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"A MIS SACERDOTES" DE CONCEPCIÓN CABRERA DE ARMIDA. CAP. CXIV: EL ESPÍRITU SANTO Y JESÚS.

Mensajes de Nuestro Señor Jesucristo a sus hijos predilectos.


CXIV

EL ESPÍRITU SANTO Y JESÚS



"Si soy Yo la Promesa del Padre, el Espíritu Santo es mi Promesa, mi Impetración al Padre en favor de mi Iglesia y de la humanidad entera, la Condescendencia del Padre, es decir del Amor.

Es el Espíritu Santo para el hombre el fruto de mi oración, de mi ardiente plegaria; es de Dios-hombre, la mayor de mis ternuras en favor del mundo, y sobre todo, de mis sacerdotes.

Yo imploraré para ellos muy principalmente ese Espíritu santificador que es Luz increada, para que ilumine a mi amada Iglesia y la santifique.

Sin el Espíritu Santo no podría existir la Iglesia, y por tanto, ni mis sacerdotes, y hubiera quedado trunca mi Rendención.  Pero, como eternamente estaba esa Iglesia concebida y realizada en la mente de la Trinidad, eternamente también ya el Espíritu Santo era el señalado por el Padre para regirla.

¿Qué haría la Iglesia sin el Espíritu Santo?  No existiría, repito; pero el infinito amor de Dios para el hombre ya enviaba sobre las almas sacerdotales a ese Espíritu vivificador y transformador.  Porque en donde toca el Espíritu Santo, ahí me deja a Mi, deja el fecundo germen de la gracia transformante, que sólo puede venir por el Espíritu Santo.

¿No ven que Yo, en cuanto hombre, soy una obra predilecta en donde ese divino Espíritu tiene sus complacencias?

El gozo del Espíritu Santo es Jesús Encarnado, Jesús Redentor, Salvador, Remunerador y Glorificador. Yo soy su gloria, su dicha, su triunfo contra Satanás.

Cuando proyectó su Sombra fecunda y purísima en el seno también purísimo de María, ya sabía Él que Yo sería el fruto santísimo de esa fecundación potente y divina que procedía del Padre.  Ya se gozaba el Espíritu Santo en esa Flor, en ese Fruto bendito, en Jesús, en quien se recreó eternamente, y la contemplaba como Obra suya, y adornada mi alma creada con todos los carismas de la Trinidad.

Nadie puede comprender, sino Dios en su Trinidad de Personas y en su unidad de substancia, el plan infinito y especial en el que se regocijaba el Espíritu Santo al obrar en María la Encarnación del Divino Verbo.  Yo, en cuanto Hombre, soy su gloria, y se regocija en presentarme al Padre como al gran trofeo de su amor, como el reflejo de sus perfecciones infinitas, dotado de incalculables gracias, y se deleitaba en esa su Obra salvadora y glorificadora.

¿Quién me inspiró la muerte de Cruz? El Espíritu Santo ¿Quién, sino el que es Amor, podía eternizar el amor mientras hubiera Iglesia y mundo en una hostia consagrada?

¿Quién fue mi constante inspirador, en cuanto hombre?

Si mi Padre engendró en su Seno a la Iglesia amada, el Espíritu Santo, tomando en Mí lo que era suyo, formó y asentó la Iglesia en la tierra sobre las bases redentoras.  Por eso la Iglesia es amor, esparce amor, infunde amor, y sus leyes y todas sus enseñanzas son de amor, de puro amor.

Hizo el Espíritu Santo que la Iglesia tuviera por base inconmovible, en San Pedro y en sus Vicarios, el amor, y sólo el amor:  porque este cimiento de amor, en el que campea el Espíritu Santo, es el solo firme y el único que puede resistir los empujes satánicos.  El divino Amor jamas se conmueve, jamás se cansa, jamás cambia y es el que perdura hasta el fin de los siglos en la Iglesia militante, para continuar eternamente en la Iglesia triunfante.

Lo que Dios hace no lo destruye y lo que el Espíritu Santo fecunda es eterno.

Pues, ¿que cosa es la base de la transformación de los sacerdotes en Mí? El amor. Y ¿quien el el Amor sino el Espíritu Santo?

Yo soy el amor como Dios y soy amor como Hombre, pero tanto como Dios como en cuanto Hombre, ¿quién es en Mí el eterno e infinito amor, la infinita dilección en el seno del Padre, sino la Persona del Amor, ese Nimbo de Luz y de fruición amorosa, el supremo y único Amor, de donde se derivan todos los santos amores, el Espíritu Santo?

Y en cuanto Hombre, ¿quién me hizo Jesús-amor, en el seno de María, sino la eterna proyección del amor, la Sombra fecunda del Amor, el Espíritu Santo?

Yo más que nadie, en cuanto hombre, vivo unido con ese Espíritu de amor que forma el éxtasis de la Trinidad Beatísima, cuyo papel, entre el Padre y el Hijo, es el de la sempiterna alegría del amor, lo que nos unifica, lo santo, sublime y perfecto de la unidad.

El Espíritu Santo, a pesar de proceder del Padre y del Hijo, es el dulcísimo nudo que estrecha y que forma la unidad en la Trinidad.

¡Oh, si Yo los asomara a esos abismos profundos e insondables de la unidad, se convencerían de esta verdad, deliciosa y santa para la Trinidad, la de que el Espíritu Santo forma la unidad; eternamente nace de Él y la perpetúa, y El mismo es UNIDAD, precisamente porque es Amor, y la unidad es  Amor.

Mi Humanidad --por la unión hipostática de mis dos naturalezas en una sola Persona divina-- no desdoró, por decirlo así, a la Divinidad con su contacto íntimo e inseparable.

Y Yo, Dios-Hombre, sigo siendo un solo Dios con el Padre y con el Espíritu Santo; y mi humanidad, divina también por su contacto con la Divinidad, es el trofeo del Espíritu Santo, la Victoria del Padre, y un constante recuerdo, si puede decirse, de todo el Sacerdocio en Mí, de toda la humanidad en Mí.

El Cristo era Dios en la tierra, y en Mí no había nada que no fuera divino. Caridad infinita, rebosamiento excesivo de  amor, fue la Encarnación del Divino Verbo: pero, al tomar carne en María fui siempre Dios, y ahora , divinizada mi Carne, como lo fue en la tierra por el amor y el dolor, no dejo de ser Dios.

Yo soy amor, todo amor en mi Cuerpo, en mi Alma, en mi Divinidad; porque mi Espíritu en la tierra fue el Espíritu Santo-Amor, que me transmite (en cuanto hombre) su substancia de amor, que unifica a la Trinidad por el amor.

Si mis sacerdotes quieren transformarse en Mí, el gran transformador, el único que transforma, purifica y santifica es el Espíritu Santo.

El más rápido y seguro modo de transformarse en Mí es copiarme; pero este boceto, este ideal sólo puede realizarlo el Espíritu Santo.  Y ¿saben cómo?
Por la unidad en la Trinidad.

Como sé que este es el único medio para la transformación de los sacerdotes en Mí, antes de subir al cielo, prometí lo más grande y amado que podía prometer a mi Iglesia, y fue el enviarle al Espíritu Santo, rogando al Padre que se derramara, por ese Santo Espíritu, en fecundaciones divinas: es decir, en vocaciones sacerdotales engendradas en al amor, nacidas por el amor y transformadas para la gloria de Dios en el mismo AMOR".





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