LA MARMOTITA
SUEÑO 23. —AÑO DE 1859.
(M. B. Tomo VI, pág. 301)
Por este tiempo solía San Juan Bosco dirigir todas las tardes unas palabras a la Comunidad, en forma de conferencia.
Un viejo amigo de aquellos tiempos —escribe Don Lemoyne— nos contaba lo siguiente:
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«Una de las primeras palabras que oí a [San] Juan Don Bosco en 1859, fue sobre la frecuencia de los Santos Sacramentos. Los jóvenes recién-llegados de sus casas no se habituaban a ello. San Juan Bosco entonces les contó un sueño. Le pareció hallarse cerca de la puerta del Oratorio observando a los jóvenes a medida que entraban en él.
Veía el estado de alma en que cada uno se hallaba delante de Dios.
Cuando, he aquí que penetró en el patio un hombre con una cajita metiéndose entre los muchachos. Llegada la hora señalada para las confesiones, saco de la caja un marmotita haciéndola bailar. Los jóvenes, en vez de entrar en la iglesia, formaron un corro a su alrededor, riendo y aplaudiendo sus dicharachos, mientras el tal se iba retirando cada vez más de la capilla.
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San Juan Bosco describió en primer término, sin nombrar a nadie, el estado de la conciencia de algunos jóvenes; después puso de relieve los esfuerzos e insidias empleadas por el demonio para distraerlos y apartarlos de la confesión.
Hablando de aquel animalito, el siervo de Dios hizo reír mucho su auditorio, pero también le obligó a reflexionar seriamente sobre las cosas del alma. Tanto más que, después manifestaba privadamente a los que se lo pedían, lo que ellos creían que nadie sabía. Y todo cuanto
[San] Juan Bosco decía y manifestaba era cierto».
Este sueño indujo a la mayor parte de los jóvenes a confesarse con frecuencia, llegando a ser las comuniones muy nemorosas.
EL GIGANTE FATAL
SUEÑO 24. —AÑO DE 1859.
(M. B. Tomo VI, pág. 300)
En aquellos días —asegura Don Ruffino-—, refiriéndose a las postrimerías del año anteriormente citado, [San] Juan Don Bosco parecía más preocupado que de costumbre.
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Santo dijo a algunos de los suyos que había tenido un sueño en el cual había visto a un hombre de elevada estatura, el cual, dando vueltas por las calles de Turín, tocaba con dos de sus dedos el rostro de algunos de los transeúntes. Los así señalados se tornaban negros y caían muertos al suelo.
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¿Se trataba quizás de una epidemia moral?
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