Mensajes de Nuestro Señor Jesucristo a sus hijos predilectos.
LXXXIV
El sacerdote y la Iglesia
"Al participar a mis amados sacerdotes los desposorios de mi Iglesia -teniendo en cuenta su transformación en Mí-; al darles mi Padre, por el Espíritu Santo, a esa Esposa pura, santa e inmaculada, a la vez que fecunda en su virginidad, sólo les pidió, para merecerla, el precio mismo que Yo di por Ella: el poner todo mi amor y toda mi voluntad en la voluntad siempre amorosa de mi Padre.
Con la perla sin precio de la vocación sacerdotal compran los sacerdotes esa joya divina, que es mi Iglesia sin mancha; pero al unirlos a Ella el Padre, les pide también la virginidad a unos, la pureza y la castidad a todos, con la fidelidad y el amor.
Un sacerdote que no esté enamorado de la Iglesia, no debe pertenecerle; un sacerdote que posponga los intereses de la Iglesia por los del mundo, no ha comprendido su vocación; un sacerdote infiel, que arroje lodo sobre la vestidura sin mancilla de la Iglesia, no es digno de Ella, y el cielo lo repudiará si no se convierte y se humilla y se arrepiente.
¡Ay! y es tan buena mi Iglesia, que admite en su seno a todos; perdona con su caridad-que es la Mía- a los perjuros arrepentidos, a los traidores que se convierten, a los infieles y desleales que vuelven a su redil, y los acoge otra vez en su regazo para blanquearlos con mi Sangre, cuya depositaria es.
Pero llora sus extravíos y sus negras ofensas con lágrimas de sangre en Mí, que lloro con Ella y por Ella. Lloro en Ella por tantos sacerdotes prófugos, que si bien están a su servicio exteriormente, no lo están en la santa y pura intimidad con la Esposa amada como les corresponde.
¿Cómo puedo dirigir a estos sacerdotes rebeldes, hipócritas e infieles a su vocación estas palabras, fundamento de su sacerdocio: "Me amas más que éstos?" ¿Con qué cara me pueden responder los que así se portan, los que manchan la blancura inmaculada de mi Iglesia de tantos modos?
No sólo es adulterio el que se comete contra Ella, cuando se le arroja el fango de lo que no es puro; sino que también se le ofende con todo lo que desvirtúa y no va en consonancia con sus enseñanzas y doctrina. Se le mancha con la avaricia, con la soberbia, con los pecados capitales en general, y con todo lo que la Iglesia condena.
Se falta a la fidelidad a la Iglesia con todo lo que rechaza la Ley de Dios y la caridad con el prójimo. Y esas manchas continuas que muchos de mis sacerdotes arrojan sobre la Iglesia santa, Yo, el Sacerdote que a todos representa, continuamente también las estoy borrando con mi sangre, con mis lágrimas, ofreciendo siempre a mis sacerdotes redención, haciéndome siempre víctima en su favor, clamando siempre al Padre en el paroxismo de mis dolores místicos "¡Padre, perdónales, que no saben lo que hacen!"
Y ciertamente, los sacerdotes que tales monstruosidades cometen con mi Iglesia no saben lo que hacen, no han penetrado en mi Corazón, no han pesado sus deberes, no se han hecho el cargo de la magnitud de sus ofensas, no han vislumbrado siquiera ¡que me ofenden dentro de Mí mismo!
Y Yo siempre disimulando, ofreciéndome por ellos al Padre, y clamando por su perdón. Y ellos, ¡ay!, aturdidos por las malas pasiones, por las ocasiones peligrosas y voluntarias, despechados, arrastrados por la corriente de muchos vicios, se precipitan sin escuchar mis quejas, sin atender a los remordimientos, sin entrar dentro de sí mismos para escuchar los gemidos del Espíritu Santo en su corazón, las instancias de María, y concluyen por fin con abandonar la fe y condenarse.
¿Cómo pedir amor divino y fidelidad con la Esposa que el Espíritu Santo les dio si están sordos y no escuchan a lo único que puede salvarlos? ¡Cuántos cismas han arrancado de mi Iglesia a sus sacerdotes infieles! ¡Cuántos engaños satánicos han envuelto almas de sacerdotes que comenzaron bien, y que la soberbia -que trae siempre consigo a la impureza- los arrastró a nefandos crímenes, y los precipitó a la perdición eterna!
¡Y la Esposa amante los llora, porque los amaba y los ama; porque un día feliz, le juraron amarla! ¡Pero trocaron el amor divino por el humano, y de ahí las caídas, las infidelidades, y la muerte!
Pero aquí estoy Yo para defender y consolar a mi Iglesia con este nuevo impulso
-salvador porque es divino- a todos sus sacerdotes, desde el primero hasta el último, y para transformarlos en Mí.
El amor salvará al mundo y la personificación del amor es el Espíritu Santo.
Vendrá el reinado universal del Espíritu Santo, único que puede pacificar la tierra, porque es el dulcísimo nudo eterno; el que concilia, el que une, identifica, y salva.
El Espíritu Santo con María, repito, harán que todo se restaure en Mí, que soy su Centro; harán que reine Yo, como Rey universal en el orbe entero; harán que mi Corazón sea honrado en sus últimas fibras y dolores internos, y completará las prerrogativas de María, Esposa del Espíritu Santo.
Este divino Espíritu con su luz destruirá muchos errores en el mundo, espiritualizará los corazones, hará que el mundo se incline ante el estandarte salvador de la Cruz, y sobre todo, exaltará a su Iglesia con sacerdotes transformados en Mí, y así hará que vuelva Yo al mundo en ellos, como único Sacerdote, único digno de glorificar a ami Padre, con todos los sacerdotes en Mí, y toda la humanidad en ellos, formando, por fin, no miembros dispersos y dislocados, sino un solo Pastor, el Papa; y todos en Mí, en la Unidad de la Trinidad.
Y este final hay que prepararlo, hay que conquistar esa victoria, hay que comprarla con oración y con lágrimas, con sacrificios y con amor. Pero sobre todo, con la transformación de los sacerdotes en Mí, con la consumación de esa transformación (en cuanto es posible en la tierra), que haga a los sacerdotes puros, santos, desinteresados, y dignos de unirse con la Luz, con la Verdad, con la Vida, con la Unidad santísima, con la Trinidad".
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