FRASES PARA SACERDOTES

"TODO LO QUE EL SACERDOTE VISTE, TIENE UNA BATALLA ESPIRITUAL". De: Marino Restrepo.

Una misa de campaña en medio de las bombas


Al césar lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. Así como este Santo sacerdote quiero decir que primero sirvamos a Dios y después, a los hombres.

"CAMINAR CON LOS PADRES DE LA IGLESIA" - ENTREGA 5




Lecturas espirituales para el crecimiento en la fe

Con notas biográficas, comentarios de textos, índice de autores y tabla de lecturas para tiempos litúrgicos.

A los Delegados de la Palabra de Dios, catequistas, coordinadores y líderes comunitarios católicos de Nicaragua.

Equipo Teyocoyani
Acción Ecuménica para la Capacitación y Reflexión Teológica.
De la Rotonda de Metrocentro 150 mts. abajo
Teléfono 2786438 e-mail: teyocoya@tmx.com.ni

Diagramación: Elida Herrera

Ilustraciones: Hermanitas de Jesús

Con licencia eclesiástica
de Mons. David Zywiec O.F.M. Cap.




3. Volver a Dios el corazón


Por la fe conocemos a Dios

De las Instrucciones de San Columbano, abad
Lectura bíblica: Is 40, 21-31; Sab 11, 21 – 12, 1.
San Columbano (ver p. 27)


Comentario

Dios mismo ha salido de sí para comunicársenos en su amor y de nosotros espera como respuesta la fe. El verdadero conocimiento de Dios consiste en volver hacia Él nuestro corazón para vivir según sus mandatos. Tan sólo viviendo según Dios conoceremos a Dios con todo nuestro ser. Dios está en todas partes, es inmenso y está cerca de todos, según atestigua de sí mismo: Yo soy -dice- un Dios cercano, no lejano. El Dios que buscamos no está lejos de nosotros, ya que está dentro de nosotros, si somos dignos de esta presencia. Habita en nosotros como el alma en el cuerpo, a condición de que seamos miembros sanos de él, de que estemos muertos al pecado. Entonces habita verdaderamente en nosotros aquel que ha dicho: Habitaré en medio de ellos y andaré entre ellos. Si somos dignos de que él esté en nosotros, entonces somos realmente vivificados por él, como miembros vivos suyos: Pues en él - como dice el Apóstol- vivimos, nos movemos y existimos. ¿Quién, me pregunto, será capaz de penetrar en el conocimiento del Altísimo, si tenemos en cuenta lo indecible e incomprensible de su ser? ¿Quién podrá investigar las profundidades de Dios? ¿Quién podrá gloriarse de conocer al Dios infinito que todo lo llena y todo lo rodea, que todo lo penetra y todo lo supera, que todo lo abarca y todo lo trasciende? A Dios ningún hombre vio ni puede ver. Nadie, pues, tenga la arrogancia de preguntarse sobre lo indescifrable de Dios, qué fue, cómo fue, quién fue. Éstas son cosas inexpresables, inescrutables, impenetrables; limítate a creer con sencillez, pero con firmeza, que Dios es y será tal cual fue, porque no cambia.


¿Quién es, por tanto, Dios? El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son un solo Dios. No intentes averiguar más acerca de Dios; porque los que quieren saber las profundidades sin fondo deben antes considerar las cosas de la naturaleza. En efecto, el conocimiento de la Trinidad divina se compara, con razón, a la profundidad del mar, según aquella expresión del Eclesiastés: Profundo quedó lo que estaba profundo: ¿quién lo alcanzará?

Porque, del mismo modo que la profundidad del mar es impenetrable a nuestros ojos, así también la divinidad de la Trinidad escapa a nuestra comprensión. Y por esto, insisto, si alguno se empeña en saber lo que debe creer, no piense que lo entenderá mejor haciendo sabias reflexiones que creyendo; al contrario, al ser buscado, el conocimiento de la divinidad se alejará más aún que antes de aquel que pretenda conseguirlo.

Busca, pues, el conocimiento supremo, no con alegatos ni discusiones, sino con la perfección de una buena conducta; no con palabras, sino con la fe que procede de un corazón sencillo y que no es fruto de una argumentación basada en una sabiduría irreverente. Por tanto, si buscas mediante el discurso de tu inteligencia al que es indecible, estará lejos de ti, más de lo que estaba; pero, si lo buscas mediante la fe, la sabiduría estará a la puerta, que es donde tiene su morada, y allí será contemplada, en parte por lo menos. Y también podemos realmente alcanzarla un poco cuando creemos en aquel que es invisible, sin comprenderlo; porque Dios ha de ser creído tal cual es, invisible, aunque el corazón puro pueda, en parte, contemplarlo.



¡Tarde te amé, Hermosura tan antigua y tan nueva!

De las Confesiones de San Agustín, obispo
Lectura bíblica: Sab 13, 1- 5; Rom 7, 14- 25
San Agustín (ver p. 35)

Comentario

Captan entre nosotros la atención tantos relatos de conversiones escuchados en programas radiales y asambleas cristianas, centrados por lo general más en las sombras supuestamente abandonadas que en el descubrimiento del propio Dios. No sucede así en esta maravillosa página de las Confesiones de San Agustín, cuyo tema es precisamente la novedad interior experimentada en el encuentro con Dios. Señor, ¿dónde te hallé para conocerte (porque ciertamente no estabas en mi memoria antes que te conociese), dónde te hallé, pues, para conocerte, sino en ti mismo, lo cual estaba muy por encima de mis fuerzas? Pero esto fue independientemente de todo lugar, pues nos apartamos y nos acercamos, y, no obstante, esto se lleva a cabo sin importar el lugar. ¡Oh Verdad!, tú presides en todas partes a todos los que te consultan y, a un mismo tiempo, respondes a todos los que te interrogan sobre las cosas más diversas. Tú respondes claramente, pero no todos te escuchan con claridad. Todos te consultan sobre lo que quieren, mas no todos oyen siempre lo que quieren. Excelente servidor tuyo es el que no atiende tanto a oír de ti lo que él quisiera, cuanto a querer aquello que de ti escuchare.

¡Tarde te amé, Hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Y tú estabas dentro de mí y yo afuera, y así por fuera te buscaba; y, deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste. Tú estabas conmigo, mas yo no estaba contigo. Me retenían lejos de ti aquellas cosas que, si no estuviesen en ti, no existirían. Me llamaste y clamaste, y quebrantaste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y curaste mi ceguera; exhalaste tu perfume y lo aspiré, y ahora te anhelo; gusté de ti, y ahora siento hambre y sed de ti; me tocaste, y deseé con ansia la paz que procede de ti.

Cuando yo me apegue a ti con todo mi ser, ya no habrá más dolor ni trabajo para mí, y mi vida será realmente viva, llena toda de ti. Tú, al que llenas de ti, lo elevas, mas, como yo aún no me he llenado de ti, soy todavía para mí mismo una carga. Están en lucha mis alegrías, dignas de ser lloradas, con mis tristezas, dignas de ser aplaudidas, y no sé de qué parte está la victoria.

¡Ay de mí, Señor! ¡Ten misericordia de mí! Están en lucha también mis tristezas malas con mis gozos buenos: y no sé a quién se ha de inclinar el triunfo. ¡Ay de mí, Señor! ¡Ten misericordia de mí! Yo no te oculto mis llagas. Tú eres médico, y yo estoy enfermo; tú eres misericordioso, y yo estoy necesitado.

¿Acaso no está el hombre en la tierra cumpliendo un servicio militar? ¿Quién hay que guste de las molestias y trabajos? Tú mandas aguantarlos, no amarlos. Nadie ama lo que aguanta, aunque ame el aguantarlo. Porque, aunque goce en aguantarlo, más quisiera, sin embargo, que no hubiese nada que aguantar. En las cosas adversas deseo las prósperas, en las cosas prósperas temo las adversas. ¿Qué lugar intermedio hay entre estas cosas, en el que la vida humana no sea una lucha? ¡Ay de las prosperidades del mundo, pues están continuamente amenazadas por el temor de que sobrevenga la adversidad y desaparezca la alegría! ¡Ay de las adversidades del mundo, una, dos y tres veces, pues están continuamente aguijoneadas por el deseo de la prosperidad, siendo dura la misma adversidad y poniendo en peligro la paciencia! ¿Acaso no está el hombre en la tierra cumpliendo sin interrupción un servicio militar? Pero toda mi esperanza descansa sólo en tu muy grande misericordia. ¡Dame lo que me pides y pídeme lo que quieras!



Te deseo, Dios mío y busco tu rostro

Del libro Proslogion de San Anselmo, obispo
Lectura bíblica: Mt 6, 5- 8; Sal 130
San Anselmo (1033-1109)

Nacido en Aosta al norte de Italia, desde jovencito se sintió atraído por la vida de los monjes benedictinos. Su madre pertenecía a una rica familia terrateniente y su padre tenía ambiciones políticas para él, pero cuando las aspiraciones del joven chocaron con la dura oposición de su padre, en 1057 abandonó la casa paterna y partió hacia Francia. Allí se formó como monje benedictino. Su educación fue esmerada y aprendió a utilizar el latín con precisión y claridad; se distinguía por una notable inteligencia y una profunda piedad. Durante sus años en Francia, San Anselmo publicó obras teológicas que marcarían el rumbo del pensamiento católico posterior y cuyo lema era: “la fe en busca de entendimiento”. Nombrado arzobispo de la ciudad inglesa de Canterburgo en 1093, enfrentó
serios conflictos con el rey Guillermo II y su sucesor, por defender a viento y marea la independencia de la Iglesia en los nombramientos episcopales. La mayor parte de su tiempo como arzobispo lo pasó por eso exiliado en Roma, donde influyó en el concilio de Bari (1098). Un acuerdo de última hora le permitió regresar a su diócesis y vivir en paz los dos últimos años de su vida.

Comentario

El ruido que por todas partes hoy nos rodea nos impide el encuentro con nosotros mismos en el silencio. Al perder el contacto con nuestra propia profundidad, nos volvemos incapaces de entrar en sintonía con Dios. Buscar el rostro vivo de Dios requiere penetrar en nuestro propio recinto interior, pues tan sólo en ese encuentro íntimo de corazón a corazón podremos alcanzar el sentido pleno de nuestra vida. El texto implora la gracia de conocer a Dios, sabiendo que por nuestras propias fuerzas seríamos incapaces de alcanzarlo.

Deja un momento tus ocupaciones habituales, contempla tu pequeñez, entra un instante en ti mismo, apartándote del tumulto de tus pensamientos. Arroja lejos de ti las preocupaciones agobiantes y aparta de ti las inquietudes que te oprimen. Reposa en Dios un momento, descansa siquiera un momento en él.

Entra en lo más profundo de tu alma, aparta de ti todo, excepto Dios y lo que puede ayudarte a alcanzarlo; cierra la puerta de tu habitación y búscalo en el silencio. Di con todas tus fuerzas, di al Señor: «Busco tu rostro; tu rostro busco, Señor.»

Y ahora, Señor y Dios mío, enséñame dónde y cómo tengo que buscarte, dónde y cómo te encontraré. Si no estás en mí, Señor, si estás ausente, ¿dónde te buscaré? Si estás en todas partes, ¿por qué no te veo aquí presente? Es cierto que tú habitas en una luz inalcanzable, ¿pero dónde está esa luz inalcanzable?, ¿cómo me aproximaré a ella?, ¿quién me guiará y me introducirá en esa luz para que en ella te con- temple? ¿Bajo qué signos, bajo qué aspecto te buscaré? Nunca te he visto, Señor y Dios mío, no conozco tu rostro. Dios altísimo, ¿qué hará este desterrado, lejos de ti?, ¿qué hará este servidor tuyo, sediento de tu amor, que se encuentra alejado de ti? Desea verte y tu rostro está muy lejos de él. Anhela acercarse a ti y tu morada es inalcanzable. Arde en deseos de encontrarte e ignora dónde vives. No suspira más que por ti y jamás ha visto tu rostro.

Señor, tú eres mi Dios, tú eres mi Señor y nunca te he visto. Tú me creaste y me redimiste, tú me has dado todos los bienes que poseo, y aún no te conozco. He sido creado para verte, y todavía no he podido alcanzar el fin para el cual fui creado.

Y tú, Señor, ¿hasta cuándo nos olvidarás, hasta cuándo dejarás de apartar tu rostro? ¿Cuándo volverás tu mirada hacia nosotros? ¿Cuándo nos escucharás? ¿Cuándo iluminarás nuestros ojos y nos mostrarás tu rostro? ¿Cuándo harás caso a nuestros deseos?

Míranos, Señor, escúchanos, ilumínanos, muéstrate a nosotros. Llena a plenitud nuestros deseos y seremos felices; sin ti todo es aburrimiento y tristeza. Ten piedad de nuestros trabajos y de los esfuerzos que hacemos por llegar hasta ti, ya que sin ti nada podemos. Enséñame a buscarte, muéstrame tu rostro, porque si tú no me lo enseñas no puedo buscarte. No puedo encontrarte si tú no te haces presente. Te buscaré deseándote, te desearé buscándote; amándote te encontraré, encontrándote te amaré.


No hay comentarios:

Publicar un comentario

EL HOMBRE DEBERÍA TEMBLAR

EL HOMBRE DEBERÍA TEMBLAR
San Francisco de Asís