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"A MIS SACERDOTES" DE CONCEPCIÓN CABRERA DE ARMIDA. CAP. LXVIII: Deseos Y Quejas


Mensajes de Nuestro Señor Jesucristo

a sus hijos los predilectos.

("A Mis Sacerdotes" de Concepción Cabrera de Armida)


LXVIII


DESEOS Y QUEJAS


Quiero introducir en el mundo un espíritu de confianza y no de temor, quiero hacer más y más amable mi religión, más dulce y atractiva, y ampliar los corazones apocados, desconfiados y temerosos. Mi Iglesia es de amor, porque Yo soy amor.

Quiero espíritus rectos, sí, pero con libertad para desahogarse Conmigo y para manifestarme su amor. No quiero almas paralizadas por el temor, sino confiadas por el amor. Esa libertad de espíritu quiero que mis sacerdotes inculquen en las almas, porque mi doctrina no es para atemorizar, sino para atraer; no es adusta y dura, sino amable: mi yugo es suave y mi peso es ligero.

Y si en los fieles quiero esa santa confianza amorosa que facilita el camino de la cruz, ¡cuánto más debo quererla en mis sacerdotes, unos Conmigo, que soy la amabilidad personificada, la fineza, la dulzura, la suavidad, la ternura, la caridad, con un Corazón en donde caben justos y pecadores para perdonar y salvar!

Quiero que se quite el hielo de los corazones, quiero acercar las distancias que separan de Mí a las almas; quiero que me conozcan como soy: no un un Jesús que pasó, sino un Jesús presente, no tan sólo en el Sagrario, sino también en lo íntimo de cada corazón, porque “el reino de Dios dentro de vosotros está”.

No sólo quiero que se me honre en los templos de piedra, sino en los templos vivos de las almas: Ya no más distancias entre los sacerdotes y Yo; porque hay muchos que son míos y se portan como si no me pertenecieran. Se me presentan para muchos actos, como el de la misa, la administración de los sacramentos, etc.; pero no se me dan, quedamos distanciados.

¿Y por qué? –Por muchas causas. A veces, porque no están puras sus conciencias; otras por la disipación y el mundo que ha entrado en sus corazones; otras, por considerarme sólo como el Dios del Sinaí y del diluvio, arrojando fuego del cielo y consumiendo ciudades; pero pocos relativamente contemplan mi humilde amor de hombre Dios, que vine al mundo y que estoy en los altares y en los corazones sólo para amar, para salvar, perdonar y consolar. No ven en Mí al Jesús manso y humilde, todo benevolencia y cariño; al Jesús del Pesebre y del Calvario y de la Eucaristía, todo amor, siempre amor, que mendiga el amor de la criatura.

Y si con algunos tengo derecho a pedir más, porque más les he dado, son a mis sacerdotes, a esas almas escogidas, delicadas y predilectas, a quienes sólo sé amar y perdonar. Solo a un sacerdote empedernido, desconfiado e impenitente, rechazo; pero con mis gracias, con mi bondad infinita y con mi amor sin límites hacia él, lo busco, lo persigo, lo soporto y le brindo mi perdón hasta el último instante de su vida, en que la lucha tremenda entre el amor y la ingratitud concluye…

Pero, ¡ay! ¡concluye desgarrándome el alma, sangrando mi Corazón al ver arrancada un de sus fibras, no sólo por el demonio, mi enemigo irreconciliable, sino por la voluntad impenitente de un alma predilecta, escogida entre millares desde la eternidad y colmada de insignes gracias, a la que brindé el cielo hasta el último instante de su vida!

¡Es terrible para la ternura de mi Corazón perder un alma de sacerdote para siempre; es dolorosísimo para mi alma verlo engolfado en las cosas dela tierra que pasan, en los mil peligros y lazos en los que al fin cae y que no quiere romper para volver a mi seno!

¡Quiero encontrar un corazón donde desahogar la amargura infinita del mío! Tengo tan pocas almas, relativamente, en quienes vaciar mis penas! Y éstas son las más hondas y profundas, las de mis sacerdotes; porque también son las almas que más amo y a quienes he otorgado más que mi amistad, la intimidad de mis secretos de amor y una participación singular de mi misma Madre que no les di a las demás almas.

Pero estos extremos irremediables de la perdición de mis sacerdotes- que desgraciadamente se dan-, se evitarían con su transformación en Mí, con su confianza inconmovible en mi bondad, misericordia y perdón, y por la entrega total, generosa y para siempre de su voluntad.

Y las demás almas pueden ayudar con la oración y los sacrificios. Estas confidencias, además, Yo prometo que salvarán a muchos sacerdotes de los peligros, conmoverán a muchos corazones extraviados y enfervorizarán a los buenos”.


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