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LA ESCALA ESPIRITUAL SAN CLÍMACO - PARTE 3 -


"LA ESCALERA DEL DIVINO ASCENSO"
DE SAN JUAN CLÍMACO


(Con anotaciones de Fr. Luis de Granada)



Capitulo V:

Escalón quinto, de la penitencia.

Penitencia es una manera de renovación del Santo Bautismo. Penitencia es comprador de humildad. Penitencia es repudio perpetuo de consolación corporal. Penitencia es un corazón descuidado de sí mismo por el continuo cuidado de satisfacer Dios, el cual siempre se está acusando y condenando. Penitencia es hija de la esperanza, y destierro de la desesperación. Penitencia es reo libre de confusión, por la esperanza que tiene en Dios. Penitencia es reconciliación del Señor, mediante las buenas obras contrarias los pecados. Penitencia es purificación de la conciencia. Penitencia es sufrimiento voluntario de todas las cosas que nos pueden dar pena. Penitencia es oficial de trabajos y tormentos propios. Penitencia es una fuerte aflicción del vientre, y una vehemente aflicción y dolor del alma.

Todos los que habéis ofendido Dios, venid de todas partes, y juntaos, y oíd, y contaros he cuan grandes cosas para edificación vuestra descubrió Dios mi alma. Pongamos en el primero y mas honrado lugar de esta narración las obras penitenciales de aquellos venerables trabajadores que voluntariamente tomaron estado y habito de siervos amenguados. Oigamos, miremos, y obremos los que fuera de nuestra esperanza caímos, conforme lo que viéremos en este dechado. Levantaos y asentaos los que por la culpa de vuestras maldades estáis caídos, y oíd atentamente todas mis palabras, inclinad vuestros oídos los que deseáis por verdadera conversión volveros Dios.

Pues como oyese yo, pobre y falto de virtud, que era grande y muy extraño el estado y humildad de aquellos santos penitentes que moraban en aquel Monasterio apartado, que se llamaba Cárcel, de que arriba hicimos mención, el cual estaba cerca del otro Monasterio mas principal, rogué aquel santo Padre me hiciese llevar allá, para ver lo que allí pasaba. Concedióme l esto benignamente, no queriendo entristecer mi alma en alguna cosa.

Pues como yo viniese al Monasterio, por mejor decir, la Religión de los que lloran, vi ciertamente, si es licito decir, cosas que el ojo del negligente no vio, y la oreja del descuidado no oyó, y en el corazón del perezoso no cupieron: vi, digo, palabras, ejercicios, y cosas poderosas para hacer fuerza Dios, y para inclinar su clemencia con gran presteza. Porque algunos de aquellos santos reos vi estar las noches enteras al sereno velando hasta la mañana. Y cuando eran combatidos y cargados de sueño, hacían fuerza la naturaleza, sin querer tomar descanso; antes se reprehendían y injuriaban sí mismos; y así también despertaban los otros sus compañeros, mirando al cielo dolorosamente, y pidiendo de allí el socorro con gemidos y clamores.

Otros vi que estaban en la oración atadas las manos atrás, manera de presos y reos, inclinando hacia la tierra sus rostros amarillos, decían voces que no eran dignos de levantar los ojos al cielo, ni hablar con Dios en la oración, por la confusión de su conciencia; diciendo que no hallaban ni de qué ni como hacer oración, y así ofrecían Dios sus animas calladas y enmudecidas, llenas de tinieblas y confusión, Otros vi que estaban asentados en el suelo, cubiertos de ceniza y de cilicio, escondido el rostro entre las rodillas, dando en tierra con la frente. Otros vi estar siempre hiriéndose en los pechos, los cuales parecía que arrancaban el alma del cuerpo con grandes suspiros. Entre estos había algunos que rociaban el suelo con lagrimas, y otros que miserablemente se lamentaban porque no las tenían. Muchos de ellos daban grandes alarido sobre sus animas (como se suele hacer sobre los cuerpos de los muertos) no pudiendo sufrir el angustia de su espíritu.

Otros había que bramaban en lo intimo de su corazón, reteniendo dentro de sí el sonido de los gemidos: y algunas veces no pudiendo contenerse, súbitamente reventaban dando voces. Vi allí algunos que en la figura del cuerpo, y en los pensamientos, y en las obras parecía que estaban como alienados y atónitos, y hechos como mármoles por la grandeza del dolor, cubiertos de tinieblas, y vueltos casi insensibles para todas las cosas de esta vida; los cuales habían ya sumido sus animas en el abismo de la humildad, y secado las lagrimas de los ojos con el fuego de la tristeza. Otros vi estar allí asentados en tierra, tristes, abajados los ojos, y meneando muchas veces las cabezas, y arrancado gemidos y bramidos, manera de leones, de lo intimo de su corazón.

Entre estos había algunos que llenos de esperanza, buscando la perfecta remisión de sus pecados, hacían oración. Otros con una inefable humildad se tenían por indignos de perdón, diciendo que no eran bastantes para dar cuenta de sí Dios. Unos había que pedían ser Aquí atormentados, porque en la otra vida hallasen misericordia: y otros había que cargados y quebrantados con el peso de la conciencia, decían que les bastaría ser librados de los tormentos eternos, aunque no gozasen del Reino de Dios, si esto fuera posible.

Vi allí muchas animas humildes y contritas, y con el grande peso de la penitencia inclinadas y abajadas al suelo, las cuales hablaban y decían tales palabras Dios, que pudieran con ellas mover compasión aun las mismas piedras; porque de esta manera, puestos los ojos en tierra, decían: Sabemos muy bien, sabemos que de todos los tormentos y penas somos merecedores, y con mucha razón; porque no somos bastantes para satisfacer por la muchedumbre de nuestras deudas, aunque juntásemos todo el mundo que rogase por nosotros. Y por tanto solo esto pedimos, solo esto oramos, por solo esto con toda la atención de nuestro animo, Señor, te suplicamos que no nos arguyas en tu furor, ni nos castigues con tu ira, ni nos atormentes conforme las justísimas leyes de tu juicio, sino mas blanda y misericordiosamente. Porque ya nos contentaríamos con quedar libres de aquella espantosa y terrible amenaza tuya, y de aquellos tormentos ocultos y nunca vistos ni oídos; porque no osamos pedirte que del todo seamos libres de trabajos y penas. Porque con que rostro, o con qué animo nos atreveremos a esto, habiendo quebrantado nuestra profesión, y ensuciándola después de aquel primero y misericordiosísimo perdón?

Allí por cierto, o dulcísimos amigos, allí veréis las palabras de David puestas por obra [52]: veréis unos hombres cargados de tribulaciones y miserias, y encorvados continuamente, andar tristes todos los días, echando hedor de los cuerpos ya medio podridos con el mal tratamiento que les hacían: los cuales como vivían sin cuidado de su propia carne, a veces se olvidaban de comer su pan, y otras lo juntaban con ceniza, y mezclaban el agua con gemidos. Los huesos se le habían pegado a la piel, y ellos se habían secado como heno. No oiréis entre ellos otras palabras sino estas: Ay, ay miserable de mí! miserable de mí! justamente, justamente. Perdona, Señor: perdona Señor. Y otros decían: Apiádate, apiádate, Señor. Muchos de ellos veréis allí que tenían las lenguas sacadas a fuera, a manera de perros sedientos: otros que se estaban atormentando y quemando al resistidero del sol; y otros por el contrario, que se afligían con muy recio frió. 

Otros había que gustaban un poquitico de agua por no secarse de sed, y con solo esto se contentaban, sin beber todo lo que les era necesario. Otros asimismo comían un poquito de pan, y arrojaban lo demás, diciendo que no eran merecedores de comer manjar de hombres, pues habían vivido como bestias.

Entre tales ejercicios qué lugar podía tener allí la risa, la palabra ociosa, la ira? el furor? Apenas sabían si entre los hombres había ira; en tanta manera el oficio de llorar había apagado en ellos la llama del furor. Dónde estaba allí la porfía? dónde el alegría desordenada? dónde la vana confianza? dónde el regalo y cuidado del cuerpo? dónde siquiera un humo de vanagloria? dónde la esperanza de deleites? dónde la memoria del vino? dónde el comer de las frutas? y el regalo de la olla cocida? y el apetito y deleites de la gula? De todas estas cosas no había allí memoria ni esperanza. Mas por ventura acongojábalos el cuidado de alguna cosa terrena? Mas por ventura entendían en juzgar allí los hechos de los hombres? Nada de esto hallaréis allí; sino todo su estudio era llamar al Señor, y sola la voz de la oración entre ellos se oía.

Unos había que hiriendo fuertemente los pechos, como si ya estuvieran las mismas puertas del cielo, decían al Señor: Ábrenos, piadoso juez, la puerta: ábrenos, ya que nosotros con nuestros pecados la cerramos. Otro decía: Muéstranos, Señor, tu rostro, y seremos salvos. Otro decía: Aparece, Señor, estos pobrecillos que están en tinieblas de muerte. Otro decía: Presto, Señor, seamos prevenidos con vuestras misericordias; porque estamos muy empobrecidos. Algunos otros decían: Por ventura el Señor tendrá por bien enviar su luz sobre nosotros? por ventura nuestra alma ha llegado ya acabar de pagar esta deuda intolerable? Por ventura volverá el Señor otra vez tener contentamiento de nosotros, le oiremos alguna vez decir los que están presos: Salid libres; y los que están asentados en el infierno de las tinieblas: Recibid luz?

Tenían la muerte siempre ante los ojos, y unos otros preguntaban y decían: Qué os parece que será, hermano? qué fin será el nuestro? qué sentencia será aquella? Por ventura nuestra oración ha podido llegar ya ante la presencia del Señor, ha sido con razón desechada y confundida de él? Y si llegó él, qué tanto pudo? cuánto le aplacó? cuánto aprovechó? cuánto obró? porque salida de cuerpos y labios tan sucios, poca fuerza había ella de tener. Por ventura los Ángeles de nuestra guarda habrán ya acercándose nosotros, están todavía lejos? Pues si ellos no se nos acercan inútil y sin fruto será todo nuestro trabajo; porque no tendrá nuestra oración ni virtud de confianza, ni alas de limpieza con que pueda llegar Dios, si los Ángeles que tiene cargo de nosotros no lo toman y se la ofrecen.

Algunas veces se preguntaban unos otros, y decían: Por ventura aprovechamos algo, hermanos? por ventura alcanzaremos lo que pedimos? por ventura nos recibirá el Señor, y nos recogerá en su seno como antes? A esto respondían los otros: Quien sabe, hermanos, como dijeron los Ninivitas 53], si el Señor revocará su sentencia, y alzará la mano de su azote de nosotros? Nosotros lo menos no dejemos de hacer lo que es de nuestra parte: si él nos abriere la puerta, bien está; y si no, bendito sea él que justamente nos la cerró. Nosotros perseveremos llamando hasta el fin de nuestra vida, para que vencido él con nuestraperseverancia, nos abra la puerta de su misericordia: porque benigno es y misericordioso. Con estas y otras semejantes palabras se despertaban incitaban al trabajo, diciendo: Corramos, hermanos, corramos; porque necesario es correr, y mucho correr; pues caímos de aquel tan alto estado de nuestra compañía. Corramos, hermanos, y no perdónenos esta sucia y mala carne, sino crucifiquémosla, pues ella primero nos crucificó. Esto es lo que aquellos bienaventurados decían y hacían.

Tenían hechos callos en las rodillas del continuo uso de la oración, los ojos estaban desfallecidos y hundidos dentro de sus cuencas, y los pelos de las cejas caídos. Las mejillas tenían embermejecidas y quemadas con el ardor de las lagrimas hervientes que por ellas corrían. Las caras estaban flacas y amarillas, y como de muertos. Los pechos tenían lastimados con los golpes que en ellos se daban; y algunos les salía la saliva de la boca mezclada con sangre. Dónde estaba allí el regalo de la cama, y la curiosidad de las vestiduras? Todo estaba roto, y sucio, y cubierto de piojos y pobreza. Qué comparación hay entre estos trabajos y los de aquellos que son Aquí atormentados de los demonios, de aquellos que lloran sobre los muertos, de los que viven en destierro, la pena de los parricidas y malhechores? Todos estos tormentos que contra su voluntad padecen los hombres, son muy pequeños, comparados con las penas voluntarias que estos santos padecían. Mas píos, hermanos, que no tengáis por fabuloso esto que Aquí decimos.

Rogaban estos santos varones algunas veces aquel gran juez, al pastor digo, del Monasterio (que era un Ángel entre hombres) que les mandase echar cadenas de hierro al cuello y las manos, y los metiese de pies en un cepo, y no los sacase de allí hasta que los llevase la sepultura.

Mas cuando se llegaba ya la muerte, era cosa terrible y lastimera verlo que allí pasaba; porque cuando veían uno estar ya para espirar, mientras tenía el juicio entero, se ponían los otros al derredor de él llorando, y con un habito y figura miserable, y muy mas tristes palabras meneaban las cabezas, y preguntaban al que partía, diciéndole: Qué es eso, hermano? cómo se hace contigo? qué dices? qué esperas? qué sospechas? alcanzaste lo que con tanto trabajo buscabas? llegaste donde deseabas? has conseguido tu esperanza? tienes firme confianza en Dios; estás aun todavía vacilando? alcanzaste verdadera libertad de espíritu? sentiste por ventura alguna luz en tu corazón; estás aun todavía lleno de tinieblas y confusión? ha sonado en tus oídos aquella voz de alegría que pedía David [54]; por ventura te parece que oyes la otra que dice: Vayan los pecadores al infierno [55]: , Atado de pies y manos echadle en las tinieblas exteriores: , Sea quitado el malo, para que no vea la gloria de Dios [56]? Qué dices, hermano? Dinos, roigámoste, para que por este medio podamos conjeturar lo que nos está aparejado: porque tu plazo ya es llegado, y nunca lo volverás mas recobrar; pero nuestra causa está pendiente.


A esto respondían unos, diciendo[57]: Bendito sea el Señor, que no permitió que cayésemos en los dientes de nuestros enemigos. Otros gimiendo, decían: Por ventura pasará nuestra alma el agua intolerable, y el encuentro de los espíritus de este aire? Lo cual decían ellos, considerando cuan incierto sea, y cuan terrible, y cuan para temer aquel divino juicio. Otros mas tristemente respondían, diciendo: Ay de aquella alma que no guardó su profesión entera y limpia; porque en esta hora entenderá lo que le está aparejado.

Pues como yo viese y oyese estas cosas, poco faltó para no caer en alguna grande desesperación, poniendo los ojos en mi regalo y negligencia, y comparándola con la aflicción de aquellos santos. Pues cual era, si pensáis, la figura y manera del lugar donde estaban. Toda era oscura, hedionda, sucia, y desgraciada: y finalmente tal merecía bien el nombre que tenía la Cárcel. De manera que la figura sola del lugar era maestra de lagrimas y de perfecta penitencia quien quiera que la mirase.

Mas sin duda las cosas que otros parecen dificultosas y imposibles, se hacen fáciles y agradables los que se acuerdan de como cayeron de la virtud y riquezas espirituales que poseían. Porque el alma que despojaba de la primera vestidura de la caridad, cayó de la esperanza que tenía de alcanzar aquella bienaventurada paz y tranquilidad, y perdió el sello de la castidad, y fue despojada de las riquezas de la gracia, y de la divina consolación, y quebrantó aquel asiento que con Dios tenía capitulado, y secó aquella hermosísima fuente de lagrimas; cuando se acuerda de tan grandes pérdidas como estas, es herida y compungida con tan extraño dolor, que no solo recibe con toda alegría y esfuerzo estos trabajos que dijimos, mas aun procura crucificarse y despedazarse con la violencia de estos ejercicios, si en ella queda alguna centella viva de verdadero temor y amor de Dios.

Y tales eran por cierto las animas de estos bienaventurados: los cuales revolviendo en su corazón la alteza de la virtud y estado de donde habían caído, Acordámonos, decían, de la felicidad de aquellos días antiguos, y de aquel fervor de espíritu con que servíamos a Dios. Y así clamaban al Señor, diciendo [58]: Dónde están aquellas antiguas misericordias tuyas, las cuales tan de verdad tuviste por bien mostrar a nuestras animas? Acuérdate, Señor, de la mengua y trabajo de tus siervos. Otro con el santo Job decía [59]: Quién me pusiese ahora en aquel estado en que yo viví los primeros días, en los cuales me guardaba Dios, cuando resplandecía la candela de su luz sobre mi corazón, y con ella andaba yo entre tinieblas! De esta manera trayendo a la memoria sus antiguas virtudes y ejercicios, lloraban como unos niños, diciendo: Dónde está aquella pureza de oración? dónde aquella confianza con que iba acompañada? dónde aquellas dulces lagrimas que ahora se nos han vuelto en amargura? dónde la esperanza de aquélla purísima y perfectísima castidad, y de aquella beatísima quietud que esperábamos alcanzar? dónde aquélla fe y lealtad para con nuestro pastor? dónde aquélla oración que hacíamos tan eficaz y tan poderosa? Perecieron todas estas cosas, y como si nunca fueran vistas, desfallecieron. Y diciendo estas cosas con grandes lamentaciones y gemidos, unos rogaban al Señor que entregase sus cuerpos todos los trabajos, para que fuesen atormentados en esta vida: otros que les diese algunas grandes enfermedades: otros que los privase de la vista de los ojos, y que quedasen hechos un espectáculo miserable todos; otros que viniesen ser toda la vida contrahechos y mendigos, con tal que fuesen librados de los tormentos eternos.
Único. Prosigue la materia de la penitencia, dando muchos documentos de ella.

Yo, Padres míos, no sé como me dejé estar muchos días entre aquellos santos penitentes; y arrebatado y suspenso en la admiración de cosas tan grandes, no me podía contener. Mas volviendo al propósito de donde salí, después de haber estado treinta días en aquel lugar, volvíme con un corazón casi para reventar al principal Monasterio; y aquel gran Padre; el cual como vio mi rostro tan demudado, y casi como atónito, entendiendo él la causa de esta mudanza, díjome:

Qué es esto Padre Juan? Viste las batallas de los que trabajan? Al aquel yo dije: Vi Padre; vi, y quedé espantado, y tengo por mas dichosos los que sí se lloran después de haber caído, que los que nunca cayeron, y no se lloran sí; pues aquellos sus caídas les fueron ocasión de una segurísima y beatísima resurrección. Así es por cierto, dijo él; y añadió mas aquella sancta y verdadera lengua.

Estaba aquí, habrá diez años, un Religioso muy solicito y diligente, y tan grande trabajador , que como yo le viese andar con tanto fervor, comencé haber miedo la envidia del demonio, y temer no tropezase en alguna piedra el que tan ligeramente corría: lo cual suele acaecer los que caminan aprisa. Y así fue como yo lo temía. Veis Aquí pues donde se viene mí, y desnúdame su herida, busca el emplasto, pide cauterio, y angustiase grandemente. y veo que el Medico no quería tratarle rigurosamente, porque la culpa era digna de misericordia, echóse en el suelo, y tomóle los pies, y regándolos con muchas lagrimas pidió que le condenase aquella cárcel, diciendo que era imposible dejar de ir ella. Para qué mas palabras? Finalmente acabó con su fuerza que la clemencia del Medico se convirtiese en dureza: que es cosa desacostumbrada y mucho para maravillar en los enfermos. Corre pues este lugar, y añádase por compañero de los que lloraban, y hácese participante de su tristeza, y herido gravemente en el corazón con el cuchillo del dolor, el cual había afilado el amor de Dios, tan grande pena recibió por haberle ofendido, que ocho días después que allí estuvo dic el espíritu al Señor. Al cual yo como merecedor de toda honra traje este Monasterio, y lo sepulté en el cementerio de los Padres. Y no faltó quien el Señor descubrió que aun no se había levantado de mis viles y sucios pies, cuando el misericordioso Señor le había perdonado. Lo cual no es mucho de maravillar; porque tomando él en su corazón aquella misma fe, esperanza y caridad de la pública pecadora, con las mismas lágrimas regó mis viles pies; con las cuales también alcanzó este mismo perdón este mismo perdón. Ya me ha acaecido ver en este mundo algunas animas sucias, que servían los amores del mundo casi hasta perder el seso; las cuales tomando ocasión de penitencia de la experiencia de este amor, trasladaron todo su amor en Dios, y abrazándole con una insaciable caridad, alcanzaron perdón de sus pecados, como aquella quien fue dicho [60]: Perdónansele muchos pecados, porque amó mucho.

Bien sé, admirables Padres, que algunos habrá quien estas cosas sobredichas parezcan increíbles, y oras dificultosas de creer, y otros que sean ocasión de desesperación; mas al varón fuerte estas cosas mas son estimulo y saetas de fuego que enciende el fervor encendido en su corazón. Otros habrá que aunque no se enciendan tanto como estos, por no ser tales como ellos, mas con todo eso conociendo Aquí su flaqueza, y confundiéndose, y avergonzándose con este ejemplo, alcanzarán el segundo lugar después de estos, y quizá los igualarán.

Mas el varón negligente no oiga estas cosas que hemos dicho; porque por ventura no deje de hacer eso poco que hace con demasiada desconfianza, y se cumpla en él lo que el Señor dijo [61]: Al que no tiene (conviene saber con alegría y prontitud de animo) eso poco que tiene le quitarán. Verdad es que los tales no solo de aquí, mas de cuantas cosas pueden toman ocasión para favorecer su negligencia.

Sepamos todos los que hemos caído en el lago de la maldad, que nunca de ahí saldremos sino sumiéremos en el abismo de la humildad, que es propio de los penitentes. Mas Aquí es de notar que una es la humildad triste de los que lloran, y otra la de los que pecan, cuando los reprehende su conciencia; y otra es la que obra Dios en el alma de los varones perfectos, que es una rica y alegre humildad. Y no curemos de explicar con palabras esta tercera manera de humildad; porque en vano trabajaremos: mas de la segunda manera de humildad suele ser indicio de sufrimiento, y la paciencia en las injurias. Algunas veces las lagrimas dan motivo la presunción que nos tiene y tiranice; y no es esto de maravillar por la ocasión que tiene en este don.

De las caídas de los hombres, y de los juicios de Dios que en esta parte hay, nadie podrá dar entera razón; porque esta materia excede toda la facultad de nuestro entendimiento. Porque algunas caídas vienen por negligencia nuestra, otras por desamparo de Dios (que con una maravillosa y sabía dispensación permite caer el hombre; como permitió caer al Príncipe de los Apóstoles) y otras hay también que vienen por castigo de Dios, merecido por nuestros pecados: mas un Padre me afirmó que las caídas que vienen por aquella piadosa providencia de Dios, en poco tiempo se restauran; porque no permitirá él que perseveremos mucho tiempo en el mal que para nuestro provecho permitió.

Todos los que caímos, trabajemos ante todas las cosas por resistir al espíritu de la tristeza desordenada; porque esta suele acudir al tiempo de la oración para impedirla, privándola de aquella nuestra primera confianza: no te turbes si cada día caes y te levantas; sino persevera varonilmente, porque el Ángel de la Guarda tendrá respecto eso, y mirará tu paciencia. Cuando la llaga está fresca y corriendo sangre, fácil es el remedio; mas la que está ya vieja y casi afistulada dificultosísimamente sana; y esto no sin gran trabajo, ni sin cauterio, hierro, y fuego. Muchas llagas hay que el tiempo hace incurables; mas Dios ninguna cosa es imposible. Antes de la caída nos hacen los demonios Dios, muy piadoso; y después de ella muy duro y riguroso.

No obedezcas al que después de la caída, haciendo tú penitencia, y ocupándote en buenas obras, por pequeñas que sean, te dice que es nada todo cuanto haces por razón de la culpa pasada: porque muchas veces acaeció que algunos pequeños servicios y presentes bastaron para mitigar la ira grande del juez; y así las buenas obras por pequeñas que sean, aplacan Dios, especialmente cuando proceden de gran caridad y humildad de corazón. El que de verdad se aflige y castiga por sus pecados, todos los días que no llora tiene perdidos, aunque en ellos por ventura haga algunas buenas obras; porque su principal intento es hacer penitencia. Ninguno de los que se afligen con lagrimas de penitencia piense luego que estará seguro al fin de la vida; porque lo que está incierto nadie lo puede tener por cierto. Concédeme, Señor, dice el Profeta [62], que sea yo refrigerado; (conviene saber, con el testimonio de la buena conciencia) antes de esta vida parta. Este testimonio está donde está el Espíritu Santo, y donde está una profunda y perfecta humildad; de lo cual nadie puede tener cierta seguridad. Mas los que sin estas dos virtudes salen de esta vida, no se engañen; porque todavía tienen que lastar.

Los que sirven al mundo no mueren con esta consolación que los buenos tienen; mas algunos hay que ejercitándose en limosna y obras de piedad, conocen el provecho de esto al fin de la jornada. El que entiende en llorar y hacer penitencia de sus pecados, debe andar tan ocupado en este negocio, que no tenga ojos para ver las lagrimas, ni las caídas, ni los negocios de otros. El perro que es mordido de alguna fiera, suele embravecerse contra ella ferocísimamente con el dolor de la herida; y así suele el verdadero penitente embravecerse contra su propia carne y contra el demonio que le hirieron: y de Aquí suele nacer el mal tratamiento y odio santo contra sí mismo.

Miremos no nos acaezca que el dejar de reprehendernos la conciencia no proceda mas de falsa confianza que de la propia inocencia. Uno de los grandes indicios que hay de estar sueltas ya las deudas, es tenerse el hombre siempre por deudor. Ni por eso es razón desconfiar porque ninguna cosa hay mayor ni igual que la misericordia de Dios; Por lo cual con sus propias manos se mata el que desespera. También es señal de diligente y solicita penitencia, si de verdad nos tuviéremos por merecedores de todas las tribulaciones que nos vinieren, así visibles como invisibles, y de muchas mas.

Después que Moisés vio Dios en la zarza, volvió Egipto (que es las tinieblas del mundo) entender en los ladrillos y obras de Faraón; mas después de esto volvió la zarza que había dejado, por mejor decir, al monte de Dios. Asimismo aquel grande Job de rico se hizo pobre; mas después de empobrecido le fueron dobladas las riquezas. Quien entendiere el misterio que Aquí está encerrado nunca jamás desesperará. La caída de los que han sido negligentes después de su llamamiento, muy peligrosa es ; porque enflaquece la esperanza de alcanzar aquella quietísima tranquilidad y paz que se halla en Dios, donde tiran todos nuestros intentos. Mas los tales por muy bien librados se tendrían, si se viesen salidos de la hoya en que cayeron.

Mira diligentemente y considera que no siempre volvemos al lugar de do salimos por el camino que salimos, sino veces por otro mas corto. Vi yo dos Religiosos que en un mismo tiempo, y una misma manera caminaban; de los cuales el uno ( aunque era viejo) trabajaba mucho; mas el otro ( que era un discípulo) llegó mas presto que él, y entró primero en el monumento de la humildad; la cual llamo monumento, porque por ella desea el verdadero humilde ser sepultado, aniquilado, y no conocido en los corazones de los hombres. Y la causa de haber este llegado mas presto, fue porque eso que hacia, hacía con mayor fervor, pureza, y diligencia. Guardémonos todos, y especialmente los que caímos, no vengamos dar en el error de Orígenes; el cual dijo que el día del juicio nuestro Señor por su misericordia había de salvar no solo los buenos, pero también los malos es muy agradable; con el cual error derogó Orígenes no solo la verdad divina, mas la rectitud de su justicia. En mi meditación ( por hablar mas claro) en mi penitencia, es razón que arda el fuego de la oración, el cual queme todo lo que fuera contrario. Finalmente por concluir esta materia, si deseas hacer verdadera penitencia, séante ejemplo y dechado, y forma de verdadera penitencia aquellos santos reos de que antes hicimos mención. Y esto te excusará el trabajo de leer muchos libros, hasta que amanezca en tu casa la luz de Cristo hijo de Dios, el cual resucité tu alma con la perfecta y estudiosa penitencia.


Anotaciones sobre el capitulo precedente, del V.P. maestro Fr. Luis de Granada

Aquí puedes muy ver, Cristiano Lector, de la manera que hacen penitencia aquellos quien Dios infundió espíritu de verdadera y perfecta penitencia, y abrió los ojos con su divina luz para ver la hermosura del mismo Dios, la fealdad del pecado, el engaño del demonio, la vanidad del mundo, el rigor del juicio divino, el terror de las penas del infierno, la excelencia de la virtud, con todo lo demás. Porque del conocimiento que Dios en el alma infunde de estas cosas, nace este grande sentimiento y penitencia.

Y aunque esto por una parte parezca increíble, considerada la flaqueza humana; por otra parte no lo es, considerada la virtud divina, y el espíritu de la penitencia verdadera. Porque si la caridad pertenece realmente y con efecto amar Dios sobre lo que se puede amar; y dolerse del pecado sobre todo lo que se puede doler (por perderse por él Dios, que así como es el mayor bien de los bienes, así perder él es el mayor mal de los males) qué mucho es tener tan grande sentimiento por un tan grande mal como este es, para quien conoce lo que es? Porque si vemos cada día los extremos que hacen algunas mujeres por muertes de sus maridos, y algunas madres por la de sus hijos, y otros por otras cosas, por las cuales vienen caer en la cama, y aun morir de pena, y veces a matarse con sus propias manos; que maravilla es que un alma que con lumbre del cielo entiende cuanto mayor bien le era Dios que todos estos bienes, y cuanto más perdió en perder este bien que en la pérdida de todos ellos, haga todos estos extremos ( si así se pueden llamar) por la pérdida de tan grande bien? Qué mucho es hacerse mas por lo que es mejor y mas amado, que por lo que tanto menos es, y menos amado? Nuestra negligencia hace parecer increíbles estas penitencias; porque de ellas de suyo no lo son.

Por Aquí también conocerás cuales sean las penitencias que hacen hoy día los Cristianos; pues tan lejos están de parecerse con estas, ni en la fuerza del dolor, ni en el rigor de la satisfacción. Mas no por eso debe nadie desconfiar y desmayar del todo viendo esto. Porque los santos en todas las cosas fueron extremados y aventajados todos los otros hombres, así en la alteza de la vida, como en la perfección de la penitencia. Por donde así como no desmayamos leyendo sus vidas; así tampoco lo debemos hacer leyendo sus penitencias; porque así como no estamos obligados de necesidad imitarlos en la perfección de lo uno, así tampoco en la de lo otro.

Mas con todo esto utilísimamente se nos proponen sus ejemplos y vidas, y el rigor de sus penitencias, para tres efectos muy principales. El primero, para que por Aquí veamos la virtud de la gracia, que en sujetos tan flacos obró tan grandes maravillas; y que así también las obraría en nosotros si nos dispusiésemos para ello. El segundo, para que nos encendamos y despertamos hacer algo de lo que en ellos vemos; pues aunque seamos flacos y para poco no nos faltaría el mismo favor ni el mismo Señor que ellos no faltó. El tercero, para que ya que no llegamos esto, lo menos siquiera nos confundamos, humillemos, y avergoncemos de ver lo que somos, y lo que hacemos, comparado con lo que ellos hicieron. La cual consideración destierra de nuestra alma toda vana hinchazón y soberbia, y acarrea la humildad, fundamento de todas las virtudes. El cual provecho es tan grande, que le falta poco para llegar al segundo; como en este mismo capitulo está dicho. Este es el fruto que debemos sacar setas lecturas, y para esto se nos proponen, y no para desmayar ni desconfiar leyéndolas.


[52]Psalm. 101


[53]Jona. 3


[54]Psalm. 50


[55]Psalm. 9


[56]Matth. 22


[57]Psalm. 123


[58]Psalm. 88


[59]Job. 29


[60]Luc. 7


[61]Luc. 19


[62]Psalm. 38



Capitulo VI:

Escalón sexto, de la memoria de la muerte.


Así como antes de la palabra precede la consideración; así antes del llanto la memoria de la muerte y de los pecados. Por lo cual guardaremos esta orden, que antes del llanto trataremos de la memoria de la muerte. Memoria de la muerte es muerte cotidiana; que es morir cada día. Memoria de la muerte es perpetuo gemido en todas las obras. Temor de la muerte es propiedad natural que nos vino por el pecado de la desobediencia. Temor vehemente de la muerte es indicio grande de no estar aun los pecados del todo perdonados. Esta manera de temor no tuvo Cristo; aunque receló la muerte, para significar en esto la condición de la naturaleza que había tomado.

Así como entre todos los manjares es muy necesario y provechoso el pan, así entre todas las maneras ahora acabamos de contar. Porque los justos de esta calidad, cada día añaden temor, y nunca cesan de esto, hasta que la misma virtud de los huesos viene consumirse; como lo significó el Profeta cuando dijo[63]: Por la continua voz de mis gemidos se me vinieron pegar los huesos la piel.

Y tengamos por cierto que este es también don de Dios como los otros; pues vemos que muchas veces pasando por las sepulturas y cuerpos de muertos, estamos duros insensibles; y otras veces estando fuera de esto, nos compungimos y enternecemos.

El que está muerto todas las cosas, este de verdad tuvo memoria de la muerte; mas el que aun todavía está demasiadamente aficionado las criaturas, no entiende fielmente en su provecho; pues el mismo se ensalza con su afición.

No quieras descubrir todos con palabras el amor que les tienes, sino ruega Dios que él secretamente se lo muestre; porque esta otra manera faltarte ha tiempo para esta significación, y también para el estudio de la compunción.

No te engañes, obrero loco, pensando que puedes reparar la perdida de un tiempo con otro; porque no basta el día de hoy para descargar perfectamente las deudas de hoy. Muy bien dijo un sabio que no se podía vivir un día bien vivido, sino pensando que es el postrero. Y los que mas es de maravillar, aun hasta los Gentiles sintieron que la suma de toda la filosofía era la meditación y ejercicio de la muerte.


[63]Psalm. 101



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