DE CATALINA DE GÉNOVA
Al parecer, Santa Catalina no escribió de su mano ninguna de las obras que se le atribuyen, sino que éstas son recopilaciones hechas por amigos y discípulos suyos.
13. Así sucede por lo que se refiere al purgatorio. El alma separada del cuerpo,
cuando no se halla en aquella pureza en la que fue creada, viéndose con tal
impedimento, que no puede quitarse sino por medio del purgatorio, al punto se
arroja en él, y con toda voluntad.
Y si no encontrase tal ordenación capaz de quitarle ese impedimento, en aquel
instante se le formaría un infierno peor de lo que es el purgatorio, viendo ella que
no podía unirse, por aquel impedimento, a Dios, su fin. Este fin le importa tanto
que, en comparación de él, el purgatorio le parece nada, aunque ya se ha dicho
que se parece al infierno.
14. Y todavía he de decir que, según veo, el paraíso no tiene por parte de Dios
ninguna puerta, sino que allí entra quien allí quiere entrar, porque Dios es todo
misericordia, y se vuelve a nosotros con los brazos abiertos para recibirnos en su
gloria.
Y veo también perfectamente que aquella divina esencia es de tal pureza y
claridad, mucho más de lo que el hombre pueda imaginar, que el alma que en sí
tuviera una imperfección que fuera como una mota de polvo, se arrojaría al punto
en mil infiernos, antes de encontrarse ante la presencia divina con aquella mancha
mínima.
Y entendiendo que el purgatorio está precisamente dispuesto para quitar esa
mancha, allí se arrojaría, como ya he dicho, pareciéndole hallar una gran
misericordia, capaz de quitarle ese impedimento.
15. La importancia que tiene el purgatorio es algo que ni lengua humana puede
expresar, ni la mente comprender. Yo veo en él tanta pena como en el infierno. Y
veo, sin embargo, que el alma que se sintiese con tal mancha, lo recibiría como
una misericordia, como ya he dicho, no teniéndolo en nada, en cierto sentido, en
comparación de aquella mancha que le impide unirse a su amor.
Me parece ver que la pena de las almas del purgatorio consiste más en que ven
en sí algo que desagrada a Dios, y que lo han hecho voluntariamente, contra tanta
bondad de Dios, que en cualesquiera otras penas que allí puedan encontrarse. Y
digo esto porque, estando ellas en gracia, ven la verdadera importancia del
impedimento que no les deja acercarse a Dios.
16. Y así me ratifico en esto que he podido comprender incluso en esta vida, la
cual me parece de tanta pobreza que toda visión de aquí abajo, toda palabra, todo
sentimiento, toda imaginación, toda justicia, toda verdad, me parece más mentira
que verdad. Y de cuanto he logrado decir me quedo yo más confusa que
satisfecha. Pero si no me expreso en términos mejores, es porque no los
encuentro.
Todo lo que aquí se ha dicho, en comparación de lo que capta la mente, es nada.
Yo veo una conformidad tan grande de Dios con el alma, que, cuando Él la ve en
aquella pureza en que la creó, le da en cierto modo atractivo un amor fogoso, que
es suficiente para aniquilarla, aunque ella sea inmortal. Y esto hace que el alma de
tal manera se transforme en el Dios suyo, que no parece sino que sea Dios.
Él continuamente la va atrayendo y encendiendo en su fuego, y no le deja ya
nunca, hasta que le haya conducido a aquel su primigenio ser, es decir, a aquella
perfecta pureza en la que fue creada.
17. Cuando el alma, por visión interior, se ve así atraída por Dios con tanto fuego
de amor, que redunda en su mente, se siente toda derretir en el calor de aquel
amor fogoso de su dulce Dios. Y ve que Dios, solamente por puro amor, nunca
deja de atraerla y llevarla a su total perfección.
Cuando el alma ve esto, mostrándoselo Dios con su luz; cuando encuentra en sí
misma aquel impedimento que no le deja seguir aquella atracción, aquella mirada
unitiva que Dios le ha dirigido para atraerla; y cuando, con aquella luz que le hace
ver lo que importa, se ve retardada para poder seguir la fuerza atractiva de aquella
mirada unitiva, se genera en ella la pena que sufren los que están en el purgatorio.
Y no es que hagan consideración de su pena, aunque en realidad sea grandísima,
sino que estiman sobre todo la oposición que en sí encuentran contra la voluntad
de Dios, al que ven claramente encendido de un extremado y puro amor hacia
ellos. Él les atrae tan fuertemente con aquella su mirada unitiva, como si no tuviera
otra cosa que hacer sino esto.
Por eso el alma que esto ve, si hallase otro purgatorio mayor que el purgatorio,
para poder quitarse más pronto aquel impedimento, allí se lanzaría dentro, por el
ímpetu de aquel amor que hace conformes a Dios y al alma.
18. Y veo más todavía. Veo proceder de aquel amor divino hacia el alma ciertos
rayos y fulguraciones ígneas, tan penetrantes y tan fuertes, que parecieran ser
capaces de aniquilar no sólo el cuerpo, sino también el alma, si esto fuera posible.
Dos operaciones realizan estos tales rayos en el alma: primero la purifican, y
segundo la aniquilan.
Sucede en esto como con el oro que, cuanto más lo funden, de mejor calidad
resulta; y tanto podría ser fundido, que llegara a verse aniquilado en toda su
perfección. Éste es el efecto del fuego en las cosas materiales. El alma, en
cambio, no puede ser aniquilada en Dios, pero sí en ella misma; y cuanto más sea
purificada, tanto más viene a ser aniquilada en sí misma, mientras que permanece
en Dios como alma purificada.
El oro, cuando es purificado hasta los veinticuatro quilates, ya después no se
consuma más, por mucho fuego que le apliquen, pues no puede consumarse sino
la imperfección de ese oro. Así es, pues, como obra en el alma el fuego divino.
Dios le aplica tanto fuego, que consuma en ella toda imperfección y la conduce a
la perfección de veinticuatro quilates -cada uno en su grado de perfección-.
Y cuando el alma está purificada, permanece toda en Dios, sin nada propio en sí
misma, ya que la purificación del alma consiste precisamente en la privación de
nosotros en nosotros. Nuestro ser está ya en Dios. El cual, cuando ha conducido a
Sí mismo el alma de este modo purificada, la deja ya impasible, pues no queda ya
en ella nada por consumar.
Y si entonces fuese esta alma purificada mantenida al fuego, no le sería ya
penoso, sino que sólo vendría a ser para ella fuego de divino amor, que le daría
vida eterna, sin contrariedad alguna, como las almas bienaventuradas, pero ya en
esta vida, si esto fuera posible estando en el cuerpo. Aunque no creo que nunca
Dios tenga en la tierra almas que estén así, como no sea para realizar alguna gran
obra divina.
Continua
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