FRASES PARA SACERDOTES

"TODO LO QUE EL SACERDOTE VISTE, TIENE UNA BATALLA ESPIRITUAL". De: Marino Restrepo.

Una misa de campaña en medio de las bombas


Al césar lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. Así como este Santo sacerdote quiero decir que primero sirvamos a Dios y después, a los hombres.

LOS SIETE DOMINGOS DE ¡OH GLORIOSO SAN JOSÉ!


DEVOCIÓN DE LOS SIETE DOMINGOS



Consagrados a honrar los 7 Dolores y Gozos de SAN JOSÉ

Con indulgencia plenaria para cada domingo



PRIMER DOMINGO

La Santa comunión de este día se ofrecerá para dar gracias a San José por los servicios que prestó a Jesús y a María; la indulgencia plenaria se aplicará por las almas del Purgatorio que más amaron a este glorioso Patriarca.


MEDITACIÓN PRIMER DOMINGO

Sobre los dolores y gozos de San José con motivo de la maternidad de María.

1. María y José, fieles a su voto de virginidad vivían como espíritus angélicos en su humilde morada de Nazaret. Sin embargo, Dios había operado en la augusta Virgen la grande obra de su poder y de su amor. El Espíritu Santo había descendido a Ella, y el Hijo del Altísimo se había encarnado en sus virginales entrañas. José ignoraba este misterio. ¡Cuál debió ser su asombre viendo a su esposa inmaculada hacerse madre! Era un fenómeno que él no podía explicarse.

El Cielo le preserva, no obstante, de que formule la más leve sospecha sobre la fidelidad de la Reina de los corazones puros. José, como lo afirma San Agustín, había recibido directamente a María a su salida del templo y la había conducido de la casa de Dios a su propia morada. José, según la expresión de San Pedro Crisóstomo, era el testigo de su inocencia, el guardián de su pudor y el apologista de su virginidad. José, aunque veía que María iba a ser Madre, advertía al mismo tiempo que ella conservaba radiante el destello de la Santa Virginidad, y que el fruto que llevaba en su seno no había alterado en manera alguna su angelical pudor.

Testigo de la pureza de los pensamientos de María, de la santidad de sus afecciones, del recato de sus modales, leía en sus miradas la prueba de su inocencia. Por esto, según opinión de San Juan Crisóstomo, José, no se fijó en las apariencias; prefirió proseguir en María un milagro de la gracia a creer en una debilidad de la naturaleza por parte de una criatura más que angelical.

Además era José muy versado en las Santas Escrituras, las que meditaba continuamente: no podía, pues, ignorar que el Mesías debía nacer de una Virgen, y que había llegado el tiempo en que este misterio iba a cumplirse; y como era testigo de la santidad de María, creyó fácilmente que Ella solo podría ser la Madre del Libertador prometido, en atención a ser la más inmaculada de las vírgenes.

¿Quién soy yo, se decía a sí mismo, según el sentir de un gran número de Padres de la Iglesia, quién soy yo para osar tener cerca de mí, como esposa mía, a la Madre de mi Dios? ¡Cuán lejos estoy de ser bastante puro para vivir con la noble criatura! Ay de mí, Uza cayó herido de muerte por haber llevado con demasiada ligereza la mano sobre el Arca material del viejo Testamento, ¿qué me sucederá a mí si una sola vez faltase yo a la veneración debida a esta Arca de la Nueva Alianza, donde está encerrado el verdadero maná del cielo, y que contiene no solamente la ley sino al Divino Legislador mismo? Tales eran los sentimientos que llenaban el corazón del humilde José contemplando a María.


2. En tanto que José es presa de estas ansiedades, el Señor le envía un ángel para tranquilizarle. Las palabras que le dirige demuestran claramente que la humildad, la desconfianza de sí mismo, el temor reverencial, que es como el pudor del alma han motivado la resolución de este Santo Patriarca. En efecto, el Ángel Gabriel no le acusa, no le responde: al contrario, le tranquiliza y anima. No temáis José, le dice: NOLI TIMERE. Palabras llenas de dulzura que son como una firmeza dada a la virtud medrosa y timorata. Son las mismas palabras que el arcángel había dirigido a María para liberarla de la turbación en que la sumió el anuncia de que iba a ser Madre de Dios, aunque hubiese consagrado su virginidad al Señor: NE TIMEAS, María. Así la misma frase que sirvió para tranquilizar y dar ánimo a María cuyo pudor virginal y tímido había experimentado una turbación grande, sirve también para calmar y confortar la humilde timorata de José.

Pero al decirle que no tema, el ángel se sirve de esta fórmula: José, hijo de David: JOSEPH, FILI DAVID, NOLI TEMERE. Estas palabras están llenas de misterios, dice San Juan Crisóstomo. Gabriel le llama por su nombre para inspirarle confianza, recordándole en su origen la promesa que Dios había hecho a David que el Mesías nacería de su raza, misterio inefable que se cumplía en aquel momento en María, descendiente como él de la tribu de David. San Fulgencio traduce así las palabras del ángel: José: María es vuestra legitima esposa y el Espíritu Santo es el que os ha hecho don de ella, quien ha obrado en su seno el misterio que os llena de temor santo. Pero este espíritu de amor no quiere romper el casto matrimonio que él mismo ha formado. Aun cuando haya hecho infinitamente más precioso el tesoro que os ha dado, no quiere por esto privaros de la dicha de poseerle. Dios, haciendo de María su Madre, no pretende que cese de ser vuestra esposa; al contrario, El la confía a vuestra piedad, a fin de que protejáis su honor y sustentéis a su Divino Hijo.

Las palabras del Ángel llenaron el corazón de José de una alegría inefable. Asegurado por entonces de manera de no poder poner en duda la dignidad incomparable de su santa esposa, su gozo fue tan grande, su contento tan perfecto, tan completo, que hubiera podido decir a Dios como el Rey profeta: “Vuestras consolaciones han regocijado mi alma en proporción a la multitud de mis dolores. De este modo, un solo instante bastóle a Dios para apaciguar esta tempestad que agita el espíritu de José y hace renacer en él la más dulce tranquilidad. Esto sucede siempre en casos análogos, cuando el Alma está sometida a la Voluntad de Dios como debe estarlo. Por vuestra bondad, Señor, decía el Santo hombre Tobías, la calma sigue de cerca a la tempestad, y después de la aflicción y las lágrimas derramáis la alegría en los corazones. ¡Qué poderoso motivo de paciencia y conformidad a la Voluntad del Señor!


EJEMPLO PRIMER DOMINGO

He aquí un hecho referido por autores muy graves y dignos de fe que prueba cuán agradable es a San José la consideración de sus principales dolores y gozos, que es lo que forman la devoción de los SIETE DOMINGOS, y cuán preciosas gracias procura a los que la practican con piedad.

Dos padres franciscanos navegaban por las costas de Flandes, cuando se levantó una horrorosa tempestad que sumergió el buque con trescientos pasajeros que llevaba. La Divina Providencia dispuso que estos religiosos se amparasen en una de las tablas del buque sobre la cual se sostuvieron entre la vida y la muerte durante tres días, teniendo siempre el abismo debajo de ellos, que amenazaba tragarlos. Siendo muy devotos de San José, llenos de confianza en su poderosa de protección se encomendaron a él como verdadera tabla de salvación y como benigna estrella que debía conducirlos al puerto. Apenas terminaron su plegaria, fueron atendidos: la tempestad cesó, el cielo se puso despejado y sereno la mar se calmó y la esperanza volvió a tener cabida en el fondo de sus corazones. Pero lo que colmó su alegría fue presentárseles un joven lleno de gracia y majestad quien, después de haberlos saludado bondadosamente se ofreció a servirles de piloto, lo que hizo con tanta facilidad, que al cabo de poco saltaban ya en tierra. Allí los dos religiosos se arrojaron a los pies de su libertador y después de haberle declarado con afectuosas palabras su eterno agradecimiento, le rogaron encarecidamente que se dignasen decirles quien era: “Yo soy José, les respondió: si queréis hacer algo que me sea agradable, no dejéis pasar día sin rezar devotamente siete veces la oración dominical y la salutación angélica en memoria de los siete Dolores con que mi alma fue afligida, y en consideración a los siete Gozos con que mi corazón fue consolado en grado eminente durante el tiempo que pase sobre la tierra, viviendo con Jesús y María”. Dichas estas palabras desapareció, dejándolos llenos de alegría y penetrados de un sincero deseo de honrar y servir durante toda la vida su glorioso protector.

En este suceso tan conmovedor encontramos poderosísimos motivos para admirar la fidelidad de San José en socorrer profundamente a los que le invocan, y para ensalzar su inefable bondad, que pide tan poco por tan grande beneficio por un bien tan grande como es la conservación de la vida.

Fieles servidores de San José que queréis ser agradable a vuestro protector y servirle según sus deseos, práctica establecida en su honor, después de que él mismo ha declarado de una manera formal cuán grata le es. Figuraos que os dice como a aquellos pobres religiosos: Yo soy José, en quien debéis poner toda vuestra confianza; tengo el poder y la voluntad de asistiros en todas vuestras necesidades; Jesucristo mi hijo y la bienaventurada Virgen María, mi esposa nada me rehusarán de lo que les pediré por vosotros, honrad con amor la memoria de mis dolores y de mis gozos, y experimentaréis inefablemente los saludables efectos de mi ayuda en medio del borrascoso mar del mundo en que vivís y en el que sois continuamente asaltados por mil tentaciones y por toda suerte de prueba.

Piadosos devotos de San José, aceptad esta promesa y estad seguros que el mejor medio de alcanzar los favores de este gran Santo, es como él mismo lo ha declarado terminantemente, tomar parte en sus dolores y en sus gozos rezando con esta intención las oraciones aprobadas y enriquecidas por indulgencias por los Sumos Pontífices: Los sentimientos llenarán vuestro corazón meditando estos tiernos misterios serán uno de los más poderosos testimonios de amor que podéis tributar a San José, y le inclinarán inefablemente a protegeros durante vuestra vida, y sobre todo en la hora de la muerte.
(Récense los dolores y gozos con los padrenuestros, pág.74)



SEGUNDO DOMINGO

La Santa Comunión de este día se ofrecerá para dar gracias a San José por los favores que nos ha alcanzado; la indulgencia plenaria se aplicará por las almas del Purgatorio que tuvieron devoción especial a la Sagrada Familia.


MEDITACIÓN SEGUNDO DOMINGO

Sobre los dolores y gozos de San José en el nacimiento del Hijo de Dios en un establo.

1. El momento en que la Augusta Virgen María va a dar al mundo el Mesías prometido, desde tantos siglos, ha llegado. Es en vano que José pida para su angelical esposa un asilo a los habitantes de Belén; sólo recibe negativas y desdenes. Así es como se cumple a la letra el pasaje del Evangelio: “El Hijo de Dios ha venido en medio de los suyos, y éstos se han negado a recibirle”. José se ve precisado a guarecerse en un establo abandonado; allí es donde quiere nacer el Hijo del Eterno para morar entre los hombres ¡Qué dolor tan inmenso para el corazón de José viendo al Divino Niño asimilado a los animales, echado como ellos sobre un poco de paja húmeda y fría, en la estación más rigurosa del año! ¡Cómo resonaría hasta en lo más íntimo de sus entrañas de padre, el primer lamento del Salvador ocasionado por sus sufrimientos! ¡Cuán dulces y amargas fueron las lágrimas que mezcló a las que el Niño Dios derramaba ya por nuestras faltas!

2. José prosternado con la frente en el polvo, adora al recién nacido como a su Dios; le reconoce a pesar de su anonadamiento y su debilidad por el Creador del Cielo y de la tierra, por el Salvador y Redentor del mundo, le ofrece su corazón, sus fuerzas, su vida entera, y le da mil gracias por haberle escogido entre todos para servirle de padre.

Y para colmo de su alegría, María le presenta a su Divino Niño que Dios confía a su ternura; José le recibe de rodillas, le estrecha con tanto respeto como amor sobre su corazón, le baña de lágrimas, le cubre de besos, le ofrece al Padre Eterno como rescate de su pueblo esperanza y alegría de Israel, y le deposita de nuevo en los brazos de su querida Madre como el único altar bastante puro para recibirle.

¡Oh! Cómo olvida las fatigas y las angustias de la víspera cuando oye a los ángeles celebrar con cánticos armoniosos el nacimiento de Aquél que él podría llamar su Hijo más rico que todos sus antepasados, en medio de sus privaciones posee el más precioso tesoro del cielo; ante su gloria se eclipsa toda la de su regia estirpe. El podía contemplar con sus ojos, estrechar contra su corazón al Emmanuel que David saludaba de lejos en sus proféticos aciertos como su Señor y su Dios; iba a pasar su vida con Aquel que sus antepasados habían deseado con tanto ardor ver la aparición. ¿Qué gloria no queda eclipsada en presencia de esta gloria? ¿Qué dicha no desaparecerá ante esta felicidad?

Así es como Dios forma en el corazón tan puro de José una inefable mezcla de alegría y de pena, de gozo y de dolor; pero el dolor no turba su gozo y la alegría nada quita a la amargura de su pena, porque la una y la otra proceden de un mismo principio y el amor que le hace gozar, le hace también padecer.


EJEMPLO SEGUNDO DOMINGO

La priora de un convento de religiosas escribe el siguiente caso:

Una de nuestras hermanas religiosas, de edad de 28 años, que había gozado siempre de cabal salud, fue atacada hace ocho meses de un mal a la garganta que le hizo perder enteramente la voz, extendiéndose muy largo hasta el estómago. Una opresión continua y pesada, dolores violentos en el pecho y en las espaldas, una suma debilidad, todo eso demostró ser una enfermedad de pecho el mal de nuestra hermana, el cual declararon los médicos no tenía remedio. No desconfiamos por eso; acudimos a San José, y poniendo en el él toda nuestra confianza le consagramos repetidas novenas, sin que se advirtiera ninguna mejoría en la pobre enferma. Como estaba tan débil que no podía andar llevamos en procesión a la enfermería la venerable imagen de San José, acompañándola con cirios encendidos; y allí empezamos la devoción de los SIETE DOMINGOS, tan agradables al poderoso San José, para que nos obtuviese la curación que tanto deseábamos, durante la sétima semana la enferma padecía mucho, estaba triste, y nosotras también porque fundadamente temíamos que bien pronto nos dejaría. No obstante, el domingo siguiente mostró deseos de ir al coro para asistir a la bendición del Santísimo, lo que efectuó con mucha pena sostenida por nosotras, y llegando allí sin poder respirar. En el acto de la bendición quiso seguir a las otras religiosas en el canto de un himno lo que hizo con voz apagada. Este era el momento escogido por el Esposo de María para demostrarnos su poderosa intercesión. Encontré a la enferma que salía del coro y toda conmovida me dijo: “Puedo hablar con voz clara”, y volviendo al coro con nosotras se puso a rezar con fuerte acento unas letanías a San José. Todas estábamos a su alrededor, pasmadas, escuchando aquella voz que ocho meses hacía no habíamos oído, y dirigíamos mil preguntas a nuestra querida hermana, admirando en ella los dichosos efectos de la protección de nuestro amado Padre. Libre de toda opresión, no hallaba palabras para expresarnos lo que sentía y desde entonces, vuelta a su estado normal, practica todos los actos de comunidad.

((Récense los dolores y gozos con los padrenuestros, pág.74)

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