FRASES PARA SACERDOTES

"TODO LO QUE EL SACERDOTE VISTE, TIENE UNA BATALLA ESPIRITUAL". De: Marino Restrepo.

Una misa de campaña en medio de las bombas


Al césar lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. Así como este Santo sacerdote quiero decir que primero sirvamos a Dios y después, a los hombres.

LA ESCALA ESPIRITUAL SAN CLÍMACO - PARTE 26


"LA ESCALERA DEL DIVINO ASCENSO"
DE SAN JUAN CLÍMACO




"Escala al Paraíso"
(Scala Paradisi, o Escala Espiritual)
Juan Clímaco.

Basada en la edición del Obispo Alejandro (Mileant)
Corrección e introducción: Rolando Castillo



Vigésimo octavo Escalón: de la Oración


1. La oración es, en cuanto a su naturaleza, la conversación y la unión del hombre con Dios y, en cuanto a su eficacia, la madre y también la hija de las lágrimas, la propiciación para los pecados, un puente elevado por encima de las tentaciones, una muralla contra las tribulaciones, la extinción de las guerras, la obra de los ángeles, el alimento de todos los seres incorpóreos, la alegría futura, la actividad que no cesa jamás, la fuente de las gracias, el proveedor de los carismas, el progreso invisible, el alimento del alma, la iluminación del espíritu, el hada que cercena la desesperación, el destierro de la tristeza, la riqueza de los monjes, el tesoro de los hesicastas, la reducción de la cólera, el espejo del progreso, la manifestación de nuestra medida, la prueba del estado de nuestra alma, la revelación de las cosas futuras, el anuncio seguro de la gloria. Para el que reza verdaderamente, la oración es la corte de la justicia, la sala del juicio y el tribunal del Señor antes del juicio futuro.

2. Levantémonos y escuchemos lo que nos grita en voz alta esta santa reina de todas las virtudes: "Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados y yo os daré descanso. Tomad sobre vosotros mi yugo y aprended de mí que soy manso y humilde de corazón y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera" (Mt 11:28-30). Es un remedio soberano para los grandes pecados.

3. Si queremos permanecer ante nuestro rey y nuestro Dios y conversar con Él, no podemos ponernos en camino sin preparación, pues si nos ve, desde lejos, desprovistos de las almas y de las vestimentas que convienen a los que permanecen ante Él, ordenará a sus servidores y a sus esclavos que nos carguen de cadenas, nos lleven lejos de su presencia, rompan nuestros petitorios y nos los arrojen a la cara.

4. Cuando vayas a presentarte ante el Señor, la túnica de tu alma debe estar totalmente tejida con el hilo de la ausencia de rencor. De otra manera, no obtendrás ningún beneficio de la oración.

5. La tela de tu oración debe ser de un solo color. El publicano y el hijo pródigo se reconciliaron con Dios a través de una sola palabra.

6. Permanecer ante Dios es común a todos los que rezan; pero la oración presenta muchas variedades. Algunos se dirigen a Dios como a un amigo y a un maestro, ofreciéndole sus alabanzas y sus súplicas, no para ellos, sino para otros. Algunos piden un acrecentamiento de riqueza espiritual, de gloria y de confianza filial. Algunos le suplican que los libre completamente de su adversario. Otros, que les sea otorgado algún favor y otros piden ser liberados de toda preocupación con respecto a sus faltas. Algunos piden la liberación de la prisión, el perdón de sus crímenes.

7. Escribamos, en el pergamino de nuestra oración, antes que cualquier otra cosa, la acción de gracias sincera. En segundo lugar, la confesión de nuestras faltas y una contrición del alma sentida profundamente. Luego, presentemos nuestra demanda al Rey del Universo. Es la mejor manera de rezar, como se lo reveló un ángel del Señor a uno de nuestros hermanos.

8. Si has tenido que comparecer ante un juez terrenal, no necesitas otro modelo para tu actitud ante la oración. Pero si jamás has sido juzgado o si no has asistido al proceso de otros acusados, instrúyete, en todo caso, acerca de cómo los enfermos que van a ser amputados o cauterizados imploran a los cirujanos.

9. Cuando reces, no busques palabras complicadas, pues el simple balbuceo, sin variedad, de los niños, ha tocado a menudo al Padre de los cielos.

10. No hables demasiado cuando reces, para que tu espíritu no se distraiga buscando palabras. Una sola palabra del publicano apaciguó a Dios y un solo grito de fe salvó al ladrón. La locuacidad en la oración dispersa al espíritu y lo llena de imágenes, mientras que la repetición de una misma palabra le permite concentrarse.

11. Si una palabra de tu oración te llena de dulzura o de compunción, permanece en ella, pues nuestro ángel guardián está allí, rezando con nosotros.

12. No confíes demasiado, si crees que has adquirido cierta pureza; acércate mejor con profunda humildad y recibirás una confianza todavía más grande.

13. Reza por el perdón de tus pecados, incluso si has trepado toda la escala de las virtudes. Escucha lo que dice Pablo, al hablar de los pecadores: "El primero de ellos soy yo" (1 Tm 1:5).

14. El aceite y la sal sazonan la comida; la templanza y las lágrimas dan alas a la oración.

15. Si estás revestido de dulzura y libre de todo enojo, no penarás mucho para librar tu espíritu de su cautiverio.

16. Mientras no adquiramos la oración verdadera, nos pareceremos a aquellos niños que comienzan a caminar.

17. Esfuérzate para elevar tu pensamiento o mejor para encerrarlo en las palabras de tu oración; y si, a causa de su estado infantil, se debilita y cae, condúcela allí de nuevo. La inestabilidad es característica del intelecto, pero Dios tiene el poder de volver todo estable. Si perseveras infatigablemente en este combate, Aquel que puso los límites al mar de tu intelecto vendrá y te dirá durante tu oración: "Llegarás hasta aquí, no más allá" (Jb 38:1). El espíritu no puede estar encadenado; pero todo está sometido al Creador del espíritu.

18. Si has contemplado como se debe al sol, también podrás conversar con él como conviene. Si no, ¿cómo puedes relacionarte sin mentiras con aquel que no has visto?

19. El comienzo de la oración consiste en rechazar por medio de una sola palabra los pensamientos en el mismo momento en que se presentan. El estado intermedio consiste en mantener nuestro pensamiento en lo que decimos o pensamos. Y su perfección es el éxtasis en el Señor.

20. La exultación que sobreviene en el tiempo de la oración en los que viven en comunidad es una; y otra es la que se produce en los que oran en el hesicasmo. La primera puede estar un poco mezclada con la imaginación pero la segunda está totalmente llena de humildad.

21. Si ejercitas continuamente tu intelecto para que no divague, estará cerca de ti incluso durante las comidas. Pero si vagabundea sin ser detenido, no permanecerá jamás a tu lado.

22. Un gran trabajador de la oración perfecta y sublime dijo: "Prefiero decir cinco palabras con mi mente..." (1 Co 14:9). Pero una oración de tal naturaleza es extraña para las almas que se encuentran todavía en la infancia. Nosotros, que además somos imperfectos, necesitamos no sólo la calidad, sino una cantidad abundante de palabras para nuestra oración; mediante la cantidad se consigue la calidad. Se ha dicho, en efecto: "Él da una oración pura a aquel que reza asiduamente, incluso si su oración está llena de distracciones y es pesada."

23. Una cosa es lo que envicia la oración; otra, lo que la extingue; otra, lo que nos la roba, lo que la vuelve defectuosa. Lo que la envicia es mantenerse ante Dios y dejar que la imaginación forme pensamientos extraños. Lo que la apaga es dejarse cautivar por preocupaciones inútiles. Lo que nos la roba es dejar que nuestro pensamiento divague insensiblemente; lo que la vuelve defectuosa es toda mala sugestión que nos ataca en ese momento.

24. Si no estamos solos en el momento de la oración, adoptemos dentro de nosotros la actitud de la súplica. Si no hay nadie con nosotros que pueda alabarnos, adoptemos incluso exteriormente la actitud del que suplica. Pues en los que son imperfectos, a menudo el intelecto adopta la forma del cuerpo.

25. Para todos, pero especialmente para aquellos que van al Rey para obtener de Él la remisión de sus faltas, es necesaria una inexpresable contrición.

26. Mientras estamos todavía en prisión, escuchemos a Aquel que habló así de Pedro: "Levántate aprisa, y cayeron las cadenas de sus manos," cíñete a la obediencia, aleja de ti tu voluntad y así despojado acércate al Señor en la oración. Entonces recibirás al Dios que gobierna tu alma (cf. Hch 12:).

27. Resucita del amor del mundo y de los placeres, sepárate de las preocupaciones, despoja tu pensamiento, renuncia a tu cuerpo; la oración no es otra cosa que el olvido del mundo visible e invisible. "¿Quién hay para mí en el cielo? Estando contigo no hallo gusto ya en la tierra" (Sal 72:5). No deseo otra cosa que unirme continuamente a ti en una oración sin distracción. Unos desean la riqueza, otros, la gloria, y otros, grandes bienes, pero mi bien es estar junto a Dios; he puesto en el Señor la esperanza de la impasibilidad de mi alma (cf. Sal 72:8).

28. La fe da alas a la oración; sin ella no podemos volar al cielo.

29. Nosotros, que estamos sujetos a las pasiones, recemos al Señor con insistencia; pues todos los impasibles pasaron de la sujeción de las pasiones, a la impasibilidad.

30. El juez no teme a Dios porque es Dios, pero si el alma se convierte en viuda de Él por sus pecados y sus caídas y lo importuna, Él hará justicia de su adversario, el cuerpo, y de los espíritus que combaten contra ella (cf. Lc18:7).

31. Nuestro Dios, pleno de bondad y sabiduría, atrae con su amor a las almas agradecidas, escuchando sus demandas con prontitud; pero a las almas ingratas, como a perros, los deja rezar mucho tiempo ante Él intencionadamente, con hambre y sed de ser escuchados; pues un perro ingrato deja a su benefactor en cuanto ha obtenido su pan.

32. Después de haber perseverado por mucho tiempo en la oración no digas que no has llegado a nada; pues ya has obtenido un resultado. ¿Qué mayor bien, en efecto, que el de unirse al Señor y perseverar sin descanso en esta unión con Él?

33. Un criminal tiene menos temor ante la sentencia de su condena que un hombre que sabe lo que es la oración en el momento de rezar. Por eso, si es sabio, el recuerdo de este temor lo llevará a soportar injurias, a rechazar la cólera, toda preocupación, toda tribulación, toda satisfacción de su apetito, todo pensamiento malo y todo lo que distrae.

34. Prepárate para una oración incesante del alma en los momentos en que te consagras a la oración, y harás rápidos progresos. He visto a algunos que brillaban por su obediencia y que se esforzaban tanto que podían conservar en su intelecto el pensamiento de Dios; en el momento de la oración, podían recoger en seguida su espíritu y derramar torrentes de lágrimas porque estaban preparados de antemano para la santa obediencia.

35. Cuando la salmodia es comunitaria, está acompañada de distracciones y divagaciones; lo que no ocurre si es individual; pero entonces la apatía nos hace la guerra, mientras que en comunidad viene a ayudarnos la emulación.

36. La guerra hace conocer el amor del soldado por su rey; el tiempo y la práctica de la oración revelan el amor que el monje tiene por Dios.

37. Tu oración te hará conocer el estado de tu alma. Los teólogos, en efecto, llaman a la oración el espejo del monje.

38. Quien está realizando cualquier tarea y continúa haciéndolo cuando llega la hora de la oración, es un juguete de los demonios. Pues el objetivo de estos ladrones es cambiamos una actividad por otra.

39. No te niegues cuando alguien te pida que reces por su alma, incluso si no posees la oración; pues, a menudo, la fe del que pide salva al mismo tiempo al que reza por él con contrición.

40. No te enorgullezcas si tu oración por otro es escuchada; pues es su fe la que fue poderosa y eficaz.

41. Todo niño es interrogado cada día infatigablemente por su maestro acerca de lo que le enseñó; de la misma manera, el intelecto es interrogado con razón cada vez que reza, acerca de lo que ha hecho con la fuerza que recibió de Dios. Estemos, pues, atentos.

42. Una vez que hayas rezado con atención, apréstate a combatir los movimientos de cólera. Pues allí quieren conducirnos nuestros enemigos. Debemos practicar todas las virtudes siempre y, sobre todo, dedicarnos a la oración con profundo sentimiento interior. El alma reza con este sentimiento cuando domina su irascibilidad.

43. Lo que se obtuvo por una oración frecuente y prolongada es a prueba del tiempo.

44. Quien ha encontrado al Señor, ya no se propondrá más ese objetivo en su oración pues el propio Espíritu intercede por él en su corazón con gemidos inefables (cf. Rm 8, 26).

45. Durante la oración no admitas ninguna imagen sensible para no caer en el extravío.

46. La certeza íntima de que todas nuestras demandas son escuchadas se nos presenta claramente en la oración. La certeza íntima es la resolución de nuestras dudas. La certeza íntima es una manifestación indudable de lo que no es manifiesto.

47. Debes ser extremadamente misericordioso, tú que te dedicas a la oración. Pues en la oración los monjes recibirán cien por uno; el resto, lo tendrán en la vida eterna (cf. Mt 19, 29).

48. Cuando el fuego reside en el corazón, resucita la oración y cuando ésta se despierte y suba al cielo, descenderá el fuego en el cenáculo del alma (cf. Hch 2, 3).

49. Algunos dicen que la oración es mejor que el recuerdo de la muerte; pero yo alabo a las dos naturalezas en una sola persona.

50. Un excelente caballo, a medida que avanza en la carrera, se enardece y se anima más y más. Por carrera, quiero decir salmodia y por caballo, un intelecto valiente. Él olfatea de lejos el combate (cf. Jb 39:5), se encuentra preparado y se muestra enteramente convencido.

51. Es cruel quitarle el agua de la boca al que tiene sed; pero todavía es más cruel para un alma que reza con compunción, el ser arrancada de esta oración tan deseable antes de que termine completamente.

52. No abandones la oración antes de que hayas visto cesar el fuego y el agua por una disposición divina. Pues quizás no se presente más en toda tu vida una ocasión parecida para obtener la remisión de tus pecados.

53. A veces, quien ha recibido el sabor de la oración mancilla su intelecto al dejar escapar una sola palabra desconsiderada, y cuando regresa inmediatamente a la oración suele ocurrir que no encuentra en ella lo que deseaba.

54. Algunos vigilan asiduamente el corazón y otros hacen que el corazón vigile al intelecto, gobernador y gran sacerdote que ofrece a Cristo sacrificios espirituales. Cuando el fuego santo y celestial viene y permanece en el alma de los primeros, como dice uno de aquellos que fueron denominados teólogos, los quema porque no están perfectamente purificados, en tanto que ilumina a los segundos según la medida de su perfección. Pues el fuego es sólo uno: fuego que consume y luz que ilumina. Por eso, algunos concluyen la oración como si salieran de una hoguera ardiente, y se sienten aliviados de todo lo que es material y de toda mancha mientras que los otros resplandecen y están revestidos con i manto doble: el de la humildad y el de la alegría. Pero los que concluyen la oración sin haber experimentado ninguno de estos dos efectos, rezaron sólo con la boca, por no decir hipócritamente

55. Si un cuerpo ve modificada su propia manera de obrar cuando está en contacto con otro cuerpo, ¿cómo podría permanecer igual el que toca el cuerpo de Dios con manos puras?

56. Vemos que nuestro Rey tan bondadoso, como un rey de la tierra, distribuye sus dones a sus soldados: lo hace él mismo, a través de un amigo, a través de un esclavo o de una manera secreta. Esto siempre se producirá en proporción a la túnica de humildad que llevemos.

57. Un rey de la tierra se sentiría profundamente descontento al ver a un hombre que, en su presencia, da vuelta su rostro y conversa con sus enemigos. De la misma manera, merece la aversión del Señor quien acoge pensamientos impuros en el momento de la oración.

58. Cuando se aproxime el perro, domínalo con tu bastón y, aunque se presente a menudo, no cedas jamás.

59. Pide a través de la aflicción, busca a través de la obediencia y llama a través de la paciencia. Pues quien pide así, recibe; quien busca, encuentra y a quien llama, se le abrirá (cf. Mt 7:8).

60. No multipliques tus intercesiones en la oración por una mujer, para no ser sorprendido

61. No intentes confesar en detalle y tal como son, las faltas carnales, para no tenderte emboscadas a ti mismo.

62. No emplees el tiempo de la oración reflexionando acerca de cosas necesarias o asuntos de orden espiritual, pues perderás la mejor parte.

63. Quien mantiene sin descanso el bastón de la oración, no tropezará. E incluso si cae, su caída no será definitiva. Pues la oración es una piadosa violencia ejercida por Dios (cf. Lc 11:5-8; 18:1-8).

64. No podemos juzgar la utilidad de la oración por las embestidas que nos libran de los demonios y juzgar sus frutos por la derrota del enemigo. "En esto sabré que eres mi amigo: si mi enemigo no lanza más su grito contra mí" (Sal 40:12). "Invoco con todo el corazón," dice el salmista (Sal 118:145), es decir, con la boca, con el alma y con el espíritu. Pues allí donde están dos reunidos, allí está Dios en medio de ellos (cf. Mt 18:20).

65. No todos tienen las mismas necesidades, ni en lo que concierne al cuerpo, ni en lo que concierne al espíritu. Para algunos es conveniente ir más rápidamente; para otros, tomar su tiempo para la salmodia. Los primeros luchan contra las distracciones, los otros, contra la ignorancia.

66. Si hablas al Rey constantemente de tus enemigos, ten confianza cuando te ataquen. No tendrás que penar, pues se retirarán rápidamente por sí mismos. Esos espíritus malvados no quieren verte obtener un premio por los combates que libras contra ellos a través de la oración. Es más, flagelados por tu oración, huirán como del fuego.

67. Ten ánimo y tendrás al propio Dios como maestro de oración. Es imposible aprender a ver por medio de palabras, porque ver es un efecto de la naturaleza. Es completamente imposible también aprender la belleza de la oración a través de la enseñanza de otro. La oración sólo se aprende en la oración y tiene a Dios por maestro, "que enseña al hombre el saber" (Sal 93:10), que otorga el don de la oración a aquel que reza y "guarda los pasos de sus fieles" (Sal 2:9). Amén.


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