: Invitación apremiante para la transformación


Mensajes de Nuestro Señor Jesucristo
a sus hijos los predilectos.


("A Mis Sacerdotes" de Concepción Cabrera de Armida)



LXIX


INVITACIÓN APREMIANTE PARA LA TRANSFORMACIÓN



Las virtudes teologales se perfeccionan y se agigantan en el corazón del sacerdote que se transforma en Mí; iluminan su corazón como faros radiantes y lo enardecen y elevan de las cosas de la tierra a las espirituales y divinas.

Yo, ni como hombre ni como Dios, necesito de la fe y de la esperanza, que salen como efluvios de la Divinidad para bien de las almas y como condición indispensable para salvarse; pero Dios no necesita fe, ni esperanza. Y en cuanto a la caridad, no es en Dios una virtud, sino su esencia.

La fe es como el crisol del hombre, una prueba que Dios le ha puesto como su Soberano que es, para que rinda su juicio ante la Palabra de Dios, y así, honre a la Divinidad.

La esperanza es una virtud que eleva, que hace poner la vista del alma en lo divino, que no ve, pero que está segura de alcanzar. Es virtud que implica confianza, que se apoya en el cielo, que no se arrastra ni se empolva con la tierra. Es la virtud del que sufre, que infunde en el alma la certeza de la bondad divina y la arroja a la confianza y la tranquiliza. Es una virtud que da valor, hambre y sed de lo divino.

Y la caridad es la que enlaza la fe y la esperanza, ama ciegamente y ama conscientemente, pero con locura divina, con abandono santo, con donación absoluta y con plena voluntad.

La caridad se extiende a todo, lo espera todo, lo cree todo de Dios a quien sirve, a quien posee, a quien pertenece, de quien depende, a quien ama y amará, en el dolor y en el gozo, hasta perderse en ese piélago insondable del amor.

Pues bien, estas virtudes, perfeccionadas hasta el mayor grado posible en la tierra, las posee el sacerdote que se transforma en Mí.

Y ¿qué te diré de los Dones con que el Espíritu Santo enriquece a las almas de los sacerdotes cuando éstos se prestan y se dejan trabajar por Él en su transformación en Mí? No tiene idea el hombre de los carismas con que el Espíritu Santo adorna el alma de los sacerdotes, porque reflejan mi Alma, en la que Dios derramó todos sus secretos tesoros con toda la espléndida largueza divina.

Así es como Yo pago los pequeños sacrificios que se hacen por Mí. Siempre pido poco para dar mucho; y aun en eso poco, Yo ayudo al trabajo del alma para premiar después, con la manuficencia de un Dios, los esfuerzos y la voluntad del sacerdote.

La voluntad del hombre es el amor; y ese amor espontáneo es el que me satisface, el que pido, el que busco, el que no puedo tener, si el hombre no me lo da.

¿Quiénes de mis sacerdotes, sabiendo todos los tesoros divinos que encierra su transformación en Mí, no se esforzarán con todo el ardor de sus almas por alcanzarla, en cuanto de ellos depende; y ya no por interés, sino por puro amor, por sólo la gratitud que me deben, al tener en cuenta mi predilección de amor?

Se necesita no tener corazón para desoír mi voz en estas Confidencias: voz de un padre, de un hijo, de un hermano, voz de un Dios que quiere unirse más y más a los sacerdotes con esa inefable unión, la más alta que puede existir en la tierra y aun en el cielo: la unificación en Mí, y por Mí, en la unidad perfecta de la Trinidad.

He explicado mi plan de variados modos; he puesto a la vista mis deseos, mis vivos anhelos de la perfección en mis sacerdotes; y ahora sólo resta que ellos escuchen mi voz y no se disimulen ante este nuevo llamamiento amoroso de que tendrán que darme cuenta, si lo desprecian.

Ya he dicho que quiero volver a la tierra, pro encarnado místicamente en sacerdotes santos, en sacerdotes amantes de María, transformados en Mí. Quiero renovar por el Espíritu Santo, no tan sólo la faz de la tierra, sino a los corazones desorientados. Soy la Resurrección y la Vida, y quiero venir a resucitar y a sacar del sepulcro de sus vicios a tantas almas muertas poder el pecado. Quiero venir a despertar los corazones dormidos y aletargados con el narcótico de la sensualidad y de los vicios. Quiero redimir, quiero salvar, quiero que el mundo reaccione y que las virtudes teologales, apagadas en muchas almas, vuelvan a brillar, iluminando el camino para el cielo.

Pues todo esto que quiero hacer con las almas, primero quiero hacerlo con muchos de mis sacerdotes que están a punto de escaparse de mis brazos, y más de mi Corazón, y de perderse.

Podría con voz de trueno hacer conocer estas tristes realidades, usando de la justicia de un Dios airado. Pero no; mi voz es voz de amor, de misericordia y de perdón; es voz de Padre, de Madre, de un Jesús Dios-hombre que no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva. Es voz lastimera de un Jesús que gime, que llora la desgracia de muchos sacerdotes; que quiere rasgar sus entrañas y esconderlos en ellas, y acariciarlos, y curar sus llagas y salvarlos.

¡Ay! ¡ay! Eso quiere su Jesús…

Que los fieles pidan al Espíritu Santo que conmueva esos corazones sacerdotales, y que los posea, y que me los dé puros, limpios y santificados, para calmar mi sed de hombre-Dios y para ofrecerlos al Padre, que espera esta reacción favorable, que me la pide amoroso y que Yo, con alma y vida, se la quiero dar.

María está muy interesada en esta reacción de mi Iglesia: de los sacerdotes malos para convertirlos, de los tibios para activarlos y de los buenos para enardecer su fervor. Todo para honrar a la Trinidad en su Iglesia y para bien de toda la humanidad”.


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