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EL DIABLO HOY: ¡APÁRTATE SATANÁS! - Parte 7 -


Capítulo VII.- Como perro sujeto por una cadena


El episodio tiene por teatro una buhardilla de estudiante en París, calle Vaugirard, no lejos del Institut catholique. Son las 9 de la noche. El estudiante, Antoine X., está absorto en una lectura apasionante:El Mundo invisible. Este volumen de 532 páginas trata de los ángeles y de los demonios, de la telepatía y de la telestesia, del espiritismo, de la brujería, de los exorcismos, etc. Publicado en 1931, el autor de la obra es un teólogo francés, el cardenal Alexis Lépicier (1863 - 1936).

Bruscamente, Antonio cierra su libro, a causa de un terror repentino. La lectura le ha trastornado. Le ha revelado la existencia del mundo demoníaco. Descubre que Satanás tiene un poder inaudito sobre el mundo material que puede manipular a su gusto. Antoine descubre igualmente el poder extraordinario que Satanás puede tener sobre las facultades del hombre. El estudiante rememora entonces los episodios dramáticos que aparecen en la vida de los santos. Una idea le viene a la cabeza: "Si Satanás penetrar en mi buhardilla... Si me apaleara y me tirase a tierra... ¿Qué haría? ¿Cómo defenderme? ¿A quién pediría ayuda?".

El miedo confunde, puede paralizar las facultades. Antoine se levanta bruscamente, toma su impermeable y se precipita hacia la puerta de salida: "Al menos, se dice, si el diablo me ataca en la calle, no estaré solo... ¡Sí! ¡Salgamos! ¡Salgamos!".

Pero en el mismo momento se le ocurre una idea, sugerida sin duda por su ángel custodio: "si, antes de salir, acabase la lectura del capítulo sobre el poder de los demonios...".
Nunca sin luz verde

Antoine colgó su impermeable y se puso a leer de nuevo... Se informó de que, por grande que sea el poder de los demonios, está sometido al permiso de Dios. Satanás, el príncipe de este mundo, no puede hacer ningún daño sin la luz verde de Dios, el Rey de los siglos. Satanás posee un gran poder, ciertamente, pero un poder controlado por una potencia todavía más grande. Nuestro estudiante acabó este día la lectura leyendo estas verdades liberadoras. Inicialmente traumatizado por el descubrimiento de la potencia inaudita de Satanás, recobró enseguida la paz mediante la fe en la omnipotencia de Dios. Serenado, Antoine se durmió.

La palabra de Dios que nos revela esta verdad fundamental es, en efecto, tranquilizadora.

Dios controla las actividades de Satanás, lo domina y lo utiliza para sus propios fines porque su poder, como indica el Catecismo de la Iglesia Católica "no es infinito. No es más que una criatura, poderosa por el hecho de ser espíritu puro, pero siempre criatura: no puede impedir la edificación del Reino de Dios. Aunque Satán actúe en el mundo por odio contra Dios y su Reino en Jesucristo, y aunque su acción cause graves daños -de naturaleza espiritual e indirectamente incluso de naturaleza física- en cada hombre y en la sociedad, esta acción es permitida por la divina providencia que con fuerza y dulzura dirige la historia del hombre y del mundo" (n. 395).

Así, desde los primeros capítulos del Libro de Job, vemos a Satanás irritado contra la santidad de este "hombre íntegro y recto, que temía a Dios y se guardaba del mal", hacer "gestiones" delante del Altísimo para obtener la autorización de tentar a este justo.

Satanás hace incluso gestiones escalonadas. La primera, para obtener el permiso de golpear a Job en sus bienes. "Todos sus bienes están en tu poder" (Jb 1, 12) , dice Dios. Y una segunda para obtener el permiso de probar la santidad de Job. "Dispón de él, pero respeta su vida" (Jb 2, 6), responde Dios.

Es significativo que Dios precise cuidadosamente los límites de los poderes concedidos a Satanás. No es una luz verde incondicional. Como el Creador pone límites al flujo del mar endurecido -"No irás más lejos... aquí se romperá el orgullo de tus olas" (Jb 38, 11)-, así, impone limites al odio y a la envidia de Satanás.

El evangelio de San Mateo nos revela que los demonios tienen necesidad de luz verde incluso para una operación de rutina como entrar en un rebaño de puercos pastando en la tierra de los gerasenos. "Había, a una cierta distancia, un gran rebaño de puercos pastando. Y los demonios suplicaron a Jesús: "Si nos expulsas, envíanos a ese rebaño de cerdos". "Id", les dijo. Salieron entonces y se fueron a los puercos y he aquí que, desde lo alto de la escarpada, todo el rebaño se precipitó en el mar donde se ahogó" (Mt 8, 30 - 32).

El relato de la pasión nos presenta un ejemplo dramático de los límites impuestos por Dios al poder del diablo sobre los Apóstoles. Satanás había pedido a Dios poder probar a los Apóstoles, como el agricultor criba el grano. El Señor no acepta esta petición mas que en parte. Como explica el padre Lagrange, o.p.: "El Señor ha permitido a Satanás cribar a los Apóstoles como el trigo, golpeado y un poco lastimado, pero ha puesto un límite. A quien Satanás deseaba sobre todo hacer caer era a Pedro, el jefe de los Apóstoles. Jesús conocía el peligro que amenazaba a Pedro. No ha querido preservado enteramente, pero su oración ha protegido su fe. Su fe, por tanto, no desfallecerá y, cuando se recupere de su conducto errónea, le corresponderá confirmar a sus discípulos". El padre Lagrange cita la observación profunda de un exegeta protestante: "Preservando a Pedro, cuya ruina hubiera arrastrado a todos los demás, Jesús ha preservado a todos". Es así como Dios, Señor de la historia, sabe utilizar la malicia de Satanás para la construcción de la Iglesia.
¡Hacedlo deprisa!

Santo Tomás de Aquino insiste mucho en este punto: el diablo no puede tentar a los hombre cuanto desea, sólo puede atormentarlos en la medida en que Dios lo permite. ¡Ni más, ni menos!

El relato de la Pasión presenta otro ejemplo del sometimiento del diablo a las disposiciones de la Providencia. Después de haber señalado que en la Última Cena, Satanás entró en Judas, San Juan cita estas palabras de Jesús al traidor: "Lo que has de hacer, ¡hazlo deprisa!" (Jn 13, 27). ¿Se puede expresar más explícitamente el control de Dios sobre las maquinaciones de Satanás presente en Judas? Cierto, como explican los exegetas, las palabras de Jesús no equivalen a una orden. No eran tampoco un estímulo a la traición. Expresan simplemente, en un lenguaje vigoroso, un permiso.

Si Dios no tuviera controlados a los demonios, afirma San Agustín en una homilía, no quedarían justos sobre la tierra. En efecto, si pudieran liberar plenamente su odio hacia Dios y hacia los hombres, Satanás y sus ángeles destruirían todo lo que sirve para la gloria de Dios.
Puede ladrar, pero no morder

San Pablo nos asegura: "Dios no permitirá que seáis tentados más allá de vuestro poder de resistencia sino que, junto a la tentación, os dará los medios para superarla y la fuerza para soportarla" (1 Co 10, 13).

En la raíz de las tentaciones del diablo se presentan dos movimientos: el amor de Dios por los hombres y la odiosa envidia de Satanás. Dios permite la tentación por amor, para dar a la criatura humana la ocasión de elevarse hacia Él por actos de virtud; el demonio realiza la tentación por odio, para hacer caer al hombre. Dios ofrece al hombre una ocasión de subir y Satanás utiliza esta misma ocasión para hacerle caer. Así, por una misteriosa orden de Dios, sin saberlo, sin quererlo, a pesar suyo, contra las inclinaciones de todo su ser, Satanás contribuye indirectamente pero realmente a la extensión del Reino de Dios sobre la tierra. ¿No es ésta, por otra parte, la razón de su presencia entre los hombres hasta el último juicio, antes de ser precipitado en las profundidades del infiero.

Que Dios controla y utiliza para su fines las actividades de Satanás, el estudiante Antoine, de la calle Vaugirard, lo comprendió y esta verdad lo tranquilizó. ¿Por qué temblare delante de la potencia de Satanás? Jamás corre como un perro rabioso que hubiese roto su cadena. Dios lo tiene siempre encadenado, de día y de noche.

Santa Teresa del Niño Jesús usaba una imagen para mostrar los límites del poder de Satanás: comparaba el diablo a un gran perro malo que no puede nada contra una niña pequeña subida en las espaldas de su padre.

A un sacerdote de la Misión, a quien Satanás tenía razones para odiar, San Vicente de Paúl le escribía: "El diablo puede ladrar, pero no morder; os puede atemorizar, pero no haceros daño. Y esto os lo aseguro delante de Dios, en presencia del cual os hablo".


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