FRASES PARA SACERDOTES

"TODO LO QUE EL SACERDOTE VISTE, TIENE UNA BATALLA ESPIRITUAL". De: Marino Restrepo.

Una misa de campaña en medio de las bombas


Al césar lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. Así como este Santo sacerdote quiero decir que primero sirvamos a Dios y después, a los hombres.

"A MIS SACERDOTES" DE CONCEPCIÓN CABRERA DE ARMIDA. CAP: XLI: La Sombra del Padre.

MENSAJES DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO 
A SUS HIJOS LOS PREDILECTOS 

(De Concepción Cabrera de Armida) 

XLI


LA SOMBRA DEL PADRE 

La fecundidad del Padre es de tal potencia y naturaleza divina que bastó su Sombra para engendrar en Sí mismo al Verbo en todo igual a Él, con todas sus infinitas perfecciones; las cuales comunicó también al Espíritu Santo, que procede del Padre y del Verbo. Por esto mismo bastó en María la fecunda Sombra del Espíritu Santo, fecundidad que procedía del Padre Virgen, para engendrar en María al Verbo hecho hombre, Virgen también en sus dos naturalezas, divina y humana. Esa Sombra creadora del Padre, reflejándose en Sí mismo, engendró a la Iglesia y a sus sacerdotes eternamente, y les comunicó lo que es Él, divinidad, fecundidad y caridad sin límites. 

Esa misma Sombra fecunda del Padre se extiende a los altares para multiplicar (sin salir de su unidad fecunda) al Verbo humanado, en cada hostia y partícula consagrada. Lo multiplica, digo, en su unidad –no la sustancia divina, una, ni las naturalezas divina y humana encerradas en la unidad- sino las especies que, fecundadas en su principio por el Padre y transformada su sustancia por el poder conferido al sacerdote en las palabras de la transubstanciación, encierran vivo y latente en la Eucaristía, mi Cuerpo, mi Sangre, mi Alma y mi Divinidad, una con la del Padre y la del Espíritu Santo. 

Pero todo lo que existe y existirá viene y procede de la fecundidad infinita del Padre Virgen, de su unidad en la Trinidad Virgen, eterna y sin principio. 

Dios es por Sí mismo Dios, y siente en Sí mismo como la necesidad, en su naturaleza divina, de darse y comunicarse; desde luego a las divinas Personas en una sola esencia, y de difundirse luego en las creaciones del orden natural y sobrenatural. Su primer pensamiento por decirlo así, su primera Sombra, la proyectó en Sí mismo, engendrando al Verbo, y en su Verbo a todas las cosas creadas o por crear. En el Verbo tiene sus delicias, su recreo, su complacencia; su todo; y si ama el Padre a los hombres, es por su Verbo; y si ama a la Iglesia, a los sacerdotes y a todas las almas, es por su Verbo, es por la Sombra fecunda de Él mismo; porque en el Verbo y el Espíritu Santo se mira Él. 

¿Quién piensa en la fecunda Sombra del Padre engendrando eterna y constantemente a su Verbo, y en Él y por Él, almas y vidas , en el orden divino y humano, en la unidad fecunda de la Trinidad? ¿Quién agradece esa Sombra fecunda que produce gracia y que comunica los méritos de su Cristo para la salvación de las almas y para más cielo? 

Basta la Sombra divina y fecunda del Padre para producir cielo; basta un solo querer del Padre para herir con la gracia fecunda de su poder infinito almas y corazones, no solo por la potencia fecunda de que está llena su mirada, sino porque en Dios su Sombra es divina, su mirada es divina, su Ser es divino, uno con la Trinidad. 

El Padre con su Potencia infinita no puede, por decirlo así, estas ocioso o sin difundirse; ya en Sí mismo, en su unidad en la Trinidad; ya en las almas por su Iglesia por el Espíritu Santo en ella. 

Quiero que mis sacerdotes tengan en cuenta esta Sombra fecunda del Padre que los envuelve desde la eternidad, para comunicarles el germen santo de la fecundidad santa y virginal de la Trinidad. En Dios todo es Dios y su Sombra no refleja a Dios, sino que es Él mismo, en razón de su unidad; porque la sombra es algo de uno mismo; y en Dios todo lo que procede de Él no lleva algo de Él, sino que es Él. 

Y si los sacerdotes los ha envuelto en su Sombra de toda la eternidad, tienen que reproducirlo en sí mismos, recibiendo lo divino, divinizándose. Que piensen Sombra de luz, es pureza, es candidez, es divina fecundidad, que esa Sombra es Dios, que los ama con toda la ternura del Espíritu Santo y que siempre los mira. Que no manchen esa Sombra bendita de luz; que no contristen esa mirada divina que debe siempre complacerse en ellos, que busca amorosa en todos sus Obispos y sacerdotes la transformación en Mí para derramarles el Espíritu Santo, y con El los dones y las gracias para su santificación y la de muchas almas. 

Que piensen los sacerdotes en esa mirada fecunda del Padre que los distingue; que agradezcan esa Sombra del Padre que los envuelve, no solo en su imagen santísima, sino en Dios mismo. Que no rasguen ese velo de amor divino que los envuelve; que vivan a la sombra de esa Sombra del Espíritu Santo que aleja a Satanás y que los eleva de lo terreno a lo divino. 

En cada sacerdote se proyecta la Sombra creadora y santificadora del Padre por medio del Espíritu Santo. En cada sacerdote se posa la mirada del Padre queriendo absorber en Él todas las miradas del sacerdote, puras, todo su ser santificado y transformado en Mí. 

Esa misma Sombra que hizo a María concebir al Verbo hecho carne en sus purísimas entrañas, envuelve al sacerdote en cada Misa en la que renueva la Encarnación del Verbo, su pasión y muerte. Y muchos sacerdotes no se dan cuenta de esa Sombra divina del Padre que desciende sobre ellos en cada Misa; esa Sombra de luz del que es Luz con la que, fecundando las especies, hace germinar en cada hostia al Verbo divino Encarnado. 

Que piensen en esa Sombra fecunda de pureza, de luz, de divinidad, de blancura, de cielo, en la que viven los sacerdotes al consagrar, envueltos en esplendores de cielo. Con estos pensamientos que son una realidad feliz, los sacerdotes se enfervorizarán al ver como toda la Trinidad en su unidad los distingue y se les comunica. Y ellos tienen el sagrado deber de recibir, humillados y agradecidos, estas gracias de infinita predilección, de santa fecundidad que deben derivarse de ellos a las almas, y no dejar estériles estos reflejos del Padre en donde está el mismo Dios. 

Las encarnaciones místicas vienen también de esta Sombra divina, tan poco meditada y agradecida; de la mirada fecunda del Padre que al posarse de esa manera sacerdotal en alma, comunica a su Verbo –lo único que El puede comunicar- por ser como Él una sola Divinidad. 

Como en María se vale, por decirlo así, del Espíritu Santo; pero la Sombra que proyecta el Espíritu Santo en el alma es la Sombra del Padre, Sombra de Luz, de Sabiduría, de Pureza; Sombra fecunda que engendra al Verbo, en cierta manera, en las almas; que refleja, para complacencia del Padre, la Encarnación en María; que reproduce, en cierto modo, el Misterio deleitable para el Padre de la Encarnación real en María. Ama tanto el Padre este Misterio de amor que le encanta reflejarlo, realizarlo místicamente en algunas almas, aunque pocas, para recrearse en él, y para bien de muchos! Hace con esto un canal de gracias para el mundo, al comunicar fecundidad purísima que engendra almas para el cielo. 

Los sacerdotes reciben en las Misas, como dije, esta gracia de la fecundidad del Padre, y por eso las misas tienen valor infinito, porque baja el Verbo al altar y transforma al sacerdote en Mí mismo; por eso lo mira el Padre, le sonríe el Padre, lo envuelve el Padre con su luminosa Sombra fecunda que produce al Verbo; por eso concede gracias, y también por eso mismo, el Padre es ofendido vilísimamente –y por Mí mismo, en cuanto que el sacerdote esta transformado en Mí- y casi infinitamente, cuando consagra un sacerdote indigno de ser envuelto en aquella Sombra, de ser mirado con complacencia divina, obligándome a Mí mismo, UNO con el Padre, ¡a ofender al Padre!... 

¡Crimen es éste que solo la gran misericordia de Dios perdona; ofensa que es esta que solo Yo, el Cordero inmaculado, puedo redimir y borrar! 

Que piensen, que se penetren seriamente y profundamente mis sacerdotes de estos pensamientos de la Sombra del Padre, de la mirada del Padre, de la Sombra del Espíritu Santo por el Padre, de la ternura incomparable de la Trinidad. Y que los culpables se arrepientan, y que los buenos se enfervoricen para su bien, para el bien de mi Iglesia y para la gloria de mi Padre, que no puede darles más, porque les ha dado a Mí mismo, su Verbo, por el Espíritu Santo. 

Ya no más pecados ni ingratitudes en los míos; que reaccionen, si me aman, y que sean por fin una cosa Conmigo en la unidad de la Trinidad”.

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