sábado, 21 de junio de 2008
El Papa nos recordó recientemente (año 2008) esa verdad de fe sobre la existencia real del Infierno como un lugar físico que no está vacío. También SS. pidió que los sacerdotes predicáramos con más frecuencia sobre los novísimos; esta catequesis del Santo Padre no es más que un eco de la enseñanza constante de la Iglesia y de los Santos, algunos de los cuales tuvieron la experiencia mística de conocer el Infierno mismo considerando este hecho como una gran gracia; gracia "la más insigne" -como la llama Santa Teresa de Jesús en su autobiografía (cap. 32). En la Sagradas Escrituras, esta realidad del Infierno es mencionada más de 150 veces; de las cuales más de 73 en el Nuevo Testamento directamente por Nuestro Señor, mientras que del Bautismo sólo habla una vez. Y siendo Dios quien nos habla, bastaba una sola vez que lo hubiera dicho, para tener que creerle. Si no existiera, ¿de qué nos salvó Dios? daría lo mismo cualquier comportamiento.
La Fe en esta verdad fundamental y salvadora, tan escamoteada y/o negada directamente por los modernistas de todos los pelambres, nos fue impresionante y misericordiosamente recordada por Nuestra Señora a los hombres por medio de los tres Pastorcitos en Fátima. Para percibir algo de lo que vieron estos niños, basta comparar una fotografía normal de los videntes de Fátima con las que les tomaron, en el momento de la visión del Infierno, los periodistas de la Prensa laicista enviados para burlarse y negar los hechos. Así, los contratados para desvirtuar los acontecimientos, dejaron registrado en sus fotografías la transformación profunda de los rostros infantiles reflejando su impresión causada por la "visión del Infierno" que constituye una parte del llamado "Secreto de Fátima".
Les recuerdo mis lectores que no quieren creer (o que lo hayan olvidado voluntariamente o no) lo que siempre creyó la Iglesia sobre el Infierno: Existe y para ir allá No se necesita creer; y es más: es por no creer que allí se va; para no ir hay que comenzar por creer. No por cerrar los ojos se suprime la realidad. El hombre de fe. es aquel que ve las cosas tal y como ellas son (como Dios las reveló) y no como a él le gustaría que fueran (relativismo modernista). Ayudarnos a evitar el Infierno es ciertamente la intención misericordiosa de Nuestra Señora al recordarnoslo en ésta parte de su Mensaje que prevé el actual clima de"apostasía silenciosa" -como lo describió el Papa Juan Pablo II- que campea hace decadas sobre grandes parcelas al interior de la Santa Iglesia y causa la condenación de tantas almas como lo describen los niños de Fátima.
No fue por nada que Nuestra Señora nos ayudara enseñandonos, por medio de los Pastorcitos, la Oración* para rezar después de cada decena del Rosario:
¡Oh. Jesús mío!, perdónanos, líbranos del fuego del infierno, lleva a todas las almas al cielo, principalmente a las que más lo necesiten.
* Circulan diversas formulaciones de esta jaculatoria recomendada por Nuestra Señora. Pequeñas variantes aparecen hasta en los manuscritos y entrevistas de la Hna. Lucía. La que registramos se encuentra en “Memorias IV” (El Futuro de España en los documentos de Fátima, p. 136) y fue confirmada por la vidente en su entrevista con el famoso escritor católico norteamericano William T. Walsh (Idem., pp. 276-277).
Abajo he puesto un vídeo bastante espeluznante, sobre una supuesta grabación que podría ser los gritos de los condenados al infierno. Esto coincide no sólo con el Secreto de Fátima que es más explícito por ser una visión, sino también con el relato de muchos Santos como el siguiente de Santa Liduvina de Shiedam, cuando fue llevada en espíritu por su Ángel de la Guarda a lo más profundo del Purgatorio: "Instantáneamente, su Ángel la condujo a un lugar de espantosas torturas. «¿Es esto el infierno hermano mío?» preguntó la Santa dama sobrecogida de horror. «No, hermana», le contestó el Ángel, «pero esta parte del Purgatorio está en el límite con el Infierno». Mirando hacia todos lados, vio ella lo que se asemejaba a una inmensa prisión, rodeada con murallas de una prodigiosa altura, cuya oscuridad, junto con las monstruosas piedras, la llenaron de horror. Acercándose a este gigantesco enclaustramiento, ella oyó un ruido confuso de lamentos, gritos de furia, cadenas, instrumentos de tortura, golpes violentos que los verdugos descargaba contra sus víctimas. Este ruido era tal que todo el tumulto del mundo, en tempestad o batalla, no podría tener comparación con el. «¿Que es entonces este horrible lugar?» pregunto Santa Liduvina a su buen Ángel. «¿Deseas que te lo muestre?» «No, te lo suplico», dijo sobrecogida de terror, «el ruido que oigo es tan aterrador que no puedo seguir escuchándolo; ¿Como puedo, entonces, soportar la vista de esos horrores?»
¡Gracias Dios mío por Redimirnos!!!...
¡Ten Misericordia de nosotros!!!!
¡Gracias Vírgen Santísima por advertirnos previniendo esta ola de negación de la Fe que invade al mundo!!!. ¡Ruega por nosotros!!!
¡Gracias Santo Padre por confirmarnos en la Fe!!!!... ¡ Virgen Santísima, dadle al Papa fotaleza para defendernos de los lobos!!!
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Estando un día en oración, dice, me hallé en un punto toda, sin saber cómo, que me parecía estar metida en el infierno. Entendí que quería el Señor que viese el lugar que los demonios allá me tenían aparejado, y yo merecido por mis pecados. Ello fue en brevísimo espacio; mas aunque yo viviese muchos años, me parece imposible poder olvidárseme. Parecíame la entrada a manera de un callejón muy largo y estrecho, a manera de horno muy bajo y obscuro y angosto. El suelo me parecía de una agua como lodo muy sucio y de pestilencial olor, y muchas sabandijas malas en él. Al cabo estaba una concavidad metida en una pared, a manera de una alacena, adonde me vi meter en mucho estrecho. Todo esto era delicioso a la vista en comparacion de lo que allí sentí: esto que he dicho va mal encarecido.
Esto otro me parece que aun principio de encarecerse cómo es; no lo puede haber, ni se puede entender; mas sentí un fuego en el alma, que yo no puedo entender cómo poder decir de la manera que es, los dolores corporales tan incomportables, que por haberlos pasado en esta vida gravísimos, y según dicen los médicos, los mayores que se pueden pasar, porque fue encogérseme todos los nervios, cuando me tullí, sin otros muchos de muchas maneras que he tenido, y aún algunos, como he dicho, causados del demonio, no es todo nada en comparación de lo que allí sentí, y ver de que había de ser sin fin y sin jamás cesar. Esto no es, pues, nada en comparación del agonizar del alma, un apretamiento, un ahogamiento, una aflicción tan sensible, y con tan desesperado y afligido descontento, que yo no sé cómo lo encarecer; porque decir que es un estarse siempre arrancando el alma, es poco; porque ahí parece que todo os acaba la vida, mas aquí el alma mesma es la que se despedaza. El caso es que yo no sé cómo encarezca aquel fuego interior, y aquel desesperamiento sobre tan gravísimos tormentos y dolores. No veía yo quien me los daba, mas sentíame quemar y desmenuzar, a lo que me parece, y digo que aquel fuego y desesperación interior es lo peor. Estando en tan pestilencial lugar tan sin poder esperar consuelo, no hay sentarse, ni echarse, ni hay lugar, aunque me pusieron en este como agujero hecho en la pared, porque estas paredes, que son espantosas a la vista, aprietan ellas mesmas, y todo ahoga: no hay luz, sino todo tinieblas oscurísimas. Yo no entiendo cómo puede ser esto, que con no haber luz, lo que a la vista ha de dar pena todo se ve. No quiso el Señor entonces viese más de todo el infierno, después he visto otra visión de cosas espantosas, de algunos vicios el castigo: cuanto a la vista muy más espantosas me parecieron; mas como no sentía la pena, no me hicieron tanto temor, que en esta visión quiso el Señor que verdaderamente yo sintiese aquellos tormentos y aflicción en el espíritu, como si el cuerpo lo estuviera padeciendo. Yo no sé como ello fue, más bien entendí ser gran merced, y que quiso el Señor que yo viese por vista de ojos de dónde me había librado su misericordia; porque no es nada oírlo decir, ni haber ya otras veces pensado diferentes tormentos, aunque pocas (que por temor no se llevaba bien mi alma), ni que los demonios atenazan, ni otros diferentes tormentos que he leído, no es nada con esta pena, porque es otra cosa: en fin, como de dibujo a la verdad, y el quemarse acá es muy poco en comparación de este fuego de allá. Yo quedé tan espantada, y aún lo estoy ahora escribiéndolo, con que ha casi seis años, y es ansí, que me parece el calor natural me falta de temor, aquí donde estoy; y ansí no me acuerdo vez, que tenga trabajo ni dolores, que no me parezca nonada todo lo que acá se puede pasar; y ansí me parece en parte que nos quejamos sin propósito. Y así torno a decir, que fue una de las mayores mercedes que el Señor me ha hecho; porque me ha aprovechado muy mucho; ansí para perder el miedo a las tribulaciones y contradicciones de esta vida, como para esforzarme a padecerlas y dar gracias al Señor, que me libró, a lo que ahora me parece, de males tan perpetuos y terribles.
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Un extracto del Diario de Santa Faustina Kowalska donde describe las clases de torturas que hay en el infierno.
1.- La pérdida de Dios
2.- El eterno remordimiento de conciencia
3.- La condición nunca cambiará
4.- El fuego que penetra el alma sin destruirla (encendido por el enojo de Dios)
5.- La continua oscuridad y un terrible olor sofocante, a pesar de la oscuridad los demonios y las almas de los condenados se ven mutuamente incluyendo su mal.
6.- La compañía constante de Satanás
7.- La horrible desesperación
8.- El odio de Dios
9.- Las palabras viles, maldiciones y blasfemias.
A parte de estos tipos de torturas, hay torturas para las almas particulares: los tormentos de los sentidos, según la forma en que pecaron.
Santa Faustina escribe que la mayoría de los que están en el infierno son los que -en vida- no creyeron que existía el infierno.
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